Parashat Vayetze con comentario del Rabino Jonathan Sacks

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La Parashá

(relato los hechos antes del estudio posterior)

Esta parashá nos relata cuando Iaacov deja su lugar de nacimiento en Beersheva  y viaja a Jarán. En el camino se encuentra con “ El lugar” y duerme allí, soñando con una escalera que conecta el cielo con la tierra y con ángeles subiendo y bajando por ella.

Hashém se le aparece y promete que la tierra sobre el cual está acostado será dada a sus descendientes. Por la mañana Iaacov eleva la piedra sobre el cual apoyó su cabeza como un altar y un monumento prometiendo que será la casa de D”s.

Iaacov se queda en Jarán donde trabaja para su tío Labán, cuidando sus ovejas.

Labán concuerda en darle su hija menor Raquel a quien Iaacov ama, para casarse con ella, como paga por siete años de trabajo. Pero la noche del casamiento Laban le entrega a la hija mayor Lea, un engaño que Iaacov solo descubre a la mañana siguiente de la noche de boda.

Iaacov se casa también con Raquel una semana más tarde luego de aceptar trabajar siete años más para Labán.

Iaacov tiene con Lea seis hijos: Rubén, Shimon, Levi, Iehuda, Isajar y Zvulun y una hija Dina.

Mientras que Raquel es estéril. Raquel le da a Iaacov su sirvienta Bila, para tener hijos con ella para Raquel y dos hijos más, Dan y Naftali nacen.

Lea hace lo mismo con su sirvienta Zilpa, de quien nacen Gad y Asher. Finalmente las plegarias de Raquel son respondidas y nace Iosef.

Iaacov estuvo en Jaran 14 años y desea retornar a su casa, pero Labán lo convence de quedarse ofreciéndole sus ovejas como paga de sus trabajos.

Iaacov prospera a pesar de sus repetidos intentos de Labán por arruinarlo.

Luego de seis años Iaacov deja Jarán a escondidas temiendo que Labán no le permita irse con su familia y riquezas por las cuales había trabajado. Labán y Iaacov hacen un pacto en el Monte Galed y Iaacov continúa viaje a Tierra Santa, donde es encontrado por ángeles.

Shabat Shalom Umeboraj

Marcelo Mann

Estudiando la Parashá con el Rabino Jonathan Sacks Z´L´

Luz en tiempos de oscuridad

¿Qué fue lo que hizo a Jacob – y no a Abraham, o Isaac, o Moisés – el verdadero padre del pueblo judío? Nosotros somos la “congregación de Jacob”, “los hijos de Israel”. Jacob/Israel es el hombre cuyo nombre nosotros llevamos. Aunque Jacob no empezó el camino judío; lo hizo Abraham. Jacob no enfrentó un juicio como el de Isaac en el pacto. El no llevó al pueblo fuera de Egipto o les llevó la Torah. Sin duda, todos sus hijos se quedaron dentro de la fe, a diferencia de Abraham o Isaac. Pero eso simplemente empuja la cuestión hacia atrás un nivel. ¿Por qué tuvo éxito donde Abraham e Isaac fallaron?

Parece que la respuesta se encuentra en la parsha de esta semana y en la que sigue. Jacob era el hombre cuyas grandes visiones vinieron a él cuando estaba solo en la noche, lejos de su hogar, huyendo de un peligro a otro. En la parsha de esta semana, escapando de Esaú, él se detiene y descansa por la noche con solo piedras para recostarse y tiene una epifanía:

El tuvo un sueño en el que él vio una escalera descansado sobre la tierra, con la parte superior alcanzando el cielo, y los ángeles de Dios estaban ascendiendo y descendiendo sobre ella…Cuando Jacob se despertó del sueño, pensó, “Seguramente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía”. El estaba asustado y dijo, “¡Qué maravilloso es este lugar! Esta es nada menos que la casa de Dios; esta es la puerta del cielo.” (Gen. 28: 12-17)

En la parsha de la siguiente semana, huyendo de Labán y asustado por la posibilidad de encontrarse con Esaú nuevamente, él lucha solo durante la noche con un extraño sin nombre.

Entonces el hombre dice, “Tu nombre no será más Jacob, sino Israel, porque tú has luchado con Dios y con humanos y has superado”….Entonces Jacob llamó al lugar Peniel, diciendo, “Esto es porque yo vi a Dios cara a cara, y aún así mi vida fue perdonada.” (Gen. 32: 29-31)

Estos son los encuentros espirituales decisivos en la vida de Jacob, aunque suceden en un espacio intermedio (el espacio que no es ni el inicio ni el destino), en un momento cuando Jacob estaba en riesgo en ambas direcciones, desde donde él venía y hasta donde estaba yendo. Y aún así fueron en estos puntos de máxima vulnerabilidad que él se encontró con Dios y encontró el coraje de continuar a pesar de todos los peligros del camino.

Esa es la fuerza que Jacob legó al pueblo judío. Lo que es notable no es meramente que este es un pueblo pequeño que sobrevivió tragedias que pudieron haber deletreado el final de cualquier otro pueblo: la destrucción de dos templos, las conquistas de Babilonia y Roma, las expulsiones, persecuciones y pogromos de la Edad Medio, el levantamiento del antisemitismo del siglo XIX en Europa y el Holocausto. Después de cada cataclismo, se renovó a sí mismo, escalando nuevas alturas de logros.

Durante el exilio babilonio profundizaron su compromiso con la Torah. Después de la destrucción romana de Jerusalén se produjeron grandes monumentos literarios de la Torah Oral: el Midrash, la Mishnah y la Gemara. Durante la Edad Media se produjeron obras maestras de ley y comentarios de Torah, poesía y filosofía. A sólo tres años del Holocausto se proclamó el estado de Israel, el regreso judío a la historia después de la noche más oscura de exilio.

Cuando me convertí en Gran Rabino tuve que pasar un examen médico. El doctor me puso sobre un andador, caminando con un paso muy brusco. “¿Qué es lo que está examinando?” Le pregunté. “¿Qué tan rápido puedo andar o por cuánto tiempo?” “Ninguno”, me respondió. “Lo que estoy probando es cuánto tiempo le lleva a su pulso a recobrar su pulso normal una vez se baje usted de la andadora.” Entonces fue que descubrí que la salud es medida por el poder de la recuperación. Esa es una verdad para todos, pero lo es al doble para los líderes y para el pueblo judío, una nación de líderes (eso, creo, es lo que la frase “un reino de sacerdotes” quiere decir).

Los líderes sufren crisis. Es un hecho en el liderazgo. Cuando le preguntaron a Harold Macmillan, Primer Ministro de Gran Bretaña entre 1957 y 1963 cuál era el aspecto más difícil de su tiempo como gobernante, el respondió, “Eventos querido chico, eventos”. Pasaron cosas malas, y cuando suceden, el líder debe tener la fuerza para que los otros puedan dormir fácilmente en sus camas.

El liderazgo, especialmente en asuntos del espíritu, es profundamente estresante. Cuatro figuras en el Tanaj – Moisés, Elías, Jeremías y Jonás – rezaron para morir en lugar de continuar. No fue esto verdad solo en un pasado distante. Abraham Lincoln sufrió de grandes ataques de depresión. También lo hizo Churchill, quien llamó a esto su “perro negro”. También Gandhi y Martin Luther King intentaron suicidarse en la adolescencia y experimentaron enfermedades depresivas en su vida adulta. Lo mismo fue verdad para muchos grandes artistas creativos, entre ellos Miguel Ángel, Beethoven y Van Gogh.

¿Es la grandeza la que lleva a momentos de desesperación, o momentos de desesperación lo que lleva a la grandeza? ¿Es que aquellos que lideran internalizan el estrés y las tensiones de su tiempo? ¿O es que aquellos que se acostumbran al estrés en sus vidas emocionales encuentran la salida en llevar vidas excepcionales? No hay una respuesta convincente para esto en la literatura hasta el momento. Pero Jacob era un individuo más emocionalmente volátil de lo que fue Abraham, quien era más sereno incluso afrontando grandes juicios, o Isaac que fue usualmente introvertido. Jacob temía, Jacob amaba; Jacob pasó más de su tiempo en el exilio que los otros patriarcas. Pero Jacob perduró y persistió. De todas las figuras en el Génesis, él es el gran sobreviviente.

La habilidad para sobrevivir y recuperarse es parte de lo que es necesario para ser un líder. Es en la voluntad de vivir una vida de riesgos que hace que tales individuos se diferencien de los otros. Así lo dijo Theodor Roosevelt en uno de los grandes discursos sobre el tema:

No es el crítico quien cuenta, ni el que señala con el dedo al hombre fuerte cuando tropieza o el que indica en qué cuestiones quien hace las cosas podría haberlas hecho mejor. El mérito recae exclusivamente en el hombre que se halla en la arena, aquel cuyo rostro está manchado de polvo, sudor y sangre, el que lucha con valentía, el que se equivoca y falla el que golpe una y otra vez, porque no hay esfuerzo sin error y sin limitaciones. El que cuenta es el que de hecho lucha por llevar a cabo las acciones, el que conoce los grandes entusiasmos, las grandes devociones, el que agota sus fuerzas en defensa de una causa noble, el que, si tiene suerte, saborea el triunfo de los grandes logros y si no la tiene y falla, fracasa al menos atreviéndose al mayor riesgo, de modo que nunca ocupará el lugar reservado a esas almas frías y tímidas que ignoran tanto la victoria como la derrota (1)

Jacob sufrió la rivalidad de Esaú, el resentimiento de Labán, la tensión entre sus esposas e hijos, la temprana muerta de su amaba Rachel y la pérdida, durante veintidós años, de su hijo favorito José. El dijo al Faraón, “Pocos y duros han sido los años de mi vida” (Gen. 47:9). Aunque en el camino “encontró” ángeles, y así ellos estuvieran luchando con él o subiendo la escalera al cielo, ellos iluminaron la noche con el aura de la trascendencia.

Intentar, fallar, temer, y aún así seguir adelante: eso es lo que se requiere para ser un líder. Así fue Jacob, el hombre que en los puntos más bajos de su vida tuvo sus más grandes visiones del cielo.

(1). Theodor Roosevelt, Discurso en la Sorbona, Abril 23, 1910.

 

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