Parashat Vaikrá

imagen de vaiakel

La Parashá
(relato los hechos antes del estudio posterior)

El libro de Vaikrá, conocido como Torat Kohanim, “ Levitico “.

Este libro trata acerca de los derechos y obligaciones de los Levitas y Sacerdotes, los guías espirituales del Pueblo de Israel.

Parashá Vaikrá nos detalla los cincos principales Korbanot ( Sacrificios) que podían ser ofrecidos por una persona:
1) Ola: Ofrenda consumida por el fuego en el Mizbeaj ( Altar).
2) Minja: Lealtad- Obsequio.
3) Shekalim: Ofrenda de Paz. Un medio de expresar agradecimiento a D”-s en ovaciones de regocijo.
4) Jatat: Ofrenda por pecado. Una expiación por ciertos pecados cometidos sin intención por un individuo, incluso el Cohen Gadol ( Sumo Sacerdote), el Rey y el Sanedrin ( Suprema Corte) en su totalidad.
4a) Korban Olé Veiored: Un tipo especial de ofrenda por transgresión que varía de acuerdo con la riqueza del transgresor, es referido por las siguientes transgresiones:
A) Jurar en Falso.
B) Entrar en el Beit Hamikdash o comer Kodashim mientras está en estado de Tuma ( Impureza)
C) dejar sin cumplir una promesa.
5) Asham: Ofrenda por una culpa ofrecida como parte de la penitencia requerida por ciertos actos impropios, tales como:
A) Uso no intencional de propiedad apartada para Hashem ( Kodashim).
B) Retención de propiedad ajena por falso juramento.
En cada caso el transgresor luego de confesar su culpa, debía restaurar primero la propiedad, más un adicional de un quinto de su valor, al verdadero dueño, antes de que pudiera ofrecer el sacrificio y recibir el perdón divino por su transgresión.
Es de destacar que la letra Alef ( primera letra del abecedario hebreo) de la palabra Vaikra ( Levítico) es de menor tamaño que el resto de las letras.

Y al igual que todas y cada una de las características de la Tora, eso no es casual ni aleatorio, sino tiene su profundo sentido. Durante muchas generaciones, los maestros de niños judíos solían iniciar a sus alumnos al estudio de la Tora a partir del libro de Vaikra.

Porque ellos, puros por su sola condición de niños, eran los más indicados para estudiar los temas de pureza representádos en las normas de las ofrendas y sacrificios.

Y por eso la Alef de Vaikrá es de menor tamaño, indicando que este es el punto de partida para la iniciación de los más pequeños.


Estudiando la Parashá

Prof. Nejama Leibovitz
(La elegimos para nuestros estudios porque toma fragmentos de muchos comentaristas y los compara, de esa forma nos permite tener variedad de interpretaciones)

DE LOS MOTIVOS DE LOS SACRIFICIOS
Por Nejama Leibowitz

La Tora no ofrece explicación alguna de las prescripciones relativas a las ofrendas. Trataremos de comprender, por lo me­nos, las interpretaciones que nuestros maestros dieron a estos preceptos.
Rambam explicó en la Guía de los Descarriados 111, que los sacrificios fueron instituidos para alejar a los israelitas de las prácticas idolátricas. Rambán en su comentario a Vayikrá, 1, 9 criticó tal interpretación. Abravanel, en apoyo del primero, citó diversos dichos de los Sabios, que según él demuestran que los sacrificios no tenían un valor positivo por sí mismos, sino que su objeto era servir de cerco a la idolatría. Entre otros, cita el siguiente midrash de Vayikrá Rabá 52, 5:
“Cualquier hombre que degollare”: Dijo Rabí Pinjás en nombre de Rabí Levi: “Había cierta vez un joven príncipe, de corazón orgulloso, que acostumbraba comer cosas inmundas. Dijo el Rey: “Que las coma en mi mesa hasta que se desacostumbre por sí mismo.” Lo mismo sucedía con Israel. Estaban apasionados por la idolatría y también le ofrecían sacrificios. Dijo el Altísimo, alabado sea: “Que ofrezcan sus sacrificios delante Mío, en la Tienda de la Reunión, hasta que abandonen la idolatría”. Es así como debe­mos interpretar el versículo.
Rabí David Hoffman, demuestra la inexactitud de la versión del Midrash citado por Abravanel. Escribe, en su obra “Vayik­rá”, comentario al libro homónimo, en el capítulo “El significa­do de las ofrendas”, que el Midrash citado por Abravanel com­para el culto en el Templo con el comer inmundicias en la mesa real. Si el deseo del rey fue alejar al príncipe de su mala cos­tumbre, no es de suponer que lo invitaría a seguir practicándola sobre su propia mesa; del mismo modo es imposible suponer que la Torá permita traer ofrendas a los ídolos en el lugar ele­gido, en el Templo, a fin de alejar al pueblo del paganismo. En efecto, en las ediciones corrientes del Vayikrá Rabá encontramos una versión diferente:
Había una vez un jóven príncipe, de corazón orgulloso, que acostumbraba comer inmundicias. Dijo el Rey: “Que coma siempre en mi mesa y por sí mismo se desacostumbrara”. Lo mismo sucedía con Israel. Estaban apasionados por la idolatría y solían ofrendarle sacrificios. Dijo el Altísimo, alabado sea: “Que ofrezcan sus sacrificios delante Mío, en la Tienda de la Reunión, hasta que abandonen la idolatría.”
La diferencia es evidente. El rey invita a su hijo a comer en la mesa real para desacostumbrarlo de comer cosas abominables. Del mismo modo, el Supremo mandó que los hijos de Israel ofrezcan sacrificios sólo en el lugar elegido por el Señor; que se “sienten junto a la mesa divina”; ipso facto, abandonarían toda idolatría. Rabí David Hoffman prosigue explicando el Midrash del siguiente modo:
No fue expresada aquí la opinión que el objetivo de las ofrendas es el de impedir la idolatría, o que el mandato divino prohibe comer carne que no provenga de los sacrificios.
El Midrash no menosprecia el valor de las ofrendas; por el con­trario, les asignó el lugar más importante dentro del sistema de preceptos de la Torá. El que ofrenda y come de la carne de la ofrenda “se sienta junto a la mesa del Señor.”
Tal explicación considera como positivo el acto de ofrendar, como un medio de acercarse al Señor y no sólo para prevenir acciones indeseables. Rabí David Hoffmann, que sigue a Rambán en su comentario, va más lejos aún. Considera la ofrenda como una expresión de la voluntad del hombre de autosacrificarse. Hoffmann se remonta en la historia para buscar las raíces del acto de ofrendar, aún antes que fuera instituído por la Torá; cuando el sacrificio era un acto espontáneo de gracias. Dice Hoffmann en la mencionada obra (pág. 65):
Noaj, que fue el único sobreviviente de la destrucción de una sociedad corrompida, sintió que su vida le había sido otorgada por Dios y que de El dependía. Manifestó este sentimiento me­diante la ofrenda de un ser viviente.
La sangre, “ánima” del ser viviente, que derramó sobre el altar, simbolizaba el alma y la vida del hombre. En este sacrificio manifestó Noaj el sentimiento de pertenecer al Señor, “que en Su mano está el alma de todo viviente y el espíritu de todos los hu­manos” (Yob 12, 10).
Pero ¿cuál es la verdadera intención de tal expresión? El sacri­ficio de Abraham, el Patriarca, nos la revela. Abraham pasó por nueve pruebas y su corazón fué hallado fiel al Señor. Ahora debía pasar por la prueba más dura. Por mandato divino debía ofrendar “a su hijo único, al cual estaba ligado con todas las fibras de su corazón y cuya vida le era más cara que la suya propia. Después que reveló su íntegra disposición y su firme obediencia, recibió el llamado de cuidar la vida de su hijo y he aquí que se le apareció de pronto un carnero, al que ofrendó en lugar de su hijo. Quedó establecida así firmemente !a idea, que la vida que ofrendamos al Señor mediante el sacrificio de un animal, simboliza la obediencia y el entregamiento íntegros al Señor. Estas son las finalidades del sacrificio; lo que el Señor exige del hombre; la esencia del “temor al Señor” y de la subordinación ilimitada a El, según nos lo ense­ñan las Escrituras: “pues ahora conozco que tú eres temeroso de Dios, ya que no Me has negado ni a tu hijo único” (Bereshit 22, 12).
Los profetas nos enseñaron luego que la ofrenda, de medio que era para acercarse al Señor y de expresión del autosacrificio al que el hombre estaba dispuesto, convirtióse en un fin por sí mismo. Alarmaron incansablemente contra esta desvirtuación. Este es el significado de la así denominada “lucha de los profe­tas contra el culto”. Dice Yirmeyá:
“¿A qué viene para Mi incienso de Sheva; y caña aromática de país lejano?
Vuestros holocaustos no (Me) son aceptos y vuestros sacrificios no Me agradan.” 6,20
También leemos en 14, 11-12:
Y el Señor me dijo: “No ores por este pueblo, para bien (suyo). Aunque ayunen, no oiré su clamor; y aunque ofrez­can holocaustos y ofrendas vegetales, no los aceptaré; sino que con espada, hambre y peste, haré exterminio en ellos.”
Para que podamos comprender correctamente estos versículos, citaremos a Yejezquel Kaufman, quien vindica a los profetas de las desvirtuaciones que hicieron de sus palabras algunos teólogos cristianos. Leemos en su “Historia de la fe judía” III, pág. 80:
El judaísmo implica una revaloración religiosa fundamental (diri­gida contra el paganismo). Concibe la relación entre Dios y el mundo solamente bajo una categoría: la de la piedad. El mundo es la voluntad de Dios; es la realización de Su palabra; la revela­ción de los atributos de la piedad y de la bondad. La religión es un don piadoso que Dios otorgó al hombre para que le sirva de instrumento para que éste se eleve. Le reveló Su “nombre” a través del cual le dió a conocer Su modo de obrar, Sus atributos y Su voluntad. Esta idea anuló la apreciación pagana del culto como valor absoluto y supremo. El culto tiene en el paganismo un valor sobre-divino; la existencia de la divinidad, en el paganismo, de­pende del culto; el sacerdote pagano guarda en el templo el secreto de la vida, la muerte y la resurrección de los dioses. El sacrificio es el cordón umbilical del mundo; ¡de él depende la suerte de los dioses! La festividad es la celebración de la vida de los dioses.
En el Antiguo Testamento, por el contrario, no tiene el culto un valor sobre-divino; la “suerte” de Dios no depende de modo alguno del culto. El culto judío es un mandato divino, una revelación de la piedad divina; Dios no necesita del culto; es un don sagrado otorgado al hombre. Su propósito es el de servir de símbolo y de instrumento; y de depositario del conocimiento de Dios otorgado al hombre; instrumento para la glorificación de Su nombre; re­cuerdo de Su pacto. Por tal razón, el valor del culto no es absoluto, sino condicionado. Su valor consiste en ser un símbolo de la bon­dad divina y de su pacto con el hombre, y si por culpa de este, el culto es despojado de su valor, se convierte entonces en un recipiente sin contenido. El culto no es un acto piadoso del hombre para con Dios, sino que es un acto de piedad de Dios para con el hombre.
Y en el IIler tomo pág. 444:
La exigencia de Yirmeyá está en un todo de acuerdo con su estilo profético; no desea sacrificios, anhela el cumplimiento integral del pacto. La contradicción reside entre el rito exterior, visible­ por un lado, y la fe verdadera y el cumplimiento fiel de la Torá por el otro. Yirmeyá no niega de un modo especial el culto de las ofrendas. Deducimos esto de sus palabras registradas en el cap. 14, vers. 11-12, el Señor desdeña – por boca de Yirmeyá – no sólo las ofrendas y los holocaustos vegetales sino que también el orar y clamar. Pero, otras ocasiones vemos al mismo Yirmeyá rezando y mandando a rezar (24, 7). Cuando el profeta dice que Dios no aceptará el holocausto y la ofrenda vegetal de “este pueblo” (14, 11-12), ello se debe a sus malos actos, y si dice que sus sacrificios no Le son aceptos, ello se debe a que no escucharon Su palabra, e insinúa (lo mismo que Oshéa cap. 9), que si escucharan, sus holocaustos Le serán aceptos.
Ibid. pág. 443:
Sólo la teología cristiano-liberal interpretó a Yirmeyá como nega­dor del culto de ofrendas, mediante omisiones y cita de frases in­completas.
Después de estas enérgicas palabras comprenderemos quizás, que la importancia de la lucha de los profetas no perdió actua­lidad con la interrupción de las ofrendas después de la destruc­ción del Templo. Esta no es una lucha dirigida sólo contra una concepción errónea de las ofrendas, sino que es un eterno deba­tirse contra la inclinación del hombre por zafarse del deber de realizar las exigencias divinas y de conformarse sólo con el símbolo. desligándose de las exigencias que implica. Este modo de huir puede convertir de incentivo espiritual en sucedáneo ba­rato, no sólo al culto religioso, sino que también a toda otra ceremonia, a todas efemérides.
También este peligro lo previó Yirmeyá con toda claridad:
¿Hurtáis, matáis y cometéis adulterio, juráis en falso y quemáis incienso a Baal, y andáis tras otros dioses que no conoceis;
y luego venís y os ponéis delante de Mi, en esta casa que es llamada de Mi nombre, y decís: “Ya somos librados”; para seguir practicando todas estas abominaciones?
7, 9-10
El profeta no dice: “… y decís: Ya somos librados, y volved y practicad esas abominaciones.” Sino que dice: “ para seguir practicando todas esas abominaciones.” Pues todas esas ceremonias, reuniones, efemérides, demostraciones, no sólo no cambian al hombre y a su vida sino que son una catársis barata y fácil que los libera de las exigencias de modificar radicalmente toda su forma de vivir.
Acertó Kaufman al escribir que no existe oposición alguna, en las palabras del profeta, contra las formas del culto, contra las ofrendas, contra las oraciones o contra el Templo mismo. Para aquellos que quiere deducir de las palabras de los profetas lo que más les place son apropiadas las palabras de Rabí Akiva, según nos fueron transmitidas en Bamidbar Rabá 21, 23:
Preguntóle un pagano a Rabí Akiva: “¿Por qué celebráis vuestras festividades? Acaso no os dijo Dios: ‘Vuestros novilunios y vuestras solemnidades los aborrece Mi alma’?” Contestóle Rabí Akiva: “ Si estaría escrito: ‘Mis novilunios y mis solemnidades’, tendrías motivo de preguntar, pero, ¡está escrito: ‘Vuestros novilunios y vuestras solemnidades’!”.
Nuestro deber es, entonces, orar y pedir: “Purifica nuestro corazón para servirTe con sinceridad’.”

Tomado de: “Reflexiones sobre la Parasha”, Prof. Nejama Leibowitz, publicado por el Departamento de Educación y Cultura Religiosa para la Diáspora de la Organización Sionista Mundial, Jerusalén, 1986 págs. 129-134.

 

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