Parashat Nasó: Transformándonos en Bendición

Parashat Naso
Nos encontramos en la segunda lectura de este cuarto y anteúltimo libro. La semana pasada nos situábamos “en el desierto” donde emprendíamos un viaje por nuestros desiertos en busca de nuevas construcciones y espacios de introspección personal.  Entender el mundo que nos rodea como un gran desierto y salir a buscar nuestros lugares y convertirlos en propios nos va a ayudar con la lectura de esta semana, donde recibimos las Brikat Cohanim.

“Habla a Aharón y a sus hijos diciendo: Así habreis de bendecir a los hijos de Israel diciéndoles.”  Bamidbar 6:23

Dios habló a Moshé pidiéndole que enseñe a su hermano y sus hijos a bendecir. ¿Cómo se bendice? ¿Cuál es la forma correcta? ¿Hay personas designadas para bendecir a otras?

Los sabios nos piden que lo hagamos preferentemente de pie, concentrados en lo que estamos haciendo y diciendo y en caso de bendecir a nuestros hijos poniendo una mano sobre su cabeza. Todos podemos bendecir, y para esto no se necesita tener la capacidad de hablar, de ver o de escuchar, simplemente necesitamos sentir.  Mientras las bendiciones salgan desde lo más profundo de nosotros, van a llegar a destino.

 “Iebarejeja Adonai Veishmereja”
“Iaer Adonai panav eleja vijuneka”
“Isa Adonai panav eleja veiase leja shalom”

Bamidbar 6:24-25-26

Quiera Dios bendecirte, guardarte y cuidarte, quiera Dios entregarte toda su luz para que así puedas descubrir la luz propia y quiera Dios entregarte toda su paz.

Podamos encontrar nuestros propios santuarios donde sepamos detenernos un momento, poner un freno a la rutina, a lo cotidiano para transformar un momento aunque sea a la semana en distinto y especial. Podamos mirar a los ojos, concentrarnos, entendernos, y de esa forma bendecir, guardar y cuidar, compartir luz a través de la mirada y encontrar y transmitir nuestra paz interior.

Brian Bruh


Dos versiones de la vida moral

Rabino Jonathan Sacks Z´L´

Traductor: Carlos Betesh
Editora: Michelle Lahan


La parashá Nasó contiene las leyes referidas a los naziritas: los que tomaron la decisión de observar reglas especiales de santidad y abstinencia: no beber vino, ni nada semejante (incluyendo cualquier bebida derivada de la uva), no cortarse el cabello y no impurificarse por contacto con muertos (Números 6:1-2).Ese estado se observaba habitualmente por un tiempo limitado, generalmente por treinta días. Hubo excepciones a esta regla, los casos más famosos fueron los de Samuel y Sansón, que por la naturaleza milagrosa de su nacimiento fueron consagrados, antes de nacer, naziritas de por vida[1].


Lo que sin embargo no aclara la Torá es, primero, por qué una persona querría adoptar esa forma de abstinencia, y segundo, si esa elección era considerada elogiable, o meramente permisible. Por un lado la Torá llama al nazirita “santo para Dios” (Números 6: 8) y por el otro requiere que al final del período, lleve una ofrenda de pecado (Números 6: 13-14).


Esto llevó a un desacuerdo permanente entre los rabinos de las épocas mishánica, talmúdica y medieval.


Según Rabí Elazar, y luego Maimónides, el nazirita era digno de elogio. Ha elegido voluntariamente llegar a un nivel más elevado de santidad. El profeta Amós (2. 11) dijo: “Yo eduqué a algunos de vuestros hijos para ser profetas y algunos para ser naziritas,” lo que sugiere que el nazirita, como el profeta, es una persona especialmente cercana a Dios. El motivo por el cual debía llevar una ofrenda de pecado era porque estaba retornando a su vida habitual. El pecado era haber dejado de ser nazirita.


Eliezer HaKappar y Shmuel tuvieron una opinión contraria. Para ellos el pecado estaba en haber elegido ser nazirita y por lo tanto rechazar algunos de los placeres del mundo que Dios creó y que declaró buenos. Rabí Eliezer agregó:


“De aquí podemos inferir que si uno decide abstenerse de la satisfacción del vino es llamado pecador, y aun más aquel que decide no gozar de otros placeres de la vida”. (Taanit 11a ; Nedarim 10a)


Está claro que el argumento no es meramente textual. Es substantivo. Se trata del ascetismo, la vida de la auto negación. Casi todas las religiones registran el fenómeno de las personas que, en busca de la pureza espiritual, se abstienen de los placeres y de las tentaciones del mundo. Viven en cuevas, retiros, ermitas, monasterios. La secta de Qumrán que conocemos por los rollos del Mar Muerto, puede haber sido practicante de este movimiento. 


En la Edad Media hubo judíos que adoptaron prácticas semejantes de auto negación, entre ellos el Jasidei Aschkenaz, los Pietistas del norte de Europa, y así también muchos judíos de los países islámicos. Retrospectivamente es difícil no ver en este comportamiento cuanto menos alguna influencia del ambiente no judío. El Jasidei Aschkenaz que floreció en la época de las Cruzadas, vivía entre cristianos que se auto mortificaban. En la contraparte austral puede haber pasado algo parecido por la influencia del sufismo, el movimiento místico del Islam.


La ambivalencia de los judíos respecto a la vida y a la negación de la misma puede deberse a la sospecha que fuera debido a influencias externas. Hubo movimientos ascéticos en los primeros siglos de la era común tanto en Occidente (Grecia) como en Oriente (Persia) que vieron que el mundo físico era un lugar de corrupción y de lucha. En realidad eran dualistas, y sostenían que el verdadero Dios no fue el creador del universo. El mundo físico fue obra de una deidad menor y maligna. Por lo tanto Dios (el verdadero Dios) no sería hallado en el mundo físico con sus placeres sino más bien en la desconexión de ellos.


Los dos movimientos más conocidos que sostenían esta visión fueron el gnosticismo en el Occidente y el maniqueísmo en Oriente. Por lo tanto algunas de las evaluaciones negativas de los naziritas pueden haber surgido del deseo de desalentar prácticas no judías entre los judíos. El judaísmo sostiene firmemente que Dios será hallado en el mundo físico que Él creó, que en el primer capítulo de Génesis es calificado siete veces como “bueno”. No cree en la negación del placer sino en su santificación. 


Lo que es mucho más desconcertante es la visión de Maimónides, que sostiene ambas posturas, la positiva y la negativa en un mismo libro, el código legal Mishné Torá. En Hiljot Deot, adopta la posición negativa de Rabí Eliezer HaKappar:


Una persona puede decir: “El deseo, el honor y demás, son malos caminos para transitar y para remover a una persona del mundo; por lo tanto yo me separo completamente de ellos y voy al extremo opuesto.” Como resultado, él no come carne ni bebe vino, no toma una esposa ni vive en una casa decente y no viste indumentaria decente… Esto también está mal y está prohibido elegir ese camino. (Maimónides, Mishné Torá, Hiljot Deot 3: 1)


Sin embargo, en Hiljot Nazirut dictamina de acuerdo con la evaluación positiva de Rabí Elazar: “Quien toma votos ante Dios (volverse nazirita) por el camino de la santidad, hace bien y es digno de elogio… Efectivamente las Escrituras lo consideran igual que un profeta”[2]. ¿Cómo puede un autor adoptar posturas contradictorias en un mismo libro, sobre todo alguien tan apegado a la lógica como Maimónides?


La respuesta tiene que ver con la extraordinaria percepción de Maimónides en lo referente a la vida moral como es entendida por el judaísmo. Lo que vio Maimónides fue que no hay un solo modelo de vida virtuosa. Identifica dos, llamándolos respectivamente el camino del santo (jasid) y el camino del sabio (jajam).


El sabio se conduce por “la regla de oro”, el “camino medio”. La vida moral es una cuestión de moderación y equilibrio, de marcar una senda entre el exceso y el defecto. El coraje, por ejemplo, es el punto medio entre la cobardía por un lado y la temeridad. La generosidad se encuentra entre la avaricia y la prodigalidad. Esta visión es muy similar a la de Aristóteles en Ética Nicomáquea.


El santo, en contraste, no sigue la senda del medio. Es una persona que tiende a los extremos, ayunando en lugar de comer con moderación, abrazando la pobreza en lugar de adquirir una fortuna fortuna modesta, y así sucesivamente. En varias partes de sus escritos, Rambam explica por qué las personas pueden adoptar los extremos. Una razón es el arrepentimiento y la transformación del carácter[3]. Entonces una persona se puede curar de su orgullo al practicar, por un tiempo, la auto-humillación. Otra es la asimetría de la personalidad humana. Los extremos no tienen la misma fuerza. La cobardía es mucho más común que la temeridad, y la miseria que la prodigalidad, que es la razón por la cual es jasid se inclina hacia el lado opuesto. Una tercera razón es la tentación de la cultura circundante. Puede oponerse tanto a los valores religiosos que las personas piadosas eligen separarse de la sociedad en general, “vistiéndose de lana y ropas con pelos, viviendo en las montañas y errando en el desierto”[4], diferenciandose por su comportamiento extremo.


Esta es una presentación matizada. Hay momentos en que, para el Rambam, la auto-negación es terapéutica, otros en que es intrínseca a la ley de la Torá, e incluso otras en que es una respuesta a una época excesivamente hedonista. Sin embargo, en general Maimónides dictamina que nos es ordenado seguir el camino del medio, mientras que el camino del santo es lifnim mishurat hadin, más allá del requerimiento estricto de la ley.[5]


Moshe Halbertal, en su reciente e impresionante estudio de Maimónides[6], lo percibe como refinando la tensión fundamental entre el ideal civico de la tradición política griega y el ideal espiritual del extremista religioso para quien, como dijo el Kotzker Rebe, “El camino del medio es para los caballos”. Para el jasid, el sabio de Maimónides puede parecer una “burgués satisfecho”.


Estas no son meramente dos clases de personas sino dos maneras de entender la vida moral en sí. ¿El objetivo de la vida moral es el de alcanzar la perfección? ¿O es el de crear relaciones afectuosas y una sociedad decente, justa y misericordiosa? La respuesta intuitiva de la mayoría de las personas sería: las dos. Lo que hace que Maimónides sea un pensador tan agudo es que percibe que no es posible tener ambas cosas, ya que son situaciones totalmente diferentes.


Un santo puede donar todo su dinero a los pobres. ¿Pero, qué pasaría con los integrantes de su familia? Podrían sufrir por su extrema auto negación. Un santo puede negarse a luchar en una batalla. ¿Pero qué pasaría con la defensa del país en el que vive? Un santo puede perdonar todos los crímenes cometidos contra él. ¿Pero qué pasaría entonces con el imperio de la ley y la justicia? Los santos son personas sumamente virtuosas, tomadas a nivel individual. Pero no se puede construir una sociedad solamente con santos. En realidad, a ellos no les interesa la sociedad. 


Fue la profunda intuición de Maimónides la que lo llevó a sostener las evaluaciones aparentemente contradictorias del nazarita. El nazarita ha elegido, por lo menos por un período, llevar a cabo una vida de extrema autonegación. Es un santo, un jasid. Ha elegido el camino de la perfección personal. Eso es noble, elogiable y ejemplar.


Pero no es el camino del sabio, y los sabios son necesarios para conseguir una sociedad perfecta. El sabio no es extremista porque se da cuenta de que hay otras personas en juego. Están los miembros de su propia familia, como así también los otros dentro de la comunidad. Hay colegas que trabajan. Hay un país que defender y una sociedad que ayudar a construir. El sabio sabe que no puede dejar todos estos compromisos de lado para buscar una vida de soledad virtuosa. Hemos sido llamados por Dios para vivir en el mundo, no para huir de él; en sociedad, no en reclusión; luchar para crear un equilibrio entre las presiones en conflicto, no concentrarnos en algunos y dejando de lado otros.
Por lo tanto, mientras que desde una perspectiva personal el nazirita es un santo, desde la social es, por lo menos figurativamente, un “pecador” que debe ofrecer la expiación por su pecado.


Maimónides vivió la vida como la predicó. Sabemos por sus escritos que ansiaba estar recluido. Hubo años en los que trabajaba de día y de noche para escribir su Comentario a la Mishná y después su Mishné Torá. Pero también tuvo en cuenta su responsabilidad hacia su familia y la comunidad. En su famosa carta al supuesto traductor Ibn Tibbon[7] relata cómo eran sus días y semanas típicos de trabajo, en los que debía soportar el doble peso de ser un médico de fama mundial y un sabio y halajista internacionalmente reconocido y requerido. Trabajaba hasta quedar exhausto[8].


Maimónides fue un sabio que ansiaba ser santo, pero sabía que no podía serlo si además debía honrar su responsabilidad para con su pueblo. Ese es un juicio emocionante y profundo que aún hoy tiene el poder de inspirarnos.

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