Parashat Metzorá

La Parashá Metzorá nos relata cuando una casa puede ser afectada por la Tzaraat a travez de apariciones de manchas rojizas o verdosas en las paredes.

Es un proceso que dura como mucho 19 días.

Un Cohen determina si la casa puede ser purificada o debe ser demolida.

Se dice que esto se produce como castigo por egoísmo. Si la casa se declaraba con Tzaraat se debía sacar todos los muebles para que no se contagiaran y se vuelvan impuros.

Al sacar todos los muebles en la vía pública esto causaba vergüenza y ayudaba a expiar y corregir el egoísmo.

El proceso a través del cual la Metzorá recuperado es purificado por el Cohen con un procedimiento especial que incluía dos palomas, agua de manantial, una vasija de barro , un pedazo de madera de cedro, una cinta de color púrpura y un ramo de mirto.

La emisión de una descarga seminal del hombre y la menstruación u otra descarga de sangre de una mujer indican un estado de impureza que necesita un proceso de purificación a través de la inmersión en una Mikve ( baño ritual)


Shabat Hagadol .

Es el Shabat que aparece antes de Pesaj, este nombre indica qué hay en este Shabat una grandeza particular, al respecto de otro Shabatot del año.

Esta grandeza está expresado en el Shuljan Aruj – Código de Ley Judía porque ocurrió en este Shabat un gran milagro.

Cual fue el gran Milagro?
Los primogénitos egipcios vieron al pueblo judío preparándose a ofrendar el sacrificio de Pesaj y escucharon que en la noche de Pesaj Hashem los mataría a todos los primogénitos egipcios.

Cuando exigieron a sus padres a enviar al pueblo judío fuera de Egipto para salvarse de la plaga y estos se negaron, entonces comenzó una guerra entre los primogénitos egipcios con sus padres y gobernantes.

Sobre esta guerra el Rey David dijo en los salmos: Que Hashem golpeó a Egipto con sus primogénitos porque su bondad es eterna.

Este fue un milagro por esto este Shabat se transformó en un Shabat Santo y en un gran Shabat ( Shabat Hagadol)


Shabat Shalom Umeboraj

por Marcelo Mann


El poder de la verguenza

Rabino Jonathan Sacks Z´L 

 

El 20 de diciembre de 2013, una joven llamada Justine Sacco estaba en el aeropuerto de Heathrow esperando abordar un vuelo a África. Para pasar el tiempo, envió un tweet de dudoso gusto acerca de los peligros de contagiarse con SIDA. No hubo una respuesta inmediata, y subió al avión sin tener idea del descalabro que se estaba por generar. Once horas más tarde, al aterrizar, descubrió que se había transformado en celebridad internacional. Su tweet y las respuestas se viralizaron. En los siguientes once días su nombre fue googleado más de un millón de veces. Fue tildada de racista y la echaron del trabajo. De un día para otro se transformó en paria.
Los nuevos medios de comunicación han producido la aparición de un antiguo fenómeno, la vergüenza pública. Dos libros recientes, – el de Jon Ronson, You Have been Publicly Shamed (Has sido avergonzado públicamente) y el de Jennifer Jacquet Is Shame Necessary?  (¿Es necesaria la vergüenza?) – la han estudiado. Jacquet opina que es algo bueno. Puede ser, por ejemplo, una forma de lograr que las corporaciones públicas se comporten más responsablemente.

Ronson señala los peligros. Una cosa es estar avergonzado por la comunidad de la que formas parte, y otra es la red mediática global donde actúan personas desconocidas que nada saben de ti o del contexto en que el acto tuvo lugar. Eso se asemeja más a un linchamiento que a la búsqueda de justicia.

En cualquiera de las dos circunstancias, eso nos da una idea de cómo comprender el fenómeno que de otra manera parecería sorprendente: la tsara’at, la condición detallada extensamente en la parashá anterior y en esta. Tsara’at ha sido traducida como lepra, enfermedad de la piel e infección con escamas. Pero existen importantes problemas para identificarla como enfermedad conocida.

Primero, los síntomas no coinciden con los de la enfermedad de Hansen, o sea, la lepra. Segundo, la tsara’at descrita en la Torá afectaba no solo a los seres humanos sino también a las paredes de las casas, el mobiliario y las vestimentas. No existe condición médica que posea esas propiedades.

Además, la Torá es un libro sobre santidad y comportamiento correcto. No es un texto médico. Y aunque lo fuera, como señala David Hoffman en su comentario, los procedimientos a realizar no corresponden a los que serían adecuados si la tsara’at fuera una enfermedad infecciosa. Finalmente, la tsara’at descrita en la Torá es una condición que no trae enfermedad sino impureza, tumá. La salud y la pureza son dos cosas totalmente distintas.
Los sabios decodificaron el misterio relacionando nuestra parashá con las instancias en la Torá en las cuales alguien estuvo realmente afectado por la tsara’at. Le ocurrió a Miriam cuando habló mal de su hermano Moshé (Números 12: 1-15). Otro ejemplo se refiere a Moshé, que en el episodio de la Zarza Ardiente dijo que los israelitas no iban a creer en él. Su mano se tornó “brevemente leprosa como la nieve” (Éxodo 4: 7). Los sabios consideraron que la tsara’at era un castigo por lashon hará, la maledicencia, hablar negativamente o denigrar a una persona.
Esto ayudó a comprender por qué los síntomas de la tsara’at – moho, decoloración – podía afectar paredes, muebles, vestimenta y la piel humana. Esta era una secuencia de advertencias o castigos. Primero Dios advierte al causante enviando una señal de deterioro en las paredes de su casa. Si la persona se arrepentía, la condición se detenía allí. Si no, afectaba secuencialmente a sus muebles, su ropa y finalmente su piel.
¿Cómo debemos entender esto? ¿Por qué “la maledicencia” era una ofensa tan seria que requirió estos extraños fenómenos para resaltar su existencia? ¿Y por qué castigarlo de esta manera y no de otra?
La antropóloga Ruth Benedict en su libro sobre la cultura japonesa The Chrysanthemum and the Sword, (El crisantemo y la espada) popularizó la distinción entre los dos tipos de cultura: la cultura de la culpa y la cultura de la vergüenza. Tanto la antigua Grecia como Japón, eran culturas de vergüenza. El judaísmo y las religiones influenciadas por él (el más obvio fue el calvinismo) son culturas de culpa. Las diferencias entre ambas son sustanciales.
En las culturas de vergüenza lo que importa es el juicio de los otros. Actuar moralmente equivale a satisfacer los roles públicos, las reglas, las expectativas. Haces lo que los demás esperan que hagas. Sigues las convenciones de la sociedad. Si no lo haces, la sociedad te castigará sometiéndote a la vergüenza, al ridículo, a la desaprobación, humillación y ostracismo. En las sociedades de culpa lo que importa no es lo que piensa otra gente sino lo que te dice la voz de tu conciencia. Vivir moralmente significa actuar en concordancia con los imperativos morales internalizados. “Harás” y “No harás.” Lo que importa es saber lo que está bien y lo que está mal.
Las personas de la cultura de vergüenza son las dirigidas por otros. Importa cómo aparecen ante los ojos de los demás o como diríamos en la actualidad, les importa su “imagen.” Las personas de la cultura de culpa son las dirigidas internamente. Les interesa lo que saben de ellos mismos en los momentos de honestidad absoluta. Aun si tu imagen pública no estuviera dañada, si sabes que no has hecho nada malo estarás inquieto. Te despertarás a la noche preocupado. “¡Oh conciencia cobarde cómo me afliges!” dice Ricardo III en la obra de Shakespeare. “Mi conciencia tiene mil lenguas/Y cada lengua trae varios cuentos/ y cada cuento me condena por ser villano.” La vergüenza es la humillación pública. La culpa, el tormento interno.
La aparición de la cultura de culpa en el judaísmo deriva de la comprensión de la relación entre Dios y la humanidad. En el judaísmo no somos actores en el escenario con la sociedad como espectador y juez. Podemos engañar a la sociedad, pero no a Dios. Toda pretensión y orgullo, cada máscara y personaje, el cultivo cosmético de la imagen pública, son irrelevantes: “El Señor no mira las cosas que mira la gente. Los humanos miran la apariencia externa, el Señor mira el corazón.”(Samuel I 16: 7) Las culturas de vergüenza son colectivas y conformistas. Como contraste, el judaísmo, arquetipo de cultura de culpa, hace énfasis en el individuo y su relación con Dios. Lo que importa no es conformar con la cultura de la época, sino si lo que hacemos es lo justo, lo bueno y lo correcto.
Esto hace que la ley de tsara’at sea especialmente fascinante, porque según la interpretación de los sabios, constituye una de las raras instancias en las que la Torá castiga por vergüenza y no por culpa. La aparición de moho o decoloración de las paredes era una señal pública de una acción mala en privado. Era la forma de avisar a todos los que vivían o visitaran la zona que “Cosas malas han sido dichas en este lugar.” Poco a poco las señales se acercaban aún más al culpable, apareciendo en la mesa o la silla, sobre la ropa y finalmente sobre la piel hasta terminar siendo diagnosticado como impuro.

Y la persona desafortunada, la de la aflicción – sus ropajes serán rasgados, el cabello de su cabeza desarreglado. Y taparán su labio superior al gritar ‘¡impuro!, ¡impuro!’ Permanecerán en ese estado de impureza hasta la desaparición de la enfermedad; ya que impuros son. Vivirán separados; un campamento externo será su morada. (Levítico 13: 45-46).
Estas son por antonomasia las expresiones de vergüenza. Primero está el estigma: las señales públicas de desgracia o deshonra (la ropa rasgada, el cabello revuelto). Después viene el ostracismo: su exclusión temporal de los asuntos normales de la sociedad. Todo esto nada tiene que ver con una enfermedad y todo que ver con la desaprobación de la sociedad. Eso es lo que hace tan difícil de entender en una primera instancia la ley de la tsara’at: es una de las raras apariciones de vergüenza pública en una sociedad basada en la cultura de la culpa. Sin embargo ocurrió, no porque la sociedad hubiera expresado su desaprobación, sino porque Dios estaba señalando que así se hiciera.
¿Por qué tratar el caso específico de lashón hará, la “maledicencia”? Porque el discurso es lo que mantiene unido a la sociedad. Los antropólogos debaten acerca de que el lenguaje ha evolucionado en los humanos precisamente para fortalecer los vínculos entre sí y cooperar en grupos más grandes que cualquier otro animal. Lo que sostiene esa cooperación es la confianza. Es lo que permite hacer sacrificios para el grupo, sabiendo que se puede confiar en que otros harán lo propio. Es por eso que lashon es tan destructivo. Mina la confianza. Hace que las personas sospechen unas de otras. Debilita los lazos que mantienen unido al grupo. Si se deja sin control, lashon hará destruirá el grupo que ataca: familia, equipo, comunidad, hasta la misma nación. De ahí su carácter esencialmente malicioso: utiliza el poder del lenguaje para debilitar el factor esencial al que el lenguaje fue destinado: crear principalmente la confianza que sostiene el vínculo social.

Es por eso que el castigo por lashon hará fue excluir temporalmente de la sociedad mediante la exposición pública (las señales que aparecen en las paredes, muebles, ropa y piel), estigmatización y vergüenza ( ropa rasgada, etc.) y ostracismo (ser forzado a vivir fuera del campamento) . Es difícil, quizás imposible, castigar al chismoso malicioso usando las formas convencionales de la ley: cortes, juicios y luego establecer la culpabilidad.

Eso se puede hacer en los casos de motsi shem ra, libelo o difamación, porque en esos casos se trata de un falso testimonio. Lashon hara es más sutil. Se hace no por engaño sino por insinuación. Hay muchas maneras de dañar la reputación de una persona sin decir específicamente una mentira. La persona acusada de lashon hará siempre podrá decir “Yo no lo dije, no lo quise decir, si lo hice, nada de lo que dije no era cierto.” La mejor manera de tratar con personas que envenenan las relaciones sin decir falsedades es identificarlas, avergonzarlas y evitarlas.
Eso, según los sabios, es lo que hizo milagrosamente la tsara’at en los tiempos antiguos. Ya no existe en la forma descrita por la Torá. Pero el uso de internet y las redes sociales como medio de vergüenza pública nos ilustra acerca del poder y del peligro de la cultura de la vergüenza. La Torá la invoca sólo en raras ocasiones, y en el caso de la metzorá solo como un acto de Dios, no de la sociedad. Pero la enseñanza moral de la metzorá permanece. El chisme malicioso, lashon hará, daña las relaciones, erosiona el vínculo social y quebranta la confianza. Merece ser expuesto y avergonzado.

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