Parashat Emor

La Parashá
(relato los hechos antes del estudio posterior)

La Escalera del Omer:
Por el Rab. Gustavo Surazski Ashkelon Israel:

Cuarenta y nueve días pasan entre el éxodo de hijos de Israel de Egipto ( Pesaj) y la revelación del Monte Sinaí y la recepción de la Tora ( Shavuot).

Esta travesía de siete semanas llamada “ La Cuenta del Omer”, es mencionada en nuestra Parashá, Parasha Emor.

En esta época del año el pueblo de Israel se somete a un proceso de preparación interior para la recepción de la Tora, un proceso en el que se intenta romper con la inmundicia egipcia a fin de ingresar a una nueva vida de pureza y santidad.

De acuerdo a nuestros sabios, el pueblo de Israel en Egipto se hallaba inmerso en un proceso de degeneración espiritual.

Según nos enseñan, existen cincuenta pórticos de impureza y en Egipto los hijos de Israel llegaron hasta el pórtico número cuarenta y nueve, cercanos al punto del No Retorno.

Cada año, y con cada día qué pasa de la cuenta del Omer, el pueblo de Israel se va quitando simbólicamente otra capa de impureza y en lugar de adentrarse en la inmundicia se eleva hacia las puertas de santidad.

Este puente entre ambas fiestas nos lleva a una reflexión. Pesaj es la fiesta de la libertad física y la redención del cuerpo. Pero dicha redención no es un fin en sí mismo, sino más bien un paso hacia la renovación espiritual que propone la entrega de la Tora en el Monte Sinaí.

Así como un novio cuenta los días hasta poder unirse con su amada, la Nación de Israel cuenta los días que separan la redención física de la redención espiritual.

Durante los días de festejos por la independencia de Israel, entre carne asada y carbones en brasa, mucho he pensado en este punto. De hecho, existe un claro paralelismo entre la liberación de Pesaj y la Independencia del moderno Estado de Israel.

La independencia es evidentemente algo positivo en sí mismo. Pero como sociedad,  tenemos un programa espiritual? Cómo estado, somos realmente una? ¿ Luz hacia las Naciones ? . La independencia que hemos logrado es parte de un proceso mayor, o ha sido un fin en sí mismo?

El rabino Moshe Garelik se refiere, en su libro “ Parasha U-Fishra “, en este puente llamado “La cuenta del Omer”, que conecta la libertad del cuerpo con la del alma:

“A través de esta cuenta, los hijos de la generación del desierto despojaron a la festividad de Pesaj de su entidad independiente, y la transformaron en la promotora de la festividad de Shavuot.

De esa forma se tendió un puente entre ambas festividades que nos enseña la imposibilidad de separar a la redención física de la redención espiritual; la una no existe sin la otra. La redención nacional de un pueblo estará en peligro si es apreciada como un fin en sí mismo. Muchas revoluciones se han visto debilitadas, cuando sus protagonistas creyeron haber llegado al final del camino y no lograron renovar sus aspiraciones.

La estabilidad de muchos países que lograron su independencia, tambaleó cuando todo lo que quedó fueron las incesantes luchas de poder entre sus libertadores.

La cuenta del Omer le dice “No” a lo que se ha logrado. Considera que el éxodo de Egipto, aún siendo importante y valiosa etapa, nunca podrá reemplazar al puente que nos conduce al crecimiento espiritual representado por la Torá y por la revelación de Sinaí.

“Quiera D’-s que también nosotros podamos unir esta brecha y podamos juntos elevarnos y ascender la escalera que nos completa como sociedad “.

Shabat Shalom Umeboraj
Marcelo Mann


Estudiando la Parashá

Santificando el nombre

Rabino Jonathan Sacks Z´L´

En años recientes  nos hemos sentido, frecuentemente, atormentados ante las noticias  de que líderes judíos e israelíes cometieron actos inmorales. Un Presidente culpable de abuso sexual. Un Primer Ministro acusado de corrupción y soborno. Rabinos de distintos países acusados de malversación financiera, acoso sexual y abuso infantil. Que esas cosas ocurran, habla de un profundo malestar en la vida contemporánea judía.
Está en juego algo más que la moralidad. La moralidad es universal. El soborno, la corrupción y el abuso de poder están mal, independientemente de quién sea el culpable. Pero sin embargo, cuando los culpables son los líderes, hay algo más en cuestión:  los principios introducidos en nuestra parashá de Kidush Hashem y Jilul Hashem.
“No has de profanar Mi sagrado Nombre, que Yo pueda ser santificado en medio de los israelitas. Yo soy el Señor, que os hace santos…” (Levítico 22:23)
Los conceptos de Kidush y Jilul Hashem tienen su historia. Aunque son atemporales y eternos, su desarrollo ocurrió a lo largo del tiempo. En nuestra parashá, según Ibn Ezra, el versículo tiene un sentido acotado y puntual. El capítulo en que ocurre ha hablado sobre los deberes especiales del sacerdocio y el cuidado extremo que se debe tener al servir a Dios dentro del Santuario.
Todo Israel es santo, pero los sacerdotes constituyen una élite santa dentro del hogar simbólico en el seno de la nación. Por lo tanto, las órdenes son una carga especial para que los sacerdotes tengan el cuidado especial de lo santo.
Otra dimensión fue revelada por los Profetas, que usaron la frase de Jilul Hashem para describir la conducta inmoral que conduce a la deshonra de la ley de Dios como código de justicia y compasión. Amós habla de personas que pisotean la cabeza de los pobres como el polvo de la tierra y niega justicia a los oprimidos… y así profanan Mi Sagrado Nombre… (ver Amós 2: 7)
Jeremías invoca Jilul Hashem cuando describe a los que eluden la ley emancipando a sus esclavos para luego capturarlos y volver a esclavizarlos (Jeremias 34: 16). Malají, el último de los profetas, dice esto de los sacerdotes corruptos de su época:
“Desde donde el sol sale hasta donde se pone, Mi Nombre es honrado entre las naciones… pero ustedes lo profanaron” (Malají 1 11-12).
Los sabios sugirieron que Abraham se refería a este tema cuando desafió a Dios por Su plan de destruir a Sodoma y Gomorra, si eso significaba castigar tanto a los justos como a los malvados:
“Que lejos (jalila lejá) sea que haga tal cosa,”
Dios, y el pueblo de Dios deben estar asociados a la justicia. No hacerlo constituye Jilul Hashem.
Una tercera dimensión aparece en el libro de Ezequiel. El pueblo judío, o por lo menos una parte significativa de él, ha sido forzado al exilio en Babilonia. La nación sufrió una derrota. El Templo estaba en ruinas. Para los exiliados era una tragedia humana. Habían perdido su hogar, su libertad y su independencia. Era también una tragedia espiritual: “¿Cómo podremos cantar las canciones del Señor en un país ajeno?”  Pero Ezequiel vio que era también una tragedia para Dios.
Hijo del hombre, cuando el pueblo de Israel habitaba en su propia tierra la profanaron con su conducta y sus acciones…Yo los dispersé por las naciones y fueron diseminados por entre las naciones; Yo los juzgué de acuerdo a su conducta y sus acciones. Y donde quiera que estuvieran entre las naciones profanaron Mi sagrado Nombre pues se decía de ellos: ‘Este es el pueblo del Señor, y sin embargo debió abandonar Su tierra’ (Ez. 36: 17-20).
El exilio era una profanación del nombre de Dios porque el hecho de que hubiera castigado a Su pueblo dejando que fuera conquistado era interpretado por otras naciones como la evidencia de que Dios no era capaz de protegerlo. Esto recuerda al rezo de Moshé después del Becerro de Oro:
“¿Por qué, oh Dios, descargar Tu ira contra Tu pueblo, al que sacaste de Egipto con vasto poder y gran fuerza? ¿Por qué podrán los egipcios decir que Tú lo has sacado con intención malvada, para matarlo en las montañas y purgarlo de la faz de la tierra? Vuelve de Tu ira feroz y evita causar un desastre a Tu pueblo” (Éxodo 32: 11-12).
Esta es parte del pathos Divino. Habiendo elegido identificar Su Nombre con el pueblo de Israel, es como si  Dios hubiera estado aprisionado entre las demandas de justicia por un lado, y la percepción pública por el otro. Lo que pareciera ser una retribución a los israelitas se presentaba como una debilidad ante los ojos del mundo, para los cuales los dioses nacionales se identificaban con el poder y el exilio de Israel solo podía ser interpretado como la falta de poder del Dios de Israel. Eso, dice Ezequiel, es Jilul Hashem, una profanación del Nombre de Dios.
El cuarto sentido quedó claro en el periodo del Segundo Templo. Israel retornó a su tierra y reconstruyó el Templo, pero fueron atacados, primero por los griegos seléucidas durante el reinado de Antíoco IV, y luego por los romanos; los dos  intentaron prohibir la práctica del judaísmo. Por primera vez el martirio fue una característica significativa de la vida judía. Surgió la pregunta: ¿bajo qué circunstancias debían sacrificar su vida los judíos para evitar trasgredir la ley judía?
Los sabios comprendieron que el versículo “Guardarás Mis decretos y Mis leyes que la persona pueda guardar y vivir bajo ellos” (Levítico 18:5) como implicando que “no debían morir por ello”. Salvar una vida precede a la mayoría de los preceptos. Pero hay tres excepciones: las prohibiciones contra el asesinato, las relaciones sexuales prohibidas y la idolatría, en cuyo caso los sabios decretaron que era preferible morir antes de transgredirlos. También indicaron que “en tiempo de persecución” se debía resistir hasta la muerte aun ante el pedido de “cambiar los cordones de los zapatos,” o sea, efectuar cualquier acción que pudiera interpretarse como pasarse al bando enemigo, traicionar y desmoralizar a los que permanecen firmes en su fe. Fue en este tiempo que la frase Kidush Hashem fue utilizada en el sentido de morir como mártir.
Una de las más estremecedoras de todas las respuestas colectivas del pueblo judío fue la de caracterizar a las víctimas del Holocausto como “las que murieron por Kidush Hashem,” o sea, para santificar el Nombre de Dios. Esta no era una obviedad. En el pasado, el martirio era la elección de morir por Dios. Uno de los aspectos demoníacos del genocidio Nazi fue que a los judíos no se les dio la posibilidad de elegir. Al llamarlos, en retrospectiva,   mártires, los judíos dieron a las víctimas, dignidad en la muerte de la que fueron brutalmente despojados en vida.
Existe una quinta dimensión. Así la detalla Maimónides:
Hay otros hechos que se incluyen en la profanación del Nombre de Dios. Cuando una persona de gran conocimiento de la Torá, renombrado por su devoción, comete hechos que aun no siendo transgresiones hacen que otras personas hablen mal de él, eso constituye una profanación del Nombre de Dios…Todo depende de la importancia del sabio…
Las personas vistas como ejemplo deben actuar como tal. La devoción por Dios debe estar acompañada por un comportamiento ejemplar en relación al prójimo. Cuando las personas asocian la religiosidad con integridad, decencia, humildad y compasión, el Nombre de Dios es santificado. Cuando lo asocian con desprecio por los demás y por la ley el resultado es la profanación del Nombre de Dios.
Lo que es común a las cinco dimensiones es el significado de la idea radical, central a la definición de judaísmo, de que Dios ha arriesgado su reputación en el mundo, Su Nombre, “al elegir asociarse con un pueblo único y singular. Dios es el Dios de toda la humanidad. Pero Dios ha elegido a Israel como Su “testigo,” Sus embajadores en el mundo. Cuando fracasamos en cumplir este rol, es como si el prestigio de Dios ante los ojos del mundo hubiera sido dañado.
Durante casi dos mil años el pueblo judío estuvo sin hogar, sin tierra, sin derechos civiles, sin seguridad y si nisiquiera con  la capacidad de conducir su destino. Tuvo el rol que Max Weber denominó “el pueblo paria”. Por definición un paria no puede ser un ejemplo de modelo positivo. Ahí fue dónde el Kiddush Hashem asumió su dimensión trágica del deseo de morir por su fe. Ese ya no es el caso. Actualmente, por primera vez en su historia, los judíos tienen tanto soberanía como independencia en Israel, y libertad e igualdad en todos lados. Kiddush Hashem debe por lo tanto ser restablecido en su sentido positivo de decencia ejemplar en la vida moral.
Eso es lo que llevó a los hititas a llamar a Abraham “príncipe de Dios en nuestro seno”. Es lo que lleva a Israel a ser admirado cuando se dedica a acciones de rescate y ayuda internacional. Los conceptos de Kidush y Jilul Hashem forjan una conexión indisoluble entre lo santo y lo bueno. Perder eso significa traicionar nuestra dimensión de “nación santa”.
La convicción de que ser judío involucra la búsqueda de justicia y la práctica de la compasión es lo que llevó a nuestros antepasados a permanecer leales al judaísmo a pesar de todas la presiones de abandonarlo. Sería una tragedia si perdiéramos esa conexión ahora, en el preciso momento que podemos enfrentar al mundo en iguales condiciones.
Hace mucho tiempo fuimos convocados a demostrarle al mundo que la religión y la moral van de la mano. Nunca esto ha sido tan necesario como en esta era en la que la violencia, motivada por la religión, es flagrante en algunos países, y la desenfrenada secularidad domina en otros. Ser judío es estar dedicado a la propuesta de que amar a Dios significa amar a Su imagen, la humanidad. No hay desafío mayor ni más urgente en el siglo XXI.

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