La Parashá
(relato los hechos antes del estudio posterior)
Por el Rab. Gustavo Surazski Ashkelon Israel
La única adquisición:
Existe una evidente correlación entre el comienzo y el final de la Parashá Behar. Y, al mismo tiempo entre estos y la Parashá Bejukotai, que contiene el camino para vivir una vida de bendiciones, y que también leeremos esta semana.
Al inicio de la Parashá Behar en el marco de las leyes del año sabático, nos dice la Torá: “ Y la tierra no será vendida a perpetuidad, porque Mía es la tierra” ( Vaikra 25:23). Y en el último versículo de la Parashá, nos dirá la Tora: “ Mis sábados cuidaréis y mi santuario temereis . Yo soy el eterno” ( Vaikra 20:2).
Ambos pasajes nos brindan una enorme lección. De acuerdo a la Tora, ni la tierra ni el tiempo nos pertenecen. La tierra no es nuestra… Es suya! Los Shabatot- y por ende el tiempo – tampoco nos pertenecen sino que son propiedad celestial.
Muchos son los hombres que dicen: el tiempo es mío, me pertenece y hago con el lo que me plazca en gana.
Quien ha experimentado alguna vez los vaivenes de la vida, sabe que no existe nada más lejano de la realidad. Desde el cielo se nos ha regalado una porción del tiempo que nunca podremos saber cuando caducará.
Y de tanto pensar que el tiempo nos pertenece, muchas veces postergamos sueños, proyectos y decisiones que jamás podremos ver realizadas….Porque no tendremos tiempo !
Otros hombres dicen: mis bienes me pertenecen, y haré con ellos lo que tenga en ganas. Tal vez esto sea cierto; pero ninguno de estos bienes nos acompañará a nuestra morada eterna. ( Se cuenta que dos hombres vinieron a disputar una finca delante del Rabi Leibli de Bialystok. El Rabi pidió ver la tierra con sus propios ojos y salió al campo junto con los dos litigantes. Al llegar al lugar, los dos hombres continuaban peleando: La tierra me pertenece! La tierra me pertenece! Al verlos discutir, el Rabi acercó su oído a la tierra y dijo: “ Ustedes dicen que la tierra les pertenecen pero la tierra sostiene que ustedes le pertenecen a ella”).
En el antiguo Egipto se acostumbraba a sepultar a los faraones con sus alhajas de oro y plata. Se creía que estos irían a disfrutar de ellas en el más allá.
Descubrimientos arqueológicos han demostrado que los únicos que partieron al más allá fueron los faraones. Las joyas quedaron en el Museo Británico y en el Museo de Nueva York.
Muchos son los hombres que dirán: mis hijos me pertenecen. Yo les he dado la vida y podré moldearlos como arcilla en manos del alfarero. No obstante, tarde o temprano, todo padre entiende que él podrá amar, aconsejar y orientar, pero así como los hijos se les da raíces, también se les debe dar alas. Y llegará a la inevitable conclusión de que nada nos asegura que estos sigan por la senda que hemos planeado con tanto esmero.
Otras personas dirán: mi pareja es mía y estará a mi lado por siempre y en toda circunstancia. Si he logrado su atención y su amor, nada le hará cambiar de opinión y de elección. No es necesario abundar de palabras para desarticular esta concepción equivocada del amor.
Y entonces? Si ni el tiempo, ni nuestros bienes, ni nuestros hijos, ni nuestras parejas nos pertenecen o que nos queda en nuestro poder?
Lo único que nos pertenece es la determinación de transformar nuestro tiempo en bendición o D’-s libre – en una pesadilla.
De transformar nuestro bienestar económico en un medio y no en un fin en sí mismo.
De transformar a nuestros hijos en continuidad y no en rehenes. De transformar a nuestras parejas en compañeros de ruta y no en bienes adquiridos.
Tenemos en nuestras manos la elección de vivir una vida en movimiento colmadas de buenas obras.
El Midrash lo dice de manera gráfica y contundente: tres grandes amigos tiene el hombre: su familia, sus bienes y sus buenas obras. Cuando el hombre se acerca a la muerte, llama a la familia y le suplica que lo salven del fatal desenlace. Pero estos le dicen que no pueden ayudar.
Luego el hombre le suplica a sus bienes que intercedan por él, también estos le indican al hombre que no pueden interceder.
Es entonces que el hombre se dirige a sus buenas obras y les suplica salvación. Sus buenas obras le dicen al hombre: puedes partir en paz; nosotros somos tu única adquisición.
La Tora nos brinda este mensaje al inicio y al final de la Parasha Behar.
Ni la tierra, ni el tiempo nos pertenece. Solo nos pertenece la elección de vivir una vida de significado y bendición. Y la clave de dicha elección se encuentra en la Parasha Bejukotai.
Shabat Shalom
Marcelo Mann
Estudiando la Parashá
Rabino Jonathan Sacks
Pensar a largo plazo
En la parshá de la semana pasada hay dos mandamientos muy similares, ambos tienen que ver con contar el tiempo. La semana pasada leímos sobre la cuenta del omer, los cuarenta y nueve días entre el segundo día de Pesaj y Shavuot:
Desde el día después de Shabat, el día que has traído la gavilla de la ofrenda, cuenta siete semanas. Contarás cincuenta días hasta el día después del séptimo Shabat, y entonces presenta una ofrenda de grano nuevo al Señor. (Lev. 23: 15-16)
Esta semana nosotros leemos sobre el conteo de los años hacia el Jubileo:
Contarás siente años sabáticos – siente veces siete años – para que el séptimo año sabático equivalgan a un periodo de cuarenta y nueve años.
Entonces harás que suene la trompeta en todas partes en el décimo día del décimo mes; en el Día del Arrepentimiento suena la trompeta a través de tu tierra. Consagra el quincuagésimo año y proclama libertar a través de la tierra a todos sus habitantes.
Debe ser un jubileo para ti; cada uno de ustedes deberá regresar a la propiedad de su familia y su propio clan. (Lev. 25:8-10)
Hay, sin embargo, una diferencia significativa entre los dos actos de conteo, y tiene a perderse en la traducción. El conteo del Omer es en plural: u-sefartem lakhem. El conteo de los años es en singular: vesafarta lekha.
La tradición oral interpretaba la diferencia como referencia a quien debe hacer el conteo. En el caso del Omer, el conteo es una obligación de cada individuo (1). De ahí el uso del plural. En el caso del Jubileo, el conteo es responsabilidad del Bet Din, específicamente la suprema corte, el Sanedrín (2). Es obligación del pueblo judío como un todo, llevado a cabo centralmente en su nombre por la corte. De ahí el singular.
Implícito aquí está un importante principio de liderazgo. Como individuos contamos los días, pero como líderes debemos contar los años.
Como personas privadas podemos pensar en mañana, pero nuestro rol como líderes debemos pensar a largo plazo, enfocando nuestros ojos sobre el horizonte lejano. “¿Quién es sabio?” preguntó Ben Zoma, y respondió: “Quien puede prever las consecuencias.” (3) Los líderes, si son sabios, piensan sobre el impacto de sus decisiones muchos años adelante.
Famosamente, cuando le preguntaron en 1970 qué pensaba sobre la Revolución Francesa en 1789, el líder chino Zhou Enlai respondió: “Demasiado pronto para decir.” (4)
La historia judía está repleta con tales pensamientos a largo plazo. Cuando Moisés, en la noche del éxodo, concentró su atención en los israelitas en cómo ellos contarían la historia a sus hijos en los años por venir, estaba pensando en el primer paso para hacer del judaísmo una religión enfocada en la educación, estudio de la vida y de la mente, y una de sus más poderosas ideas.
A través del libro de Devarim el exhibe una idea maravillosa cuando dice que los israelitas encontrarán el reto real no en la esclavitud sino en la libertad, no en la pobreza sino en la abundancia, no en estar sin hogar sino en el hogar.
Anticipando por dos milenios la teoría del historiador islámico del siglo XIV Ibn Khaldun, el predice que sobre el curso del tiempo, precisamente como tienen éxito, los israelitas estarán en riesgo de perder su asabiyah o cohesión social y solidaridad como grupo.
Para prevenir esto él establece una forma de vida construida sobre un pacto, memoria, responsabilidad colectiva, justicia, bienestar e inclusión social – aún, hasta este día, la fórmula más poderosa que se ha ideado para una sociedad civil fuerte.
Cuando el pueblo del Reino del Sur de Judá marchó al exilio a Babilonia, fue la visión de Jeremías, expresada en su carta a los exiliados (5), que se convirtió en la primera vez que se expresara la idea de una minoría creativa.
El pueblo pudo mantener su identidad aquí, dijo él (Jeremías), mientras trabajaban por el beneficio de la sociedad como un todo, y eventualmente ellos regresarían. Fue una prescripción notable, y ha guiado desde entonces a las comunidades judías en la Diáspora por más de veintiséis siglos.
Cuando Ezra y Nehemiah reunieron al pueblo en la Puerta del Agua en Jerusalén en los mediados del quinto siglo AC y dieron el primer seminario de educación para adultos (6), estaban señalando una verdad que solo se tornaría evidente muchos siglos después en los tiempos helenísticos, que la batalla real que determinaría el futuro del pueblo judío fue cultural más que militar. Los macabeos ganaron la lucha militar contra los seléucidas, pero la monarquía asmonea que sobrevino eventualmente se helenizó.
Cuando Rabban Yohanan ben Zakkai dijo a Vespesiano, el general romano liderando el sitio contra Jerusalén, “Dame Yavneh y a sus sabios” (7), él estaba salvando el futuro judío asegurándose que una fuente en marcha espiritual e intelectual y su liderazgo se mantendrían.
Entre los más presentes de todos los líderes judíos fueron los rabinos de los primeros dos siglos de la era común. Fueron ellos quienes ordenaron las grandes tradiciones de la Ley Oral en una estructura disciplinada que se convirtió en la Mishnah y subsecuentemente en el Talmud; ellos quienes desarrollaron un texto de estudio en toda una cultura religiosa; ellos quienes desarrollaron la arquitectura de la oración en una forma eventualmente seguida por las comunidades judías alrededor del mundo; y ellas quienes desarrollaron un elaborado sistema de halajá rabínica como una “muralla alrededor de la ley” (8).
Ellos hicieron lo que ningún otro liderazgo religioso ha podido tener éxito en hacer, afilar y refinar una forma de vida capaz de sostener a una nación en el exilio y dispersión por dos mil años.
En los albores del siglo XIX, cuando rabinos como Zvi Hirsch Kalisher y Yehudah Alkalai comenzaron a discutir para el retorno a Zion, inspiraron a figuras seculares como Moses Hess (y después a Yehudah Leib Pinsker y Theodor Herzl), e incluso a no judíos como George Eliot, cuya obra Daniel Deronda (1876) fue una de las primeras novelas sionistas. Ese movimiento aseguró que había una población judía ahí, capaz de asentarse y construir un territorio que un día sería el Estado de Israel.
Cuando las cabezas de la yeshivá y los líderes jasídicos que sobrevivieron al Holocausto alentaron a sus seguidores a casarse y tener hijos y reconstruir sus mundos destrozados, levantaron lo que se ha convertido en el elemento que más rápido ha crecido en la vida judía.
Por ellos hay ahora, con la memoria viva de una destrucción casi total de los grandes centros de aprendizaje judío en Europa del Este, más judíos estudiando en yeshivah o seminarios que en cualquier otro momento en toda la historia judía – más que en los grandes días de las yeshivot del siglo XIX en Volozhyn, Ponevez y Mir, más que incluso en los días de las academias en Sura y Pumbedita que produjeron el Talmud babilonio.
Los grandes líderes piensan en el largo plazo y construyen para el futuro. Eso se ha convertido en algo demasiado raro en la cultura secular contemporánea con su implacable enfoque sobre el momento, en sus lapsos de poca atención, su moda fugaz y flash mobs, en sus textos y tweets, en sus quince minutos de fama, en su fijación en los titulares de hoy y “el poder del ahora”.
Sin embargo el negocio real de los líderes de hoy son aquellos que juegan el más largo de los juegos largos. Bill Gates de Microsoft, Jeff Bezos de Amazon.com, Larry Page y Sergei Brin de Google, y Mark Zuckerberg de Facebook, estaban todos preparados para esperar un largo tiempo antes de monetizar sus creaciones. Amazon.com, por ejemplo, fue lanzada en 1995 y no demostró tener ganancia hasta el último trimestre de 2001. Incluso por estándares históricos, estas fueron instancias excepcionales de planeación y pensamiento a largo plazo.
Aunque son ejemplos seculares, y aunque en muchos casos nosotros no tenemos profetas desde el Segundo Templo, no hay nada intrínsecamente misterioso sobre ser capaces de prever las consecuencias y elegir esta forma en lugar de aquella otra.
Entender el futuro se basa en un estudio profundo del pasado. Los jugadores de ajedrez han comprometido tantos juegos clásicos a la memoria que ellos pueden casi instantáneamente decir por ver las piezas en el tablero, cómo ganar y en cuántos movimientos. Warren Buffett pasó muchas horas y años cuando era un hombre joven leyendo cuentas anuales corporativas que desarrolló una fina y afilada habilidad de recoger compañías preparadas para el crecimiento. Ya en el 2002, cinco años antes de que llegara el colapso financiero, él estaba advirtiendo que derivados y el aseguramiento del riesgo eran “armas financieras de destrucción masiva”, una profecía secular que fue las dos cosas, verdadera y desatendida.
A través de mis años en el Gran Rabinato nuestro equipo – y creo que el liderazgo debe ser siempre una empresa de equipo – siempre preguntaba: ¿cómo afectará esto a la comunidad judía dentro de veinticinco años? Nuestra tarea era construir no para nosotros sino para nuestros hijos y nietos. El gran reto sistemático era convertirnos de una comunicad orgullosa de su pasado a una comunidad enfocada en su futuro. Por esta razón fue que elegimos expresar nuestra misión en forma de pregunta: ¿Tendremos nietos judíos?
El reto del liderazgo en Behar es: cuenta los años, no los días. Mantén la fe con el pasado pero tus ojos firmemente fijados sobre el futuro.