Parashat Miketz 5780

miketz

La Parashá
(relato los hechos antes del estudio posterior)

Libro Bereshit / Génesis (41:1 a 44:17)

Resumen de la Parashá

Al cabo de dos años de que el jefe de las bebidas fuera liberado, el faraón soñó haber visto junto al río, siete vacas flacas que devoraban a siete vacas robustas. El faraón despertó de su sueño y volvió a soñar, esta vez siete espigas flacas comieron a siete espigas llenas de granos. El faraón estaba perturbado y llamó a sus consejeros, pero no pudieron interpretárselos. En ese momento el jefe de los coperos recordó que Iosef, quien estaba en prisión, podía interpretar sueños. Así fue que traído frente al faraón, quien le contó sobre lo acontecido y que había oído acerca de él y su poder de comprensión de los sueños. Iosef aclaró al faraón que no era su sabiduría la que interpretaba los sueños, sino que era el Creador quien lo hacía por su intermedio. Entonces Iosef le explicó que los dos sueños señalaban lo mismo y representaban siete años de prosperidad para la economía egipcia, al principio, y posteriormente siete años de hambruna.

Iosef recomendó al faraón que nombrara un funcionario sabio como administrador de la tierra de Egipto, explicándole que debían almacenar alimentos durante los siete años de abundancia para luego ser consumidos durante los siete años de pobreza. El faraón aceptó la sugerencia y nombró al propio Iosef como administrador y le dio el puesto de virrey de Egipto. Para ello le vistió con finas ropas, le puso el anillo real, un collar de oro y le entregó la carroza del virrey. Le dio por esposa a Asnat hija de Potifera. Nacieron de ella dos hijos Menashé y Efráim.

Iosef acumuló en todo Egipto grandes cantidades de granos, y luego comenzaron los siete años de hambre y así es que ordenó abrir los depósitos y vender a los egipcios los alimentos.

También en Canaán había una terrible hambruna, lo que motivó a Yaacob a enviar a sus hijos a Egipto para comprar provisiones, pero retuvo a su hijo menor Binyamín quien quedó en su casa por temor a que le ocurriera alguna desgracia.

Llegaron a Egipto e Iosef los reconoció, aunque los consideró como extraños y no se dio a conocer como su hermano. Los trató duramente acusándolos de ser espías a lo que negaron ser. Así ellos se presentaron señalando que todos eran una familia de la tierra de Canaán, de doce hermanos de los que había desaparecido uno de ellos y que el más pequeño había quedado con su padre, y que sus presencias en Egipto, eran para adquirir alimentos. Iosef insistió en que eran espías y que solamente les creería si alguno de ellos viajara a traer al hermano menor.

Primero puso a todos los hermanos en prisión durante tres días y, posteriormente, los liberó. Entre los hermanos se lamentaban por lo hecho en su momento con Iosef, y consideraron que todo lo que estaban padeciendo era un castigo Divino por la angustia que le hicieron padecer. Los hermanos hablaban en hebreo, y desconocían que Iosef lo entendía, ya que a éste le traducían al egipcio lo que ellos expresaban. Iosef a oír lo que decían sus hermanos, no pudo contenerse y se alejó y lloró.

Iosef regresó ante sus hermanos e hizo encarcelar a Shimón. Ordenó Iosef a sus sirvientes que en secreto llenaran con cereales los costales de sus hermanos junto a dinero que trajeron.

Al regresar a su casa, los hermanos descubrieron que no sólo traían consigo alimentos, sino también el dinero. Luego relataron a su padre Yaacob todo lo ocurrido y éste se negaba a enviar a su hijo Binyamín a Egipto. El hambre continuaba y Yehudá consiguió convencer a su padre de les que permitiera llevar con ellos a Binyamín, en su regreso a Egipto.

Llegaron nuevamente a Egipto y fueron recibidos por Iosef, quien liberó a Shimón y nuevamente ordenó llenar con provisiones los costales de sus hermanos, devolviendo el dinero. Pero en esta ocasión ordenó que, además, pusieran en la bolsa de Binyamín una copa de plata. Al intentar partir de regreso, fueron acusados de haber robado la copa de Iosef, ante lo que protestaron clamando inocencia y fueron revisados. Al encontrarse la copa en el costal de Binyamín, rasgaron sus vestimentas e Iosef ordenó retenerlo y dejar al resto en libertad para volver a casa de su padre.


Esperar sin desesperar

Rabino Sacks
Algo extraordinario ocurre entre la parashá de la semana pasada y la de esta semana. Es casi como si la pausa entre una y otra fuera parte misma del relato.
Recuerden que la parashá anterior versaba sobre la niñez de Josef, enfocando, no sobre lo que ocurrió sino sobre quien hizo que ocurriera. Tomando la etapa inicial de su vida como si fuera una vuelta en la montaña rusa, Josef es descripto como pasivo, no activo; no el hacedor sino al-que-le- hacen; el objeto, no el sujeto de los verbos.
 
Fue su padre el que lo amaba y el que le dio un hermoso manto bordado.
 
Fueron sus hermanos, los que le tenían envidia y lo odiaban. Soñaba, pero no porque lo deseaba sino porque, de una forma misteriosa y aún desconocida, se nos presentan los sueños en la mente aun en contra de nuestra voluntad.
Sus hermanos, mientras pastoreaban el ganado, planearon matarlo. Lo arrojaron a un pozo. Lo vendieron como esclavo. En la casa de Potifar ascendió a un puesto importante pero el texto aclara explícitamente que no era por mérito de Joseph sino por Dios: “Dios estaba con Josef y fue un hombre exitoso; estaba en la casa de su amo egipcio. Y su amo vio que Dios estaba con él, y que fue a causa de Dios que todo lo que él hizo prosperara en sus manos.”
 
La esposa de Potifar trató de seducirlo y fracasó, pero aquí también Josef fue pasivo. Él no la buscó, ella lo buscó a él. Luego “tomó su vestimenta diciéndole `acuéstate conmigo´, pero él se soltó dejándole su ropaje en la mano y huyó hacia afuera.” Presentando la prenda de Josef como evidencia, ella hizo que lo encarcelaran bajo una acusación totalmente falsa. Josef nada pudo hacer para demostrar su inocencia.
 
En la prisión nuevamente se transformó en líder, en conductor, pero nuevamente la Torá explicita que esto no era por mérito propio sino por la intervención Divina: “Dios estaba con Josef y le mostró bondad. Le mostró favor ante los ojos del guardiacárcel…Cualquier tarea a realizar era él el elegido para hacerla. El jefe de los guardias se desinteresaba de todo lo que estaba a cargo de Josef porque Dios estaba con él; y cualquier cosa que hiciera, Dios lo hacía prosperar.”
 
Ahí se encontró con el mayordomo y el panadero del Faraón. Ellos soñaron y Josef interpretó sus sueños, pero insistió en que no era él sino Dios el que interpretaba. “Josef les dijo `las interpretaciones no pertenecen a Dios?, por favor dímelas a mí´.”
 
No hay nada parecido a esto en todo el Tanaj. Cualquier cosa que le pasara a Josef era debido a las acciones de otros: del padre, de los hermanos, de la esposa de su amo, del jefe de los guardiacárceles, o de Dios mismo. Josef era la pelota arrojada por las manos de otros y no de las suyas.
Entonces, en realidad por primera vez en toda la narración, Josef decidió tomar el destino en sus propias manos. Sabiendo que el jefe de los mayordomos estaba por ser restituido a su cargo anterior, le pidió que le llevara su caso al Faraon: “Acuérdate de mi cuando te resulte bien; te ruego que tengas la gentileza de mencionarme al Faraon así puedo salir de este lugar.
Puesto que de verdad fui sacado de la tierra de los hebreos; y aquí no he hecho nada que justifique mi encarcelamiento.”
 
Se había cometido una doble injusticia, y Josef vio que esta era una oportunidad para volver a ser libre. Pero el final de la parashá nos asesta un golpe devastador: “El jefe de los mayordomos no se acordó de Joseph, y se olvidó de él.” El anticlimax es intenso, enfatizado por los dos verbos “no se acordó” y “se olvidó.” Tenemos la sensación de que Josef está esperando la noticia día a día. Pero nada ocurre. Su última, su mejor esperanza se desvanece. Nunca será liberado. O así parece.
 
Para entender el poder de este suspenso, debemos recordar que solo desde la invención de la imprenta y la disponibilidad de libros podemos saber qué pasará en el futuro simplemente dando vuelta una página. Durante muchos siglos no había libros impresos. La gente conocía la narración bíblica principalmente escuchándola semana a semana. Los que oían la historia por primera vez debían esperar hasta la semana siguiente para descubrir cuál sería el destino de Josef.
 
La interrupción de la parashá equivale de alguna forma en la vida real a la demora que experimentó Josef en la prisión, que como nos dice el comienzo de la parashá de esta semana, duró “dos años enteros”. Fue entonces que el Faraon tuvo dos sueños que ningún integrante de la corte pudo interpretar, lo cual sirvió para que el mayordomo recordara a la persona que había conocido en la cárcel.
 
Josef fue llevado al Faraon y en horas se transformó de anónimo en héroe: de prisionero sin esperanza a virrey del imperio más grande de la antigüedad.
 
A qué se debe esta sucesión extraordinaria de eventos? Nos está diciendo algo importante, pero qué? Seguramente esto: Dios contesta nuestras plegarias, pero con frecuencia no cuando lo pensábamos o como lo pensábamos. Josef deseaba salir de la prisión, y salió de la prisión. Pero no inmediatamente y no porque el mayordomo hubiera cumplido con su promesa.
Esta historia nos dice algo fundamental acerca de la relación entre nuestros sueños y nuestros logros. Josef fue el gran soñador de la Torá y sus sueños en una buena parte se convirtieron en realidad. Pero no en la forma que él o cualquier otro pudo haber anticipado. Al final de la parashá de la semana pasada – con Josef aún en la cárcel – parecía que sus sueños acabarían en un ignominioso fracaso. Tuvimos que esperar una semana, como tuvo él que esperar dos años, para descubrir que no sería así.
 
No hay logro sin esfuerzo. Ese es el primer principio. Dios salvó a Noaj del diluvio, pero antes Noaj debió construir el arca.
 
Dios le prometió a Abraham la tierra, pero antes debió comprar la cueva de Majpelá para enterrar a Sará. Dios les prometió a los israelitas la tierra, pero debieron librar batallas. Josef se convirtió en líder, como había soñado que sería. Pero antes debía perfeccionar sus habilidades prácticas y administrativas, primero en la casa de Potifar, luego en la prisión. Aun cuando Dios nos asegure que algo va a pasar, no ocurrirá sin nuestro esfuerzo. Una promesa Divina no es substituto de la responsabilidad humana. Por el contrario, es un llamado a la responsabilidad.
 
Pero el esfuerzo solo no es suficiente. Necesitamos seyata di-Shemaya, “la ayuda del Cielo.” Necesitamos tener humildad para reconocer que dependemos de fuerzas que no están bajo nuestro control. En Génesis, nadie invocó más a Dios que Josef. Como dijo Rashi (a Gen. 39: 6) “El nombre de Dios estaba constantemente en su boca.” Reconoció la ayuda de Dios en cada uno de sus éxitos. Él comprendió que sin Dios no hubiera podido hacer todo lo que hizo. De esta humildad, vino la paciencia.
 
Aquellos que han obtenido logros significativos, frecuentemente se encontraron con esta combinación inusual de factores. Por un lado, trabajan duramente: trabajan, practican, se esfuerzan. Por el otro, saben que no es solamente su mano la que escribe el guión. No es únicamente nuestro esfuerzo el que decide el resultado. Por eso rezamos, y Dios contesta nuestras plegarias – pero no cuando ni como lo esperamos. (Y naturalmente, a veces la respuesta es No).
 
El Talmud (Niddah 70b) lo expresa sencillamente. Pregunta: qué hay que hacer para ser rico? Contesta: trabajar duramente y comportarse con honestidad. Pero, dice el Talmud, muchos lo han intentado y no son ricos. Contesta: Debes rezar a Dios que es de donde proviene toda riqueza. En ese caso, pregunta el Talmud, por qué trabajar tanto? Porque, contesta el Talmud, el uno sin el otro es insuficiente. Se necesitan las dos cosas, el esfuerzo humano y el favor Divino. Debemos ser, de alguna manera, impacientes y pacientes. Impacientes con nosotros mismos, pero pacientes para esperar la bendición de Dios por nuestros esfuerzos.
 
La demora de una semana entre el intento fallido de Josef de salir de la cárcel y su posterior éxito nos enseña que hay un delicado equilibrio. Si trabajamos lo suficiente, Dios nos otorgará éxitos – pero no cuando lo queramos nosotros, sino a su debido tiempo.
 
-Traductor: Carlos Betesh, Comunidad Chalom, Buenos Aires Editor: Ben-Tzion Spitz, Gran Rabino, Uruguay-

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