Un hombre improbable, un artista excepcional






Jorge Rafael Videla clava su mirada fastidiado sobre Luis Brandoni. La escena transcurre en el Edificio Libertador, sede del Estado Mayor del Ejército. Corre el mes de julio de 1975. La democracia argentina, maltrecha por la violencia política y la economía desquiciada, agoniza. Brandoni es secretario general de la AAA (Asociación Argentina de Actores) y otra AAA (Alianza Anticomunista Argentina) lo había sentenciado a muerte. Su principal pasión y su mortífera perseguidora comparten idénticas siglas. Ironías del destino.

“¿En qué no está de acuerdo, general?”, arremete el actor, que ha vuelto de unos meses de obligado exilio en México. “En que yo también fui amenazado por la Triple A y me la aguanté acá, mientras que usted se fue”, le replica Videla. Diplomático, pero afilado, Brandoni no deja pasar el reproche: “Lo que pasa, general, es que usted pertenece a una institución que le paga el sueldo esté amenazado o no. Mientras que yo vivo del público, y si estoy amenazado no puedo trabajar ni mantener a mi familia”.

Uno de los cabecillas del grupo parapolicial de la ultraderecha peronista, Aníbal Gordon, consumado el golpe, y ya al servicio de los militares, terminaría secuestrándolo.

Afortunadamente, Brandoni puede contar estos y otros apasionantes capítulos de su intensa vida en sus recién publicadas memorias intituladas Antes de que me olvide, que presentó hace unos días en el escenario del Multiteatro. Desde allí mismo le tocó dar el puntapié inicial al reinicio de la actividad teatral, tras ocho meses de receso total por la pandemia, con su protagónico en la obra El acompañamiento, de Carlos Gorostiza, junto a David Di Napoli.

Brandoni fue uno de los nombres que Mauricio Macri barajó para que lo acompañara como candidato a vicepresidente cuando todavía aspiraba a un segundo mandato, aunque ese lugar finalmente lo ocupó Miguel Ángel Pichetto. El artista, que fue asesor del presidente Raúl Alfonsín y diputado en tiempos de la Alianza, cumplió 80 años a principios de las kilométricas cuarentenas y asegura que las energías que le quedan las concentrará en su labor actoral. Lo que no quita que pueda ser delegado al comité nacional o convencional en la interna capitalina de la Unión Cívica Radical, para contribuir a dar pelea contra Coti Nosiglia, al que acusa de haber vaciado el partido en el distrito porteño.

Brandoni pagó siempre muy caro que lo clasificaran políticamente de manera errónea. Al haber puesto el pecho como sindicalista durante doce años por sus colegas y por haber defendido la estatización de los canales de TV en los setenta (con “un enorme grado de ingenuidad”, se autocritica en su libro), se lo caratuló de izquierdista o peronista, ideologías en las que nunca abrevó. Pero bastó esa presunción para que entrara primero en las listas negras del lopezreguismo y de la dictadura militar, después. Aun con esos angustiantes antecedentes, décadas más tarde, la AAA (la entidad actoral, no la Triple A) tuvo el tupé de acusarlo de negacionista, lo que motivó su renuncia a esa entidad en 2017, no sin antes rebautizarla “Asociación Kirchnerista de Actores”.

Es que había sobrevenido un nuevo equívoco: se lo rotuló a Brandoni de ultra macrista por su activa presencia en actos, banderazos y elocuentes mensajes en video que circulan por las redes sociales, cuando dicho apoyo lo viene realizando desde su convicción de radical de pura cepa, y como tal, integrante de Juntos por el Cambio, coalición de tres partidos (Pro, UCR y CC).

Paradójicamente, en el apogeo de la “década ganada”, entre 2003 y 2015, el trabajo volvió a ralearle como si hubiese entrado en otra tácita lista negra. En dicho período se rodaron más de dos mil películas y Beto solo participó en seis (y en cuatro de ellas, en papeles menores), siendo que antes de 2003, y después de 2015, fue protagonista de films de colosales taquillas (de Esperando la carroza a La odisea de los giles, entre tantas otras).

Fue el precio que debió pagar por no subirse dócilmente al tsunami ultra-K que todavía azota a su profesión. Aun con tantos cortes -se autoimpuso una impasse cuando fue legislador entre 1997 y 2001, y la actividad gremial, en su época ad honorem, también le restó tiempo a su oficio-, su nombre está ligado a enormes éxitos del teatro, la TV y el cine, siempre apuntando muy firme al repertorio de autores nacionales y con un registro amplio que abarca desde lo clásico a lo más popular, con igual versatilidad.

“A veces creo que uno se hace actor para ir a comer después de la función”, desliza en su libro, repleto de entrañables anécdotas artísticas y políticas. Y eso sucedió tras la presentación de esas memorias en una mesa muy concurrida del restaurante Edelweiss, todos entusiasmados con los sabrosos apuntes del rodaje de La Patagonia rebelde, en el sur, desgranados por el director del film, Héctor Olivera, y Beto. Antes, en magistral alocución, Santiago Kovadloff lo había definido sobre el escenario del Multiteatro como “un hombre improbable, un hombre de bien, un artista excepcional”.

Pablo Sirven / La Nación

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