Shemot o nombres. Reflexión.

Dr. Natalio Daitch

Cada persona es un nombre.

El segundo libro del Pentateuco señala que, según la visión de la Torá, el número nunca debe tapar al nombre de cada individuo. Es decir, al niño o al hombre.

Ya que hay una tendencia en el ser humano a “simplificar o reducir o cosificar a las personas a su beneficio” todo para quitarle rasgo humano, y obvio bordeando tendencias egoístas o por interés lucrativo.

No somos un número de usuario o solo un número de carnet o D.N.I, aunque muchos intentan reducirnos a esto.

Egipto y los nazis.

En los campos de trabajo, en la esclavitud, es habitual que los opresores omitan llamar a los oprimidos por su nombre. Y en los campos nazis los prisioneros tenían grabados un número para ser reducidos e inducidos a ellos mismos a pensarse como subhumanos.

Esclavitud física y psicológica.

No cabe duda que cuando gobierna el Yétzer Hará o mal instinto, los esclavos de sus propias pasiones y perdiciones, intentan y requieren no solo esclavizar los cuerpos, y obvio también y primero las mentes de aquellos a los que quieren someter o sojuzgar o explotar o intimidar.

Torá es luz y enseñanza. Final.

El día que me casé allá por octubre 2002, fue el día más feliz de mi vida. Dora, mi compañera de ruta, me dio cuatro hijas. Y todas ellas y cada una de ellas son esenciales en nuestra vida. Únicas con sus virtudes y defectos, y sus particularidades. Y como me dijo un bioquímico amigo: -los hijos son como los dedos de la mano, si falta uno, los otros dedos no pueden reemplazarlos-. Por eso, siguiendo el ejemplo de la Torá las he decidido mencionar: Dorana, Clara, Daniela, y hoy un poco a la distancia a mi amada Lea Batia o más conocida como Paula. Todas en mi corazón, donde todavía hay mucho espacio para poder albergar esta felicidad cotidiana de tenerlas e intentar poder hacerlas feliz acorde a mis posibilidades cada día un poco más, aún pese a todos los problemas que han surgido de adentro y fundamentalmente desde afuera. La familia está atravesando un momento de angostura, no solo los egipcios o los no-judíos, también nos hemos encontrado con los Datán y Abirán del presente (lamentablemente elementos endógenos que no parecen comportarse como se espera de un iehudí kasher). Los entregadores y descarriados han brotado entre nosotros, pero mirando en positivo, aún tenemos esperanza que llegue nuestro Moshé Rabeinu. En definitiva, los nombres nunca deben ser omitidos, ni dejados de mencionar.

Para concluir, nunca dejo de sorprenderme, hay siempre sintonía entre nuestras viviencias actuales y los hechos narrados en el Pentateuco.

Cada persona debe ser respetada, sus nombres no ser objeto de burla, o deformación, y también están prohibidos los apodos.

¡Shabat Shalom!

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