Itró: El arte de escuchar

Esta parashá registra la revelación en el Sinaí, el momento más grandioso en los anales de la humanidad. Pero increíblemente la parashá se denomina Itró en honor al suegro de Moshé, quien antes de su conversión era un sacerdote pagano. De forma lógica, uno esperaría que la porción fuera llamada “Moshé” o “Sinaí”, pero obviamente no “Itró”. ¿Cómo podemos entenderlo?

La parashá comienza con las palabras simples pero profundas: Vaishmá Itró – Itró escuchó. La voz de Dios retumbó en todo el universo, pero sólo Itró la escuchó, sólo Itró reaccionó y eligió abandonar su prestigioso puesto de sacerdote en Midián para unirse a los israelitas en el Sinaí. Nuestros Sabios enseñan que cuando los reyes de las naciones escucharon esos asombrosos sonidos, pensaron que estaba por ocurrir un cataclismo y que habría otro Diluvio. Por un breve momento se detuvieron para escuchar, pero entonces su profeta, Bilam, les aseguró que sólo era Dios que entregaba Sus mandamientos, por lo que volvieron a sus viejas costumbres.

A primera vista, deberíamos sentirnos espantados ante semejante estupidez: “Sólo era Dios que entregaba Sus mandamientos“. ¿Cómo pudieron justificar esa postura? Bueno, examinemos nuestra propia vida. ¿Cuánto nos diferenciamos de esos paganos? ¿No somos culpables de la misma insensibilidad? ¿Prestamos atención a la Palabra de Dios, o sólo lo hacemos cuando ocurre una catástrofe? El llamado de Dios nunca cesa. Cada día, una bat kol (una voz Divina) nos convoca a cumplir nuestro destino singular, pero en nuestra búsqueda de la “buena vida”, el brillo y el oro, no escuchamos la voz de Dios. Al igual que los antiguos paganos, sólo nos detenemos a escuchar cuando se avecina la sombra siniestra del desastre. ¿Cuántos estamos realmente dispuestos a detenernos y escuchar la palabra de Dios?

En cada generación, quienes se pusieron a la altura de su llamado y cumplieron la misión de su vida fueron quienes dominaron el arte de escuchar, de oír y entender los mensajes implícitos en el universo. El Talmud cuenta que Rabí Akiva, uno de los Sabios más grandiosos de nuestro pueblo, a los 40 años era un pastor pobre y analfabeto que tuvo un despertar cuando vio que el agua que goteaba continuamente sobre una roca había logrado erosionarla. Si el agua puede erosionar una roca, entonces con certeza la Torá puede alterar una mente o un corazón, razonó. Así fue como se embarcó en una vida de estudio de la Torá.

Sin ninguna duda hubo muchas otras personas que también vieron el mismo fenómeno, pero sólo Akiva realmente lo observó y “oyó” su mensaje. El desafío de escuchar, de tomar consciencia, manifestado en los ejemplos de Rabí Akiva y de Itró, nos habla a nosotros hoy en día. Lamentablemente la mayoría sólo escuchamos lo que queremos escuchar y sólo vemos lo que queremos ver. Nuestro desafío es escuchar los mensajes y responder a ellos como corresponde.

ALEGRARSE POR LOS DEMÁS: LA CARACTERÍSTICA DISTINTIVA DE NUESTRO PUEBLO

La grandeza de Itró quedó aún más evidenciada cuando al llegar al campamento en el desierto, le contaron los maravillosos eventos que habían rescatado al pueblo judío. La Torá relata: Vaijad Itró – Itró se alegró. Nuestros Sabios explican que la palabra vaijad es una expresión de alegría atemperada por la reserva, porque cuando Itró escuchó los asombrosos eventos también sintió un poco de tristeza por sus antiguos amigos, los egipcios.1 De todos modos, Itró proclamó las dos majestuosas palabras que se convirtieron en la característica distintiva de nuestro pueblo a través de los siglos: Baruj hashem – Bendito sea Hashem. “Baruj Hashem” es nuestra respuesta a los desafíos de la vida, a las alegrías tanto como a las dificultades.

A primera vista, puede parecer difícil entender por qué esta frase, Baruj Hashem, debe atribuírsele a Itró. Con seguridad hubo otros que bendijeron a Dios antes que él. ¿Acaso Moshé no alabó a Dios cuando cruzaron el Mar de los Juncos, cuando compuso su glorioso cántico? Pero hay una fina diferencia. Moshé alabó a Dios por los milagros que realizó para Su pueblo, pero Itró le agradeció por las bendiciones que Él dio a otros.

Nuestro objetivo debe ser llegar a alegrarnos por otra persona. Cuando comprendemos que nos alegramos por la felicidad que sienten otros, nos convertimos en seres espirituales elevados. Sin dudas, este es un concepto difícil de aceptar en una cultura que nos condicionó a medir nuestra felicidad en base a lo que adquirimos en lugar de hacerlo en base a lo que damos. Para mantener nuestros valores de Torá, nos vendría bien tener en mente que Dios no nos ordenó ser ricos ni exitosos, pero sí nos ordenó ser generosos, dadivosos, personificar la bondad y proclamar de corazón Baruj Hashem al contemplar la felicidad de los demás.

RECIBIR LA TORÁ EN CADA GENERACIÓN

Cuando el pueblo judío entró al desierto del Sinaí para recibir la Torá, en lugar de estar escrito en ese día está escrito baiom hazé – en este día.2

Nos e trata de un error gramatical, sino que es una profunda enseñanza. La entrega y la recepción de la Torá ocurren a diario. Cada día debemos vernos como si estuviéramos parados en el Monte Sinaí, y cada día debemos volver a comprometernos con el pacto e intentar sentir el mismo fervor y entusiasmo que tuvimos el día en que escuchamos la voz de Dios en el Sinaí.

Incluso el escenario, el lugar donde fue entregada la Torá, es instructivo. Dios eligió el desierto, porque el desierto está vacío. De la misma forma, si deseamos absorber la Sabiduría Divina, debemos ser como un desierto, liberarnos de todas las ideas preconcebidas y permitir que la Torá nos moldee. La Torá fue entregada en el Monte Sinaí, una colina baja, para enseñarnos que la Torá sólo puede encontrar su lugar en un corazón humilde.

Estas son lecciones vitales, porque nuestra generación está repleta de voces. Tantas voces, tantos sonidos que nos atraen, que demandan nuestra atención. La nuestra es una generación en la que abunda la arrogancia; cada uno es un “experto” convencido de que puede “lograrlo” y que lo hace solo, sin la ayuda de Dios. Por eso recibimos la Torá en una colina baja, en el Sinaí, para recordarnos que un requisito para recibir la palabra de Dios es un corazón humilde.

El Rebe de Kotz le preguntó a un niño:

—Dime, ¿en dónde está Dios?

—En todos lados —respondió el pequeño.

—No, hijo. Sólo se encuentra en los corazones de quienes le permiten entrar. En un corazón arrogante, no hay lugar para Su presencia.

Para terminar, recordemos que en el Sinaí Dios nos designó como Su “tesoro amado”, “un reino de sacerdotes y una nación sagrada”.3 Intentemos comportarnos de forma acorde.

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