La barrera está siendo descrita en gran parte de la prensa internacional y en las redes sociales como parte de un esfuerzo por estrangular a Gaza, cuyos 2 millones de habitantes están encerrados en un pequeño enclave por lo que The Washington Post llamó «un bloqueo paralizante» de la zona por parte de Israel y Egipto. Para aquellos, como las diputadas Ilhan Omar (demócrata de Minnesota) y Rashida Tlaib (demócrata de Michigan), que junto con sus aliados progresistas demonizaron la autodefensa israelí en el pleno de la Cámara de Representantes de EE.UU. en mayo, al tiempo que daban un pase a Hamás y a otros grupos terroristas de la Franja de Gaza por lanzar más de 4.000 cohetes durante 11 días seguidos contra civiles israelíes, es sólo una razón más para describir al Estado judío como un opresor del «pueblo de color» palestino.
Para ellos, y para el creciente número de izquierdistas en el mundo académico, en los medios de comunicación y entre los miembros de la base activista del Partido Demócrata, la valla es sólo más forraje para las invectivas que pretenden deslegitimar los esfuerzos del país para defender a sus ciudadanos contra el terror de Hamás.
La estructura es una maravilla tecnológica que se extiende a lo largo de 40 millas en la frontera entre Israel y el enclave gobernado por Hamás. Incluye un muro subterráneo con sofisticados censores y una valla en la superficie con monitores de vídeo, así como un componente naval para proteger la costa marítima de Israel y cuya construcción costó 1.110 millones de dólares.
El propósito de este esfuerzo es obvio para los observadores imparciales: impedir el terrorismo transfronterizo desde Gaza. Después de que Hamás excavara túneles bajo la frontera desde los que lanzó incursiones destinadas a asesinar y secuestrar israelíes durante la guerra de 2014, el ejército israelí se vio obligado a idear una solución a esta amenaza que no fuera la construcción de una valla más grande. La respuesta era algo que pudiera sellar la frontera tanto por encima como por debajo de la superficie.
Como cualquier estrategia militar, la nueva barrera no acaba con las preocupaciones de seguridad de Israel. Toda táctica defensiva eficaz siempre inspira una respuesta ofensiva y viceversa.
Los sistemas de defensa antimisiles Cúpula de Hierro y Arrow respondieron a los disparos de cohetes de Hamás contra civiles israelíes. Pero no pueden garantizar que cada proyectil sea derribado antes de dañar a nadie si los terroristas disparan cientos a la vez. Tampoco pueden impedir que los palestinos lancen sobre la frontera globos cargados de explosivos que son transportados por el viento y pueden provocar incendios, herir a niños o cosas peores.
Del mismo modo, la nueva barrera parece garantizar que la enorme inversión de dinero de ayuda extranjera de Hamás en la construcción de túneles no les permita secuestrar o asesinar a personas al otro lado de la frontera. También es de esperar que haga posible que Israel siga evitando, como hizo el pasado mes de mayo, cualquier incursión directa en Gaza para detener los ataques terroristas, salvando así vidas en ambos lados. Pero nadie puede estar seguro de que esto impida que los terroristas encuentren otras formas de atacar a los israelíes en el futuro.
Aun así, junto con las brillantes innovaciones de Israel en tecnología antimisiles, la nueva valla es un logro asombroso. La prueba del valor de estos vastos gastos es el hecho de que las comunidades a lo largo de la frontera han prosperado, a pesar de estar efectivamente asediadas en ocasiones por el fuego de cohetes y misiles destinados a interrumpir la vida normal y matar al mayor número posible de judíos.
Los que lo llaman «muro de hierro» quizá no entiendan las implicaciones históricas del término. Ese era el título de un ensayo escrito en 1923 por el líder sionista Ze’ev Jabotinsky, el padre ideológico de los partidos de derecha de Israel. En aquella época, muchos sionistas creían tontamente que los árabes – «palestinos» era un término que entonces sólo se asociaba a los judíos, ya que no existía ninguna prueba de que existiera una nacionalidad árabe palestina separada de los árabes de los países circundantes- acogerían con agrado el regreso de los judíos debido a la prosperidad que el desarrollo de un país mayoritariamente estéril aportaría a todos los habitantes. Jabotinsky predijo correctamente que los sentimientos nacionalistas asegurarían su oposición y dijo que ésta sólo cesaría una vez que los judíos se hubieran colocado «detrás de un muro de defensa de hierro» que dejara claro que los esfuerzos por destruir un Estado judío nunca podrían tener éxito. Sólo entonces, escribió, sobrevendría la paz y la autodeterminación tanto para los judíos como para los árabes.
Se trata de una filosofía que, en última instancia, determinó las políticas del rival político de Jabotinsky, David Ben-Gurion, primer primer ministro de Israel, así como de la mayoría de sus sucesores. La barrera de Gaza es sólo la expresión más reciente, aunque quizás la más tangible, de esta idea.
El problema es que muchos de los que fulminan en Twitter sobre un «muro del apartheid» y alientan los esfuerzos de Hamás por tratar de abrir una brecha en la nueva valla no entienden de qué se trata el conflicto.
El objetivo de Hamás -y, por desgracia, incluso de los llamados «moderados» palestinos de la Autoridad Palestina- no es una solución de dos Estados o el fin de la «ocupación». Mientras que para algunos en la izquierda judía, eso podría significar un deseo de que Israel abandone Cisjordania, para los palestinos y muchos de sus animadores extranjeros, todo el Estado judío está «ocupado». El objetivo de los asaltos contra la anterior barrera fronteriza orquestados por Hamás a partir de 2018 era reclamar el «derecho al retorno», lo que significa el fin del Estado judío, algo que es incompatible con cualquier noción de paz que no esté basada en el desalojo y/o el genocidio de los judíos israelíes. Mientras los palestinos estén encerrados en la mentalidad de una guerra de un siglo para acabar con el sionismo que parece inextricablemente ligado a su identidad nacional, la paz sigue siendo imposible.
Aunque la vida en Gaza es claustrofóbica y desagradable, el bloqueo de la franja tanto por parte de Israel como de Egipto se debe a que está dirigida por un grupo terrorista islamista empeñado en la guerra contra sus vecinos, así como en tiranizar a los palestinos que viven allí. Poner en cuarentena a Gaza hasta que su población pueda ingeniárselas para librarse de sus amos terroristas es la única respuesta sensata a esta situación.
Pero más importante es la premisa básica del ensayo de Jabotinsky de que el esfuerzo sionista por restaurar la autodeterminación judía en su antigua patria es «moral y justo». Lo que hacen los que invocan memes engañosos y falsos sobre el «apartheid» y la «ocupación» es esencialmente decir que los judíos no tienen derecho a estar en su propio país, y mucho menos a defenderse de las incursiones terroristas o de los misiles.
Gaza, de la que Israel retiró todos los soldados, colonos y asentamientos en 2005, no está «ocupada». Es un «Estado palestino» independiente en todo menos en el nombre, y cada movimiento de quienes lo gobiernan ha reforzado la creencia israelí de que cualquier retirada de Cisjordania -donde podría formarse un nuevo estado terrorista de Hamás- no es tan desacertada como insensata.
Eso es lo que deberían recordar quienes hablan de la injusticia de la nueva valla o de la «ocupación». Lo mismo ocurre con los ideólogos interseccionales de la izquierda, como los de la «Cuadrilla» del Congreso, que cuestionan el derecho a la existencia del Estado judío. Israel necesita un «muro de hierro» literal y figurado. Aquellos que dicen abogar por la paz deberían unirse a la celebración de su finalización, incluso mientras lamentamos el hecho de que las fantasías palestinas sobre la destrucción de Israel lo hayan hecho necesario.