En Shoftim, Moshé habla de las grandes instituciones del judaísmo: las cortes, jueces, oficiales, reyes, sacerdotes, levitas y profetas. En el caso de los profetas, Moshé dice, en nombre de Dios:
Yo voy a elevar a un Profeta de entre medio de su propio pueblo, como tú. Yo voy a poner Mis palabras en su boca, y él pronunciará todo lo que Yo le ordene. (Deuteronomio 18:18)
La frase “un Profeta como tú…” no puede tomarse literalmente. Con respecto a la claridad y la calidad de las comunicaciones con Dios, Moshé fue único. Único en los milagros que realizó. Aún más importante, solo él fue autorizado para proclamar la Torá: fue el único legislador de Israel. Tanto el Rey como el Sanedrín tenían el poder para ejecutar acciones temporarias en aras del orden social. Los Profetas, por su parte, tuvieron la autoridad para ordenar acciones específicas dentro de determinados límites temporales. Pero ninguno podía sumar o restar alguno de los 613 preceptos dados por Dios a través de Moshé.
Rambam explica este pasaje de la siguiente forma:
¿Por qué dice la Torá “Yo elevaré a un Profeta de entre medio de su propio pueblo, como tú” (Deuteronomio 18:18)? El Profeta vendrá, no para establecer una religión, sino para ordenarles que cumplan las palabras de la Torá, significando que no las transgredan, ya que el último de los Profetas les dijo: “Recuerden la Torá de Moshé, Mi servidor.” (Malají 3:22)
En otras palabras, los Profetas que siguieron a Moshé desde Elija hasta Malají, no fueron revolucionarios. No intentaron crear algo nuevo sino restaurar lo antiguo. Su tarea fue recordar la misión que les enseñó Moshé: permanecer fieles a Dios y crear una sociedad compasiva y justa.
Posteriormente, durante o después del periodo del Segundo Templo, muchas de estas instituciones llegaron a su fin. Ya no había reyes, ya que Israel no tenía soberanía. No había sacerdotes, porque ya no tenía el Templo. Pero tampoco había Profetas. ¿Cuán importante era todo esto? ¿Y qué pasó con la profecía? El Talmud ofrece dos interpretaciones radicalmente opuestas. La primera dice así:
Rabí Iojanán dijo: desde el día que se destruyó el Templo la profecía le fue sacada a los Profetas y entregada a los tontos y a los niños.
[1]
No podemos tener certeza de lo que quiso decir Rabí Iojanán. Puede haber querido expresar que a veces los tontos y los niños ven lo que otros no perciben (como fue ilustrado en el famoso relato de Hans Christian Andersen El Traje Nuevo del Emperador). O quizás haya querido decir lo contrario, que la profecía se deterioró al final del periodo del Segundo Templo. Había muchos falsos profetas, adivinos, agoreros, místicos, anunciadores del apocalipsis y movimientos mesiánicos, todos presagiando con mucha convicción el fin de la historia y el comienzo de un nuevo orden de cosas. Estaban los religiosos sectarios. Los esenios, que aguardaban al Maestro de la Rectitud. Estaban los que se rebelaban contra Roma, que creían que un héroe militar traería la libertad, y también la era mesiánica. Era una época febril, destructiva, y es posible que Rabí Iojanán haya querido desacreditar el máximo posible la dependencia de una supuesta certeza divina acerca del futuro. La profecía sería entonces un parloteo de niños o disquisiciones de tontos.
Sin embargo, el Talmud cita una opinión bastante distinta:
Rabí Avdimi de Haifa dice: Desde el día que fue destruido el Templo, la profecía fue sacada a los profetas y entregada a los Sabios… Ameimar dijo: y un Sabio es más grande que un Profeta, como está dicho: “Un Profeta tiene un corazón de sabiduría” (Salmos 90:12) ¿Quién se compara con quién? Debe decirse que el que es menos se compara con el más grande.
[2] (Ya que el Profeta tiene un corazón de sabiduría, el Sabio, que es la sabiduría personificada, debe ser aún más grande).
Esto es verdaderamente interesante. Los primeros jueces en Israel eran Cohanim.
[3] Cuando Moshé bendijo al pueblo hacia el fin de sus días, refiriéndose a la tribu de Levi, dijo “Ellos les enseñarán Tus leyes a Yaakov y Tus instrucciones a Israel.»
(Deuteronomio 33:10). Cuando Ezra enseñó Torá a los israelitas, ubicó a los levitas entre la gente para que les explicaran lo que se estaba diciendo. Todo esto sugiere que cuando los Sabios – maestros y expertos en la ley judía – trazaron su linaje intelectual y espiritual, debían haberse visto como herederos de los Cohanim y los Leviim. Pero no lo hicieron. Esto lo comprobamos por la famosa mishná con la que comienza Pirké Avot:
Moshé recibió la Torá en el Sinaí y la entregó a Ieoshúa. Ieoshúa a los ancianos, los ancianos a los Profetas y los Profetas a los Hombres de la Gran Asamblea.
Los Sabios se veían como herederos de los Profetas. ¿Pero en qué sentido? ¿Y cómo es que se vieron no solo como sus herederos sino más grandes que los Profetas? Es más, el texto que citan no dice nada de eso. El versículo en el Salmo 90 dice “Enséñanos a contar nuestros días, para que podamos obtener un corazón de sabiduría.” El Talmud cuenta con el hecho de que dos palabras distintas suenan parecido: נבא (nabi – podemos obtener /verbo/) y נביא (nabi – un profeta /sustantivo/). En otras palabras, solo suspendiendo nuestras facultades críticas se puede tomar el texto como una comprobación.
Acá está pasando algo muy extraño. Los Sabios, que valoraban la humildad y sabían que la profecía había llegado a su fin en los días de Jagai, Zacarías y Malají, cinco siglos antes de la destrucción del Segundo Templo, que creían que lo más que podían oír del cielo era un bat kol, un eco distante, acá están diciendo no solo que son profetas, sino que son superiores a ellos.
Todo esto para enseñarnos que los Sabios tomaron los ideales de los profetas y los transformaron en programas prácticos. He aquí un ejemplo: protestar junto al pueblo, administrar el rechazo, era una tarea profética fundamental. Así entendió Ezequiel esta tarea.
Dios dijo: “Hijo de hombre, Yo te estoy enviando a los israelitas, una nación rebelde que se ha rebelado contra Mí… diles a ellos, ‘Esto es lo que el Señor Soberano dice.’ Y si escuchan o no escuchan – pues son un pueblo rebelde – ellos sabrán que un Profeta ha estado en medio de ellos.” (Ezequiel 2:3-5)
Ezequiel debe adoptar una posición pública. Una vez hecho eso, ha cumplido con su deber. El pueblo ha sido advertido. Si se niegan a escuchar, será culpa de ellos.
Los Sabios tenían un enfoque totalmente distinto. En primer lugar, comprendieron que la tarea de protestar les corresponde a todos, no solo a los Profetas. Es así como entendieron el versículo. “Con certeza aleccionarás a tu vecino, y así no compartirás su culpa.” (Levítico 19:17) Segundo, sostuvieron que debían hacerlo no solo una vez, sino cien veces si fuera necesario.
[4] De hecho, debes seguir aleccionando al malhechor hasta que te agreda, te insulte o te rete.
[5] Todo esto, sin embargo, es aplicable solamente si existe una probabilidad razonable de que la situación mejore. Si no, aplicaremos la regla: “Así como es una mitzvá decir algo que será escuchado, también es una mitzvá callar lo que no será tomado en cuenta.”
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Noten la diferencia entre los dos enfoques. El Profeta adopta una postura heroica pero no asume la responsabilidad si el pueblo lo escucha o no. Los Rabinos no eligen esa postura. De hecho, ellos democratizan la responsabilidad del reto de tal manera que es aplicable a todos. Pero son ultrasensibles en cuanto a su efectividad. Si existe una posibilidad de cambiar a alguien para bien, debes intentarlo cien veces, pero si no existe esa posibilidad, mejor guardar silencio. Este no solo es un enfoque sabio, sino también sumamente efectivo.
Consideremos ahora la paz. No existe versión más bella sobre la paz mundial que la expresada por los Profetas de Israel. He aquí un ejemplo:
El lobo habitará con la oveja, el leopardo se posará junto con la cabra, el cordero, el león y el potro estarán juntos, y un niño pequeño los guiará… Ellos no harán daño ni se destruirán en Mi monte sagrado, pues la tierra estará colmada por la sabiduría del Señor como las aguas cubren el mar. (Isaías 11:6-9)
Ahora tomemos las enseñanzas rabínicas: “En aras de la paz, a los pobres de entre los extranjeros no se les debe impedir cosechar las sobras, los granos olvidados y las esquinas de los campos… Nuestros maestros nos enseñaron: en aras de la paz, los pobres de entre los extranjeros deben ser mantenidos como mantenemos a los pobres de Israel, sus enfermos deben ser visitados como los de Israel y sus muertos deben ser enterrados como enterramos a los muertos de Israel.”
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Una vez más, las diferencias son impactantes. Lo que para los Profetas era la visión deslumbrante de un futuro distante, para los Sabios era un programa práctico de buena relación comunitaria, una forma de mantener una coexistencia pacífica entre la comunidad judía y los vecinos no judíos. Era imaginativa, bondadosa y realizable.
Hay muchos otros ejemplos. Los Sabios lograron algo extraordinario. A lo largo de la era bíblica los israelitas fueron constantemente tentados por la idolatría y las prácticas foráneas. Los Profetas frecuentemente llegaban al límite de la desesperación. Durante la era rabínica, los judíos se convirtieron en un pueblo definido por la religión, los mandamientos, el aprendizaje y la plegaria, sostenidos voluntariamente y mantenidos tenazmente contra todas las presiones desplegadas para convertirlos a la fe de la mayoría. Eso se debió a que los rabinos no se quedaron con visiones lejanas. Desarrollaron programas prácticos. Esto puede haber carecido de dramatismo, pero funcionó.
Los Sabios, quizá para su propia sorpresa, se dieron cuenta de lo siguiente: donde los Profetas fallaron, ellos lograban éxitos. Yo creo que las instituciones como la profecía sobreviven cuando son convertidas de ideales utópicos en políticas prácticas. La grandeza de los Sabios, aún no totalmente apreciada por el mundo, es que guiados por las visiones de los Profetas, nos dieron las instrucciones de cómo llegar de aquí hasta allá.