Parashat Itró con comentario del Rabino Jonathan Sacks Z´L´

Itro

 

Itró

Esta es la porción de la Torá que contiene los Diez Mandamientos. ¿Sabías que hay diferencias entre los Diez Mandamientos tal como aparecen aquí (Éxodo 20:1-14) y como aparecen luego en Deuteronomio 5:6-18? (Sugerencia: proponles como juego a tus hijos encontrar las diferencias durante la comida de Shabat).

El suegro de Moshé, Itró, se unió al pueblo judío en el desierto, le aconsejó a Moshé cuál era la mejor manera de servir y juzgar al pueblo (estableciendo una jerarquía de intermediarios) y luego regresó a Midián. Entonces recibimos los Diez Mandamientos. A los dos primeros los escucharon todos los judíos directamente de Dios pero le suplicaron a Moshé que fuera Su intermediario para los restantes, porque la experiencia era demasiado intensa.

La parashá termina cuando Dios le dice a Moshé que instruya al pueblo no hacer ninguna imagen de Dios. Luego se les ordenó hacer un altar de tierra y eventualmente un altar de piedra, pero sin usar una espada ni una herramienta de metal.

Extraido de AishLatino

Shabat Shalom


Cometario del Rabino Jonathan Sacks Z´L´

Una Nación de líderes

La parashá de esta semana consta de dos episodios que parecieran ser  un estudio de contrastes. El primero está en el capítulo 18. Itró, suegro de Moshé y sacerdote midianita, le da a Moshé su primera lección de liderazgo. En el segundo episodio, el principal gestor es Dios mismo que,  en el Monte Sinaí, hace un pacto con los israelitas en una epifanía que no tuvo repetición ni precedentes. Por primera y única vez en la historia, Dios aparece ante todo un pueblo haciendo un pacto  y otorgándole el código reducido de ética  más famoso del mundo: los Diez Mandamientos.

¿Qué puede haber en  común entre el consejo práctico de un midianita y las palabras atemporales de la Revelación? Hay aquí un contraste intencional, y es importante. Las formas y estructuras de gobierno no son específicamente judías. Son parte de la jojmá, la sabiduría universal de la humanidad. Los judíos han conocido muchas formas de liderazgo: los Profetas, Ancianos, Jueces y Reyes; el Nasí en Israel bajo el dominio romano y el Resh Galuta en Babilonia; los concejos vecinales (shiva tuvei ha-ir), varias formas de oligarquía y otras estructuras, hasta llegar al democráticamente elegido Kneset. Las formas de gobierno no son verdades eternas, ni son exclusivas de Israel. De hecho, la Torá habla mucho de la monarquía y dice que llegará el tiempo en que el pueblo dirá “Pongamos a un rey que nos gobierne, como todas las naciones que nos rodean,” – el único caso en toda la Torá en que a Israel le es ordenado (o permitido) imitar a otras naciones. No hay nada específicamente judío en las estructuras políticas.

Sin embargo, lo que sí es específicamente judío es el principio del pacto de Sinaí: que Israel es el pueblo elegido, la única nación cuyo definitivo y único rey y legislador es Dios mismo. “Él reveló su palabra a Yaakov, Sus leyes y decretos a Israel. Él no ha hecho esto por ninguna otra nación; ellos no conocen Sus leyes, Aleluya” (Salmo 147: 19-20). Lo que estableció por primera vez el pacto de Sinaí fue el límite moral del poder[1]. Toda autoridad humana es una autoridad delegada, sujeta a los imperativos abarcadores de la Torá misma. De este lado del cielo no hay un poder absoluto. Eso es lo que siempre ha diferenciado al judaísmo de los imperios del mundo antiguo y de los nacionalismos seculares de Occidente. Por lo tanto, Israel puede aprender de los madianitas la política práctica, pero solo puede aprender de Dios mismo sobre los límites de la política.

Sin embargo, a pesar de este contraste, existe un tema en común en los dos episodios, el de Itró y el de la revelación de Sinaí: la delegación, distribución y democratización del liderazgo. Sólo Dios puede gobernar solo.

El tema es introducido por Itró. Él visita a su yerno y lo ve liderando en soledad. Le dice “Lo que tú estás haciendo no está bien” (Éxodo 18:17). Esta es una de las dos únicas instancias en toda la Torá en que aparecen las palabras lo tov, “no está bien”.  La otra es en Génesis (2:18) donde Dios dice “No es bueno (lo tov) que el hombre esté solo”. No podemos liderar en soledad. No podemos vivir solos. Estar solo no es bueno.

Itró propone la delegación:

Tú debes ser el representante del pueblo ante Dios y llevarle las disputas a Él. Enséñales a los hombres Sus decretos e instrucciones, muéstrales la forma en que deben conducir sus vidas y cómo deben comportarse. Pero elige hombres capaces de entre todo el pueblo – hombres que teman a Dios, personas confiables que aborrezcan la ganancia deshonesta – y nómbralos oficiales responsables de miles, de centenares, de medio centenar y de decenas. Que actúen como jueces para el pueblo en todo momento y que te traigan a ti los casos difíciles; los simples los pueden resolver ellos mismos. Esto te aliviará la carga, porque ellos la compartirán contigo.

Éxodo 18:19-22

Esta es una observación significativa. Implica que de cada mil israelitas hay 131 líderes, (uno por cada mil, diez por cada cien, veinte por cada cincuenta y cien por cada diez). Uno de cada ocho israelitas estaba destinado a asumir una posición de liderazgo.

En el capítulo siguiente, antes de la revelación del Monte Sinaí, Dios le ordena a Moshé proponer un pacto con los israelitas. En el transcurso de la propuesta, Dios articula lo que de hecho es la misión del pueblo judío:

Ustedes mismos han visto lo que Yo hice en Egipto, cómo los llevé en alas de águilas y los traje a Mí. Ahora, si Me obedecen totalmente y cumplen con Mi pacto, entonces de entre todas las naciones ustedes serán Mi posesión atesorada. Aunque toda la tierra es Mía, ustedes serán para Mí un reino de sacerdotes y una nación santa.

Éxodo 19:4-6

Esta es una declaración muy impactante. Cada nación tenía sus sacerdotes. En el libro de Génesis lo encontramos a Malkizedek, contemporáneo de Abraham, descrito como “un sacerdote del Dios más elevado”. (Génesis 14:18) La historia de Iosef menciona sacerdotes egipcios, cuya tierra no sería nacionalizada (Génesis 47:22). Itró era un sacerdote midianita. En el mundo antiguo no había nada distintivo del sacerdocio. Cada nación tenía sacerdotes y hombres santos. Lo característico de Israel era que se transformaría en una nación en la que cada integrante sería un sacerdote; y cada uno de sus ciudadanos estaría llamado a ser santo.

Recuerdo vívidamente haber estado de pie junto al Rabino Adin Steinsaltz en la Asamblea General de las Naciones Unidas en agosto de 2000 en un encuentro único de dos mil líderes religiosos, que representaban a las principales religiones del mundo.  Señalé que aun ante ese conjunto tan prestigioso, nosotros éramos diferentes. Éramos casi los únicos que vestíamos trajes, todos los demás llevaban puesto sus mantos de oficiantes. Es un fenómeno casi universal que los sacerdotes y hombres santos vistan ropajes distintivos que los diferencien (que es el significado de la palabra kadosh, “consagrado”).  En el judaísmo post bíblico no había ropa de oficiante, porque se suponía que todos debían ser sagrados[2] ) (Teofrasto, discípulo de Aristóteles, llamo a los judíos “una nación de filósofos,” para reflejar una idea similar[3])

¿Pero en qué sentido fueron, alguna vez, los judíos un Reino de Sacerdotes? Los kohanim eran una élite en la nación, miembros de la tribu de Levi, descendientes de Aarón, el primer Gran Sacerdote. Nunca hubo una democratización plena de la keter kehuná, la corona del Sacerdocio.

Ante este problema, los estudiosos ofrecieron dos soluciones. La palabra Kohanim ‘sacerdotes” puede también significar “príncipes” o “líderes” (Rashi, Rasham).O también “servidores” (Ibn Ezra, Rambam).Pero acá está precisamente el punto. Los israelitas fueron llamados a ser una nación de servidores-líderes. Fue el pueblo convocado, por obra del pacto, a aceptar la responsabilidad no solo en nombre propio y de sus familias, sino por el estado moral-espiritual de la nación en su conjunto. Este es el principio que, más tarde, sería conocido como el concepto de kol Israel arevin ze ba-ze “Todo israelita es responsable el uno por el otro”. (Shavuot 39a) El pueblo judío no dejó el liderazgo en manos de un solo individuo, por más sagrado o exaltado que fuera, o de una élite. En cambio, se esperaba que cada uno fuera tanto príncipe como servidor, es decir, cada uno estaba llamado a ser un líder. Nunca antes estuvo el liderazgo más profundamente democratizado.

Eso es lo que hizo que los judíos fueran históricamente difíciles de liderar. Como dice la frase célebre de Jaim Weitzmann, el primer presidente de Israel, “soy el conductor de un millón de presidentes”.

El Señor puede ser nuestro pastor, pero el judío nunca fue una oveja. De la misma forma, esto fue lo que hizo que los judíos tuvieran un impacto en el mundo fuera de toda proporción numérica. Los judíos constituyen un fragmento ínfimo (un quinto del uno por ciento de la población mundial),  pero constituyen una proporción extraordinariamente alta de líderes en cualquier ámbito de la actividad humana.

Ser judío es ser llamado a liderar[4].

[1] Para la ilustración original de esta idea,  por favor vea el comentario del Rabino Sacks sobre Shifrá y Puá en “Las mujeres como líderes, (Shemot 5781)”.

[2] Esta idea reaparece en el cristianismo protestante en la frase “el sacerdocio de los creyentes”, durante la época de los puritanos, los cristianos eran quienes tomaron más en serio los principios de lo que llamaban el Viejo Testamento.

[3] Ver Josefo, Contra Apión 1:22

[4] En el próximo capítulo de la parashá Kedoshim, profundizaremos más sobre el rol del seguidor en el judaísmo.


Traductores

Carlos Betesh

 

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