Del Imperio Zarista, pasando por el Soviético y a la actual gobierno de Vladimir Putin, la Autocracia es el común denominador

Por el Prof. Luis Fuensalida

El pasado viernes1 de octubre en la magnificencia de la Iglesia de San Isaac, en el centro de San Petersburgo, se celebró un casamiento, pero no uno más, pues desde hace 127 años que en suelo ruso no se casaba un miembro de la casa real de los Romanov, el último había sido el enlace entre el zar Nicolás II y la zarina Alexandra, que tiempo después y a poco de haber estallado la revolución bolchevique en 1917, iban a ser asesinados junto con sus hijas y su único hijo.

La Revolución de Octubre puso fin a 300 años de la dinastía Romanov, y a casi 500 de la institución del Imperio Ruso, cuyas bases datan del año 1440, cuando el zar Iván III amplía el Gran Ducado de Moscú, estableció un poder autocrático, organiza el Estado ruso y lo incorpora a Europa.

Tras la expansión del Imperio Ruso y su consolidación como una de las potencias europeas, siempre bajo reinados autócratas, a inicios del Siglo XX el poder del régimen zarista comienza a resquebrajarse, no sólo por los movimientos obreros y campesinos, y la terrible desigualdad social, sino también por políticas exteriores que llevarán primero a la guerra ruso-japonesa de 1905, con una vergonzante derrota, que ocasionó una grave crisis interna, sino que luego al estallar la Gran Guerra en 1914, embarcándose en una aventura bélica que fue el catalizador de la revolución de Octubre, lo que siguió, tras una verdadera guerra civil entre bolcheviques y melcheviques, a partir del primer lustro de la década de los años 20, se instaura la feroz y sanguinaria dictadura comunista, primero con Lenin y luego con su sucesor, el georgiano Josef Stalin, y desde él hasta finales de la década de los 80, con Mijail Gorvachof, el pueblo ruso simplemente pasó de la autocracia zarista a la autocracia del Boureau del Partido, lo que sobrevino, fue una salida hacia un régimen democrático de la mano de su primer presidente, Boris Yeltsin, de 1991 a 1999, con una apertura económica radical para años de estatización, medidas volátiles que llevaron en 1992 a una inflación del 2.509%, pero que casi un lustro después alcanzaba el 22%, pero las privatizaciones empoderó a una elite empresarial en un marco de corrupción y nepotismo, y que era la verdadera dueña del poder, aunque no se puede dejar de lado el legado de Yeltsin, la Constitución de 1993, donde se delineaba la base del poder centrada en la figura presidencial.

La ineficacia de las políticas económicas, sumado a la pérdida territorial por la separación de varias de las ex repúblicas soviéticas y su deterioro en su condición de gran potencia global, prepararon la llegada de un líder capaz de reestructurar el Estado, reorientar la actividad económica y financiera, lograr la estabilidad política y social y construir una renovada conciencia nacional, y ese hombre fue Vladimir Putin.

A partir de su llegada al poder con algo más del 52% de los votos, a inicios del Siglo XXI, hasta la actualidad, el porcentual de votos siempre estuvo por encima de aquel primer resultado, llegando a su pico en las elecciones del 2004 con más de 71% de los sufragios, es más, se puede decir que hay al menos dos generaciones de jóvenes que nacieron en la era Putin.

Desde su llegada al poder, no tuvo miramientos en tomar las medidas necesarias para ordenar y encaminar la economía, y sus primeras víctimas fueron los principales actores de esa “oligarquía” empresarial que detentaba el verdadero poder político y se enriquecía en detrimento del Estado, y comenzó a nacionalizar compañías como modo de arrebatárselas a aquellos empresarios que no aceptaran las nuevas políticas, por su parte en el plano político fue también articulando reformas legislativas que le asegurasen su permanencia en el gobierno y a la vez ir limitando la actividad de los opositores e incluso llegar a su encarcelamiento, caso Navalni, pero en política exterior, Putin se fijó el objetivo que Rusia volviera a constituirse en gran potencia global, y lo primero que hizo fue reconstruir la identidad nacional en base al legado histórico y a la religión, la Iglesia Ortodoxa Rusa, y que se tradujeron en acciones concretas de política exterior, la anexión de Crimea, la decisiva intervención rusa en el conflicto de Siria, la ahora permanente presencia de una flota rusa en el Mediterráneo, y más recientemente, la presión sobre la Eurozona a través del suministro de gas natural, caso del gasoducto Nord Stream 2, su apoyo al régimen de Lukashenko en Bielorrusia, no sólo diplomático sino también militar, por el caso la entrega de tres cazas Sukoi Su 30SM de última generación, y sin olvidarnos del espionaje e intervención cibernética, como lo fue en las elecciones en los EE.UU., la extensión de la soberanía rusa en la Ruta del Ártico, y la renovada alianza con China que se traduce en su posición funcional al Nuevo Camino de la Seda o en las gigantescas maniobras militares conjuntas, y no puedo dejar de señalar su incipiente presencia en Latinoamérica, a partir de su “cabeza de playa”, el régimen bolivariano de Venezuela, en síntesis, es innegable que la Rusia de Putin se ha reposicionado como gran potencia global.

Sin embargo, en las últimas elecciones legislativas del mes de septiembre ppdo., expertos en estadísticas afirman que se produjo un empate técnico entre el partido de Putin, Rusia Unida y el partido KPRF o Partido Comunista de la Federación Rusa, que se vio favorecido por el llamado voto inteligente promovido por el líder opositor Alexei Navalni, y que en principio precisa que la participación del electorado no superó el 40%, es decir, un 12% menos de lo que informó el Kremlin, cuya manipulación le asegura al oficialismo seguir controlando la legislatura por cinco años más.

Pese a las dificultades que propone el sistema electoral mixto, por un lado, la mitad de los escaños de la Duma son elegidos de forma proporcional en listas de partido en una única circunscripción y por otro lado, el voto de un solo candidato en circunscripciones uninominales, los expertos Boris Ovchinnikov y Alexei Kuprianov, han denunciado un fraude electoral de importantes proporciones, prácticamente el doble de las cifras reales, en particular en las repúblicas caucásicas, donde Rusia Unida obtuvo un resultado netamente superior, en síntesis, según la Comisión Electoral el partido Rusia Unida había obtenido un 49,2% de los votos, cuando en realidad apenas superó el 30%, y el Partido Comunista había logrado un 19% , un decena menos de lo que realmente obtuvieron, lo que se explica por una tasa de participación inflada por el gobierno y que le ha permitido añadir esos votos extras necesarios para exhibir un triunfo electoral de Rusia Unida.

Las acusaciones sobre fraude electoral se centran en el voto telemático, el que a último momento cambió el resultado, en particular en barrios de Moscú caracterizados por su posición opositora al gobierno, como en otros centros urbanos o regiones, las seis donde se dio esta modalidad, donde se han registrado manifestaciones contrarias a Putin, y esto derivó en la victoria electoral de Rusia Unida, en este escenario la Comisión Electoral rechazó tajantemente un recuento de los sufragios electrónicos, algo que fue advertido por algunas ONGs como ser Golos.

Pero las denuncias no se limitan al Partido Comunista, esta el caso de la candidata independiente, Anastasia Bruykhanova, por el distrito de Moscú, y recomendada por Navalni, que llevaba una amplia ventaja sobre los candidatos, tanto oficialistas como comunistas, sin embargo, cuando ingresaron los votos on line, sus perspectivas ganadoras se diluyeron, lo que la llevó a realizar la denuncia ante las autoridades electorales y también ante la justicia, aunque como ella misma reconoció, “…en Rusia generalmente los resultados no se cancelan…”

Ante las acusaciones, el Kremlin aseguró que estas elecciones parlamentarias se desarrollaron con competitividad, transparencia y equidad, aunque podemos agregar, que también estuvieron marcadas por la represión sobre la disidencia y el veto a los opositores.

Por su parte, Dimitri Peskov, el portavoz del presidente Putin que tanto el voto electrónico como la decisión de verificar los sufragios de Moscú, aumenta el nivel de confianza en los resultados electorales y es una demostración de absoluta transparencia, aunque hay que resaltar que las entidades relacionadas con la principal figura opositora, Alexei Navalni, han sido prohibidas por considerar las autoridades como organizaciones terroristas, y fueron bloqueadas digitalmente tanto por Google como por Apple, por las fuertes presiones del gobierno ruso.

Lo cierto es, que estas elecciones legislativas, más allá del hostigamiento a la oposición, de las denuncias por diferentes irregularidades presentadas, en un panorama político caracterizado por un autoritarismo cada vez más marcado, incluso en el ámbito exterior, tanto los EE.UU., a través de su Depto. de Estado, como la U.E., en la persona de Peter Stano, portavoz de Joseph Borrell, jefe de la diplomacia europea, que han cuestionado la legitimidad del resultado eleccionario, Putin y su partido Rusia Unida consolidan su poder, no obstante, es visible un desgaste por el descontento social en particular en lo económico, con un aumento de la inflación y los efectos regresivos de la pandemia del Covid19, o la reforma que aumentó la edad jubilatoria, y esto ha posibilitado que muchos rusos insatisfechos han apoyado al rival más fuerte que tiene el Kremlin, el Partido Comunista, y esto en un marco de un sistema político denominado “democracia controlada”, en el que sólo aquellos partidos que no son demasiado críticos en los temas puntuales del gobierno del zar Vladimir, tienen posibilidad de tener un lugar en el Parlamento.

Como al inicio de esta columna y tal como lo desarrollé en mi tesis de grado, la Autocracia es el ADN de Rusia, sin importar el origen o tipo de régimen que uno analice a lo largo de su historia, y en el que el pueblo ruso parece que con resignación aceptar, que ha soportado el despotismo absoluto de los zares o las purgas con decenas de millones de víctimas mortales del stalinismo o bien el autoritarismo cada vez agudizado de Putin, pero que sin embargo, el viernes pasado, además de los 1.500 invitados al casamiento del único heredero del zar Nicolás II, el Gran Duque Georgis Romanov y la italiana Rebeca Bettarini, una multitud se acercó a la icónica e histórica iglesia de San Isaac, en casco antiguo de San Petersburgo, saludando a la pareja y coincidiendo la gran mayoría, que era un reconocimiento a la historia de la Madre Rusia, donde la monarquía forma parte de ese pasado, y esta visión quizás coincide con la razón por la cual el heredero del último zar eligió la ciudad imperial, San Petersburgo, cuando sindica a esta ciudad no sólo identificada con la Rusia Imperial sino también con los Romanov, eso si, el Kremlin tuvo una declaración muy diplomática al ser consultado por este enlace, su portavoz Dimitri Perkov dijo, que tanto en Moscú como en San Petersburgo todos los días se celebran muchas bodas y que el gobierno deseaban mucha felicidad a los novios, en fin, quizás como la mayoría de los ingleses no se conciben sin su monarquía parlamentaria, los rusos parece que no encuentran fuera de la autocracia una forma de gobierno y de vida que satisfaga su grandeza como nación, y en cuanto a Vladimir Putin, parece ser el personaje de El Príncipe de Maquiavelo, cuando el notable pensador y político italiano escribió, “…el Príncipe debe hacer uso del hombre y de la bestia, astuto como un zorro para evadir las trampas y fuerte con el león para espantar a los lobos…”.

 

 

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