Edward G. Robinson, el duro de la película

Edward Goldenberg Robinson (1893-1973), en idish Emanuel Goldenberg, nacido en Bucarest, fue un actor estadounidense de origen rumano que trabajó en el teatro y en el cine.

En 1903, emigró a Nueva York con su familia, que se instaló en el East End. No pudo tener sus estudios, pero estaba decidido a convertirse en rabino o abogado. Consiguió una beca para entrar en la Academia Americana de Artes Dramáticas, donde transformaría su nombre por el de Edward G. Robinson.

Comenzó su carrera como suplente en 1913 e hizo su debut en Broadway en 1915, donde entre otras obras interpreta El hombre del destino, de George Bernard Shaw. Su primer papel en el cine fue un papel secundario en 1916. En 1923 debutaba como E. G. Robinson en The Bright Shawl. Pero la interpretación que le lanzaría a la fama sería la de Rico Bandello en Little Caesar de Mervyn LeRoy lo que le llevaría a ser el hombre duro de la década de los 30. Así, Robinson pasó de hacer tres películas al año a hacer más de 14 en los dos años siguientes. Durante esa época se casa con la actriz Gladys Lloyd en 1927 con la que tiene un hijo, Manny Robinson (1933-1974).

Durante los años 40 y después de una buena actuación en Dr. Ehrlich’s Magic Bullet (1940), su perfil encajaría con el de dramas psicológicos como el de Perdición (Double Indemnity, 1944) de Billy Wilder o La mujer del cuadro (The Woman in the Window, 1945) y Perversidad (Scarlet Street, 1945) de Fritz Lang. Pero continuó aceptando papeles de gánster como el de Johnny Rocco en el clásico Cayo Largo (Key Largo) de John Huston (1948), la última de las cinco películas que haría con Humphrey Bogart.

No comenzaron muy bien las cosas para Robinson en la década de los 50. Primero, sería acusado de comunista, prestándose a declarar ante el comité de la famosa Caza de Brujas*, en contra de algunos compañeros suyos como Dalton Trumbo, lo que les traería muy graves consecuencias; posteriormente el actor tuvo que vender parte de su inmensa colección de arte (atesoró obras de Van Gogh, Toulouse-Lautrec, Modigliani, Pablo Picasso, Frida Kahlo…) para sufragar los gastos del divorcio con Gladys Lloyd. En 1956 volvió a Broadway para interpretar Middle of the Night. Pero ese fue el momento en el que Cecil B. DeMille, decide trabajar con él en Los diez mandamientos (The Ten Commandments). A partir de aquí llegarían sus papeles más notables: Millonario de ilusiones (A Hole in the Head, 1959) de Frank Capra al lado de Frank Sinatra y El rey del juego (The Cincinnati Kid, 1965), de Norman Jewison con Steve McQueen.

Andréi Gromyko, ministro de asuntos exteriores de la URSS entre los años 1957 y 1985, llegó a conocer a Edward G. Robinson. Sobre dicho encuentro, el ex diplomático soviético escribió en 1988:

Me impresionó mucho una conversación que tuve con (…), Edward G. Robinson. Su conversación, (…) fue íntima y sincera y, durante ella, Robinson nos pintó un cuadro asombroso de la industria cinematográfica americana. “Aquí, en América, la industria cinematográfica la maneja un puñado de millonarios inhumanos. Lo único que les importa es el beneficio. Para ellos, auténticos caciques del cine, la forma de ganar millones es secundaria. Todo vale, con tal que se gane varias veces el coste de una película, una vez que se distribuye. Esa gente no sabe lo que es moralidad ni justicia social. Puede que yo no sea un experto en economía o finanzas, pero, desde luego, he observado un descenso en las normas morales que se muestran en las pantallas”. Estaba algo agitado y se veía que era un tema doloroso para él. “Más de una vez -prosiguió- me he preguntado si, desde mi punto de vista moral, debía aceptar un papel. No puedo decir que siempre haya acertado al hacer mi elección. Algunas veces no me he sentido satisfecho de mis actuaciones, en lo que al género de vida que muestro en la pantalla se refiere y al personaje al que doy vida. Sin embargo, me he resistido la mayoría de las veces a las condiciones impuestas por los amos de Hollywood”. “Las películas americanas están sobrepasando el límite de vulgaridad y corrupción -se lamentó-. Se le llama naturalismo y lo más triste es que a los espectadores los están educando con este producto y que les gusta. Así, pues, los productores se esfuerzan por satisfacer la demanda que ellos mismos han creado. Es difícil luchar contra ellos y, de todas formas, ¿quién iba a hacerlo? La lucha es desigual”. Yo le pregunté: “¿No hay ningún grupo de actores conocidos, como usted mismo, y quizá de productores, que pudieran intentar influir en el cine de forma más positiva?” “No hay grupos organizados de ese tipo -contestó él-. Y tampoco durarían mucho en los Estados Unidos. Cualquier actor que lo intentara no tardaría en morirse de hambre”. (…). “Eso es lo que les sucede a muchos actores de cine -dijo, finalmente-, que a diario tienen que exhibir un comportamiento que es un insulto para todo lo bueno y decente del ser humano”.
Andréi Gromyko, Memorias (1988) pp. 88, 89 y 90

Robinson llegó a ser enormemente popular en los años 30 y 40 con una carrera de más de 90 películas en 50 años de profesión.

En 1967, estuvo considerado para el rol del simio líder Dr. Zaius. en el filme de ciencia ficción El planeta de los simios, pero las largas sesiones de maquillaje desalentaron su participación y renunció a la producción siendo reemplazado por Maurice Evans.

Su última escena sería un suicidio en el clásico de culto de la ciencia ficción Cuando el destino nos alcance (Soylent Green, 1973), de Richard Fleischer. Moriría dos meses después de haber rodado esta película y dos meses antes de que se le concediera un Óscar honorífico a su carrera. ​ Robinson nunca llegó a ser candidato al Oscar por sus intervenciones. Tiene su nombre una estrella del Paseo de la Fama de Hollywood situada en el 6233 de Hollywood Boulevard.
* Tiene su origen en un episodio de la historia de Estados Unidos que se desarrolló entre 1950 y 1956, durante el cual el senador republicano Joseph McCarthy (1908-1957) desencadenó un extendido proceso de declaraciones, acusaciones infundadas, denuncias, interrogatorios, procesos irregulares y listas negras contra personas sospechosas de ser comunistas. Los sectores que se opusieron a los métodos irregulares e indiscriminados de McCarthy denunciaron el proceso como una “caza de brujas”, episodio que quedó descrito, entre otros, en Las brujas de Salem (1953), del dramaturgo Arthur Miller.

Fuente: Wikipedia

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