Parasha Vayikra

Y llamó
Libro Vayikrá / Levítico (1:1 a 5:26)

La parashá Vayikrá detalla, según lo indicado por el Eterno a Moshé, los diferentes sacrificios (korbanot), que toda persona podía ofrecer ante el Cohén.  Sobre cada uno de ellos, el Todopoderoso señaló como debían ser ofrecidos, en qué debían consistir y cómo debían ser quemados y consumidos

La ofrenda Olá, que debía ser de vacuno macho y debía ser consumida por fuego en el altar (Mizbeaj).  

También dentro de esta ofrenda, había las que consistían en presentar ante el Cohén, aves como ser tórtolas o pichones de paloma.

La ofrenda Minjá, que representaba lealtad, era la única, de entre todos los demás korbanot, que no consistía en traer un animal sino vegetal, y lo que debía ofrendarse era harina de sémola. 

La ofrenda de paz, llamada Zévaj Shelamim, consistía en un vacuno o carnero u ovino, macho o hembra. Como ley perpetua, Hashem prohibió a todas las generaciones, comer grasa y sangre.

Si alguien pecara sin intención contra cualquiera de los mandamientos del Eterno, incluso el Cohén Gadol, debían ofrecer un novillo como sacrificio, llamado Jatat. También si la congregación entera pecara por error o un jefe de tribu también pecara por error, cada cual presentará un sacrificio (Jatat) ante el tabernáculo.

Cuando alguien cometiera un pecado como jurar en falso (en un juicio o querella), o tocara alguna cosa impura, o dejara sin cumplir una promesa, o si entrara al Bet Hamikdash en estado de impureza, debía presentar una hembra del rebaño.  

Esta ofrenda se llamó Olé Veiored. Pero si no pudiera traer un animal de rebaño, debía expiar su pecado trayendo dos pichones de paloma o dos tórtolas.  Si no pudiera ofrendar estos animales, debía traer una cierta cantidad de harina al Cohén.

Quien pecare negando a su prójimo lo recibido como depositario o robándole o perjudicándole, o si hallare alguna cosa perdida y lo negare, asumirá su culpa devolviendo la cosa a su propietario y pagando adicionalmente al dueño, un quinto del valor del objeto y llevará al Cohén un carnero para su expiación.

En todos los casos de expiaciones, el Todopoderoso detalló cómo debían ser sacrificados los animales, el destino de sus partes y sus sangres, como así las otras clases de ofrendas.


Rabino Sacks

.Como hemos comentado, ya tantas veces en el transcurso de este año, los líderes se equivocan. Es inevitable. Así, sorprendentemente, lo expresa Vaikrá, la parashá de esta semana.  El tema central es la respuesta de los líderes a sus errores

El tema está tratado en la Torá de manera muy sutil. Nuestra parashá trata sobre las ofrendas por los pecados, que las personas debían realizar cuando se equivocaban. El término técnico es shegaga, que significa causar un mal por error (Levítico 4:1-35).Hiciste algo sin saber que estaba prohibido ya sea por olvido, por ignorancia de la ley o porque no conocías algunos detalles. Pudiste, por ejemplo, cargar algo en un lugar público en Shabat, quizás porque no sabías que estaba prohibido o te olvidaste de que estaba en tu bolsillo, o porque no te diste cuenta de que era Shabat.

La Torá prescribe distintas ofrendas de pecado dependiendo de quién lo cometió. Enumera cuatro categorías: La primera es la del Sumo Sacerdote; la segunda es la de “toda la comunidad” (entendiendo que incluye el Gran Sanedrín, la Suprema Corte); la tercera es el líder (Nasí) y la cuarta es la del individuo común.

En tres de estos cuatro casos la ley se introduce por la palabra im, “si”: si tal persona comete un pecado.  En el caso del líder, sin embargo, la ley está precedida por la palabra asher, “cuando” (Lev. 4: 22). Es posible que un Sumo Sacerdote, la Suprema Corte o un individuo puedan errar. Pero en el caso del líder, es probable, incluso es una certeza que lo hará. Los líderes se equivocan. Es inevitable, una consecuencia de la naturaleza del rol. Hablando del pecado de un Nasí, la Torá utiliza  la palabra “cuando,” no “si”.

Nasí es la palabra genérica que se utiliza para denominar al líder, ya sea gobernante, rey, juez, anciano o príncipe. Generalmente,  se trata de quien ostenta el poder político. En épocas Mishnaicas, los Nasí, los más famosos de los cuales eran los líderes de la familia de Hillel, tenían un rol cuasi gubernamental como representantes del pueblo judío ante el gobierno romano. El Rabino Moisés Sofer (Bratislava, 1762-1839) en una de sus responsas[1] examina la cuestión de por qué, cuando las posiciones de liderazgo en la Torá nunca son dinásticas (nunca pasaban de padre a hijo), el rol del Nasí era una excepción. Muchas veces, efectivamente, pasaba de padre a hijo. Su respuesta, que es históricamente profunda, es que con el declive de la monarquía en el periodo del Segundo Templo y posteriormente, el Nasí asumió las responsabilidades de un rey. Su rol, interna y externamente, era tanto político y diplomático como religioso. Ese es el significado general que se le da a la palabra Nasí.

¿Por qué considera la Torá que este tipo de liderazgo está particularmente sujeto a error? Los estudiosos ofrecen tres posibles explicaciones. R. Ovadia Sforno (a Levítico 4:21-22) cita la frase “Pero Yeshurún engordó y pateó” (Deuteronomio 32:15). Aquellos que ostentan ventajas sobre otros, ya sea en riqueza o poder, pueden perder su sentido moral. Rabenu Bajia concuerda, y sugiere que  los líderes tienden a ser arrogantes y altaneros. Implícita en estos comentarios —es, de hecho, un tema principal en todo el Tanaj — está la idea expresada por Lord Acton en su aforismo: “El poder tiende a corromper, y el poder absoluto, a corromper en forma absoluta[2]”.

R. Elie Munk, citando al Zohar, ofrece una segunda explicación. El Sumo Sacerdote y el Sanedrín estaban en permanente contacto con lo sagrado. Vivían en un mundo de ideales. El Rey o el gobernante político, por el contrario, estaba involucrado  en temas seculares: la guerra y la paz, la administración del gobierno, las relaciones internacionales. Era más probable que pecaran porque sus labores diarias tenían que ver con lo pragmático y no con lo religioso[3].

R. Meir Simja ha-Cohen de Dvinsk[4]  señala que el Rey era especialmente vulnerable a  perder el rumbo por el sentimiento popular. Ni el Sumo Sacerdote ni el Sanedrín debían rendir cuentas al pueblo. El Rey, sin embargo, dependía del apoyo del pueblo. Sin eso, podía ser destronado. Pero eso mismo está colmado de riesgos. Hacer lo que el pueblo quiere no siempre es lo que quiere Dios. Eso, afirma R. Meir Simja, es lo que llevó a David a ordenar un censo (2Sam. 24) y a Zedekiah a ignorar el consejo de Jeremías y rebelarse contra el Rey de Babilonia (2 Cron. 36). Por eso, y por una larga serie de motivos, un  líder político está más expuesto a la tentación y al error que un sacerdote o un juez.

Hay otras razones más[5].  Una, es que la política es un ámbito de conflictos. Trata con ciertos temas —específicamente con  la riqueza y el poder— que son materia de corto plazo,  repisodios que tienden a su

Cero. “Cuanto más tengo yo menos tienes tú. Buscar incrementar mis  beneficios  y los de  grupo entra en conflicto con otros que buscan lo mismo”. La política de las sociedades libres está siempre ligada a los conflictos. Las únicas sociedades que carecen de tales conflictos son las tiránicas y totalitarias, en las cuales las voces disidentes son reprimidas,  y el judaísmo es una protesta permanente contra la tiranía. Por lo tanto, en una sociedad libre, cualquiera sea el camino que elija un político, agradará a algunos y enojará a otros. De esto, no hay escapatoria.

La política implica tomar decisiones difíciles. Un líder debe equilibrar las demandas competitivas y a veces se equivocará. Un ejemplo (uno de los más dramáticos de la historia judía) ocurrió después de la muerte del Rey Salomón. El pueblo acudió a su hijo y sucesor, Rehoboam, protestando porque el Rey Salomón había impuesto cargas intolerables sobre la población, especialmente por la construcción del Templo. Liderados por Jeroboam, pidieron al nuevo Rey que redujera el impuesto. Rehoboam consultó a los asesores de su padre. Ellos le dijeron que accediera al pedido del pueblo. Sírvelos, le dijeron, y ellos te servirán a ti. Rehoboam luego se dirigió a sus amigos que le aconsejaron lo contrario. Rechaza su pedido. Muéstrales que eres un rey poderoso que no está sujeto a intimidaciones (Reyes I 12:1-15).

Fue un consejo desastroso, que tuvo una consecuencia trágica. El reino se dividió en dos, las diez tribus del norte siguieron a Jeroboam, dejando sólo las tribus del sur, conocidas como las de “Judá,” leales al rey. Para Israel, como pueblo en su propia tierra, fue el principio del fin. Un pueblo pequeño, rodeado de imperios grandes y poderosos, necesita siempre unidad, moralidad elevada y un fuerte sentido del destino para poder sobrevivir. Divididos, era  solo una cuestión de tiempo antes de que ambas naciones, la de Israel del norte y la de Judá del sur, cayeran ante otras potencias.

El motivo por el cual los líderes  (a diferencia de jueces y sacerdotes)  no pueden evitar cometer errores es que no hay un manual que enseñe infaliblemente cómo liderar. Los jueces y sacerdotes tienen leyes. Pero para el liderazgo no hay leyes porque cada ser humano es único. Como mencionó Isaías Berlín en su ensayo Juicio Político[6]: en el ámbito de la acción política hay pocas leyes, y lo que se requiere es capacidad para leer la situación. Los estadistas exitosos “captan la particular combinación de las características qué componen una determinada situación – esto y no otra cosa”. Berlín compara esto con el don de grandes novelistas como Tolstoi y Proust[7]. Aplicar reglas inflexibles a un panorama en constante movimiento, destruye las sociedades. Así ocurrió con el comunismo. En las sociedades libres, las personas cambian, la cultura cambia, el mundo más allá de los límites de la nación permanece inmóvil. Por lo tanto, el político verá que lo que funcionó hace una década o un siglo, ya no sirve. En cuestiones de política es fácil equivocarse, y difícil acertar.

Existe una razón más por la cual el liderazgo es tan desafiante. Fue aludido por el sabio Mishnaico R. Nehemías en su comentario sobre el versículo “Hijo mío, si has salido fiador de tu prójimo, si has estrechado la mano en prenda por otro” (Proverbios 6:1).

En la medida en la que el hombre sea un asociado (o sea, se preocupe solamente por su propia religiosidad) no es necesario que se preocupe por la comunidad, ni será castigado por ella. Pero una vez que asume la dirección y  se haya investido con el manto del oficio, no podrá decir: “Debo preocuparme por mi bienestar, no me interesa la comunidad”. En realidad, todo el peso de los temas comunitarios recaerá sobre él. Si ve a un hombre actuando con violencia contra su semejante, o cometiendo una trasgresión y no intenta prevenirlo, será castigado por su culpa… es responsable por él. Ha entrado en la arena de los gladiadores, y el que lo hace, conquista o es conquistado[8].

Una persona privada es responsable solo por sus propios pecados. Un líder asume la responsabilidad por los pecados de las personas que lidera; por lo menos de aquellos que podían ser evitados[9].  El poder trae responsabilidad: cuanto mayor el poder, mayor la responsabilidad.

No hay reglas universales, no hay textos infalibles para el liderazgo. Cada situación es diferente y cada era tiene sus propios desafíos. Un gobernante, a veces en función de los mejores intereses del pueblo, puede tomar decisiones que un individuo consciente no tomaría para su vida privada. Puede decidir declarar una guerra, sabiendo que algunos morirán. Puede tener qué aplicar impuestos, sabiendo que algunos empobrecerán. Sólo después de los hechos sabrá el líder si su decisión estuvo justificada, y eso puede depender de factores que están fuera de su control.

Por lo tanto, el enfoque del liderazgo del judaísmo es esa inusual combinación de realismo e idealismo. Realismo en el sentido del reconocimiento de que los líderes inevitablemente cometerán errores, e idealismo en la constante subordinación de la política a la ética, el poder a la responsabilidad, el pragmatismo a los requerimientos de la conciencia. Lo que importa no es que los líderes nunca se equivoquen (lo cual es inevitable dada la naturaleza del liderazgo) sino que estén siempre expuestos a la crítica profética y que estudien la Torá en forma constante para recordarles los niveles estándares trascendentes y los objetivos finales. El factor más importante, desde la perspectiva de la Torá, es que el líder sea lo suficientemente honesto como para reconocer sus errores. De ahí, la importancia de las ofrendas de pecado.

Rabán Iojanán ben Zakai lo resumió todo con un brillante doble significado de la palabra asher, qué significa “cuando” en la frase “cuando el líder comete un pecado”. Y lo relaciona con la palabra ashrei, “felicidad,” y dice: Feliz es la generación en la que el líder está dispuesto a llevar una ofrenda de pecado por sus errores[10]El liderazgo exige dos tipos de coraje: la fortaleza para correr riesgos y la humildad para reconocer cuando se fracasa.

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