Haftará Vayerá

Reyes II 4:1-37

   
Nuestra Haftará se divide en dos relatos unidos por la intervención de un mismo profeta, Elishá, discípulo de Eliahau Hanaví, en tiempos donde la lucha contra la idolatría -personificada por la reina pagana Izebel, esposa del rey Ahav- era muy intensa. El rey era temeroso de Elohim, pero las cuestiones políticas que se dirimían en aquel momento lo colocaban en un lugar de debilidad respecto de sus acciones.

 En el primer relato una mujer queda viuda, y abrumada por las deudas le pregunta a Elishá qué hacer, la respuesta es: “¿con qué cuentas? ¿qué es lo que tienes?” Aunque la respuesta alude a lo concreto, una vasija de aceite que logrará multiplicarse y aliviar las penurias, es importante hacernos esa pregunta todo el tiempo, ¿con qué contamos? Va mucho más allá de lo material, es más, alude a cómo lo material puede acrecentarse debido a lo que seamos capaces de ver en nosotros mismos, de la confianza que depositemos en aquello que nos ha sido brindado, en nuestras capacidades.

El segundo relato al que nos referimos queda profundamente unido a la parashá, donde leemos Akedat Itzjak, la atadura de Itzjak, una historia central de nuestra tradición donde un hijo corre el terrible peligro de ser sacrificado. Un hijo que nació en una situación casi imposible.

Lo mismo ocurre en esta Haftará donde Elishá, nuestro profeta, al igual que los enviados de D’s a Abraham, le promete a una mujer, cuyo marido es ya muy anciano, que va a tener un hijo en el término de un año. La misma promesa que escuchó Sarah de los enviados de D’s, que tan hospitalariamente había recibido Abraham.

Sabemos que Isaac salvó su vida y el mortífero cuchillo sirvió para desatarlo, para librarlo. Así en la Haftará este niño va al campo con su padre en la época que los segadores estaban trabajando, en un momento el niño grita “¡mi cabeza, mi cabeza!” Esta vez no se trataba de un cuchillo, pero uno puede imaginar que estaba en peligro de muerte.

No se nos habla de que existía el peligro de que le cortaran la cabeza, sólo que le dolía. Aún así alude al peligro de la muerte de un hijo. Pero finalmente el niño muere en las rodillas de su madre, quien lo coloca en la cama, cierra la puerta del cuarto como para que su alma no se “escape” y corre a buscar a Elishá, nuestro profeta capaz de hacer milagros.

Elishá, que había recibido una gran hospitalidad de parte de la madre del niño aún antes de que este naciera, se encierra en el cuarto con el niño inerte, y se pone sobre él, su boca brindándole su aliento, su hálito, su rúaj, sus manos y su cuerpo transmitiéndole la tibieza de la vida. Y el niño vuelve a la vida, tal como Itzjak, a un paso de irse para siempre. Elishá hospeda al niño en él y retribuye el calor y la atención recibida.

Uno y otro relato nos hacen pensar la enorme importancia del trato hacia el prójimo, el poder dar, el poder abrigar, y tener la capacidad y la fe para darnos cuenta que tenemos en nuestro haber mucho más de lo que creemos y que muchas veces nos dejamos llevar por la desesperanza y nos abandonamos a lo que suponemos es nuestra mala suerte.

Las dos mujeres de nuestra Haftará tuvieron fe y confianza y llevaron a cabo acciones que modificaron una realidad donde ya veían todo perdido.

Que podamos reconocer las brajot que nos llegan, las manos que nos ayudan, y podamos nosotros también brindar nuestra ayuda para ser bendición para nuestro prójimo.

 

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