Parashat Matot – Masei con comentarios del Rabino Jonathan Sacks

matot - masei

La Parashá
(relato los hechos antes del estudio posterior)

Cuando entra el mes de Av…

El historiador inglés Arnold Toynbee definió alguna vez al pueblo judío como “ un fósil “, cuya obstinada permanencia en el escenario mundial resulta imposible de explicar.

Esta sentencia, que le valió a Toynbee el mote de antisemita, expresa sin duda una característica saliente de nuestro pueblo, que “ se niega” a desaparecer de la faz de la tierra a pesar de innumerables persecuciones, matanzas y muestras de odio.

Cómo es posible explicar esta cualidad?
Quisiera traer hoy dos historias que bien pueden ayudarnos a responder esta pregunta: La primera de ellas es una anécdota referente al Rabino Hans Harff Z’L, uno de los pioneros del judaísmo liberal latinoamericano llegados a las costas de Sudamérica en los años previos a la Shoá.
Se cuenta que en los días previos a la Noche de los Cristales Rotos, el Rabino Harff ( que por entonces no era rabino, sino estudiante en el Seminario Teológico de Berlín) estaba sentado con sus compañeros de clase en el patio del seminario, cuando una pandilla de jóvenes antisemitas pasó por el lugar y comenzó a arrojarles piedras.

El clima en Alemania de aquellos días ya ebullia y los jóvenes estudiantes permanecieron por largo rato sentados sobre el césped cabizbajos, desorientados y en silencio.

El profesor Rabino Leo Baeck Z’L, que por entonces era una de las figuras más prominentes del judaísmo liberal alemán se acercó a sus alumnos, tomó una de las piedras arrojadas sobre ellos y les dijo: “ Cuando sean rabinos, ustedes tendrán el mandato moral de transformar estas piedras de odio en piedras fundacionales de la nueva vida judía.”

Unos pocos días del cierre del seminario en manos de los nazis en el año 1938, el profesor Rabino Leo Baeck ordenó a aquellos alumnos quienes partieron hacia Sudamérica con aquellas piedras en sus bultos, transformándolas en piedras básales de nuevas sinagogas en el continente americano. ( el Rabino Hans Harff Z’L llego a Buenos Aires Argentina año 1939 y fundó La Nueva Comunidad Israelita NCI del Barrio de Belgrano y el profesor Rabino Leo Baeck Z’L fue el último rabino en salir de Alemania, pues decidió salir con el último judío y llegó a Buenos Aires y fundó la Comunidad que hoy se llama Benei Tikva , Sinagoga Leo Baeck).

El segundo de los relatos, es un episodio talmúdico citado en el tratado de Baba Batra ( 60:8 ): Se nos cuenta que cuando el Segundo Templo fue destruido, comenzaron a abundar los ascetas en Israel que se privaban de la ingestión de carnes y vinos.

Se le acercó Rabi Ieoshua y les dijo:
“ Hijos míos, …. por qué razón han dejado de comer carne y de beber vino? “ Le dijeron: Acaso comeremos la carne que era ofrendada sobre el altar ahora que los sacrificios fueron anulados?! Beberemos del vino que era derramado sobre el altar ahora que dicha práctica fue anulada?!

Les dijo: “ Entonces no deberíamos comer pan ya que las ofrendas de cereales fueron anuladas!”

Dijeron ellos: “ Tal vez deberíamos arreglarnos con frutas…”
“ Tampoco frutas, dijo Rabi Ieoshua, ya que las primicias fueron anuladas”.
“ Tal vez deberíamos arreglarnos con otras frutas”.
Les dijo el Rabi Ieoshua: “ Tampoco bebamos agua ya que fue cancelado el derramamiento de agua sobre el altar que se hacía en Sucot!”

Entonces callaron.
Les dijo: “ Hijos míos, escuchen lo que les digo: Dejar de guardar duelo resulta imposible; pero guardar duelo exagerado también resulta imposible ya que no se puede decretar una imposición sobre la comunidad sino cuando la mayoría de la comunidad va a poder respetarla… Por ello, han dicho nuestros sabios: “ Cuando un hombre ponga yeso en las paredes de su casa, debe dejar una porción sin enyesar;…. Cuando un hombre prepara su comida, debe dejar de lado algún ingrediente;…. Y la mujer se coloca todos sus ornamentos, debe dejar de lado alguno de ellos…. ya que está dicho: “ Si te olvidare, Oh Jerushalaim, olvide mi diestra su habilidad. Adhiérase mi lengua al paladar si no te recordare, si no pusiere a Jerushalaim, por encima de mi mayor alegría “ ( Tehelim 137 5:6 )

Si la primera anécdota nos muestra cómo supo el pueblo judío levantarse en tiempos de crisis, este segundo relato nos enseña que mirar el pasado resulta fundamental, pero un pueblo debe aprender a mirar el pasado con un ojo mientras mira el futuro con el otro.

El duelo es imprescindible, pero también es imprescindible saber continuar.

El pueblo judío pudo sobrevivir los vaivenes de la historia cuando comprendió que el pasado debe recordarse, pero jamás uno debe quedarse estancado allí.
Y si Toynbee tuvo razón y nosotros somos “ un fósil “, no será porque nuestro corazón se haya fosilizado sino porque siempre supimos levantarnos de las cenizas transformando cada ruina y cada piedra en el fundamento de una nueva generación.

Nota rescatada de Aurora

Marcelo Mann

 


Estudiando la Parashá

Rabino Jonathan Sacks

Resolución de conflictos

Una de las tareas más difíciles de un líder —desde primeros ministros hasta padres— es la resolución de conflictos. Sin embargo es también la más importante. Donde hay liderazgo, hay cohesión a largo plazo dentro del grupo, cualesquiera sean los problemas a corto plazo. Donde hay falta de liderazgo —donde los líderes carecen de autoridad, gracia, generosidad de espíritu y de capacidad para respetar posiciones que no sean la suya— hay conflictividad, rencor, traiciones, resentimiento, internas y falta de confianza. Los líderes son personas que ponen los intereses del grupo por sobre cualquier subdivisión. Se preocupan e inspiran a otros para que también lo hagan, por el bien común.

Es por eso que un episodio de la parashá de esta semana tiene enormes consecuencias. Sucedió de la siguiente manera. Los israelitas estaban en la última etapa de su viaje hacia la Tierra Prometida. Ahora estaban situados en la orilla este del río Iardén, y tenían su destino a la vista. Dos de las tribus, la de Reubén y la de Gad, que tenían grandes rebaños y mucho ganado, sentían que la tierra en la que ahora estaban era ideal para sus propósitos. Era una región ideal para el pastoreo. Entonces se acercaron a Moshé y le pidieron permiso para quedarse ahí en lugar de tomar su parte de la Tierra de Israel. Dijeron “Si hemos hallado gracia ante tus ojos, que se dé esta tierra a tus siervos como posesión; no nos hagas pasar el Iardén”.

Moshé advirtió de inmediato el peligro. Las dos tribus estaban poniendo sus propios intereses por sobre los del conjunto del pueblo. Abandonarían al pueblo en el momento en el que más los necesitaba. Había una guerra —de hecho, una serie de guerras— que debían de ser peleadas si los israelitas iban a heredar la Tierra Prometida. Como les explicó Moshé a las tribus: “¿Irán vuestros hermanos a la guerra, mientras vosotros os quedáis aquí? ¿Por qué desalentáis a los hijos de Israel a fin de que no pasen a la tierra que Hashem les ha dado?”.

La propuesta tenía un potencial desastroso. Moshé les recordó a los hombres de Reubén y de Gad lo que había pasado en el incidente de los espías. Los espías habían desmoralizado a la gente, cuando diez de ellos dijeron que no serían capaces de conquistar la tierra. Que sus habitantes eran demasiado fuertes. Que las ciudades eran impenetrables.

Aquel único momento bastó para condenar a toda una generación a morir en tierra salvaje y retrasar la conquista cuarenta años. “Y he aquí, ustedes se han levantado en lugar de sus padres, prole de hombres pecadores, para añadir aún más a la ardiente ira de Hashem contra Israel. Pues si dejan de seguirlo, otra vez los abandonará en el desierto, y destruirán a todo este pueblo”. Moshé fue directo, honesto y confrontativo.

Lo que siguió luego es un modelo en cuestiones de negociación y resolución de conflictos. Los reubenitas y los gaditas reconocieron los reclamos del pueblo como conjunto y la justicia de las preocupaciones de Moshé.

Propusieron un compromiso. Déjennos juntar provisiones para nuestro ganado y para nuestras familias, dijeron, y luego los hombres acompañarán a las otras tribus a través del Iardén.

Pelearán junto a ellas. Incluso irán a la cabeza. No volverán a su ganado ni a sus familias hasta que todas las batallas hayan sido peleadas, la tierra haya sido conquistada y las otras tribus hayan recibido su herencia.

En esencia, invocaron lo que luego se convertiría en un principio de la ley judía: zeh neheneh ve-zeh lo jaser, lo que significa que un acto es permisible si “una parte gana y la otra no pierde”. Ganaremos, dijeron las dos tribus, porque tendremos tierra apropiada para nuestro ganado, pero el pueblo en su conjunto no perderá porque seremos parte del ejército, estaremos en la primera línea y allí nos quedaremos hasta que la guerra haya sido ganada.

Moshé reconoce el hecho de que han hecho caso a sus objeciones. Replantea su posición para asegurarse de que tanto él como ellos han entendido la propuesta y están preparados para sostenerla. Los hace acordar a una tenai kaful, una doble condición, positiva y negativa: si hacemos esto, estas serán las consecuencias, pero si no lo cumplimos, las consecuencias serán aquellas.

No les deja escapatoria de su compromiso. Ambas tribus acceden. El conflicto ha sido evitado. Los reubenitas y los gaditas consiguen lo que quieren, pero los intereses de las otras tribus y del pueblo como totalidad están asegurados. Fue una negociación modelo.

Muchos años después se volvió bastante evidente que las preocupaciones de Moshé estaban justificadas. Los reubenitas y los gaditas cumplieron en efecto con su promesa en los días de Ioshua. El resto de las tribus conquistaron Israel y se instalaron allí, mientras ellos (junto con la mitad de la tribu de Mananshé) se establecieron en Transjordania. A pesar de esto, durante un corto tiempo casi hubo guerra civil.

Ioshua 22 describe cómo, al volver a sus familias e instalarse en su tierra, los reubenitas y los gaditas construyeron “un altar a Hashem” en la orilla este del Iardén. El resto de los israelitas vio esto como un acto de secesión y se prepararon para combatir contra ellos. Ioshua, en un acto notable de diplomacia, envió a Pinjás –antes un fanático, ahora un hombre de paz– a negociar. Él les advirtió acerca de las terribles consecuencias de lo que habían hecho al crear, en efecto, un centro religioso fuera de la Tierra de Israel. Eso dividiría al pueblo en dos.

Los reubenitas y los gaditas dejaron en claro que esta no era en absoluto su intención. Por el contrario, ellos mismos estaban preocupados de que en el futuro el resto de los israelitas los vieran vivir del otro lado del Iardén y concluyeran que ya no querían ser parte del pueblo. Por eso habían construido el altar, no para ofrecer sacrificios ni para competir con el santuario del pueblo, sino como un mero símbolo, una señal para las generaciones futuras, de que ellos también eran israelitas. Pinjás y el resto de la delegación estuvieron satisfechos con esta respuesta, y una vez más se evitó la guerra.

La negociación entre Moshé y las dos tribus en nuestra parashá sigue de cerca los principios a los que llegó el método Harvard de negociación, establecido por Roger Fisher y William Ury en su texto clásico Obtenga el sí. En esencia, llegaron a la conclusión de que una negociación exitosa debe involucrar cuatro procesos:

1. Separar a las personas del problema. En cualquier negociación hay todo tipo de tensiones personales. Es esencial que sean aclaradas primero, para encarar el problema de manera objetiva.

2. Enfocarse en los intereses, no en las posiciones. Es fácil que cualquier conflicto se convierta en un juego de suma cero: si yo gano, tú pierdes. Si tú ganas, yo pierdo. Eso es lo que pasa cuando te enfocas en las posiciones y la pregunta se convierte en “¿Quién gana?”. Si te enfocas no en las posiciones sino en los intereses, la pregunta se convierte en “¿Hay alguna manera de conseguir lo que cada uno de nosotros quiere?”.

3. Inventa opciones en las que todos ganen. Esta es la idea que se expresa halájicamente como zeh neheneh ve-zeh neheneh: “el beneficio de ambas partes”. Esto ocurre porque en general cada una de las partes tiene un objetivo diferente, pero ninguno de ellos excluye al otro.

4. Insiste en mantener criterios objetivos. Asegúrate de que ambas partes estén de acuerdo por adelantado en usar criterios objetivos e imparciales para juzgar si se ha logrado lo pautado. De lo contrario, a pesar de cualquier acuerdo aparente, la disputa continuará, porque ambas partes insistirán en que la otra no ha hecho lo que había prometido.

Moshé hace estas cuatro cosas. Primero separa a las personas del problema cuando deja en claro a los reubenitas y a los gaditas que la cuestión no tiene nada que ver con quiénes son, y todo lo que tiene que ver con las experiencias pasadas de los israelitas, en especial el episodio de los espías. Sin importar quiénes fueran los diez espías negativos y de qué tribus vinieran, todos sufrieron. Nadie ganó. El problema no tiene que ver con esta o aquella tribu, sino con el pueblo como conjunto.

En segundo lugar, se enfocó en los intereses, no en las posiciones. Las dos tribus tenían un interés en el destino del pueblo como conjunto. Si ponían sus intereses personales por encima, Di-s se hubiera enfadado y todo el pueblo hubiera sido castigado, incluidos los reubenitas y los gaditas. Es sorprendente lo diferente que fue esta negociación de la de Kóraj y sus seguidores. Allí, toda la discusión giraba en torno a las posiciones, no a los intereses: era sobre quién tenía derecho de ser líder. El resultado fue una tragedia colectiva.

En tercer lugar, los reubenitas y los gaditas inventaron luego una opción para que ganaran todos. Si nos permites juntar provisiones temporales para nuestro ganado y nuestros hijos, dijeron, no sólo pelearemos en el ejército, sino que estaremos a la vanguardia. Nos beneficiaremos, porque sabremos que nuestro pedido ha sido garantizado. El pueblo se beneficiará de nuestra voluntad de asumir la tarea militar más desafiante.

En cuarto lugar, el acuerdo se dio bajo criterios objetivos. Los reubenitas y los gaditas no volverían a la orilla este del Iardén hasta que todas las otras tribus estuvieran a salvo, instaladas en sus territorios. Y así sucedió, como lo narra el libro de Ioshua:

Entonces Ioshua llamó a los reubenitas, a los gaditas y a la media tribu de Menashé, y les dijo: “Han guardado todo lo que Moshé, siervo de Hashem, les mandó, y han escuchado mi voz en todo lo que les mandé. Hasta el día de hoy no han abandonado a vuestros hermanos durante este largo tiempo, sino que habéis cuidado de guardar el mandamiento de Hashem su Di-s. Y ahora, Hashem su Di-s ha dado descanso a sus hermanos, como él les había dicho; vuelvan, pues, y vayan a sus tiendas, a la tierra de vuestra posesión que Moshé, siervo de Hashem, les dio al otro lado del Iardén”.

Esta fue, en resumen, una negociación modelo, una señal de paz luego de muchos conflictos destructivos en el libro de Bamidbar, así como una alternativa vigente a todos los conflictos posteriores de la historia judía que tuvieron resultados horribles.

Observemos que Moshé tiene éxito no porque sea débil, no porque esté dispuesto a poner en riesgo la integridad del pueblo como un todo, no porque use palabras dulces y evasiones diplomáticas, sino porque es honesto, tiene principios y se enfoca en el bien común. Todos enfrentamos conflictos en nuestras vidas. Esta es la manera de resolverlos.

 
 

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