Parashat Behaloteja con comentarios del Rabino Jonathan Sacks

parasha behaloteja

La Parashá
(relato los hechos antes del estudio posterior)

Por el Rab. Ilan Rubinstein

Encendiendo la Luz al Prójimo:

“ Dile a Aarón: Cuando enciendas las luminarias del candelabro, hazlo de modo que alumbren hacia adelante.”
( Bamidbar 8:2 )
Cuando Hashem dio la orden de encender la Menorah, cuenta el Midrash, que el pueblo, sorprendido dijo: “ Acaso hay oscuridad delante de Hashem, que necesita luz en su Templo? “ A lo que Él respondió:
“ No es para Mi beneficio que les pido encender la Menorah, es para vuestro mérito.”
El Midrash lo ilustra diciendo que quien construye una casa hace las ventanas angostas por fuera y anchas por dentro para que la luz entre y se disemine por toda la casa. Pero cuando el Rey Shlomo construyó el Beit Ha Mikdash hizo ventanas angostas por dentro y anchas por fuera para que la luz se diseminara hacia afuera.
El mérito de cumplir el precepto agregaba luz a nuestras vidas. La Menorah contagiaba una luz de espiritualidad y santidad al pueblo de Israel y a todo el mundo.

Cual era este simbolismo?

En Rusia, en el siglo XlX, no había todavía luz eléctrica, las luces de las calles principales de Moscú eran iluminadas con lámparas de kerosen. Todas las noches un empleado municipal llevaba una antorcha en su mano e iba encendiendo una a una hasta iluminar bellamente todas las calles.

Tomando este ejemplo, dijo el Rab. Shalom Dov Ber de Lubabich, la función de cada judío es ser como este empleado municipal. No es suficiente sentirse iluminado espiritualmente por la luz de nuestra alma, nuestra función es hacer el esfuerzo de encender la luz del alma de nuestro prójimo, trayéndole la belleza de las enseñanzas de la Tora a su vida.

Y si pensamos que esto implica un sacrificio o una pérdida, el Midrash nos grafica esto por medio de la delegación de poderes. Nos cuenta la Torá que Moshé sintió el peso abrumador del liderazgo y le pidió a Hashém que lo ayudara. Entonces Hashém le dijo que reuniera a setenta sabios y Él les traspasaría del espíritu de Moshé a ellos.

El Midrash grafica esta situación con la siguiente expresión: “ Es como un hombre que enciende una vela de otra, la nueva vela brilla y la anterior no pierde nada, como alguien que huele un Etrog, el disfruta y el Etrog no pierde nada.

En nuestro caso, la luz de la Menorá nos sigue recordando que transmitir judaísmo genera un gran beneficio al mundo y no nos produce ninguna pérdida.

Donde podamos encender un alma más estaremos trayendo más luz al mundo, la cual nos iluminará también a nosotros

Shabat Shalom Umeboraj

Marcelo Mann


Estudiando la Parashá

Rabino Jonathan Sacks

Del dolor a la humildad

jonathan_sacksComentario del Rabino Jonathan Sacks, traducido del ingles por Ana Barrera.

Editor: Marcello Farias 

David Brooks, en su Nuevo best-seller, El Camino al Carácter (The Road to Character) (1) dibuja una aguda distinción entre lo que él llama el résumé de virtudes – los logros y habilidades que traen el éxito – y el elogio a las virtudes, aquellas de las que se habla durante los funerales: las virtudes y fortalezas que te hacen ser el tipo de persona que eres cuando tú no llevas puestas máscaras o juegas roles, la persona interna que los amigos y la familia reconocen como el tú real.

Brooks relaciona esta distinción a la realizada por el Rabbi Joseph Soloveitchik en su famoso ensayo El Solitario Hombre de Fe (The Lonely Man of Faith) (2). Ahí él habla de Adán

I – la persona humana como creador, constructor, maestro de la naturaleza imponiendo su voluntad sobre el mundo

– y Adán II, la personalidad del pacto, viviendo en obediencia a una verdad trascendente, guiada por un sentido del deber y del bien y la voluntad de servir.

Adán I busca éxito. Adán II lucha por caridad, amor y redención. Adán I vive por la lógica de la economía: la búsqueda de los propios intereses y la máxima utilidad. Adán II vive por la muy diferente lógica de moralidad donde dar importa más que recibir, y conquistar el deseo es más importante que satisfacerlo.

En la moral del universo, el éxito, cuando lleva al orgullo, se convierte en fracaso. El fracaso, cuando lleva a la humildad, puede ser exitoso.

En ese ensayo primeramente publicado en 1965, Rabbi Soloveitchik se preguntó si había un lugar para Adán II en la América de sus días, por lo que la intención era que sobre la celebración de los poderes humanos sobre el avance económico.

Hace cincuenta años, Brooks hace eco de esa duda. “Vivimos”, dice, “en una sociedad que nos alienta a pensar sobre cómo tener una gran carrera, pero deja a muchos de nosotros desarticulados sobre cómo cultivar la vida interior.”

Esto es un tema central en Behaloteja. Hasta ahora nosotros hemos visto al Moisés exterior, obrador de milagros, portavoz de la palabra Divina, sin miedo de confrontar al Faraón de un lado, su propio pueblo en el otro, el hombre que destrozó las tablas grabadas por Dios mismo y quien Lo retó a perdonar a Su pueblo, “y si no, bórrame del libro Tú has escrito” (Ex. 32:32).

Este es el Moisés público, una figura de heroica fortaleza. En la terminología de Soloveitchik, es Moisés I.

En Behaloteja vemos a Moisés II, el solitario hombre de fe. Es una fotografía muy diferente. En la primera escena lo vemos quebrarse. El pueblo se está quejando otra vez sobre la comida. Ellos llevan maná, pero no carne. Ellos se engranan con una falsa nostalgia: “¡Cómo recordamos el pescado que solíamos comer gratis en Egipto! ¡Y los pepinos, melones, puerros, cebollas, y ajos!” (Num. 11:5). Este es un acto de ingratitud que fue demasiado para Moisés, quien da voz a la desesperación profunda. “¿Por qué Tú traes todo este problema a tu siervo? ¿Por qué no he encontrado favor en tus ojos, que Tú estás poniendo la carga de este pueblo entero sobre mí!  ¡Acaso yo concebí este pueblo, o les di nacimiento, que Tú me dices que los lleve en mi regazo en la manera que una nodriza carga un bebé…

No puedo llevar a esta nación completa! ¡La carga es demasiado pesada para mí! ¡Si así es como me vas a tratar, por favor mátame ahora, si tengo favor en tus ojos, porque no puedo soportar ver toda esta miseria! (Num. 11:11-15).

Entonces viene la gran transformación. Dios le dice que tome 70 ancianos quienes compartirán la carga con él. Dios toma el espíritu que está sobre Moisés y lo extiende a los ancianos.

Dos de ellos, Eldad y Medad, entre los seis elegidos de cada tribu, pero quedan fuera de la votación final, empezaron a profetizar dentro del campamento. Ellos también habían tomado el espíritu de Moisés.

Josué teme que esto pueda llevar a retar el liderazgo de Moisés y urge a Moisés a frenarlos. Moisés responde con sorprendente generosidad, “Estás celoso en mi nombre. Haría que todo el pueblo de Dios fueran profetas y que Él descansara su espíritu en cada uno de ellos.” (Num. 11:29). El mero hecho que Moisés ahora sepa que él no está solo, ver setenta ancianos compartir su espíritu, lo cura de la depresión, y ahora el exuda una gentil, generosa confianza que es conmovedora e inesperada.

En el tercer acto, vemos finalmente hacia dónde este drama se ha estado tendiendo. Ahora los propios hermanos de Moisés, Aarón y Miriam, empiezan a despreciarlo. La causa de su queja (la “mujer etíope” que ha tomado por esposa) no es clara y hay muchas interpretaciones. El punto es que, para Moisés, es el momento “Et tu Brute?”. Él ha sido traicionado, o al menos calumniado, por aquellos que son más cercanos a él. Aun así, Moisés no está afectado. Aquí es dónde la Tora hace su gran declaración: “Ahora el hombre Moisés era muy humilde, más que cualquier otro hombre sobre la faz de la tierra” (Num. 12:3)

Esto es un novum en la historia. La idea que el valor más alto del líder es la humildad debe haber parecido absurdo, al menos contradictorio en sí mismo, en el antiguo mundo. Los líderes eran orgullosos, magnificentes, distinguidos por sus ropas, apariencia y regia manera. Se construían templos en su honor. Tenían inscripciones triunfalistas engravadas para la posteridad. Su rol no era servir sino ser servidos. De todos los demás se esperaba humildad, no de ellos.

Humildad y majestuosidad no podían coexistir.

En el judaísmo, esta configuración entera fue volcada. Los líderes debían servir, no ser servidos.

El espaldarazo más alto de Moisés fue ser llamado eved Hashem, el siervo de Dios. Sólo otra persona, Josué, su sucesor, gana este título en el Tanakh.

El simbolismo arquitectónico de los dos grandes imperios del mundo antiguo, el zigurat mesopotámico (la torre de Babel) y las pirámides de Egipto, visualmente representan una jerarquía social, amplia en la base, angosta en lo alto.  La simbología judía, la menorah, era lo opuesto, ancha en lo alto, angosta en la base, como si dijera que en el judaísmo el líder sirve al pueblo, y no viceversa.

La primera respuesta de Moisés al llamado de Dios en la zarza ardiente fue una de humildad: “¿Quién soy yo para liderar?” (Ex. 3:11). Esa fue precisamente su humildad la que calificaba para liderar.

En Behaloteja, seguimos la pista del proceso psicológico que Moisés adquiere en aun un nivel más profundo de humildad. Bajo el estrés de la continua obstinación de Israel, Moisés se vuelve hacia adentro. Escuchen otra vez lo que él dice: “¿Por qué Tú traes todo este problema a tu siervo? …. ¿Acaso yo concebí este pueblo? ¿Les di nacimiento?  ….. ¿Dónde puedo conseguir carne para toda esta gente?  ….. ¡No puedo llevar a esta nación completa! ¡La carga es demasiado pesada para mí!”.

Las palabras clave aquí son: “Yo”, “mi” y “mí mismo”. Moisés ha pasado hacia la primera persona del singular. Él ve el comportamiento de los israelitas como un reto para sí mismo, no Dios.

Dios le ha recordado “¿Acaso es el brazo de Dios demasiado corto?” No es sobre Moisés, es sobre lo que y quién representa Moisés.

Moisés había estado, por demasiado tiempo, solo. No era que el no necesitara la ayuda de otros para proveer al pueblo con comida. Eso era algo que Dios haría sin la necesidad de cualquier intervención humana.

Era que él necesitaba la compañía de otros para terminar con su casi insoportable aislación.

Como lo he notado en otros lugares, la Tora contiene sólo dos veces la frase, lo tov, “no bueno”, una al inicio de la historia humana cuando Dios dice que “No es bueno para un hombre estar solo” (Gen. 2:18), una segunda vez cuando Yitro ve a Moisés liderando solo y dice, “Lo que estás haciendo no es bueno” (Ex. 18:17).

Nosotros no podemos vivir solos. No podemos liderar solos.

Tan pronto como Moisés vio a los setenta ancianos compartir su espíritu, su depresión desapareció. Pudo decir a Josué, “¿Estás celoso en mi nombre?” Y él está sin molestias por la queja de su propio hermano y su propia hermana, rezando a Dios en nombre de Miriam cuando ella es castigada con lepra. Él ha recobrado su humildad.

Entendemos ahora lo que es la humildad. No es autodegradación. C.S Lewis lo puso mejor: la humildad, dice, no es pensar menos de ti. Es pensar en ti menos. La verdadera humildad significa silenciar el “yo”.

Para las personas genuinamente humildes, es Dios, y otras personas y principios lo que importa, no yo. Como lo dijo alguna vez un líder religioso, “Él era un hombre que tomó a Dios tan seriamente que él no tuvo que tomarse a sí mismo seriamente en absoluto”.

“Rabbi Yojanan dijo, Donde sea que tú encuentres la grandeza del Santo, bendito sea Él, ahí encontrarás Su humildad” (3). Grandeza es humildad, para Dios y para aquellos quienes buscan caminar en Sus caminos.

También la grandeza es la única fuente de fortaleza ya que, si no pensamos en el “yo”, nosotros no podemos ser injuriados por aquellos que nos critican o nos degradan. Ellos están disparando a un blanco que no existe más.

Lo que Behaloteja nos está diciendo es que a través de estas tres escenas en la vida de Moisés es que nosotros algunas veces alcanzamos la humildad sólo después de una gran crisis psicológica.

Es sólo después de que Moisés ha sufrido un quiebre y oró por morir que escuchamos las palabras, “El hombre Moisés era muy humilde, más que cualquiera sobre la tierra”. Sufriendo quiebres a través del caparazón del yo, haciéndonos darnos cuenta que lo que importa no es la propia consideración sino la parte que jugamos en un esquema mucho más grande de lo que somos nosotros.

Lehavdil, Brooks nos recuerda que Abraham Lincoln, quien sufría de depresión, emergió de la crisis de la guerra civil con el sentimiento que “la Providencia ha tomado control sobre su vida, que él es un pequeño instrumento en una tarea trascendente” (4)

La respuesta correcta al dolor existencial, él dice, no es el placer sino la santidad, por la que él quiere decir, “ver el dolor como parte de una moral narrativa e intentar redimir algo malo por convertirse en algo sagrado, un acto de servicio sacrificial que puede poner a uno mismo en fraternidad con la comunidad ampliada y con las demandas morales eternas”.

Esto para mí, fue epitomizado por los padres de los tres adolescentes israelíes que fueron asesinados, quienes respondieron a su pérdida creando una serie de premios para aquellos que han hecho lo más por realzar la unidad del pueblo judío – convirtiendo su dolor exterior, y usándolo para ayudar a sanar otras heridas de la nación.

Crisis, fracaso, pérdida o dolor nos pueden mover de Adán I a Adán II, de sí mismo a direccionalidad hacia otros, de la maestría al servicio, y de la vulnerabilidad del “yo” a la humildad que “te recuerda que tú no eres el centro del universo”, sino más bien que “tú sirves a una orden mayor” (5).

Aquellos que tienen humildad son abiertos a cosas más grandes que ellos mismos mientras que aquellos que la carecen no lo son. Eso es por lo que aquellos que carecen de humildad te hacen sentir pequeño mientras que aquellos que la tienen te hacen sentir engrandecido. Su humildad inspira grandeza en otros.

(1) David Brooks, The Road to Character, Allen Lane, 2015.

(2) Rabbi Joseph Soloveitchik, The Lonely Man of Faith, Doubleday, 1992.

(3) Megillah 31a.

(4) Ibid., 95.

(5) Brooks, ibid., 263.

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