Sabbatai Zevi: El Falso Mesías



Noticia de la llegada de un falso mesías sefardí en el siglo XVII

En todas las tierras aparecían nuevos profetas. Gente ordinaria, e incluso mujeres y cristianos, se arrojaban a tierra y gritaban en voz alta que Sabbatai Zevi, el ungido del Señor (bendito sea su nombre), había llegado para redimir a los hijos de Israel, elegidos de Dios. Pecadores que hasta entonces habían abiertamente negado y enojado a Dios se habían tornado penitentes, y vestidos de tela de saco, andaban de ciudad en ciudad humillándose a sí mismos y estimulando a las multitudes a confesar sus pecados. Ricos conversos abandonaban sus bienes y se postraban a los pies de los rabinos, suplicándoles la readmisión en el redil. Jerusalén iba a ser reconstruida y a recobrar su antiguo resplandor. En muchas localidades la muerte había llegado a ser una cosa desconocida. Isaac Bashevis Singer, en Satán en Goray.

Entre los miles de sefardíes y sus descendientes desperdigados por todo el Mediterráneo y el resto del mundo, hay que destacar la impresionante figura de Sabbatai Zevi, un líder religioso que destacó por sus estudios cabalísticos y por su conocimiento del Talmud, el libro sagrado judío. Místico para algunos, que incluso aseguraban que hablaba con Dios, un farsante para otros, que lo llegaron a “excomulgar” de la confesión hebrea, y el Mesías para sus ciegos seguidores, la figura de Zevi es una de las biografías más apasionantes e increíbles del mundo judío. 

Su historia, que es realmente única e irrepetible, la conocí en el Museo Judío de Amsterdam, donde varias de sus vitrinas y documentos dan fe de la historia de este hombre, que se consideró como el Mesías y fue uno de los líderes religiosos más importantes del siglo XVII. Allí, en estas salas de Ámsterdam, se cuenta el “impacto” que tuvo en la comunidad su figura y cómo varios de sus más prominentes miembros vendieron sus propiedades y viviendas para unirse a la causa de un hombre que, ante todo, se creyó lo que decía: ser el elegido de Dios que debería comenzar un nuevo éxodo hacia Israel y liderar al mundo en este tránsito. Y la gente de su época le creyó y le siguió hasta el día de hoy, como veremos. El presente relato es una historia de su vida, andanzas, desventuras y un final nada digno de un Mesías adorado por los judíos y algunos cristianos y musulmanes. En cualquier caso, todos ellos incondicionales de su absurda causa.

Esmirna, capital sefardí

Sabbatai Zevi Nació en la ciudad de Esmirna, hoy Izmir (Turquía), el 23 de julio de 1623 en una familia sefardí, coincidiendo esta fecha con el día en que los judíos conmemoran la destrucción del templo, y que ya había sido señalada por algunos rabinos como la del nacimiento del Mesías. El padre de Zevi era un conocido comerciante de la ciudad, que procedía de las comunidades judías de Grecia, más concretamente de Patras, y un buen conocedor de las tradiciones hebreas. En este ambiente, recogido y religioso, pero también cerrado, se educó y crió aquel al que algún día muchos siguieron y creyeron, como si de veras se tratara de un auténtico Mesías. 

Los judíos llegaron a Esmirma, bella y marítima ciudad turca, tras la expulsión por los reyes de España y Portugal de todas las comunidades hebreas presentes en su territorio. Miles de judíos no aceptaron convertirse al cristianismo y prefirieron huir. Tras el edicto de los Reyes Católicos y la posterior expulsión de Portugal, se esparcieron, como una gran mancha, por los Balcanes, Europa, el Imperio Otomano y las islas griegas, como Creta, donde llegó a haber una próspera y activa población sefardí que después sería eliminada durante el Holocausto. 

Los turcos, a pesar de que eran musulmanes y practicaban el proselitismo religioso, toleraron a los judíos, les integraron en sus sociedad y, en muchos casos, los sultanes les emplearon como  médicos, escribientes y profesiones de reputado prestigio, como orfebres, joyeros, farmacéuticos o prestamistas. En muy poco tiempo, los hebreos eran respetados y gozaban de una alta estima y prestigio. Su desenvoltura profesional, junto con su seriedad y eficacia, les hicieron merecedores de una gran fama que les permitió vivir en libertad y tolerancia. Su lengua, el judeoespañol, se convirtió en unos de los rasgos de estas comunidades judías que tras la expulsión pasaron a denominarse como sefardíes.

Para hacerse una idea de lo que significaba ser judío en aquellos días en Europa, sirva como ejemplo que el mismo año que nació Zevi se produjeron numerosos pogrom (matanzas de hebreos indiscriminadas) en Polonia y Rusia, destacando de todos ellos el especialmente cruel de la localidad polaca de Chmielniecki, donde murieron asesinados varios centenares de hebreos a manos de sus vecinos.  Los judíos se sentían perseguidos, hundidos y esperaban una “tabla” salvadora que les llevara a la tierra prometida, al paraíso. Eran de tiempos de desesperanza, guerra y persecución, la trilogía fanática que ha perseguido a los judíos desde que fueran expulsados de Sefarad, su tierra idealizada y prometida que un día les fue negada por los reyes españoles. 

En este contexto, que no tenía nada que ver con la tragedia que sucedía en otras partes de Europa, nació Sabbatai Zevi, en el seno de una familia integrada, acomodada y muy tradicional, tanto en cuanto a las costumbres como al seguimiento de las tradiciones religiosas judías. El padre, Modecai, un hombre recto y estudioso, educó e inculcó al niño el estudio del Talmud, bajo la atenta dirección y cuidado del rabino Joseph Escapa, otro sefardí que vivía en Esmirna y que era ayudado por el padre en sus tareas religiosas. También sabemos que conocía a la perfección la Torah, donde se resumen las tradiciones, leyes y sermones exhortativos de la religión judía. Los sefardíes, por las noticias que tenemos, siempre fueron muchos más religiosos y tradicionalistas, quizá por el recuerdo de lo irreparablemente perdido, que los askenazíes.

Muy pronto, siendo casi un niño, Zevi se interesó por la cabala, el misticismo judío, la penitencia, la mortificación del cuerpo y el fiel seguimiento de todas las tradiciones religiosas hebreas. En aquellos años, según cuentan sus biógrafos, el que estaba destinado a ser el Mesías se casa, aunque el matrimonio fracasaría tempranamente, y se dedica en cuerpo y alma al estudio de la religión hebrea y sus libros sagrados. Son en estos estudios donde el joven forjaría el futuro de su vida y todos estos conocimientos, que no todos tenían en la época,  contribuirían a consolidar un sólido discurso religioso e ideológico difícil de rebatir en una sociedad escasamente formada y donde casi nadie poseía tales facultades.

En este período, en que ya se había comenzado a mortificar y que aseguraba que entraba en éxtasis, Zevi comienza a sufrir depresiones, estados de ansiedad y a vivir en una suerte de misticismo que, seguramente, le propició una cierta tendencia al desequilibrio mental, que al parecer ya no le abandonó de por vida. Mientras tanto, su fama de hombre piadoso, erudito y sabio ya le acompañaba y no le abandonaría de por vida. Ya había comenzado sus prédicas y su brillante oratoria le ayudó mucho a difundir sus ideas.

Sus partidarios, como también sus detractores, crecían cada vez más y la seguridad de Zevi aumentaba. Así fue posible que este hombre formado y rigurosamente religioso anunciase, en 1648, que él era el verdadero Mesías que esperaban los judíos y los cristianos, el hombre que debía restaurar el reino de Israel. Fue aclamado y ninguno de sus seguidores se atrevió nunca a discutirle sus cualidades casi divinas. Pero su anuncio era un éxito relativo, pues no escapaba todavía de los ámbitos geográficos de Esmirna; tendría que esperar aún algo más de tiempo para tener el éxito total que le esperaba.

En el acto en donde fue “investido”, en la ciudad de Esmirna, Zevi aseguró que la voz de Dios es la que le había hablado y anunciado que era el verdadero Mesías, el rey de los judíos. Su personalidad, junto con el conocimiento de los textos judíos y sus dotes oratorias, harían que el “milagro” obrase y que hubiese nacido una suerte de secta seguidora de las ideas del pretendido Mesías. Zevi, que cantaba bellos cantos en hebreo antiguo, era un manipulador nato. Aprovechando ciertas creencias, como las que había sobre que el Mesías aparecería en el año 1648, afirmó ante sus seguidores que la redención de los judíos tendría lugar el 8 de junio de 1666.

Zevi, con apenas veinticinco años, había puesto en marcha un movimiento religioso que perduraría hasta la actualidad, pues, al parecer, algunos judíos transmitieron de padres a hijos estas creencias y aún perduran. Evidentemente, las tesis de Zevi no fueron aceptadas por el colectivo de los rabinos e incluso los de Esmirna decretaron una “cherem” en contra suya, lo que equivaldría en el mundo cristiano a una excomunión. En 1651, y ya con muchos y poderosos enemigos en su haber, el movimiento de Zevi es prohibido en Esmirna y el supuesto Mesías es una suerte de apestado. Todavía tendría que esperar, su tiempo aún no había llegado.

Sin embargo, estos contratiempos no desaniman al joven Mesías y, en 1658, él huye a Constantinopla. Allí, donde todos le escuchan con curiosidad y algunos con fanatismo, Zevi se reúne con el estudioso Abraham ha-Yakini, discípulo del profesor Joseph di Trani, y buen conocedor también de la tradición, la cultura y la religión de los hebreos. Lejos de apartarle de sus locuras, Ha-Yakini se convertiría en una figura fundamental en el movimiento y le asegura que tiene un viejo manuscrito escrito en caracteres arcaicos que ya profetiza su llegada como Mesías. El texto, bastante inverosímil que existiera, daba hasta los datos de la filiación paterna y el año del nacimiento del Mesías enviado por Dios: 5386 para los hebreos y 1626 para los cristianos, fecha que, por cierto, está en contradicción con la que citan numerosos historiadores sobre el año del nacimiento de Zevi. ¿Otra manipulación más del Mesías? No lo sabemos. 

De Salónica a Jerusalén

Aunque se desconoce el motivo por el cual abandonó Estambul, hay noticia fehaciente de que el siguiente destino de Zevi fue Salónica, ciudad de una gran importancia en la época otomana y auténtico centro sefardí de los Balcanes. En la ciudad eran mayoría los judíos sefardíes y la vida social y económica estaba muy organizada. Había numerosas sinagogas, escuelas talmúdicas, bibliotecas y un sinfín de oportunidades para el nuevo Mesías. Predicó sus doctrinas, basadas en el misticismo y la mortificación en esta vida, y añadió a la causa nuevos adeptos dispuestos a dar todo por la vida del “Hijo de Dios”.

En aquellos días, según cuentan los testimonios de la época, el movimiento puesto en marcha por Zevi podría tener algo más de un millón de seguidores, una cifra altísima si tenemos en cuenta que el único medio de difusión de la época era la cultura oral y las prédicas de los rabinos que seguían sus enseñanzas, aunque, al parecer, eran mayoría los que lo rechazaban como el Mesías. La elección de Salónica como lugar de presentación de sus doctrinas no era algo casual, ya que la ciudad era el auténtico centro religioso judío de los Balcanes, con muchas sinagogas y escuelas talmúdicas, y casi se puede decir del mundo. Sabbatai Zevi se movía como “pez en el agua” en aquel ambiente: conocía su lengua, sus costumbres y podía cantar sus salmos y canciones. Seguramente, fue aclamado por muchos y recibido por la comunidad  como un santo investido  de gracia divina. 

Pero, al igual que le ocurriría en Esmirna, el todavía joven Zevi fue condenado por los rabinos de la ciudad y se le prohibió expresamente volver a predicar. Los sefardíes de origen español, a diferencia de los askenazíes de origen centroeuropeo, son mucho más religiosos y ortodoxos, apartándose muy pocas veces de la tradición y la norma escrita, que se transmiten a través de los hijos por influencia de los padres. Los sefardíes no aceptaron nunca la presencia de Zevi en Salónica y le “invitaron” a abandonarla.

Zevi, por su parte, tampoco estaba dispuesto a dar su brazo a torcer y decide salir de la ciudad para continuar con sus prédicas. Desde Salónica, al parecer, aunque en esto también hay varias versiones, Zevi viajará hasta El Cairo, atravesando de nuevo Estambul y Esmirna. En lo que a su viaje interior se refiere, nada nuevo bajo el sol: seguía asegurando que hablaba con Dios y los ángeles y que el camino de la salvación pasaba por una suerte mística ascética y dolorosa. El nuevo Mesías manipulaba los textos cristianos y judíos a su antojo, haciendo de ellos un mismo corpus religioso en función de sus intereses, cada vez más mezquinos y personales. Tenía más pretensiones políticas que religiosas, quería controlar al mundo judío de entonces.

De El Cairo, donde hay escasas noticias sobre su estancia, aunque sabemos que residió del año 1660 al 1662, viajó hasta Jerusalén, la capital eterna de los israelíes y el final de viaje de todo judío religioso, que no cesa de repetir para sus adentros y hacia fuera que “el próximo año en Jerusalén”. Allí nuevamente reivindicó su misticismo y su conocida mortificación del cuerpo, pero quizá de una forma menos pública y sin tratar de ofender con sus prédicas a los otros rabinos, que ya estaban alertados y recelosos ante la llegada del Mesías de Esmirna.

Muy pronto, pese a todo, volvió a hacerse notar en la Ciudad Santa, debido a su conocimiento de los salmos religiosos sefardíes, que al parecer cantaba a la perfección y de noche casi siempre, y a la adoración que le prestaban sus seguidores, entre los que destacaban muchas mujeres. Poco a poco, sin apenas desearlo, su círculo de adeptos crecía y crecía, sobre todo en torno a sus reuniones y prédicas que tenían como eje los salmos sefardíes amorosos a los que el Mesías les daba una interpretación religiosa y mística. Hizo de la canción popular judeoespañola un instrumento fundamental para la expresión de sus tesis e ideas.

De nuevo en El Cairo, para cumplir con algunos trabajos que tenía la comunidad judía de la Ciudad Santa y eterna para el pueblo elegido, Zevi cumplirá con otros de sus cometidos sagrados e ineludibles como nuevo Mesías: casarse. Y lo hizo, tal como decían las profecías, con alguien que había pecado y después se había reconvertido, de nuevo, a la verdadera fe, la de los judíos. En El Cairo, Zevi se casaría con Sarah, una joven superviviente de los pogrom de Chmielnicki, en Polonia, y que según dicen las crónicas habría practicado la prostitución en diversos lugares de Europa tras sobrevivir a las matanzas. Era el destino del Mesías, claro, casarse con una prostituta y que del mal emergiera el bien sagrado destinado a los más justos. Toda en su vida, creada por una imaginación manipuladora, encajaba a la perfección y no tenía mácula duda.

El nuevo Mesías se encontraba casado, gozaba de numerosos adeptos en todo el mundo judío, era respetado por su pueblo, tenía dinero enviado por sus ricos patrocinadores y se encontraba en el mejor momento de su carrera. Estaba en el tiempo de máximo esplendor, nada le podía frenar en su irrefrenable ambición. Con todo este bagaje, y sintiéndose seguro ante la comunidad judía, viajó hasta la ciudad de Gaza, en Palestina, y se reunió con quien sería uno de sus más firmes apoyos, Nathan Benjamín Levi, más conocido como Nathan de Gaza.

Nathan de Gaza llegaría a ser el brazo derecho de Sabbatai Zevi y uno de sus más firmes apoyos en su alocada carrera. Difundió el mesianismo e hizo creer a todos los miembros de la comunidad judía de Palestina que Zevi era el auténtico Mesías. Ambos comenzaron a anunciar que en el año 1666, tal como estaba dicho en las escrituras que ellos previamente habían manipulado, el Mesías lideraría a las doce tribus de Israel en el camino hacia la plena consecución del Reino de Dios. Semejantes locuras, incluso para aquella época, llegaron a tener éxito y fueron muy aceptadas por muchas comunidades judías. El papel de Nathan de Gaza fue fundamental en esta obra y sin su figura es muy difícil entender el ascenso político y religioso de tan peculiar Mesías. 

Considerado una suerte de profeta por Sabbatai Zevi, Nathan de Gaza elaboró la doctrina del alma del Mesías. “Después de la rotura de los vasos, explica Nathan de Gaza, también el alma del Mesías fue precipitada al abismo, donde fue atormentada por las serpientes; a medida que se realiza el tikkun, es liberada; al final se rebelará al mundo en una encarnación terrena”, escribiría sobre estas tesis Antonella Brian.

Por ejemplo, si uno visita el Museo Judío de Ámsterdam puede comprender la intensidad y fuerza que adquirió el movimiento de Sabbatai Zevi en la época; una carta de la comunidad judía de esta ciudad le expresa su apoyo y numerosas personas llegaron a vender sus propiedades para ir hasta Palestina para unirse a su movimiento. Su popularidad no dejaba de crecer y el ímpetu mesiánico llevó a muchos a cometer grandes locuras, como abandonar todo lo que tenían y prepararse para el día de la llegada del nuevo Mesías. Enajenaron sus casas, empeñaron todos sus bienes en celebraciones y bailes y llegaron a sacar en procesión, al parecer, las tablas de la Ley. Una nueva era estaba llegando y había que sacrificar todo, incluso la vida si hiciera falta, para celebrar el advenimiento del nuevo Mesías. 

El novelista y Premio Nobel de Literatura Isaac Bashevis Singer, en su novela Satán en Goray, relata la llegada de uno de los mensajeros del profeta a una pequeña localidad polaca y como es anunciada a la población la buena nueva de la llegada del Mesías:

-Judíos –dijo-, llego de vuestra tierra santa. Soy sefardita puro. Me envían vuestros compatriotas en el destierro para anunciar que el Gran Pez que moraba en las aguas del Nilo ha muerto a manos de Sabbatai Zevi, nuestro Mesías y santo rey…Su reinado se revelará pronto y ceñirá en la cabeza la corona del sultán…Los judíos del otro lado del río Sambation están preparados y esperan la batalla del Armagedón…El león que mora en las alturas descenderá de los cielos, llevando en boca al escorpión de siete cabezas…Con las narices ornadas de fuego, conducirá al Mesías a Jerusalén. ¡Acopiad vuestras fuerzas, judíos, y preparaos…! ¡Feliz el hombre que viva para ver este día!

Pero no sólo el pueblo siguió a Sabbatai, sino que numerosos rabinos sefardíes, con apellidos y nombres españoles, le siguieron en su causa y le creyeron. Creían que realmente levitaba, que estaba en contacto con Dios, que era el elegido para la gloria y que hablaba con los ángeles, entre otros méritos para ser el nuevo Mesías. Muy pocos se opusieron a esta locura mesiánica y, por lo general, las comunidades judías por donde predicaba aceptaban las nuevas verdades que les anunciaba Zevi.

“He sido informado…acerca de un judío en el pueblo, que en nombre del resto ofrece dar a cualquiera cien libras si una cierta persona , ahora en Esmirna, será coronada dentro de estos dos años…como el Rey del Mundo y que este hombre es el verdadero Mesías”, escribiría un judío británico apellidado Pepys en 1666. La fama del falso profeta, que supuestamente sería coronado como el Mesías que salvaría al mundo, se había extendiendo por toda Europa y su popularidad había llegado hasta las comunidades judías de Grecia, Francia, Holanda, Italia, Polonia, Rusia y Ucrania.

Pese a este fanatismo sin lugar a dudas hacia su figura, en Holanda, por ejemplo, algunos empezaban a dudar de que fuera el verdadero Mesías. Jacob Saportas, un sefardí llegado desde Orán, en el Norte de Africa, comenzó a criticar abiertamente la figura de Sabbatai y le tildó, más o menos, de impostor. Acusó a los judíos de seguir ciegamente a un falso Mesías y trató de restar adeptos a su causa, algo que conseguiría más tarde a tenor de unos acontecimientos que relataremos a continuación. Saportas, que vivió entre 1618 y 1698, sería uno de los más duros detractores de Zevi y gozaría de un sólido prestigio durante todo el siglo XVII, habiendo sido un importante y prestigioso rabino en Ámsterdam, Hamburgo, Londres y Livorno, por este orden cronológico. Hoy su figura, también visible en el Museo Judío de Ámsterdam, es recordada como la antitesis del falso Mesías. El tiempo acabaría dando la razón a sus razonables planteamientos.

También en Ámsterdam otras figuras empezaban a dudar de la figura del anunciado y autodeclarado Mesías, como un comerciante llamado Alatino, que había dudado que las señales argumentadas por Zevi pudieran servirle para conferirle el título que se arrogaba. Cuenta la leyenda, que aquí se funde con la historia, que el tal Alatino murió de una forma extraña y premonitoria un día antes de comer, lo que fue interpretado como una señal inequívoca de que aquellos que osaban dudar del nuevo Mesías acabaría sus días de esta manera.

Mientras estos acontecimientos se sucedían en Amsterdam, donde la figura de Zevi era muy conocida, en el año 1665 el nuevo Mesías gozaba de una gran popularidad en Jerusalén y allí donde realizaba sus peregrinaciones era recibido masivamente. Gozaba de un enorme prestigio, que, como era de prever, molestaba enormemente a los rabinos de la ciudad. Los religiosos hebreos, que sospechaban de las dotes del Mesías y estaban hartos de su excesivo protagonismo, amenazaron a todos sus seguidores con la “excomunión” y la expulsión de la fe hebrea.

Ante estos hechos, el Mesías decidió trasladarse hacia otra ciudad más receptiva hacia sus doctrinas mesiánicas y donde encontrase menos problemas que en Jerusalén, que siempre le fue hostil y donde los rabinos nunca aceptaron sus doctrinas. Para justificar esta adversidad, su fiel servidor Nathan llegó incluso a declarar que la Ciudad Santa estaba más cerca de Gaza que de Jerusalén y trato de explicar la expulsión de Zevi como un gran éxito, fruto del destino providencial que Dios había puesto en sus manos.

Zevi, una vez vista la hostilidad de Jerusalén hacia su causa, decidió marcharse a su ciudad natal, Esmirna, donde creía que sería recibido con los brazos abiertos y donde le sería más fácil exponer sus doctrinas y creencias. Durante el viaje hacia Esmirna, atravesando Palestina, Siria y parte de la Turquía actual, Zevi fue recibido con gran entusiasmo por las poblaciones por donde pasaba. Ya no sólo le seguían los judíos, sino que numerosos cristianos creían que estaban ante el verdadero Mesías. Su leyenda no hacía más que crecer y crecer, era un auténtico mito que había traspasado las fronteras de la época. En Alepo, por ejemplo, fue recibido con todos los honores propios del Mesías y fue escuchado por el populacho como si se tratase de una intérprete entre Dios y los hombres.

El esplendor de Sabbatai Zevi

Y Sabbatai Zevi, finalmente, llegó a Esmirna de nuevo, donde se encontraría con su vieja comunidad, su familia y un sinfín de adeptos incondicionales. Allí, llegados al frenesí de toda esta historia, se declara oficialmente como el nuevo Mesías en el año nuevo de 1665, mientras las masas, enfervorizadas, se supone ante la importancia del acto, gritaban: “Larga vida al Rey, larga vida a nuestro Mesías”. Los judíos, se supone que cansados de tantas afrentas y expulsiones, por fin encontraban un sentido a sus existencias, una nueva razón para vivir. Su proclamación oficial, para mayor provocación a los rabinos más tradicionales, se realizó en una sinagoga. Ya no era una pretensión, sino era una declaración de guerra, todo un auténtico cisma del mundo judío.

Asistido por su esposa y sus incondicionales adeptos, la fama de Zevi rápidamente se extendió y siguió creciendo por Alemania, Holanda, Grecia e Italia, por citar tan sólo algunos países, y el movimiento aumentaba en creyentes cada día más. Incluso en una de las cartas enviadas desde Alemania al conocido filosofo Baruch Spinosa se habla de la existencia de un Mesías, y de un nuevo momento para el Reino de Israel, que supuestamente renacería de las cenizas y sobreviviría eternamente. No podemos entender todos estos acontecimientos sin analizar y comprender el contexto de persecución y desesperación en él que viven miles de judíos de todo el continente, hombres y mujeres sin esperanza alguna y buscando alguna causa que justificase sus existencias. El nuevo culto mesiánico parecía llenar este vacío y dar sentido a tanta existencia baldía.

Zevi era un auténtico provocador, ya que en su discurso anunció que las viejas leyes no eran válidas y que las prohibiciones y la sobriedad de la religión se debían a la espera del Mesías. Ahora, como supuestamente había llegado, los judíos podían llevar una vida licenciosa; una ola de cierto “liberalismo” se extendió por todos sus partidarios en el Imperio Otomano y en los Balcanes, mientras que los sectores más ortodoxos del judaísmo seguían recelando de la autoridad moral del supuesto Mesías. Pese a todo, su fama y carisma seguían creciendo y traspasaban los límites geográficos de los territorios que dominaba la Sublime Puerta.

Fruto de este éxito social del movimiento, que tenía como líder a una figura carismática, egocéntrica y con dotes para el liderazgo, numerosos rabinos de todo el mundo se unieron al movimiento, entre los que debemos destacar a Hayyim Benveniste, Moses Zacuto, Moses Galante, Moses Rápale Aguilar e Isaac Aboba da Fonseca. Había noticias de que la doctrina mesiánica de Zevi se había extendido hasta Francia e incluso el Reino Unido, incluyendo aquí a Escocia. En Francia, por ejemplo, algunos judíos de Avignon llegaron a vender sus bienes con la idea de ir al nuevo reino que supuestamente fundaría el nuevo Mesías. 

Además, los adherentes del nuevo movimiento mesiánico, junto con sus líderes, tenían unas ideas muy claras con respecto al futuro: hay que volver a Israel, la tierra prometida, y aceptar al rey de reyes, el Mesías, que ya está entre nosotros para alumbrar los nuevos caminos. En cierta medida, las ideas del sabbatianismo son presionistas y se adelantan a las del Theodor Herzl, el fundador del sionismo, en tanto y cuanto ya contienen la tesis de que Israel es la tierra de todos los judíos y que Jerusalén es una de sus capitales santas. En definitiva, la Tierra Prometida se encuentra en Palestina, Israel para los judíos, una idea que serviría después de base para construir la doctrina sionista y que se materializaría en el siglo XX con la formación del Estado de Israel.

Llevado por el éxito de sus ideas y el numeroso grupo de adeptos que había reunido en todo el mundo, que incluso financiaban su movimiento, Sabbatai Zevi, quizá mal aconsejado por uno de sus consejeros, como el sefardí Samuel Primo, que llegó a divinizarlo, quiso dar pasos definitivos hacia el poder total. Nathan de Gaza también le había profetizado que debería ir hasta la capital del Imperio Otomano, Constantinopla (hoy Estambul), en el año anunciado para la coronación del Mesías, es decir, el 1666, y allí esperar algún prodigio divino que convirtiera la corona del sultán en la suya propia, en la del rey de todos los creyentes.

Zevi no esperó mucho tiempo y abandonó Esmirna cegado por el éxito de sus doctrinas, por la adoración ciega que le profesaban sus ciegos e incondicionales fieles. El mundo judío, por su parte, sufría una gran crisis y estaba muy dividido ante las tesis del nuevo Mesías. Para algunos, Zevi era una suerte de Dios que venía a hacer cumplir los sueños de los judíos desperdigados y perseguidos por el mundo, mientras que para muchos religiosos y rabinos era tan sólo un farsante y un ególatra sin escrúpulos. Es más que seguro que ninguna dos de estas descripciones se acercan al personaje, sino que era una combinación de ambas cosas forjada en una comunidad cerrada, muy religiosa y odiada por todos sus vecinos; Zevi representaba el sueño de muchos judíos por volver a Israel y por vivir en un mundo idealizado que, por supuesto, no tenía sentido en ese momento histórico. Aprovechándose de estos sentimientos, junto con la difícil coyuntura que vivía la Europa del momento, Zevi pudo tener éxito y ganar día a día más partidarios.

Del ocaso al exilio

Nada más llegar a Constantinopla, Sabbatai Zevi fue arrestado por el gran visir, Ahmed Köprülü, quien lo enviaría inmediatamente detenido a un castillo en Abydos. Allí, una vez que fue escuchado, investigado y tomado declaración, el sultán decidió su definitiva encarcelación. Sin embargo, durante meses Sabbatai Zevi siguió intrigando contra los turcos y desafiando su poder, utilizando el castillo de Abydos para alentar a sus seguidores y hacerles creer que su estancia en prisión era sólo un paso más hacia sus objetivos finales. Pensaba que tan sólo había perdido una batalla, pero no la guerra definitiva.

Mientras tanto, su secretario, Samuel Primo, y Nathan de Gaza siguieron trabajando a favor del movimiento, intensificando sus prédicas y demostrando al mundo que el Mesías ya estaba en la tierra y que los judíos debían prepararse para el gran éxodo a Israel. Lejos de aminorarse el movimiento, la popularidad de Zevi siguió creciendo e incluso comenzaron a haber numerosos adeptos en comunidades desperdigadas de Alemania y Polonia; su figura se reproducía junto a la del rey David y las comunidades judías de todo el mundo le enviaban cartas de aliento y apoyo.

En 1666, mientras se encontraba recluido en Abydos, recibió la visita de dos prestigiosos talmudistas polacos de de Lwów, en Galicia, quienes le anunciaron la llegada de un profeta a su tierra natal, Nehemiah ha-Kohen. Al parecer, el profeta recién llegado a la escena había anunciado también la aparición del Mesías. Zevi ordenó que el profeta debería presentarse ante él y así fue, aunque la reunión entre ambos concluyó en fracaso y Neremiah ha-Kohen comenzó a maquinar en contra de lo que consideraba un falso Mesías. 

Unas semanas después, al parecer debido a la traición de Nehemiah ha-Kohen, que informó del estado delirante de Zevi a los consejeros judíos del sultán Mehmed IV, la suerte del nuevo Mesías iba a cambiar definitivamente. El sultán, pensando que realmente lo que preparaba Zevi era una revuelta, ordenó que llevaran al Mesías ante su presencia, en la ciudad de Edirne, el 16 de septiembre de 1666. Cansado de tanto desvarío y temeroso por la situación que había creado el religioso, provocador de cismas descontrolados y de disturbios graves en el Imperio, el sultán le dio un ultimátum: tenía que realizar un milagro y demostrar claramente ante él que era un Mesías, ser ejecutado si no lo cumplía lo que se le pedía o convertirse al Islam. No había alternativa, o el milagro o el final de la causa mesiánica.

Bien demostrado que sus dotes tenían un límite, Zevi optó por la salida más pragmática e inteligente ante la difícil tesitura: se convirtió al Islam y se puso un turbante, al estilo turco, sobre su cabeza. Al parecer, aunque en estos también divergen las fuentes consultadas, corría el año 1667. Su figura comenzaba a declinar. El sultán, además, decidió humillarle públicamente y obligó también a convertirse al Islam a su mujer y a todo su servicio, lo que así hicieron. Asimismo, y siguiendo las costumbres turcas de la época, Zevi fue obligado a casarse con otra mujer y a tener un harem. Las autoridades turcas le nombraron Mahmed Efendi, un título de carácter religioso pero también político, y le dotaron de un sueldo bien retribuido, la mejor forma de comprar a un Mesías que se precie y también de ganarle para la nueva causa.

Zevi trató de presentar esta conversión al Islam como un paso más en su movimiento, como un avance táctico que llevaba a una estrategia final que debía desembocar en el cumplimiento de sus objetivos: el regreso a Israel y su coronamiento final como el verdadero Mesías. Según él, “Dios había hecho de él un musulmán”, y había que aceptar la voluntad de Altísimo, que era inaplazable e inapelable.  Intentó transformar en victoria lo que para otros hubiera sido un gran desastre y una derrota.

No obstante, sus partidarios comenzaron a dividirse y el movimiento dio síntomas de que se encontraba en sus momentos finales. Los seguidores se dividieron entre los que pensaban que para vencer al mal había que descender a los abismos, incluso convirtiéndose al Islam, y los que creían que el Mesías era un farsante. Los judíos ortodoxos, como era lógico, respiraron tranquilos y creyeron ver en este acontecimiento el final del faso Mesías. 

Sin embargo, muchos de sus seguidores siguieron maquinando y tratando de presentar a Zevi como el verdadero Mesías. La división en el mundo judío era quizá mayor que antes de la conversión, y la media fue aprovechada por el Sultán para convertir a muchos judíos al Islam. Además, para crear más confusión, Zevi siguió conspirando y anunciando a sus seguidores que había tenido varias anunciaciones y contactos extraterrenales que le seguían presentando como el profeta. También tuvo la suficiente capacidad para atraer a numerosos judíos a abrazar el Islam, creando una suerte de secta judeo-turca que se caracterizaba por poseer una mixtura de elemento cabalísticos, claramente judíos, y elementos indiscutiblemente islámicos. Su carrera por seguir en la brecha y su ambición no parecían tener límites. 

El Mesías practicaba el doble juego, aprovechando su liderazgo en la comunidad judía y su relación con el Sultán para tener una red de influencias y contactos que le permitieran continuar con su liderazgo. Tanto Nathan de Gaza como Primo, los falsos apóstoles del Mesías, siguieron trabajando para la causa e hicieron un gran daño a la comunidad judía, que se mostraba dividida y confusa. A pesar de la apostasía del Mesías, su influencia en la comunidad hebrea no dejó de ser considerable durante un cierto tiempo. Nada, aparentemente, parecería que iba a truncar su suerte.

Finalmente, Zevi fue descubierto por los turcos rezando y leyendo salmos religiosos en hebreo en una villa cerca de Constantinopla, lo que agotó la paciencia del sultán  y de las autoridades imperiales, temerosas de que estuviera preparando una insurrección contra ellos. Así, cansado de sus andanzas y sus mentiras, el sultán Mehmed decidió enviarlo al exilio; Zevi fue obligado a partir hacia la lejana  y diminuta ciudad de Dulcigno (hoy Uncinj), en el remoto principado de Motenegro, y alejado para siempre de Turquía, lugar donde contaba con mayor número de seguidores. 

Allí, en Dulcigno, moriría en 1676, sin que la leyenda le abandonara hasta el último momento: su muerte, al parecer, fue un acto de gran generosidad, ya que su alma se cambió por la de un niño que se había caído de un árbol y estaba a punto de morir. Nada más morir, por cierto, a su tumba comenzaron a llegar cientos de peregrinos para venerarle y sus partidarios transmitirían sus creencias, durantes siglos, de padres a hijos. Sabbatai Zevi, el Mesías, no ha muerto del todo, en cierta medida, y sigue vivo entre sus infatigables e inasequibles fieles.

Los donmeh(en turco) o apóstatas continuaron observando los rituales judíos sefardíes, rezaban en hebreo, arameo y ladino (judeoespañol), practicaban la circuncisión y celebraban las fiestas judías y musulmanes, una amalgama la verdad bastante extraña pero que tiene un cierto aire poético, como de auténtica Alianza de Civilizaciones. Al parecer, los descendiente de Sabbatai Zevi siguen realizando fiestas y actos religiosos en su honor y esperando, de nuevo, la llegada del Mesías, una larga espera que dura ya más de tres siglos. En el siglo XVIII, incluso, uno de sus partidarios, Jacob Frank, llegó a declararse la reencarnación de Sabbatai Zevi, y ya en el siglo XX el rabino Isaac Kok (1868-1935), primer jefe religioso de los judíos en la Palestina británica, repetía y difundía unas ideas parecidas a las del Mesías sobre Israel. Incluso Teodor Herzl, el que fuera el fundador del sionismo y el inspirador del moderno Israel, fue aclamado como un “Mesías” y considerado en su tiempo, finales del siglo XIX y principios del XX, un alumno aventajado del gran impostor Zevi. Una nota trágica: entre 1942 y 1944 un grupo de sus seguidores de Salónica, quizá la principal capital sefardí de los Balcanes y del antiguo Imperio Otomano, fueron enviados a los campos de concentración por los nazis y nunca más regresarían. 

Hoy todavía, según reconocen las comunidades judías de Turquía, hay unos 15.000 de seguidores de Zevi repartidos por Turquía y Grecia, aunque nadie sabe a ciencia cierta dónde viven y cómo  se organizan, siguen siendo un misterio insondable aún al día de hoy. Una apunte personal: hace unos años conocí en Sarajevo a un musulmán bosnio que hablaba perfectamente el judeoespañol y que trabaja en diversas investigaciones filológicas e históricas sobre los sefardíes; después alguien me dijo que corría el rumor de que era uno de los descendientes de los seguidores de Sabbatai Zevi. ¿Simples rumores o verdades históricas sin posibilidad de comprobación? 

Pongo fin a este largo itinerario por la vida de Sabbatai Zevi con unas palabras del escritor hebreo Jacob Sloan, quien al referirse al falso Mesías sentencia con claridad y rotundidad: “Pero Sabbatai Zevi resultó ser un falso Mesías, es decir, un hombre falso de espíritu. Al darle el sultán a elegir entre la muerte y el poder secular, decidió sin titubear, no aceptar la divina inmortalidad del martirio. Sabbatai se convirtió. Al hacerlo llevóse consigo a muchos de sus partidarios, dejando a la judería a merced de disensiones internas sin precedentes hasta entonces. Porque, aun cuando Sabbatai Zevi, el hombre, traicionó a su pueblo, el movimiento centrado en su persona se negó a someterse. Había servido como foco de importantes fuerzas radicales, que tendían a la liberación de las limitaciones de la ley interior judía, así como de los vínculos de la sociedad feudal que constituyen sus ghettos”. En fin, que la farsa de Sabbatai Zevi fue un desastre para la causa judía, motivo de fricciones y divisiones, y el fracaso de una utopía que hasta finales del siglo XIX, con la aparición del sionismo de la mano de Theodor Herzl, no se vería definitivamente superada con las ideas del “hogar nacional judío” y el futuro establecimiento de Israel tras el Holocausto. Un largo camino, desde luego, plagado de infortunios, crímenes, sacrificios y sufrimiento.

https://youtu.be/3NOyst47EQ8 

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