Una rebelión feminista sacude la política judía ultraortodoxa de Israel

«Sin voz, no hay voto», clama un pujante grupo de mujeres que, sin soltar la Torá, se revela contra los partidos que les prohíbe ser candidatas.

«¿Y por qué no?», es la pregunta que germinó en la haredí Esty Shushan para crear Nivcharot, una organización ultraortodoxa y feminista que llama a las mujeres a no votar por los partidos de su comunidad -Shas y Judaísmo Unido de la Torá (JUT)- hasta que les permitan ser parte de sus representantes.

Estas facciones, que acaparan la inmensa mayoría del voto haredí, son afines al líder de la oposición Benjamín Netanyahu y ganarían ocho y siete escaños, respectivamente, en las elecciones del 1 de noviembre, según las encuestas.

Pelear por el derecho a votar -libremente- y ser votada parece de otra época en un Estado judío que se define como democrático y en cuya Knéset (Parlamento), 34 de los 120 escaños están ocupados por mujeres. Incluso Israel fue uno de los primeros países en tener una dirigente: Golda Meir fue primera ministra -y última- en 1969.

Pero en el arcaico universo ultraortodoxo, donde las mujeres solo pueden ocupar la parte trasera de los autobuses y tienen prohibido mostrar su cabello, usar pantalones, descubrir sus rodillas o codos, tocar a hombres que no sean sus maridos e incluso cantar, la revolución de las feministas haredíes evoca a pequeña escala la de las sufragistas de principios de siglo XX.

Ser ultraortodoxa y retar a los partidos políticos o al electorado de la comunidad -que obedecen los designios rabínicos- es como desafiar a dios.

FEMINISMO RELIGIOSO, UNA PARADOJA

«Si seguimos quedándonos fuera de la política seguirán acallándonos, mandándonos hacia atrás de todo, borrándonos de donde puedan», asegura Shushan, cineasta y periodista de 45 años, madre de cuatro hijos e hija de un rabino.

Pero retar al statu quo ultraortodoxo le valió ser etiquetada como «esquizofrénica» por un importante rabino y le trajo «amenazas» dentro de su propia comunidad, que la considera «falsa haredí».

Esty Shoshan Foto: Noa2015 Wikimedia Commons CC BY-SA-4.0

Esta estocada identitaria es un precio que muchas ultraortodoxas no están dispuestas a pagar, aunque simpaticen con la igualdad y ansíen su propia representación política.

«Realmente creo en el poder de las mujeres. Si somos el 50% de la población, el Parlamento necesita nuestra opinión. Pero me educaron para obedecer las leyes de la Torá y a los rabinos, y de verdad creo en ello también», dice Rivka Ravitz, investigadora de la Universidad Hebrea y con una impresionante carrera política de 26 años.

Empezó muy joven como asistente de su suegro, un legislador de la Knéset, y llegó a convertirse en jefa de personal del presidente israelí Reuven Rivlin (2014-2021). Se codeó con Barak Obama, Angela Merkel, el papa o Vladimir Putin, y Joe Biden se arrodilló ante ella cuando supo que es madre de 12 hijos.

Consciente de sus privilegios como familiar de prominentes políticos, esta mujer de 46 años considera que las rebeldes como Shushan, cuyo movimiento capacita a ultraortodoxas sobre derechos y liderazgo, son «heroínas».

«Las revoluciones no son fáciles», comenta Ravitz frente a su extensa biblioteca religiosa, vestida de riguroso negro y con su último hijo en brazos.

LEYES DIVINAS

Una abogada secular llevó la causa de las ultraortodoxas a la Suprema Corte, que en 2019 ordenó a la facción Agudat Israel, de la coalición JUT, abolir su fundamento de excluir a las mujeres.

Pero en la práctica, los partidos ultraortodoxos siguen estando controlados por sus líderes espirituales, cuya interpretación de la Torá prohíbe el liderazgo femenino e incluso afirma que las mujeres haredíes no lo desean.

Mostrando una realidad opuesta, Shushan denunció durante la campaña electoral que «22 mujeres solicitaron oficialmente integrarse a partidos ultraortodoxos pero no fueron aceptadas».

«Y no va a pasar», afirmó con una sonrisa de oreja a oreja el legislador Yitzhak Pindrus, de JUT.

Los ultraortodoxos representan el 13% de los israelíes y su fuerte influencia ha impedido que Israel tenga una Constitución, argumentando la supremacía de las leyes divinas.

PIONERAS

Tzvia Greenfeld hizo historia en 2008 al convertirse en la primera ultraortodoxa que pisó la Knéset, pero debió hacerlo con el izquierdista Meretz. Un puñado de haredíes han intentado seguirle, enrolándose en partidos no ultraortodoxos.

U’Bizchutan, un partido ultraortodoxo 100% femenino, vio fugazmente la luz en las elecciones de 2015, pero no consiguió suficientes votos para que su fundadora, Ruth Colian, entrara a la Knéset.

Las posibilidades de que las ultraortodoxas ocupen un escaño «son muy bajas actualmente», estima Gilad Malach, experto del Israel Democracy Institute, que no descarta un cambio a largo plazo.

Para muchos, la clave está en cambiar la ley: que Israel imponga a todos los partidos, sin excepción, una cuota femenina.

Pero cuando ese momento llegue, los partidos ultraortodoxos elegirán a una mujer «realmente tradicional, no a una que rompió las reglas», pronostica Ravitz, que se considera lista para asumir esa tarea.

«Sé como hacerlo, tengo la experiencia», recalca esta mujer, que supo maridar el perfil internacional de una oficina presidencial con las estrictas normas de «modestia», kosher y del sabbat, que impiden usar electricidad, viajar, escribir, tocar dinero o cortar papel higiénico en ese día sagrado. EFE

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