Parashat Miketz

miketz

 

La Parashá
(relato los hechos antes del estudio posterior)

La Parasha Miketz comienza relatándonos el final de la prisión de Iosef con el sueño de las siete vacas gordas y las siete vacas flacas; (que tuvo el Faraón) y las siete espigas gordas tragadas por siete espigas flacas.

Iosef interpreta los sueños del Faraón que significan que siete años de abundancia serán seguidos de siete años de hambruna y miseria.
Aconseja al Faraón almacenar los granos durante los siete años de abundancia en silos; para ser utilizados en los otros siete años de hambruna.

El Faraón lo nombra a Iosef como Gobernador sobre Egipto. Iosef se casa con Asnat, hija de Potifar y tienen dos hijos, Menashe y Efraim.

Dos hermanos que se llevan de maravillas. Hoy en día cuando bendecimos a nuestros hijos varones en la bendición nombramos a estos dos hermanos.

La hambruna se esparce por toda la región y sólo se puede conseguir comida en Egipto.

Diez de los hermanos de Iosef vienen a Egipto para comprar granos; el más joven Biniamin se queda en casa, porque Iaacov teme por su seguridad. Iosef reconoce a sus hermanos, pero ellos no lo reconocen a él. El los acusa de espías, insiste en que traigan a Biniamin para probar que ellos son quienes dicen ser y pone prisionero a Shimón como rehen. Más tarde, los hermanos descubren que el dinero que pagaron por sus provisiones les es misteriosamente devuelto.

Iaacov accede a enviar a Biniamin sólo después de que Iehuda asuma una responsabilidad personal y eterna sobre él. Esta vez Iosef los recibe amablemente, libera a Shimon, y los invita a una elegante comida en su casa. Pero luego a través de un sirviente hace introducir su copa de oro, supuestamente imbuida de poderes mágicos en la alforja dé Biniamin. Cuando los hermanos parten a la mañana siguiente hacia su casa son perseguidos por la gente de Iosef revisados y arrestados cuando descubren la copa que llevaba Biniamin en su alforja. Iosef ofrece liberarlos con la condición de retener a Biniamin como esclavo.

Shabat Shalom Umeboraj

Marcelo Mann

Estudiando la Parashá con el Rabino Jonathan Sacks Z´L´

Apariencia y realidad

Finalmente después de veintidós años y muchas idas y vueltas, Yosef y sus hermanos se encuentran. Sentimos el drama del momento. La última vez que ellos estuvieron juntos, los hermanos planearon matar a Yosef y eventualmente venderlo como esclavo. Una de las razones por las cuáles lo hacen es que están enojados por sus informes sobre sus sueños. Dos veces Yosef soñó que sus hermanos se inclinarían ante él. Para sus hermanos eso sonaba como arrogancia, exceso de confianza y presunción.

La arrogancia es usualmente castigada por némesis y así fue en el caso de Yosef. Lejos de ser un gobernante, sus hermanos lo convirtieron en esclavo. Eso, sin embargo, resultó no ser el final de la historia sino solamente el inicio. Inesperadamente, ahora en la parsha de esta semana, el sueño justamente se hizo realidad. Los hermanos se inclinan ante Yosef, “sus caras en el suelo” (Gen. 42:6). Ahora, sentimos, la historia ha alcanzado su final. En lugar de eso se convierte solo en el inicio de otra historia por completo, sobre el pecado, el arrepentimiento y el perdón. Las historias bíblicas tienden a desafiar la narrativa convencional.

La razón, sin embargo, de que la historia no termina con la reunión de los hermanos es que sólo una persona presente en el lugar, el propio Yosef, sabía que era un encuentro. “Tan pronto como Yosef vio a sus hermanos, los reconoció, pero pretendió ser un extraño y les habló duramente…Yosef reconoció a sus hermanos, pero ellos no lo reconocieron a él.”

Había muchas razones para que no lo reconocieran. No sabían que él estaba en Egipto. Creían que seguía siendo un esclavo mientras el hombre ante ellos a quien reverenciaron era un virrey. Además, él se veía como un egipcio, hablaba egipcio y tenía un nombre egipcio, Tsofenat Paneakh. Más importantemente, él estaba usando el uniforme de un alto rango egipcio. Ésa había sido la señal de la elevación de Yosef en la mano del Faraón cuando interpretó sus sueños:

Entonces el faraón dijo a Yosef, ‘He aquí que te pongo a cargo de toda la tierra de Egipto’. Entonces el faraón tomó de su dedo su anillo insignia y lo puso en el dedo de Yosef. Lo vistió con túnicas de lino fino y le puso una cadena de oro alrededor de su cuello. Lo hizo andar en una carroza como su segundo al mando, y el pueblo gritaba frente a él, ‘Abran paso’. Así lo puso al mando de toda la tierra de Egipto. (Gen. 41: 14-43).

Nosotros sabemos por las pinturas egipcias y por los descubrimientos arqueológicos como la tumba de Tutankamón, que tan estilizadas y elaboradas eran las túnicas de oficio de los egipcios. De acuerdo a los diferentes rangos se usaban diferentes ropas. Los primeros faraones usaban dos tocados, uno blanco para marcar el hecho de que eran reyes del alto Egipto, y uno rojo en señal de que eran los reyes del bajo Egipto. Como todos los uniformes, las ropas contaban una historia, o como decimos ahora, “hacen una declaración”. Las ropas proclamaban el estatus de una persona. Alguien vestido como el egipcio ante el cual los hermanos habían hecho una reverencia no podía ser su hermano perdido hace mucho tiempo. Excepto que lo era.

Esto parece un asunto menor. Quiero en este ensayo argumentar lo opuesto. Resulta ser un asunto muy grande sin duda. La primera cosa que necesitamos notar es que la Torah como un todo, y el Génesis en particular, tiene una forma de enfocar nuestra atención en un tema mayor: nos presenta con episodios recurrentes. Robert Alter los llama “escenas tipo” (1). Esta es, por ejemplo, el tema de la rivalidad fraternal que aparece cuatro veces en el Génesis: Caín y Abel, Isaac e Ismael, Jacob y Esaú y Yosef y sus hermanos. Está el tema que ocurre tres veces del patriarca forzado a dejar su hogar a causa de la hambruna, y después dándose cuenta de que tendrá que pedirle a su esposa que finja ser su hermana por el miedo de que sea asesinado para que ella pueda ser tomada para el harem real. Y está el tema de encontrar-una-esposa-en-un-pozo, que también ocurre tres veces: Rebeca, Raquel y la hija de Jethro, Zipporah.

El encuentro entre Yosef y sus hermanos es el quinto en una serie de historias en las que las ropas juegan un papel clave. La primera es cuando Jacob se viste con las ropas de Esaú mientras le lleva una comida a su padre para que pueda tomar la bendición de su hermano. La segunda es cuando la túnica finamente bordada de Yosef  o “el abrigo de muchos colores”, la que sus hermanos llevan a su padre manchada de sangre, diciendo que un animal salvaje debió de haberlo atacado.

La tercera es la historia de Tamar quitándose sus ropas de viuda, cubriéndose con un velo y haciéndose a sí misma verse como si fuera una prostituta. Cuarta es la túnica que Yosef deja en las manos de la esposa de Potifar mientras escapa de ella y de su intento de seducirlo. La quinta es la de la parsha de hoy en la que el faraón viste a Yosef como un egipcio de alto rango, con ropas de lino, una cadena de oro y el anillo real.

Lo que los cinco casos tienen en común es que facilitan el engaño. En cada caso, tratan sobre una situación en la que las cosas no son lo que parecen. Jacob usa las ropas de Esaú porque él está preocupado de que su padre ciego lo sentirá y se dará cuenta que la piel suave no le pertenece a Esaú sino a su hermano menor. Al final no es solo la textura sino también el olor de las ropas lo que engaña a Isaac: “Ah, el olor de mi hijo es como el olor de un campo que el Señor ha bendecido” (Gen. 27:27).

La túnica manchada de Yosef fue producida por sus hermanos para disfrazar el hecho de que ellos eran responsables por la desaparición de Yosef. Jacob “la reconoció y dijo, ‘¡Esta es la túnica de mi hijo! Un animal salvaje lo ha devorado. Yosef seguramente ha sido rasgado en pedazos’” (Gen. 37:33).

La apariencia de Tamar vestida como una prostituta con velo tenía la intención de engañar a Judah a dormir con ella pues ella quería tener un hijo “para levantar el nombre” de su esposo muerto Er. Parece que en las leyes pre-mosaicas de matrimonio levirato, otros parientes cercanos como los suegros, no solo los cuñados, podían cumplir con el deber. Judah fue debidamente engañado, y solo se dio cuenta de lo que había pasado, tres meses después, cuando Tamar presentó el cordón y el bastón que había tomado de él como promesa.

La esposa de Potifar usó la evidencia de la túnica de Yosef para sostener su reclamo de que él trató de violarla, un crimen del que era completamente inocente.

Por último, Yosef usó el hecho de que sus hermanos no lo reconocieran para echar a andar una serie de eventos escenificados para probar si ellos aún eran capaces de vender a un hermano como esclavo o si habían cambiado.

Entonces las cinco historias sobre ropas cuenta una sola historia: las cosas no son necesariamente lo que parecen. Las apariencias engañan. Por lo tanto es con un descubrimiento excitante que nos damos cuenta que la palabra hebrea para ropa, b-g-d, es también la palabra hebrea para  “traición”, como en la fórmula de confesión, Ashmanu, bagadnu, “Hemos sido culpables, hemos traicionado”.

¿Es este concepto meramente literario una forma de unir una serie de historias que de otra manera están desconectadas? O, ¿hay algo más fundamental en juego?

Fue en el siglo XIX que el historiador judío Heinrich Graetz apuntó una diferencia fundamental entre otras culturas antiguas y el judaísmo: “El pagano percibe lo Divino en la naturaleza a través del medio del ojo, y se convierte consciente de que algo tiene que ser visto. Por otro lado, el judío que concibe a Dios como un ser fuera del la naturaleza y anterior a ella, lo Divino se manifiesta a sí mismo a través de la voluntad y a través del medio del oído…Los paganos observan a su dios, los judíos Lo escuchan; eso es, percibir Su voluntad” (2).

En el siglo XX, el teórico literario Erich Auerbach contrastó el estilo literario de Homero con el estilo literario de la Biblia hebrea (3). En la prosa de Homero vemos un juego de luces sobre superficies. La Odisea y la Ilíada están llenas de descripciones visuales. Por contraste, la narrativa bíblica tiene muy pocas descripciones así. No sabemos cómo era Abraham, el color del pelo de Isaac, o cómo se veía Moisés. Los detalles visuales son mínimos, y están presentes sólo cuando es necesario entender lo que sigue. Nos dicen por ejemplo que Yosef era buen mozo, (Gen. 39:6) solo para explicar por qué la esposa de Potifar concibió deseo por él.

La clave de estas cinco historias ocurre después en el Tanakh, en la cuenta bíblica de los primeros dos reyes de Israel. Saúl se veía como la realeza. Él tenía “la cabeza y los hombros” por encima de los demás (1 Sam. 9:2). Él era alto. Él tenía presencia. Él tenía el porte de un rey. Pero carecía de confianza en sí mismo. Él siguió al pueblo más de lo que los lideró. Samuel tenía que reprenderlo con las palabras “Tú puedes ser pequeño a tus propios ojos pero eres la cabeza de las tribus de Israel”. La apariencia y la realidad eran opuestas. Saúl tenía estatura física, pero no moral.

El contraste con David era total. Cuando Dios le dijo a Samuel que fuera a la familia de Yishai a encontrar al próximo rey de Israel, nadie pensó en David, el más pequeño de la familia. El primer instinto de Samuel fue elegir a Eliav quien, como Saúl, se veía bien. Pero Dios le dijo, “No consideres su apariencia o su altura, pues yo lo he rechazado. El Señor no mira las cosas que mira la gente. La gente mira la apariencia exterior pero el Señor mira el corazón” (1 Samuel 16:7).

Solo cuando hemos leído todas  estas historias somos capaces de regresar a la primera historia de todas en las que las ropas juegan una parte: la historia de Adán y Eva y la fruta prohibida, después de comerla ellos ven que están desnudos. Ellos sienten vergüenza y se hacen ropas para sí mismos. Esa es una historia para otra ocasión pero es su tema el que debe estar claro ahora. Es sobre ojos y oídos, ver y escuchar. El pecado de Adán y Eva tiene poco que ver con fruta o sexo, y todo que ver con el hecho de que ellos se dejaron llevar por lo que vieron más que por lo que escucharon.

“Yosef reconoció a sus hermanos pero ellos no lo reconocieron a él”.  La razón por la que no lo reconocieron es que, desde el inicio, ellos dejaron que sus sentimientos fueran guiados por lo que veían, la “túnica de muchos colores” eso les inflamó su envidia por su hermano menor. Juzga por las apariencias y te perderás la verdad profunda sobre las situaciones y las personas. Incluso te perderás de Dios Mismo, pues Dios no puede ser visto, solo escuchado. Por eso es por lo que el primer imperativo en el judaísmo es Shema Yisrael, “Escucha O Israel”, y el por qué, cuando nosotros decimos la primera línea del Shema ponemos nuestra mano sobre nuestros ojos para que no podamos ver.

Las apariencias engañan. Las ropas traicionan. El entendimiento profundo, sea de Dios o de los seres humanos, necesita la habilidad de escuchar.

(1) Robert Alter, El arte de la Narrativa Bíblica – The Art of Biblical Narrative, New York, Basic Books, 1981, 55-78.

(2) Heinrich Graetz, La estructura de la historia judía, y otros ensayos – The structure of Jewish history, and other essays, New York, Ktav Publishing House, 1975, 68.

(3) Erich Auerbach, Mímesis: La Representación de la Realidad en la Literatura Occidental – Mimesis: The Representation of Reality in Western Literature. Garden City, NY: Doubleday, 1957, 3-23.

 

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