Parashat Bó con comentario del Rabino Jonathan Sacks

Bó

La Parashá

(relato los hechos antes del estudio posterior)

( Escuchar. Oír)
Después de que Hashem envió siete plagas a Egipto, los sirvientes del Faraón finalmente le dijeron: Cuanto tiempo más seguirá siendo esto una trampa para nosotros? Liberé a los hombres para que sirvan a D’s. Acaso (el Faraón) no sabe qué Egipto esta perdido?

Los egipcios acababan de experimentar siete severas plagas, que Hashem había llevado sobre ellos. Y a pesar de que el Faraón también había atestiguado todas estas plagas.

El todavía permanecería inmóvil y se negaba a liberar a los judíos. Sin embargo los sirvientes del Faraón tenían completa claridad. Si los judíos no eran liberados, entonces Egipto y sus habitantes serían completamente destruidos.

Cómo es posible que el Faraón no haya visto lo que era absolutamente evidente para el resto? La razón es que a veces estamos demasiado cerca de la situación como para verla objetivamente.

Cómo el Faraón era el que estaba hablando directamente a Moshé, él estaba demasiado cargado emocionalmente con lo que estaba ocurriendo con “ su” país. Demasiado cerca del bosque como para ver los árboles. El Faraón- así como muchos de nosotros que estamos demasiado cerca de algo en nuestras propias vidas.

Tenía la creencia equivocada de que como estaba más cerca y por lo tanto conocía mejor la situación, estaba en la mejor posición para decidir qué debía hacerse y por lo tanto no aceptaba otras ideas y opiniones.

Es un tema de objetividad cuando a menudo escuchamos acerca de alguien que está involucrado en una relación sentimental poco sana y que al mismo tiempo no puede ver lo perjudicial que es? Y justifica su posición de “ mente cerrada” porque piensa que “ nadie conoce mi pareja como yo”.

Esa es precisamente la razón por la cual nunca podrá ser objetivo/a y actuar racionalmente.

Cualquiera que esté demasiado cerca de la situación pierde de vista la “ imagen completa “ y no puede ver con claridad. Por esta razón es imperativo buscar a otras personas y pedirles sinceramente un consejo.

Nuestra naturaleza humana generalmente descarta lo que los demás nos dicen. Esto es porque si adoptamos sus puntos de vista, entonces tendremos que admitir ante nosotros mismos que estábamos equivocados. Esta “ conveniente “ mentalidad de no escuchar los buenos consejos es la razón por la cual la gente sigue racionalizando sus malas conductas en vez de cambiarlas.

Con esta filosofía uno nunca podrá crecer o cambiar para bien. Las grandes personas son capaces de admitir sus errores del pasado y luego basándose en nuevas perspectivas, son capaces de tomar decisiones sanas y productivas.

Así que escuchemos a aquellas personas que están a nuestro alrededor que nos conocen bien y cuyas opiniones valoramos. Pero al final de cuentas la decisión es nuestra, así que combatamos el deseo de justificar nuestras acciones y comencemos a tomar los buenos consejos y aunque esto pueda ser difícil para nuestro ego, al fin y al cabo esto nos ayudará sin duda a convertirnos en mejores personas.

Shabat Shalom Umeboraj

Marcelo Mann


Estudiando con el rabino Jonathan Sacks Z´L´

 

La novena plaga – la oscuridad – viene oculta por su propia oscuridad.

¿Qué hace esta plaga aquí? Parecería estar fuera de secuencia. Hasta ahora se habían sucedido ocho plagas, volviéndose que cada vez más serias en forma gradual e inexorable. Las primeras dos, el Nilo que se torna color rojo sangre y la plaga de las ranas, parecían más anuncios que otra cosa. La tercera y cuarta, piojos y moscas crearon incomodidad pero no una crisis. La quinta, la muerte del ganado, afectó a los animales, pero no a los seres humanos

La sexta, forúnculos, también fue una molestia pero más sería. Ya no un simple evento externo sino una aflicción del cuerpo. (Recordemos que Job perdió todo lo que tenía, pero no comenzó a maldecir su destino hasta que su cuerpo estuvo cubierto de llagas. (Job 2)) La séptima y octava, granizo y langostas, destruyeron toda la cosecha egipcia. Ahora – con la pérdida de los granos y la pérdida del ganado por la quinta plaga – ya no había más alimentos. Todavía quedaba la décima, la muerte de los primogénitos, en retribución por el decreto de la muerte de los niños israelitas. Sería esta la que finalmente habría de vencer la terquedad del Faraón.
Por lo tanto, podríamos suponer que la novena debía ser extremadamente grave, que amenazaría, y aún podría ocasionar la pérdida de vidas humanas. Sin embargo, leemos algo que parece un anti-climax:

Entonces el Señor le dijo a Moisés: “Extiende tu mano hacia el cielo para que la oscuridad cubra todo Egipto – oscuridad que puede ser sentida.” Entonces Moisés extendió su mano hacia el cielo y la oscuridad cubrió a Egipto durante tres días. Ninguna persona pudo ver a la otra ni pudo dejar su lugar durante tres días. Pero los israelitas tuvieron luz en los lugares que habitaban.

Éxodo 10: 21-2

La oscuridad es una molestia, pero no mucho más. La frase “oscuridad que pueda ser sentida” sugiere que lo que ocurrió fue un jamsin, una tormenta de arena frecuente en Egipto, que puede durar varios días, produciendo arena – y aire plagado de polvo que tapa la luz del sol. El jamsin se produce, habitualmente, por el viento sur que proviene del desierto de Sahara. La peor época de las tormentas de arena suele ocurrir al comienzo de la estación, en marzo. Esto coincide con el momento de la plaga que ocurrió poco antes de la muerte de los primogénitos, o sea, en Pesaj.

La novena plaga es indudablemente inusual por su intensidad, pero no un evento totalmente desconocido por los egipcios, en esa época y ahora. ¿Por qué entonces aparece en la narrativa de las plagas justamente antes de la culminación? ¿Por qué no al comienzo, como una de las menos severas?
La respuesta proviene de una frase del “Dayenu,” la canción que cantamos durante la Hagadá: “Si Dios hubiera ejecutado Su juicio contra ellos (los egipcios) pero no contra sus dioses, habría sido suficiente.” En dos oportunidades la Torá se refiere a esta dimensión de las plagas:

“Yo pasaré sobre Egipto durante esa noche, y mataré a cada uno de los primogénitos de Egipto, hombre y animal. Haré actos de juicio contra todos los dioses de Egipto. Yo (solo) soy Dios.”

Éxodo 12: 12

Los egipcios estaban enterrando a todos sus primogénitos, abatidos por el Señor, y contra sus dioses el Señor ejecutó Su juicio. (Num. 33: 4)

En primera instancia, no todas las plagas estaban dirigidas contra los egipcios. Algunas estaban dedicadas a los objetos que adoraban como dioses. Es el caso de las dos primeras. En el antiguo Egipto, el Nilo estaba personificado como el dios Hapi y adorado como fuente de fertilidad en una zona desértica. Las ofrendas se hacían en los tiempos de inundación, y estas se asignaban a una de las deidades más importantes, Osiris. La plaga de las ranas podía asociarse con Heket, la diosa que se creía que estaba presente en los partos como partera, y que era representada como una mujer con cabeza de rana.

Las plagas no estaban destinadas solamente a castigar al Faraón y su gente por el maltrato a los israelitas, sino también a mostrarles la impotencia de los dioses en los que ellos creían. Lo que estaba en juego en esta confrontación era la diferencia entre un mito – según el cual los dioses eran simplemente poderes que podían ser domados, propiciados o manipulados – y el monoteísmo bíblico, en el cual la ética (justicia, compasión, dignidad humana) constituye el punto de encuentro entre Dios y la humanidad.
El simbolismo de estas plagas, muchas veces desconocido por nosotros, sería inmediatamente percibido por los egipcios. Hay ahora dos cosas que nos resultan claras: La primera es por qué los magos egipcios declararon “Este es el dedo de Dios” (Ex. 8: 15) solo después de la tercera plaga, los piojos. Las primeras dos no les provocarían ninguna sorpresa. Podrían comprenderlas como una acción de las deidades egipcias que, según creían ellos, estaban enojados con el pueblo y buscaban venganza.

La segunda es lo distinto que resulta el simbolismo de las dos primeras plagas para los israelitas y para nosotros. Como con la décima plaga, estos no eran simplemente milagros destinados a demostrar el poder del Dios de Israel, como si la religión fuera una arena de gladiadores en la cual gana el más fuerte. El significado era moral. Representaba el más fundamental de todos los principios éticos, establecidos en el pacto Noájico con las palabras: “El que derramare la sangre del hombre, por el hombre su sangre será derramada.”(Gen. 9: 6) Esta es la regla de la justicia retributiva, medida por medida: así como tú haces, así te harán a ti.

Al ordenar inicialmente a las parteras que mataran a todos los bebés israelitas, y posteriormente, cuando ello fracasó, “que cada varón que nazca sea arrojado al Nilo” (Ex. 1: 22), el Faraón transformó lo que debía ser un símbolo de vida (el Nilo, que sostenía la agricultura egipcia, y a las parteras) en agentes de la muerte. El río que se transformó en sangre, y las ranas similares a Heket que infestaron la tierra, no eran problemas en sí sino una comunicación codificada destinada a los egipcios: la realidad tiene estructura ética. Vean lo que se siente cuando los dioses que se volvieron en contra de los israelitas lo hacen contra ustedes. Si se emplean con fines malvados, los poderes de la naturaleza se volverán en contra del hombre, y lo que él hace, así le será retribuido. Existe la justicia en la historia.
De ahí la décima plaga, para la cual todas las anteriores fueron un mero preludio. A diferencia de todas las otras, su significación le fue dada a Moisés antes de que partiera en su misión, mientras estaba viviendo con Itró en Midian:

Le dirás al Faraón: Esto es lo que dice el Señor: “Israel es mi hijo, Mi primogénito. Te he dicho que dejes ir a Mi hijo, para que me pueda adorar. Si te niegas, Yo mataré a tu primogénito.”

Éxodo 4:22-23)

Mientras que las dos primeras plagas eran eventos simbólicos del asesinato de los niños israelitas por los egipcios, la décima fue la representación de la justicia retributiva, como si el cielo estuviera diciéndole a los egipcios: ustedes cometieron, apoyaron o aceptaron pasivamente el asesinato de niños inocentes. Hay una sola manera de que se puedan dar cuenta del mal que han hecho, y es que ustedes mismos sufran lo que les hicieron a los demás.

Esto también explica la diferencia entre las dos palabras que usa habitualmente la Torá para describir lo que hizo Dios en Egipto: otot u’moftim, “señales y portentos.” Estas dos palabras no son dos formas de describir la misma cosa – milagros. Un ot, una señal, es otra cosa: un símbolo (como los tefilin o la circuncisión, ambas llamadas ot) o sea, una comunicación codificada, un mensaje.

El significado de la novena plaga es ahora obvio. El dios más grande del panteón egipcio era Ra o Re, el dios del sol. El nombre del faraón que se asocia con el éxodo, Ramsés II significa meses “hijo de” como en el nombre Moses) Ra, el dios del sol. El pueblo egipcio creía que el reino estaba gobernado por el sol. Su rey humano, el faraón, era semi divino, el hijo del sol. En el comienzo del tiempo, según el mito egipcio, el dios sol gobernaba junto con Nun, las aguas primigenias. Eventualmente había muchas deidades. Ra entonces creó seres humanos de sus lágrimas. Viendo que eran engañosos, mandó a la diosa Hathor a destruirlos; solo algunos sobrevivieron.

La plaga de la oscuridad no era un mofet sino un ot, una señal. La obliteración del sol les señaló que había un poder mayor que el de Ra. Pero, lo que representaba la plaga no era tanto el poder de Dios sobre el sol, sino el rechazo de Dios a una civilización que transformaba a un hombre, el faraón, en gobernante absoluto (hijo del dios sol) con la capacidad de esclavizar a otros seres humanos – y a una cultura que pudiera tolerar el asesinato de niños, porque fue esto mismo lo que hizo Ra.

Cuando Dios instruyó a Moisés para que le dijera al Faraón, “Mi hijo, Mi primogénito Israel,” le estaba diciendo: Yo soy el Dios que cuida a sus hijos, no uno que los mata. La novena plaga fue un acto divino de comunicación que decía: no hay solamente oscuridad física sino también oscuridad moral. La mejor prueba de una civilización es la manera en que trata a sus hijos, propios y ajenos. En una era de familias quebradas, niños desatendidos y empobrecidos, y peor – su utilización como instrumentos de guerra – esta es una lección que debemos aprender.

Traductores

Carlos Betesh

Editores

Myriam Rozengurt

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