Parashá Vaietze

vayetze
 

Y salió

Libro Bereshit / Génesis (28:10 a 32:3)

Resumen de la Parashá

Nos relata esta parashá el momento en que Yaacob escapándose de Esav, camino de Beer Sheva a Jarán a la casa de la familia de su madre, estuvo en el Monte Moriá, el lugar donde su padre Itzjak fue llevado como una ofrenda, y el futuro sitio del Bet Hamikdash (Templo), donde durmió una noche.

Tuvo un sueño profético en el que por una escalera que llegaba hasta el cielo, ángeles ascendían y descendían. Entonces se le apareció el Todopoderoso prometiéndole la Tierra de Israel, que entregaría a su descendencia, la cual sería como el polvo de la tierra y que él sería el padre de una gran nación, cuidada por la protección Divina.

Al despertarse, Yaacob tomó la piedra que le sirvió de almohada y la puso como un altar al Eterno. Llamó a ese lugar Bet El. Asimismo prometió que al regresar a la casa de su padre, daría a Hashem el diezmo de todos sus bienes.

Yaacob en su camino a Jarán encontró un pozo de agua, y observó tres rebaños de ovejas alrededor del pozo junto a sus pastores. A ellos les preguntó de dónde eran y si conocían a Labán. Y ellos dijeron conocerlo y le señalaron que también ahí se encontraba su hija Rajel con sus ovejas.

Se acercó Rajel al ser vista por Yaacob y él le dio de beber a sus ovejas y se presentó como familiar que era. Ella fue corriendo a avisar a su padre, y le dio la bienvenida a Yaacob y como éste se había enamorado de Rajel, Labán le impuso que trabajara para él durante siete años para posteriormente casarse con Rajel.

Yaacob después de esos siete años de labores, fue engañado por Labán pues al momento de casarse le cambió a Rajel por su hermana Leá. Yaacob no obstante se casó con Leá y después otros siete años de trabajos para Labán, se casó con Rajel.

Leá dio a luz a Reuvén, Shimón, Leví y Yehudá, las cuatro primeras tribus de Israel. Dado que Rajel era estéril y le da a Yaacob su dama de compañía Bilha, y ésta concibe a Dan y a Naftali.

También tuvo hijos con la sirvienta de Leá, Zilpá, y así nacieron Gad y Asher. Posteriormente Leá volvió a tener hijos, naciendo Isajar, Zebulún y Dina. El Eterno escuchó las plegarias de Rajel y la bendijo con el nacimiento de Yosef.

Yaacob se convirtió en una persona muy rica. Y decidió que ya era tiempo de alejarse de Labán y así, en su ausencia, tomó a sus esposas, hijos y todos sus bienes y volvió a su hogar, a la tierra de Israel. Pero al enterarse, Labán lo persiguió alcanzándolo en las montañas de Guilad. Pero Hashem se le apareció en un sueño durante la noche y le advirtió que no intentara hacer regresar a Yaacob a Jarán.

No obstante Labán le inquirió sobre el haber partido tan rápidamente y también lo acusó por haberle robado sus idolatrías, asunto sobre el que Yaacob no sabía pues fue Rajel quien lo hizo para evitar que su padre continuara con esas prácticas.

Labán a pesar de haber tratado de encontrarlas, no lo logró.

Yaacob y Labán acordaron pacíficamente, y se separaron. Yaacob continuó su viaje hacia el enfrentamiento con su hermano Esav y en su camino encontró ángeles del Todopoderoso y a ese lugar lo llamó Majanaim.


 
Luz en tiempos oscuros
Por el Rabino Sacks
 
Traductor: Carlos Betesh
Editora: Michelle Lahan
 
¿Qué fue lo que hizo que Yaakov – y no Abraham, Ytzjak o Moshé – fuera el auténtico padre del pueblo judío? A nosotros nos llaman “la congregación de Yaakov, ” “los hijos de Israel. ” Yaakov/Israel es el hombre cuyo nombre llevamos. Pero no fue Yaakov el que inició la travesía, sino Abraham. Yaakov no tuvo que someterse a la prueba de Ytzjak con las Ligaduras.
No lideró la salida del pueblo de Egipto ni les entregó la Torá. Sin duda, todos sus hijos permanecieron en la fe junto a él, a diferencia de Abraham e Ytzjak. Pero eso nos retrotrae a la a la pregunta inicial.
¿Por qué tuvo éxito dónde no lo tuvieron Abraham e Ytzjak? 
 
Parecería que la respuesta estuviera en las parashiot Vayetzé y Vaishlaj. Yaakov fue el hombre al que se le presentaron las más grandes apariciones cuando estaba solo, de noche, lejos del hogar, huyendo de un peligro a otro.
En la parashá Vayetzé, escapando de Esav, se detiene para descansar a la noche, se acuesta sobre unas piedras, y tiene una epifanía. 
 
Tuvo un sueño en el que vio una escalera con la base en la tierra que llegaba hasta el cielo, sobre la cual ascendían y descendían los ángeles de Dios…Cuando Yaakov se despertó, pensó: “Seguramente el Señor está en este lugar y yo no me di cuenta.” Tuvo miedo, y dijo: “¡Qué atemorizante es este lugar! No es otra cosa que la casa de Dios y esta es la entrada al cielo.” (Génesis 28: 12-17)
 
En la parashá Vaishlaj, huyendo de Labán y, nuevamente aterrado por la posibilidad de un encuentro con Esav, lucha en la soledad de la noche con un desconocido.
 
Entonces el hombre le dijo: “Tu nombre ya no será Yaakov sino Israel, pues has luchado con Dios y con los hombres y has prevalecido”…Yaakov llamó al lugar Peniel, pues “Yo vi a Dios cara a cara y pese a ello mi vida fue perdonada.” (Génesis 28: 12-17)
 
Estos fueron encuentros decisivos de la vida espiritual de Yaakov, pero ocurrieron en tiempo liminal (el periodo del medio, no el del punto de partida ni el del destino final), un tiempo en el que Yaakov está en peligro en los dos  lugares – el lugar del que parte y hacia donde va. Pero en esos puntos centrales es donde halla a Dios y encuentra el coraje para continuar, a pesar de los peligros del camino.
 
Esa es la fortaleza que Yaakov le legó al pueblo judío. Lo más destacable no es solo que este es uno de los pequeños pueblos que ha sobrevivido a tragedias que hubieran aniquilado a otros pueblos: la destrucción de dos templos; las conquistas babilónica y romana; las expulsiones, persecuciones y pogromos de la Edad Media; el avance del antisemitismo en el siglo XIX en Europa, y el Holocausto. Lo sorprendente es que después de cada catástrofe o el judaísmo se renovó, alcanzando logros de nuevas alturas.
 
Durante el exilio babilónico, el judaísmo profundizó su compromiso con la Torá. Después de la destrucción de Jerusalem, por parte de los romanos, se produjo la monumental obra de la Torá Oral: el Midrash, la Mishná y la Guemará. Durante la Edad Media, produjeron las obras maestras de los comentarios de la ley y de la Torá, poesía y filosofía. Y solo tres años después del Holocausto, se proclamó el Estado de Israel, el retorno del judaísmo a la historia luego de la larga noche del exilio.
 
Cuando fui consagrado Jefe del Rabinato del Reino Unido, tuve que someterme a un examen de salud. El médico me hizo caminar sobre una cinta a bastante velocidad. Le pregunté “¿Qué está tratando de medir, cuán rápidamente puedo correr o cuánto tiempo aguanto?” “Ninguna de las dos,” me contestó, “Quiero ver cuánto tarda su pulso en volver a la normalidad cuando se detenga.” Ahí es donde descubrí que la salud se define midiendo la capacidad de recuperación. Eso es válido para todos, pero doblemente para los líderes del pueblo judío, una nación de líderes. (Creo que ese es el significado de la frase “un Reino de Sacerdotes” (Éxodo 19:6).
 
Los líderes padecen crisis. Es una constante del liderazgo. Cuando a Harold Macmillan, primer ministro de Gran Bretaña entre 1957 y 1963, le preguntaron cuál fue el aspecto más complicado de su gestión, contestó la famosa frase: “los eventos, mi amigo, los eventos.” Las cosas malas ocurren, y cuando es así, el líder debe soportar la presión para que los demás puedan dormir tranquilamente en sus lechos.
 
El liderazgo, especialmente relacionado con lo espiritual, es sumamente tensionante. Cuatro personajes del Tanaj: Moshé, Elijah, Jeremías y Ioná – rogaron morir antes que continuar. Esto no ocurrió solamente en el pasado lejano. Abraham Lincoln sufrió ataques de depresión, como así también Winston Churchill que llamó a esa condición “el perro negro.” Tanto Mahatma Gandhi como Martin Luther King tuvieron intentos de suicidio en su adolescencia y tuvieron eventos depresivos en la vida adulta. También, ocurrió con grandes artistas como Miguel Ángel, Beethoven y Van Gogh.
 
¿Es la grandeza la que nos lleva a momentos de desesperación o la desesperación la que nos conduce a la grandeza? ¿Son los conductores los que internalizan las tensiones y angustias de su tiempo? ¿O son los que están acostumbrados a la presión emocional, los que hallan como salida llevar a cabo vidas excepcionales? En la literatura no existe hasta ahora una respuesta convincente a esta pregunta. Pero como persona, Yaakov era más volátil emocionalmente que Abraham, quien se mantenía mucho más sereno aun frente a situaciones muy difíciles, o Ytzjak, que era especialmente retraído. Yaakov temió; Yaakov amó; Yaakov pasó mucho más tiempo en el exilio que los demás patriarcas. Pero Yaakov perduró y persistió. De todas las figuras de Génesis, él es el gran sobreviviente.
 
La capacidad de sobrevivir y de recuperarse es lo que se necesita para ser líder. Es la decisión de vivir una vida de riesgo lo que hace que ese tipo de personas sea diferente a los demás. Así lo expresó Theodor Roosevelt en uno de los discursos más grandes que pronunció sobre el tema:
 
No es el crítico el que vale; no es el que señala cómo trastabilla el gran hombre, o que dice que los hechos podrían haberse realizado mejor. El crédito le corresponde al hombre que está en el terreno, cuyo rostro está marcado por el polvo, el sudor y la sangre; que lucha valientemente; que se equivoca, que se queda corto repetidas veces, porque no existe esfuerzo sin errores y limitaciones; pero realmente pelea por sus logros; que sabe de grandes entusiasmos, grandes devociones; que se desgarra por una causa justa; que en el mejor de los casos llega finalmente a triunfar con grandes realizaciones y que si fracasa, por lo menos lo hace con valentía, para que su lugar jamás esté entre las almas tímidas y frías que no conocen la victoria ni la derrota[1].
 
Yaakov soportó la rivalidad de Esav, el resentimiento de Labán, la tensión entre sus esposas e hijos, la temprana muerte de su amada Rajel, y la ausencia – durante veintidós años – de su hijo favorito, Iosef. Él le dijo al Faraón, “Pocos y crueles han sido los días de mi vida” (Génesis 47:9). Sin embargo, en el camino se “encontró” con ángeles, que tanto si estaban luchando con él o ascendiendo la escalera al cielo, iluminaron la noche con una aureola de trascendencia.
 
Intentar, fracasar, temer, pero seguir adelante: eso es lo necesario para ser líder. Ese fue Yaakov, el hombre que en los momentos más críticos de su vida tuvo las visiones más grandes del cielo.
 
Notas
[1] Theodore Roosevelt, “Citizenship in a Republic”, discurso pronunciado en, Paris, el 23 de abril de 1910.

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