Parashat Vayera con cometarios del Rabino Jonathan Sacks

vayera

Una ideología del mal

Por Shmuel Rabinowitz

La historia de Sodoma nos recuerda que cuando el orgullo se apodera de una sociedad, el mal sigue.

Hace dos semanas, leímos en la parashá Noé acerca de la promesa de Dios de no traer otro diluvio sobre el mundo. “Ya no heriré a todos los seres vivos como lo he hecho … y nunca más habrá un diluvio para destruir la tierra”.

Esta semana, leímos la historia de Sodoma y Gomorra y el severo castigo infligido sobre ellos: el borrado de estas ciudades del mapa. A la luz de la promesa dada después del diluvio, entendemos que las acciones del pueblo de Sodoma fueron tan terribles y malvadas que merecían un castigo como el diluvio, pero de una manera localizada y limitada. ¿Qué fue tan terrible acerca del comportamiento de la gente de Sodoma? En realidad, no se indica explícitamente en la parashá.

Pero sí leemos acerca de dos invitados que llegaron a Sodoma hacia la noche y fueron recibidos por Lot, el sobrino de Abraham. Cuando la noticia de su llegada se extendió por la ciudad, todos los habitantes, “tanto jóvenes como viejos, toda la población de todos los extremos [de la ciudad]”, rodearon la casa de Lot.

Le exigieron que enviara a los invitados fuera de la casa, porque querían abusar de ellos. ¿Qué los motivó? ¿Por qué se oponían tanto a recibir transeúntes? El profeta Ezequiel responde a estas preguntas cuando amonesta al pueblo de Judea en el siglo V AEC por sus pecados, comparándolos con el pueblo de Sodoma: “He aquí que esta fue la iniquidad de Sodoma, tu hermana: el orgullo, la abundancia de pan y la facilidad descuidada eran suyas y de sus hijas, y ella no fortaleció la mano de los pobres y necesitados.

Y se volvieron altivos e hicieron abominación delante de mí…” (Ezequiel 16:49-50). El orgullo estaba en la raíz de todas las malas acciones de los sodomitas. Este orgullo fue expresado por su estilo de vida inmoral.

La gente de Sodoma no sólo se abstuvo de ayudar a los pobres o transeúntes, sino que vieron ese egoísmo como una ideología. Promulgaron leyes que prohibían ayudar a los pobres, y castigaron severamente a aquellos cuya conciencia los llevó a tener compasión por los demás, violando así sus decretos malvados. Si queremos un ejemplo de esta ideología sodomita, no tenemos que ir muy lejos. Todavía tenemos vivos entre nosotros a aquellos que vivieron bajo el régimen nazi, uno que convirtió el mal y la arrogancia en una ideología que se manifestó tanto en la legislación como en actos horribles.

Si el odio a los judíos y la “Solución Final” surgieron del antisemitismo clásico, ¿qué llevó al mal que provocó las escalofriantes ejecuciones de personas discapacitadas? Es difícil de comprender, pero la historia de Sodoma nos hace enfrentar este fenómeno y nos recuerda las profundidades a las que el hombre puede hundirse si alimenta su orgullo y arrogancia, sus inclinaciones malvadas e indiferencia.

En los Capítulos de los Padres, encontramos un desacuerdo entre los Tannaim: “Uno que dice: ‘Lo mío es mío, y lo tuyo es tuyo’ – este es un tipo común, y algunos dicen que este es un tipo de carácter de Sodoma” (Mishná, Capítulos de los Padres, Cap. 5). ¿Cómo puede ser tan extremo este desacuerdo? En una opinión, la actitud de que “lo mío es mío y lo tuyo es tuyo” es común, incluso clásica; pero en la opinión opuesta, ¿esta actitud representa el mal absoluto de Sodoma? A decir verdad, ambas opiniones son precisas.

Cuando la actitud proviene de la debilidad humana, es un lugar común. Entonces, aunque no es admirable, no es tan terrible. Pero cuando esta actitud se convierte en una ideología para vivir, entonces se considera un mal de Sodoma que no debería existir. El abismo más oscuro en el que puede caer la humanidad no es cuando el hombre capitula ante sus inclinaciones, o cuando alguien actúa corruptamente sin conciencia.

Situaciones como esas son reparables. Lo peor es cuando una sociedad adopta con orgullo el mal como ideología. Situaciones como esas son irreparables.


Superando Escollos

por el Rabino Jonathan Sacks Z´L´

Al comienzo, la misión de Moshé parecía exitosa. Él temía que el pueblo no le creyera, pero Dios le había dado señales para demostrar, y también a Aarón para que hablara por él. Moshé “desplegó portentos ante el pueblo, y le creyeron. Y cuando escucharon que el Señor estaba preocupado por ellos y que había visto su padecimiento, se inclinaron y Lo veneraron.” (Éxodo 4:30-31)

Pero la situación empieza a deteriorarse, sigue empeorando. La primera presentación de Moshé ante el Faraón resulta desastrosa. El Faraón se niega a reconocer a Dios. Rechaza la propuesta de Moshé de permitir que el pueblo saliera al desierto. Hace que la vida de los israelitas sea aún peor. Deben cumplir con la cuota de fabricación de ladrillos, pero además ahora están obligados a buscar su propia paja. El pueblo se vuelve en contra de Moshé y Aarón: “¡Que el Señor te mire y te juzgue! Has hecho que el Faraón y sus oficiales nos detesten, y has puesto una espada en sus manos para que nos maten.” (Éxodo 5:21)

Moshé y Aarón vuelven a presentarse ante el Faraón para reiterar la propuesta. Como señal, transforman una vara en serpiente, pero al Faraón no le causa mayor impacto. Sus propios magos pueden hacer lo mismo. Después provocan la primera plaga, pero nuevamente el Faraón no se inmuta. No dejará salir a los israelitas. Y así se reitera, nueve veces. Moshé hace todo lo que puede pero nada cambia. Los israelitas siguen siendo esclavos.

Percibimos la presión a la que está sometido Moshé. Después del primer obstáculo, al final de la parashá de la semana anterior, se torna a Dios y se queja amargamente: “¿Por qué, Señor, has causado problemas a este pueblo? ¿Para esto me has enviado? Desde que me presenté ante el Faraón para hablar en Tu nombre él ha causado problemas a este pueblo y Tú no has salvado a Tu pueblo en absoluto.” (Éxodo 5:22-23)

En la parashá Vaerá de esta semana, aunque Dios le ha asegurado que oportunamente salvará a Su pueblo, Moshé dice: “Si los israelitas no me hacen caso, ¿por qué lo habría de hacer el Faraón, siendo que yo hablo con labios vacilantes?” (Éxodo 6:12)

Aquí hay un mensaje perdurable. El liderazgo, aún el del más alto nivel, frecuentemente está signado por el fracaso. Los primeros pintores impresionistas tuvieron que organizar sus propias exhibiciones porque sus obras eran rechazadas por las galerías de París. La primera presentación de La consagración de la Primavera de Stravinski generó una batahola, con expresiones de rechazo de los asistentes durante toda la función. Van Gogh vendió una sola de sus obras en vida, pese a que su hermano Teo era marchand.

Es así con los líderes. Abraham Lincoln enfrentó numerosos escollos durante la Guerra Civil. Fue un personaje muy cuestionado, odiado por muchos a lo largo de toda su vida. Gandhi fracasó en su intento de unir en una nación a musulmanes e hindúes. Nelson Mandela estuvo preso durante veinte años acusado de traidor y agitador violento. Winston Churchill fue considerado en la década de 1930 como político acabado, y aún después de su heroico liderazgo en la Segunda Guerra Mundial, perdió la primera elección general después del final de la Guerra. Solo retrospectivamente los héroes aparecen como heroicos, y muchos de los inconvenientes superados resultaron ser etapas en el camino a la victoria.

En nuestra discusión de la parashá Vayetzé vimos que en cada ámbito – bajo o alto, sagrado o secular – los líderes eran definidos no por sus éxitos sino por sus fracasos.

A veces es fácil ser exitoso. Las condiciones pueden ser muy favorables. El momento económico, político o personal puede ser bueno. Cuando hay bienestar económico la mayoría de los negocios florecen. En los primeros meses posteriores a una elección general, el líder exitoso trae consigo el carisma de la victoria. En el primer año, la mayoría de los matrimonios es feliz. No se necesitan grandes atributos para ser exitoso en los tiempos buenos.

Pero después el clima cambia. A la larga siempre ocurre. Es ahí donde muchos negocios, políticos y matrimonios fracasan. Hay momentos en los cuales aún los más grandes trastabillan. Es en esas instancias en que se pone a prueba el carácter. Los grandes hombres o mujeres no son los que nunca fracasan. Son aquellos quienes sobreviven ese escollo, y siguen adelante,  se niegan a ser derrotados, nunca se dan por vencidos. Siguen probando. Aprenden de cada error que cometen. Tratan al fracaso como una experiencia de aprendizaje. Y por cada derrota superada se tornan más fuertes, más sabios y más decididos. Esa es la historia de la vida de Moshé tanto en la parashá Shemot como en la de Vaerá.

Jim Collins, uno de los grandes autores sobre liderazgo, lo expresa así:

El sello de los hombres verdaderamente grandes comparados con los meramente exitosos no se debe a la ausencia de dificultades, sino a la  capacidad de retornar, luego de contratiempos – aún catástrofes cataclísmicas – más fuertes que antes… El camino de salida de la oscuridad comienza con esos individuos exasperantemente persistentes que tienen, en su constitución personal, la incapacidad de capitular. Una cosa es sufrir una derrota rotunda… otra es ceder valores y aspiraciones que hacen que la lucha persistente tenga sentido. El fracaso no es tanto un estado físico como un estado mental; el éxito consiste en  caerse y levantarse una y otra vez, sin fin.[1]

El Rabino Ytzjak Hutner escribió en una ocasión una poderosa carta a un discípulo que estaba desanimado por sus repetidos fracasos en el  aprendizaje del Talmud:

Una falla que muchos de nosotros sufrimos es cuando nos enfocamos en los  logros supremos de grandes personas, discutimos cómo son tan completos en esta o esta otra área, sin considerar las grandes luchas internas que habían sufrido. Se podría tener la impresión de que estos individuos surgieron de la mano de su creador en un estado de perfección…

El resultado de esta impresión es que cuando un joven ambicioso con espíritu y entusiasmo se encuentra con obstáculos, tropieza y cae, se imagina no tener el valor de ser “plantado en la casa de Dios” (Salmos 92:13)…

Sin embargo debes saber, mi querido amigo, que tu alma no está enraizada en la tranquilidad de la buena inclinación sino en la batalla de la buena inclinación… La expresión inglesa “Pierde una batalla pero gana la guerra,” es aplicable. Con certeza has trastabillado y lo harás una vez más, y en muchas batallas caerás herido. Pero te prometo que después de perder en esas campañas emergerás de la guerra con los laureles de la victoria sobre tu cabeza… Los hombres más sabios dijeron, “Un hombre virtuoso cae siete veces, pero se levanta nuevamente.” (Proverbios 24:16). Los simples creen que la intención de este versículo es enseñarnos que el hombre virtuoso cae siete veces y, a pesar de ello, se levanta. Pero los sabios son conscientes que la razón por la que el hombre virtuoso se levanta nuevamente es debido a sus siete caídas.[2]

El punto que señala Rabí Hutner es que la grandeza no se puede alcanzar sin fracasos. Hay alturas a las que no es posible llegar sin haber caído previamente.

Durante años tuve sobre mi escritorio un lema de Calvin Coolidge, enviado por un amigo que sabía lo fácil que es desanimarse. Decía:

“Nada en este mundo puede reemplazar a la persistencia. No es así con el talento: no hay nada más común que ver personas talentosas no exitosas. Tampoco lo es con el genio; los genios no premiados son casi un proverbio. En cuanto a la educación, el mundo está repleto de personas educadas pobres. Solo la persistencia y la determinación son omnipotentes.” 

Yo sólo agregaría, “Y siata diShmaia, con la ayuda del Cielo.” Dios nunca pierde la fe en nosotros aun cuando a veces perdemos la fe en nosotros mismos.

El modelo ideal es el de Moshé, quien a pesar de todos los obstáculos descritos en las parashiot de esta semana y la anterior, con el tiempo se transformó en el hombre de quien se dijo que “tenía ciento veinte años cuando murió, sus ojos sin merma, su energía intacta.” (Deuteronomio 34:7)

Las derrotas, las demoras y las decepciones, duelen. Le dolieron aun a Moshé. Por lo tanto, si en alguna ocasión nos sentimos desmoralizados y desanimados, es importante recordar que hasta los más grandes personajes fracasaron. Lo que los hizo grandes fue que persistieron. El camino al éxito pasa por muchos valles de fracaso. No hay otra vía posible.

[1] Jim Collins, How the Mighty Fall: And Why Some Companies Never Give In (New York, Harper Collins, 2009), 123.

[2] Rabino Ytzjak Hutner, Sefer Pajad Ytzjak: Igrot u Ketavim (Gur Arie, 1981), no. 128, 217-18.

Traductores

Carlos Betesh

Editores

Abraham Maravankin