Parashat Ekev con comentario del Rabino Jonathan Sacks

Parashat Ekev

 

La Parashá
(relato los hechos antes del estudio posterior)

Somos “ Las pequeñas cosas”
Por Rab. Eitan Weisman

Al recordar una conversación en mis años de estudiante de la Yeshivá, esta me hizo pensar en un mensaje que se encuentra en nuestra Parashá.

En aquella época la situación económica de la Yeshivá estaba bastante comprometida, situación esta que inclusive se reflejaba en el menú. Fue en esos meses que se revistió la fachada del edificio con mármol. Una mañana algunos estudiantes compartíamos con el administrador; la pregunta obvia surgió: Si falta dinero para la comida, como es que lo hay para el mármol en las paredes?

El administrador nos informó que un donante canadiense ofreció un monto importante para la Yeshivá con la condición de que el mismo pudiese ser percibido por el gran público.

Si le decía que su dinero sería convertido en comestibles, no hubiera aceptado.

Nuestra Parashá inicia con palabras :
“ Veayá Ekev Tishmeún “. La manera sencilla de entender la palabra Ekev es como un “si” condicional. Lo que dice el texto es: “ Si ustedes escucharen y cuidaren las Mitzvot de la Torá, entonces Hashém reafirmará su pacto y nos bendecirá, tal como lo prometió “.

Rashí, quien normalmente explica el significado de la Torá de manera simple, en este caso no lo hace, y su comentario lo realiza de manera diferente. Dice: “ Si los preceptos ligeros que el ser humano suele pisotear con sus talones ustedes escuchan, entonces el Eterno mantendrá la promesa que te hizo”.

Quiere decir que Rashí explica la palabra Ekev como talón. Por que Rashí va a una explicación que no se refiere al significado simple como es su costumbre?
Puede ser que el eminente sabio nos quiere enseñar el secreto de la conexión del Am Israel con Hashém.

La persona se mide por las cosas pequeñas. Muchos están dispuestos a ejecutar acciones que tienen mucho eco, publicidad; lograr que su nombre sea conocido y reconocido. Pero las cosas pequeñas que normalmente se hacen con bajo perfil, de las que muy pocos se enteran, no hay muchos individuos dispuestos a ello ( como lo relatado al inicio del escrito).

Sin embargo, precisamente en estas acciones se mide la calidad de las personas que si están dispuestos a realizarlas.

Igual ocurre en las Mitzvot. Tenemos 613 Mitzvot. Algunas de ellas, todos los judíos que respetan su identidad judía las cumplen. Mitzvot como Brit Milá, Yom Kipur, Seder de Pesaj. Son muy pocos aquellos que obvian estos preceptos. Otras Mitzvot que son más  “de bajo perfil”, como por ejemplo ayuda al prójimo de manera tal que este no sepa quien es benefactor, préstamo de dinero sin intereses, diezmo, lavarse las manos antes de cada comida…etc, no se “ venden” fácilmente, no gozan de mucha publicidad. Pero estás Mitzvot nos dice Rashí, son las Mitzvot que demuestran el amor verdadero que tenemos para con Hashem; demuestran nuestro apego incondicional al Creador.

Estos preceptos garantizan la continuidad judía. Por ello, son estas las que a veces “ el ser humano suele pisotear con sus talones”.

Olvidamos que son estas las que logran que Hashém mantenga “ la promesa que te hizo a ti”.

Cuentan de un judío que a la vez que se mantenía alejado de las Mitzvot, simultáneamente era muy generoso y jamás se negó a ayudar a un judío observante que le solicitase una donación.

Una vez pregunto un rabino como alguien tan distante de las Mitzvot era tan generoso con las Yeshivot. El señor le contó que sus padres eran religiosos que querían que él estudiara en la Yeshivá del Jafetz Jaím Z ‘L en Radín, pero él era muy rebelde y no estaba de acuerdo.

Aceptó ir y hacer el examen de admisión en el que fracasó “ en grande”.

Estaba contento con ello. Cómo ya era tarde pidió dormir esa noche con los demás alumnos, pero el rabino que lo examinó, temiendo la mala influencia del joven, le planteó la situación al Jafetz Jaím.

El sabio ofreció su casa, lo recibió como si fuese un gran personaje, y lo proveyó esa noche de sustento y lugar para dormir. En la mitad de la noche, contó el señor, escuchó al rabino entrar en su cuarto, diciéndose a sí mismo que el frío en ese cuarto era muy intenso.

Inmediatamente se quitó su abrigo y cubrió al invitado. Ese abrigo lo calentó no solo el cuerpo, sino también el corazón hasta el día de hoy, y es por eso que jamás niega ayuda a un rabino cuando se lo solicita.

Las cosas pequeñas que hacemos demuestran nuestra calidad humana, nuestro apego a Hashem y a la Torá:
No debemos despreciarlas, todo lo contrario. Esa es la recomendación de Rashí: “ Si los preceptos ligeros que el ser humano suele pisotear con sus talones ustedes escuchan, entonces el Eterno mantendrá la promesa que hizo”.

Shabat Shalom Umeboraj

Marcelo Mann


Estudiando la Parashá

Rabino Jonathan Sacks

Traductor: Carlos Betesh

Editor: Ben-Tzion Spitz

Escucha, escucha verdaderamente

Hace unos veintitantos años, con la ayuda de la Ashdown Foundation preparé una conferencia en la Universidad Hebrea de Jerusalem acerca del futuro del pueblo judío. Me producía temor la profundización de la división entre los religiosos ultraortodoxos y los seculares, entre las distintas versiones religiosas de la Diáspora y entre la Diáspora e Israel.

Fue el encuentro de las mentes más brillantes del judaísmo: académicos de 16 países representando todas las variables de la identidad judía. Había profesores de Harvard, Yale y Princeton además de los de la mayoría de las universidades israelíes. Resultó un brillante éxito, y a la vez un total fracaso.

Al promediar el segundo día, me dirigí a mi esposa Elaine y le dije: “La exposición es brillante. La escucha, inexistente.” Al final no aguanté más. “Vamos”, le dije. No pude tolerar más presentaciones excepcionales de mentes que eran, lúcidas, coherentes, pero totalmente impenetrables a ideas que estuvieran más allá de sus preconceptos. Estaban muy lejos de lograr soluciones para la temática de la división interna del judaísmo, y la conferencia en sí representaba ese problema a la perfección.

Decidimos viajar hacia el sur a Arad, para encontrarnos por primera vez con el gran (y muy secular) novelista Amos Oz. Se lo mencioné a un amigo. Hizo una mueca. “Qué”, me preguntó, “qué esperas lograr? Realmente, lo quieres convertir?” “No”, le contesté, “quiero hacer algo mucho más importante: lo quiero escuchar.”

Y así fue. Durante dos horas permanecimos en su estudio en el sótano de su casa rodeados de libros, al borde del desierto, y escuchamos. De ese encuentro se generó, creo, una auténtica amistad. Él siguió siendo secular. Yo seguí siendo religioso. Pero algo mágico, transformador, se produjo de cualquier manera. Nos escuchamos el uno al otro.

No puedo hablar por él, pero sí por mí mismo. Sentí la presencia de una mente profunda, un intelecto sensible, un maestro del lenguaje – Amos es una de las pocas personas que conozco que es incapaz de emitir una frase aburrida – y una persona que ha abierto un camino propio en lo que significa ser judío. Desde entonces he tenido un diálogo público con él, y otro con su hija Fania Oz-Salzberger. Pero comenzó con un sostenido y concentrado acto de escuchar.

Shemá es una de las palabras claves del libro de Debarim, donde aparece en no menos de 92 instancias. Es, de hecho, una de las palabras clave de todo el judaísmo. Es lo primordial en los dos pasajes que forman los primeros dos párrafos del rezo que llamamos Shemá, (1) uno en la parashá de la semana anterior, y el otro en esta.

Es más: es una palabra imposible de traducir. Significa muchas cosas: oír, escuchar, prestar atención, comprender, internalizar y responder. Es lo más cercano al verbo que en el hebreo bíblico significa “obedecer.”

En general, cuando uno se encuentra con una palabra, en cualquier idioma, que es intraducible, es que se está próximo al pulso palpitante de esa cultura. Para comprender una palabra no traducible, se debe estar preparado para salir de la propia zona de confort y entrar en una mentalidad muy distinta a la propia.

En el nivel más elemental, el Shemá representa el aspecto del judaísmo que en su época era el más radical: que Dios no puede ser visto. Sólo puede ser oído. Moshé advierte insistentemente acerca de fabricar o adorar cualquier representación física de lo Divino. Es un tema que atraviesa toda la Biblia. Moshé le recuerda insistentemente al pueblo que en el Monte Sinaí “El Señor les habló desde el fuego. Ustedes han escuchado el sonido de las palabras, pero no vieron ninguna forma; había solo una voz” (Deut. 4: 12). Incluso cuando Moshé habla de ver, en realidad se refiere a escuchar. Un ejemplo clásico ocurre al comienzo de la parashá de la semana entrante:

Mira (re’eh), estoy poniendo frente a ti una bendición y una maldición – la bendición si escuchas (tishme’u) los preceptos del Señor tu Dios que hoy te estoy dando; la maldición será si no escuchas (lo tishme’u) los preceptos del Señor tu Dios (Deut. 11: 26-28).

Esto afecta las metáforas más elementales del conocimiento. Hoy en día, en inglés, prácticamente todas las palabras destinadas a la comprensión o al intelecto están gobernadas por la metáfora de la vista. Hablamos de introspección, retrospección, visión de futuro, e imaginación. Hablamos de personas perceptivas, de hacer una observación, de adoptar una perspectiva. Decimos “parece tal cosa.” Cuando comprendemos algo decimos “sí, lo veo.” (2)  Toda esta constelación lingüística es el legado de los filósofos de la antigua Grecia, el ejemplo supremo de la historia de nuestra cultura visual.

Por el contrario, el judaísmo es más una cultura del oído que del ojo. Como puntualizó en su libro Kol haNevuah, el Rav David Cohen, discípulo del Rav Kook conocido como “el Nazirita”, el Talmud Babilónico utiliza la metáfora de la audición consistentemente. De tal forma que cuando se propone una prueba, dice Ta shemá ‘Ven y escucha.’ Cuando se trata de una inferencia dice Shemá miná. Cuando uno no está de acuerdo con una postura, dice Lo shemiyá leih ‘no pudo escucharlo.’ Cuando llega a una conclusión dice Mishmá, ‘de esto puede ser escuchado.’ Maimónides llama a la tradición oral, Mipi hashemua, de la boca de la que fue oído.’ En la cultura occidental entender es una forma de ver; en la judía, es una forma de escuchar.

Lo que Moshé nos está diciendo en todo Debarim es que Dios no pretende de nosotros una obediencia ciega. El hecho que en el hebreo bíblico no exista la palabra ‘obediencia’ en una religión de 613 preceptos, es en sí impactante (el hebreo moderno pidió prestado del arameo el verbo letzayet). Él quiere que escuchemos, no solo con nuestros oídos sino con los recursos más profundos de nuestra mente. Si Dios hubiera buscado simplemente la obediencia, habría creado robots, no seres humanos con voluntad propia. Realmente, si hubiera demandado obediencia, estaría muy contento rodeado de ángeles, que constantemente cantan loas a Dios y siempre obedecen a Su deseo.

Al crear Dios a los seres humanos “a Su imagen” estaba creando la otredad. Y el puente entre el Yo y el Otro es la conversación: hablar y escuchar. Cuando hablamos, les decimos a los otros quién y qué somos. Pero cuando escuchamos, permitimos que los otros nos digan quienes son. Esta es una instancia sumamente reveladora. Y si no somos capaces de escuchar a otras personas, ciertamente no lo seremos para oír a Dios, cuya otredad no es relativa sino absoluta.

Ahí reside la urgencia de Moshé en el énfasis duplicado de la parashá de está semana, la primera línea del segundo párrafo de la Shemá: “Si en realidad observas (shamo’a tishme’u) los preceptos que hoy te dicto, amar al Señor tu Dios y venerarlo con todo tu corazón y todo tu alma” (Deut. 11: 13). Una lectura más contundente sería “Si escuchas – digo, si escuchas verdaderamente.”

Uno casi puede imaginar a los israelitas diciéndole a Moshé: “Bueno. Suficiente. Ya te escuchamos.” Y Moshé contestando “No es así. Ustedes no parecen darse cuenta de lo que aquí está ocurriendo. El Creador de todo el universo está mostrando un interés personal en vuestro destino y bienestar: en el de ustedes, la más pequeña de todas las naciones y de ninguna forma la más virtuosa. Tienen idea de lo que esto significa?” Quizás todavía no la tenemos.

Escuchar a otro ser humano, ni hablemos a Dios, es el acto de abrir nuestra mente a otra radicalmente distinta a la nuestra. Exige coraje. Escuchar es hacer que uno sea más vulnerable. Mis certezas más profundas pueden tambalear por entrar en la mente de otro que piensa el mundo en forma sustancialmente diferente a la mía. Pero esto es esencial a nuestra humanidad. Es el antídoto del narcisismo: creer que somos el centro del universo. También es el antídoto del pensamiento fundamentalista ejemplificado por la frase del difunto profesor Bernard Lewis: “yo tengo razón, tú estás equivocado: vete al infierno.” (3)

Escuchar es un acto profundamente espiritual. También puede ser penoso. Es cómodo no tener que escuchar, no ser desafiado, no salir de la zona de confort. Hoy en día, los filtros de Google, los amigos de Facebook y el direccionamiento preciso de los medios de comunicación, facilitan vivir dentro de una eco cámara en la que solo podemos escuchar las voces que comparten nuestras ideas. Pero como dije en una conferencia TED el año pasado, “Es la gente que no es como nosotros lo que nos permite crecer.”

De ahí la idea transformadora de vida: Escuchar es uno de los más grandes tributos que podemos otorgar a otro ser humano. Ser escuchado, ser oído, es saber que alguien me toma en serio. Es un acto de redención.

Hace veinte años estaba sentado en el auditorio de la universidad en Jerusalem y escuché cómo una serie de grandes intelectos no se escuchaban entre sí. Llegué a la conclusión de que las divisiones en el mundo judío no se resolverían y que eso nunca iba a ocurrir hasta comprender la profunda verdad espiritual del desafío de Moshé: “Si escuchas – y quiero decir, si escuchas de verdad.”

  1. Técnicamente, recitar la Shemá no es para nada un rezo. Es una acción fundamentalmente distinta: es un acto de Talmud Torá, el aprendizaje de la Torá (ver Menahot 99b). En el rezo, le hablamos a Dios. En el estudio, escuchamos a Dios.
  2. Ver George Lakoff y Mark Johnson, Metaphors we live by, University of Chicago Press, 1980.
 
 
 

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