Parashá Jaiei Sara con comentarios del Rabino Jonathan Sacks

Jaié sará

 
 
Resumen de la Parashá
 
Comienza la parashá de esta semana relatando la muerte de Sará quien tenía ciento veintisiete años de edad. Sará murió en Kiryat Arba, Hebrón y en ese lugar Abraham compró un campo y la cueva de Majpelá para sepultarla allí. Abraham guardó duelo por su esposa.
Abraham ansiaba casar a Itzjak, su hijo, y para ello encargó a su sirviente Eliézer encontrar la mujer apropiada para Itzjak. Abraham hizo prometer a Eliézer que no elegiría esposa entre las hijas de los cananitas. Tenía que ir a la tierra natal de Abraham y encontrar allí a la compañera para Itzjak.
Eliézer se aprestó para llevar a cabo la orden de su amo y así preparó diez camellos cargándolos con muchos regalos que Abraham le dio, y comenzó su viaje hacia Aram Naharaim, la tierra de nacimiento de Abraham. 
 
Llegó por la noche y junto a un pozo fuera de la ciudad, rogó a Hashem para que pudiera encontrar la persona adecuada para Itzjak. Así en su oración al Eterno, dijo que pediría agua a una joven que estuviera junto al pozo, y sería aquella que le respondiera que daría agua a él y sus camellos. Esa sería la mujer
elegida por el Todopoderoso.
Pero antes de finalizar Eliézer con su plegaria al Eterno, llegó al pozo Ribká a llenar su cántaro y Eliézer corrió hacia ella para pedirle agua. Ribká le dio de beber y prontamente sacó agua para dar a los camellos. Eliézer entendió que ella era la mujer designada por Hashem y le dio regalos. Eliézer se inclinó y se prosternó ante el Eterno, bendiciéndolo por Su bondad hacia Abraham. 
 
Ribká era nieta de Najor, hermano de Abraham.
Luego Ribká llevó a Eliézer hacia su casa y él contó todo lo acontecido hasta ese momento. Un hermano de Ribká, Labán salió al encuentro del visitante. Toda la familia estuvo de acuerdo con su unión con Itzjak y así es que permitieron que Ribká viajara a la tierra de Canaán para su casamiento.
Ribká conoció a Itzjak y éste la desposó.
Abraham tomó como esposa a Keturá y tuvo con ella otros seis hijos. Dio regalos a todos sus hijos, pero dejó toda su herencia a su querido hijo Itzjak. Abraham murió a la edad de ciento setenta y cinco años y fue enterrado por sus hijos Itzjak e Ishmael en la cueva de Majpelá junto a Sará.
 
Es interesante que esta parasha se llame La Vida de Sara, cuando precisamente inicia con su muerte y parece terminar con la muerte de Abraham su esposo.
La parasha inicia con el desglose de los años que vivió Sara y la forma en que mantiene su pureza y su belleza. La muerte de nuestra patriarca sucede mientras Abraham se encuentra fuera cumpliendo la voluntad de Hashem.
Abraham regresaba después de haber sido bendecido, pues Hashem le había dicho: “ que aumentaría enormemente su descendencia… como las estrellas, como la arena…, que por su descendencia serán benditas todas las naciones.”
Abraham fue sometido a un día de prueba a su inteligencia emocional, en el que se conduce con mesura, pues toma sus tiempos en cada situación por difícil y dramática que esta sea para dirigir sus acciones en forma correcta. Una vez tomó su tiempo para honrar, elogiar y honrar a Sara, busca un lugar para darle sepultura y va en busca de la “ Cueva de Majpelá” ( la cueva de las tumbas dobles) y entra en una negociación con Efron pagando 400 siclos de plata y teniendo como testigos de la transacción a los hijos de Jet. Hoy día es interesante leer la insistencia de pagar por este lugar y dejar constancia de este derecho por la propiedad, pues hace poco la UNESCO reconoce este lugar como patrimonio palestino de la humanidad.
Abraham enterró en ese lugar a Sara, sabiendo qué hay una promesa sobre su descendencia se ocupa de ello, consciente de haber sido bendecido por Hashem en todo.
Abraham había logrado a través de su edad ( y no pesar de) que la esencia de su alma se expresará en este mundo físico y la muerte de su esposa le hace ver que es tiempo de pasar la estafeta a su descendencia, ya tenia la bendición de parte de Hashem, pero ahora le tocaba encaminar sus acciones para que esto sucediera, así que se enfoca en su hijo Isaac y bajo juramento en el pacto envía a Eliezer su sirviente a buscar una esposa de entre su familia, pero por nada hacía retornar a Isaac a ese lugar de donde Hashem lo había sacado a él. Si bien las mujeres canaanitas eran idiólatras igual que las de Jarán, había en Abraham una preocupación más allí de la ideología, pues él era el ejemplo mismo de que esto puede ser cambiado, sin embargo Abraham buscaba que la familia de la que descendiera la esposa de Isaac evidenciaran las “ midot “ ( cualidades personales, rasgos de carácter que trae una persona) que son extremadamente difíciles de cambiar, esto era lo que pesaba sobre los canaanitas descendientes de Jam, Canaan quienes fueron maldecidos por Noaj. Por esto esperaba que los actos de bondad, fuera lo que la futura esposa de Isaac debía mostrar.
Haber recibido de parte de Hashem la bendición a través de su descendencia, requería de ser meticuloso y cuidar cada detalle para tener éxito ( Hatzlajá) y lograr dejar un matrimonio consolidado. Una vez logrado, Abraham, rehace su vida con Ketura ( Hagar) y continúa su descendencia también por esta línea, muriendo anciano y satisfecho. Fue tras su muerte que Hashem bendice a Isaac.

Los hechos de Abraham y Sara son la base de lo que somos hoy y quizá la vida de esta porción de la Torá está precisamente en continuar con este legado como descendientes que somos, cada uno tenemos un camino recorrido, una casa y una parentela de la que hemos salido, guiados por la voz de nuestra alma, trabajemos con nuestros descendientes físicos y espirituales para que no regresen a esos lugares de donde nos ha sacado El Eterno, pues es nuestra bendición.
Ni la ciencia, ni la modernidad se contraponen a estos propósitos, pues intelectualmente estamos dotados para razonar y tomar decisiones con base en esto, pero nuestras midot sí pueden ser un obstáculo, busquemos el equilibrio, hagamos nuestro Tikum personal, que cuando llegue el día en el que nuestra alma deje este cuerpo, nuestra vida pueda desglosarse con hechos que dejen huella y que se cumpla lo que rezamos “ mientras los recordemos… seguirán viviendo entre nosotros.”
Por Verónica Ahavá

Shabat Shalom Umeboraj

Marcelo Mann


Comentario del Rabino Jonathan Saks Z´L´

Un viaje de mil millas

Nuestra parashá presenta la descripción más serena de la vejez y de la muerte de toda la Torá: “Entonces Abraham exhaló su último aliento y murió en buena vejez, un anciano pleno de años; y fue reunido con su pueblo” (Gen. 25:8). Hay un versículo anterior, no menos conmovedor: “Abraham era anciano, entrado en años, y Dios había bendecido a Abraham en todo” (Gen. 24: 1).

Tampoco fue esta serenidad un don exclusivo de Abraham. El relato de Sara dejó perplejo a Rashi: “Sara vivió hasta los 127 años: Estos fueron los años de la vida de Sara” (23: 1). Esta última frase parece ser totalmente superflua. Por qué no decir simplemente que Sara vivió hasta los 127 años? Qué es lo que agrega decir  que “estos fueron los años de vida de Sara”? Rashi se ve obligado a concluir que la primera mitad de la frase se refiere a la cantidad, cuánto vivió, mientras que la segunda trata de su calidad de vida. “Aquellos – los años que vivió – fueron todos iguales en cuanto a su bondad”.

Pero cómo es concebible esto? Abraham y Sara fueron ordenados por Dios a dejar todo lo que les era familiar: la tierra, el hogar, su familia, para viajar a una tierra desconocida. Apenas llegaron, tuvieron que partir obligadamente porque reinaba el hambre. La vida de Abraham corrió riesgo en dos oportunidades cuando debido al exilio forzado, pudo haber sido asesinado por el gobernante local que quería tomar a Sara para su harem. Sara se vio obligada a decir que era la hermana de Abraham, y sufrió la indignación de ser conducida a la casa de un desconocido. Después vino la larga espera por tener un hijo, hecho aun más penoso por las repetidas promesas de la Divinidad de que su descendencia sería como el polvo de la tierra o como las estrellas del cielo. Posteriormente sucedió el drama del nacimiento de Ismael por su sirvienta Hagar, tema que agravó la relación entre las dos mujeres, y eventualmente Abraham se vio obligado a echar a Hagar y a Ismael. De una forma u otra esta fue una situación dolorosa para las cuatro personas involucradas.

Luego sobrevino la agonía por las ligaduras de Itzjak. Abraham se encontró en la situación de estar por perder a la persona más querida, al hijo al que había esperado durante tanto tiempo. Por todo esto, la vida de Abraham y Sara no fue nada fácil, fueron sometidos a instancias en la que su fe fue puesta a prueba en muchas ocasiones. Cómo puede Rashi decir que los años de Sara fueron todos iguales en bondad? Cómo puede la Torá decir que Abraham fue bendecido en todo?

La respuesta está expresada en la parashá misma, y es muy inesperada. Siete veces le fue ofrecida la tierra a Abraham. Justamente esta es una de esas ocasiones:

El Señor le dijo a Abram después de que Lot se separara de él: “Alza tus ojos, y desde el lugar en que estás parado ahora, mira al norte, al sur, al este y al oeste. Toda la tierra que alcanzas a ver te la daré a ti y a tus descendientes para siempre…Ve, camina por todo el largo y ancho de la tierra, pues Yo te la estoy dando a ti” (Gen: 13: 14-17).

            Sin embargo, en el tiempo de la muerte de Sara, Abraham no posee tierra alguna, y se ve forzado a inclinarse ante los hititas locales y rogarles que le den permiso hasta para comprar un solo campo con una cueva para poder enterrar a su esposa. Aun así debe pagar lo que sin duda era un precio notoriamente incrementado: cuatrocientos shekels de plata. Esto no parece ser la concreción de la promesa de posesión de  “toda la tierra, al norte, sur, este y oeste.”

En relación a su descendencia, Abraham recibe cuatro promesas: “Te haré una gran nación” (12: 2). “Haré que tu descendencia sea como el polvo de la tierra” (13: 16). Dios llevó afuera a Abraham y le dijo,”Mira al cielo y cuenta las estrella. Ve si puedes contarlas.” (Dios) entonces le dijo “Así de numerosos serán tus descendientes.” (15: 5). “Ya no te llamarás Abram. Tu nombre será Abraham puesto que te he nombrado padre de muchas naciones” (17: 5).

Sin embargo tuvo que esperar tanto tiempo para tener un hijo con Sara que cuando Dios insistió que ella lo iba a tener, tanto Abraham (17: 17) como Sara (18: 12) rieron. (Los sabios diferencian estos dos episodios, diciendo que Abraham rió de alegría y Sara de incredulidad. En términos generales, en Génesis, el verbo tz-j-k, reír, es muy ambiguo). De una forma u otra, ya sea con la descendencia o la tierra – las dos promesas clave de la Divinidad a Abraham y Sara – la realidad fue muy distinta de lo que ellos creían merecer.

Ese es, precisamente, el sentido del mensaje de Jaié Sara. En él Abraham hace dos cosas: primero compra la parcela en la tierra de Canaan, y luego prepara el matrimonio de Itzjak. Una parcela y una cueva eran suficientes para Abraham, como para que el texto pudiera decir “Dios bendijo a Abraham en todo.” Un hijo, Itzjak, que para entonces estaba casado y con hijos (Abraham tenía 100 años cuando Itzjak nació; y Itzjak tenía 60 cuando nacieron los mellizos, Yaakov y Esav; y Abraham tenía 175 años cuando murió) era suficiente para que Abraham pudiera morir en paz.

Lao-Tzu, el sabio chino, dijo que un viaje de mil millas comienza con un solo paso. A eso el judaísmo agrega, “No es para ti completar la tarea pero tampoco eres libre de desistir de ella” (Avot 2: 16). Dios mismo dijo acerca de Abraham “Pues Yo lo he elegido para que guíe a sus hijos y a su familia detrás de sí para cumplir con el camino del Señor, haciendo lo que es correcto y justo, para que el Señor le de a Abraham lo que le prometió” (Gen. 18: 19).

El significado de esto está claro. Si te aseguras que tus hijos continúen viviendo por lo que tú has vivido, entonces podrás tener la fe de que seguirán por tu camino hasta que eventualmente lleguen a destino. Abraham no necesitó ver toda la tierra en manos judías, ni comprobar que el pueblo judío fuera numeroso. Dio el primer paso. Comenzó la tarea, y sabía que sus descendientes la iban a continuar. Pudo morir serenamente porque tenía fe en Dios y la fe que otros completarían lo que él había iniciado. Lo mismo era seguramente válido para Sara.

Poner tu vida en manos de Dios, tener la fe de que lo que te ocurra sea por un motivo, saber que eres parte de una narrativa mayor, y creer que otros continuarán lo que has iniciado, es lograr una satisfacción en la vida que no puede ser destruida por circunstancia alguna. Abraham y Sara tenían fe, y pudieron morir con la sensación de haber logrado lo deseado.

Ser feliz no significa tener todo lo que uno quiere o todo lo que le fue prometido. Significa, simplemente, hacer lo que has sido llamado a hacer, haber comenzado, y luego pasar la posta a la próxima generación. “Los justos, aun en la muerte, son considerados como si todavía estuvieran vivos” (Berajot 18a) porque los justos dejan una señal viva para los que los suceden.

Eso fue suficiente para Abraham y Sara, y debiera ser suficiente también para nosotros.

 

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