El Mossad: Operación Garibaldi, capturar a Eichmann en Argentina y traerlo a Israel

La primera vez que Isaac Harel, jefe del Mossad, escuchó hablar de Eichmann, debió pedir a su secretaria que le trajera su legajo, pues el nombre no le sonaba.

Entonces descubrió que Otto Adolf Eichmann había nacido en Solingen, Alemania, el 19 de marzo de 1906. Ingresó en 1932, en Austria, al partido nazi. En 1938, pasó a ocuparse de los asuntos judíos. Era su especialidad. De allí en adelante, se encargó de cumplir los deseos del Führer: dejar los territorios del Tercer Reich Judenrein, libres de judíos.

Pero…retrocedamos en el tiempo. Otto Adolf Eichmann nació en Solingen 19 de marzo de 1906

Tras la muerte de su madre, Adolf y su padre se trasladaron a Austria. No fue un buen estudiante y tan sólo se preocupó de los acontecimientos políticos. Asimismo, el hecho de no haber nacido en Austria le complicó la búsqueda de trabajo porque era considerado un extranjero. Finalmente obtuvo un puesto en la fábrica Elektrobau Gesellschaft, donde se destacó por sus dotes organizativas. Poco a poco, la vida de Eichmann se fue encauzando y se casó con Veronika Leibl, con la que tuvo cuatro hijos.

Pero pronto empezó a sufrir la monotonía y sintió que necesitaba un cambio en su vida, el que se produjo cuando conoció a Ernest Kaltenbrunner, un abogado y dirigente nazi de origen austríaco que le propuso entrar en las SS. Fue así que el 1 de abril de 1932 se afilió al NSDAP (Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán).

Como miembro de las SS,realizó su adiestramiento en el campo de cadetes de Lechfeld, en la Legión Austríaca, y en 1935 fue trasladado al Servicio de Policía Interior de las SS. Allí entabló una gran amistad con Reinhard Heydrich –quien recibiría el apodo de “el carnicero de Praga” por su brutal actuación mientras fue reichsprotektor de Bohemia y Moravia–. Eichmann fue elegido responsable de la cuestión judía y allí encontró su verdadera vocación. Al frente de la sección, Eichmann se convirtió en un experto en judaísmo. Durante un viaje a Palestina aprendió a hablar yiddish y en 1938, tras la anexión de Austria, logró expropiar los bienes de 150.000 judíos, lo que le valió ser ascendido a teniente coronel de la rama política de las SS, la Allgemeine-SS.

Luego organizó los traslados de los judíos en tren desde los diferentes territorios. En plena guerra, con los trenes ocupados en traslado de tropas y en el abastecimiento de armamento y provisiones, con largos tramos de vías destruidos por los bombardeos, los trenes de Eichmann salían siempre puntuales y con su capacidad colmada.

Sin embargo, terminada la guerra, logró pasar desapercibido. Escapó de un campo de detenidos e inició un recorrido que, con la ayuda de una red nazi clandestina y de algunas autoridades eclesiásticas, pocos años después lo dejó en la Argentina. Nuestro país era un destino complaciente con los ex líderes nazis.

A los pocos años su familia llegó para instalarse con él. Luego de un tiempo en Tucumán, se mudaron al Gran Buenos Aires. Eran (se hacían llamar), los Klement, pues Eichmann había ingresado al país bajo el nombre de Ricardo Klement. Pero no todos adoptaron la nueva identidad y eso fue la causa de su desgracia.

El hijo mayor, Klaus Eichmann, seguía manteniendo su apellido. Tenía trabajo, algunos amigos y una chica que le gustaba. El padre de esa chica era ciego, pero tenía buena memoria. Sabía quién era Eichmann. Sabía aquello que los Aliados, una vez finalizada la guerra, ignoraban; aquello que se enteraron luego de los juicios de Nuremberg y de los juicios que le siguieron, en los que el nombre de Eichmann y la descripción de sus responsabilidades y crímenes aparecían con recurrencia.

El ciego sabía quién era Eichmann. Lo había sufrido en carne propia. Y no había olvidado su voz. Luego de un encuentro casual con quien se hacía llamar Ricardo Klement (pero que tenía un hijo apellidado Eichmann), realizó la denuncia a la fiscalía general de Alemania, dependiente del fiscal Bauer.

Pero el fiscal, conociendo el paño, sabía que la Argentina no lo extraditaría, por lo que comunicó el hallazgo al gobierno israelí.

Entonces el Mossad (el Servicio de Inteligencia Israelí) envió en 1960 a un grupo de los llamados nokmin  (vengadores, en hebreo) a Argentina para realizar la Operación Garibaldi, llamada así por el nombre de la calle donde residía Eichmann en Buenos Aires.

El 11 de mayo de 1960, fingieron una avería en su coche y cuando Eichmann, que volvía del trabajo bajó de un autobús, los agentes lo secuestraron y lo llevaron a un piso franco donde, tras dar varios nombres falsos, acabó reconociendo su verdadera identidad. Peter Malkin, especialista en secuestros y en maquillajes del grupo, confesaría más tarde: “Eichmann era un hombrecito suave y pequeño, algo patético y normal, no tenía la apariencia de haber matado a millones de los nuestros… Pero él organizó la matanza”.

Finalmente, fue trasladado en secreto a Israel para ser procesado. Su abogado defensor fue Robert Servatius.

El 11 de abril de 1961 Eichmann atravesó un oscuro pasillo. Dos policías israelíes lo escoltaban. Al traspasar la puerta, le quitaron las esposas de sus muñecas e ingresan a la sala de audiencias. Frente a ellos, una mesa y cientos de papeles.

Ligeramente encorvado, con gruesos anteojos, labios delgados y una calvicie incipiente no parece un asesino de masas. Parece, en realidad, un oficinista modelo; ese al que los jefes encargan las tareas más engorrosas, las más burocráticas, porque saben que, en silencio, él dejará sobre su escritorio, a la mañana siguiente, el trámite pulcramente terminado.

Adolf Eichmann era las dos cosas a la vez: un asesino de masas y un eficaz burócrata.

Antes de tomar asiento, el acusado quitó, con un pañuelo, el polvo de una de las pilas de carpetas y las alineó con prolijidad. Recién en ese instante puede sentarse con tranquilidad. Un poco más atrás se ubican los dos guardias israelíes de rostro pétreo

La sala es grande: un amplio estrado espera a los tres jueces, el fiscal Hausner y sus asistentes desplegaron sus pruebas en largas mesas, las decenas de intérpretes controlaron que sus auriculares y micrófonos funcionaban, el público aguardaba con ansiedad el inicio de las sesiones.

Cientos de ojos siguen el ingreso del monstruo, el acusado de organizar desde su escritorio –uno parecido al que tiene enfrente- la muerte de más de seis millones de judíos.

Él parece no percatarse. No los mira (ni una vez en todo el juicio posará los ojos sobre ellos). Sentado, indiferente, esperó la entrada de los jueces que lo juzgarán por los crímenes más atroces de la historia y saludó con un leve movimiento de cabeza al Dr. Servatius, su abogado defensor, que ya había defendido a otros líderes nazis en los Juicios de Nuremberg.

Las palabras de apertura de las sesiones, pronunciadas por el fiscal Hausner, lo establecían de modo contundente: “En el sitio en que me encuentro hoy ante ustedes, jueces de Israel, para demandar contra Adolf Eichmann, no me encuentro solo; conmigo se levantan, aquí, en este momento, seis millones de demandantes. Pero ellos no tienen la posibilidad de comparecer en persona, de apuntar hacia la cabina de vidrio un índice vengador y gritar, dirigiéndose a aquel que está sentado en su interior: Yo acuso. (…) Por eso seré yo su portavoz, y en su nombre levantaré esta acta de acusación terrible”

Para sorpresa de los asistentes, Eichmann habló en yiddish y reconoció haber cometido los actos por los cuales se le juzgaba. El 15 de diciembre de 1961 fue condenado por crímenes contra la Humanidad, y el 31 de mayo de 1962 fue sacado desnudo de su celda en la prisión de Ramla, en Tel Aviv; y ahorcado. Su cuerpo fue incinerado y para evitar que su tumba se convirtiera en un lugar de peregrinación, sus cenizas fueron esparcidas en el mar desde una nave de la Fuerza Naval israelí, en presencia de algunos supervivientes del Holocausto, fuera de las aguas jurisdiccionales de Israel.

Dr Mario Burman

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