En esos días que llueve pero el sol está presente sucede algo maravilloso; líneas de colores se dibujan en el cielo.
El coraje de vivir con incertidumbre
Por el Rabino Jhonatan Sacks (que prontamente se mejore)
A cada uno de nosotros se nos presenta en alguna instancia un hito en nuestro viaje espiritual que cambia el curso de nuestra vida y nos impulsa por un camino nuevo.
A mí ese momento me llegó cuando era estudiante rabínico en el Jews College y tuve el privilegio de estudiar con uno de los sabios rabínicos más grandes de nuestro tiempo, el Rabino Dr. Najum Rabinovitch.
Era un gigante: fue uno de los estudiosos modernos más profundos de Maimónoides, que se sentía cómodo con prácticamente cualquier disciplina secular además de la totalidad de la literatura rabínica, y fue uno de los más audaces e independientes poskim, (*) como lo demuestran sus volúmenes de Responsas publicados. Asimismo demostró lo que significa tener valentía espiritual e intelectual, algo que en nuestro tiempo, lamentablemente, escasea.
La ocasión en sí no tenía nada de particular. Nos estaba dando uno de sus habituales comentarios sobre la Torá y la parashá era la de Noaj. Pero el midrash que nos citó era sin duda extraordinario, y bastante difícil de ubicar. Apareció en el libro conocido como el Tanhumá de Buber, publicado en 1885 por Shlomo Buber, el abuelo de Martín Buber, y extraído de manuscritos antiguos. Es un texto que algunos ubican en el siglo quinto y se superpone a un midrash más antiguo aún, del cual no tenemos el texto completo, conocido como el midrash Yelamdenu.
El texto se divide en dos partes, y es un comentario sobre las palabras de Dios a Noaj: “Luego Dios le dijo a Noaj `sal del arca´” (Gen. 8: 16). Sobre esto dice el midrash:”Noaj se dijo a sí mismo, cómo, si sólo entré en el arca con su permiso (de Dios), podré salir sin Su permiso? El Santo, Bendito Sea le dijo:” Estás esperando mi permiso? En ese caso, te lo daré”, como está dicho, “Entonces Dios le dijo a Noaj, sal del arca”
El midrash luego agrega: “Dijo el Rab. Juda bar Ilai: si yo hubiera estado allí habría destrozado las puertas del arca y habría salido de él”[1]
La conclusión a la que arribó el Rab. Rabinovitch – en realidad la única posible – era que cuando existe la oportunidad de reconstruir un mundo destrozado, no se debe pedir permiso. Dios nos da ese permiso, Él espera que sigamos hacia adelante. Esto era, por supuesto, parte de una antigua tradición mencionada por Rashi en su comentario (a Gen. 6: 9) que es fundamental para la comprensión de los sabios de por qué Dios creó al pueblo judío a partir de Abraham y no de Noaj. Noaj, dice la Torá, “caminó con Dios” (6: 9). Pero Dios le dijo a Abraham “Camina delante de mí…” (Gen. 17: 1). Así que el tema no era nuevo, pero el drama y la fuerza del midrash resultaban impactantes.
Ahí súbitamente comprendí que ésta era una parte significativa de lo que es la fe en el judaísmo: tener el coraje de ser pionero, de hacer algo nuevo, de ir por el camino menos transitado, de aventurarse a lo desconocido. Eso fue lo que hicieron Abraham y Sara cuando dejaron su tierra, su hogar y la casa de su padre. Es lo que hicieron los israelitas en los días de Moshé cuando transitaron por el desierto, guiados solo por una columna de nube de día y por el fuego de noche.
La fe es el coraje de asumir un riesgo, sabiendo que “Aunque camine por el valle de la sombra de la muerte, no temeré ningún mal, porque Tú estás conmigo” (Salmo 23: 4). Requirió de fe para desafiar las religiones de la antigüedad, especialmente cuando estos representaban a los grandes imperios de su época. Se necesitó de esa fe para mantenerse en el judaísmo en la época helénica cuando los judíos y el judaísmo parecían pequeños y parroquiales frente a la cultura cosmopolita de la antigua Grecia y la del imperio alejandrino.
Requirió de la fe del Rab. Yehosua ben Gamia crear, ya en el primer siglo, el primer sistema en la historia de educación obligatoria (Baba Batra 21a), y de la fe del Rab. Yohanan ben Zakkai para entender que el judaísmo podía sobrevivir a la pérdida de su independencia, de su tierra y de su Templo, mientras conservara una academia de estudiosos y la cultura del estudio.
En la era moderna, aunque muchas de las mentes más distinguidas del judaísmo han perdido o abandonado su fe, ha perdurado sin embargo un antiguo destello. Si no, no se comprende el fenómeno de que una pequeña minoría de Europa y Estados Unidos fuera capaz de generar tantos forjadores del pensamiento moderno, cada uno de ellos pioneros a su manera: Einstein en física, Durkheim en sociología, Levi-Strauss en antropología, Mahler y Schonberg en música, y una larga lista de economistas desde David Ricardo (la ley de la ventaja comparativa), John von Neumann (la teoría de los juegos) Milton Friedman (teoría monetaria) hasta Daniel Kahneman y Amos Tversky (economía del comportamiento).
También dominaron los campos de la psiquiatría y el psicoanálisis desde Freud y su círculo, Viktor Frankl (logoterapia) Aaron T. Beck (terapia cognitiva del comportamiento) hasta Martin Seligman (psicología positiva). Los pioneros de Hollywood y el cine eran casi todos judíos. Hasta en la música popular norteamericana los logros fueron impactantes, desde Irving Berlin y George Gershwin, maestros del musical americano, hasta Bob Dylan y Leonard Cohen, poetas supremos de la música popular del siglo veinte.
En muchas ocasiones, – ése es el destino de los innovadores – las personas en cuestión tuvieron que afrontar innumerables críticas, desdén, oposición y desprecio. Debían estar preparados para sufrir la soledad, en el mejor de los casos, la no comprensión en otros y en el peor, la denigración y difamación. Como dijo Einstein, “Si mi teoría de la relatividad resultara exitosa, Alemania me reivindicaría como alemán y Francia, como ciudadano del mundo. Pero si fuera un fracaso, Francia diría que yo era alemán y Alemania, que era judío.” Para ser pionero – como los judíos que hemos conocido en nuestra historia – hay que estar preparado para pasar un largo período en el desierto.
Esa también era la fe de los primeros sionistas. Ellos se dieron cuenta prematuramente, algunos en 1860, otros después de los pogroms de 1880, y también Theodor Herzl luego del juicio de Dreyfus en Francia, de que el Iluminismo y la Emancipación europea habían fracasado y que a pesar de los inmensos avances científicos y políticos, seguía sin haber lugar para el judío en toda Europa. Algunos sionistas eran religiosos, otros seculares, pero sobre todo sabían lo que el midrash Tanhuma había mostrado tan patentemente: que cuando llega el momento de la reconstrucción de un mundo destrozado, o de un sueño frustrado, no hay que esperar el permiso del Cielo. El Cielo te está autorizando a que sigas adelante.
Esto no significa que tengamos carta blanca para hacer cualquier cosa. No toda innovación es constructiva, y al contrario; algunas pueden ser sumamente dañinas. Pero a partir del principio que dice “Camina adelante…” la idea es que el Creador quiere que nosotros, su más grande creación, seamos creativos. Y eso es lo que hace que el judaísmo sea tan singular, por el elevado valor que le asigna a la persona y a la condición humana.
La fe es el coraje de asumir un riesgo por el bien de Dios o por el del pueblo judío; de comenzar una travesía hacia un destino distante, sabiendo que se encontrarán obstáculos a lo largo del camino, pero también sabiendo que Dios está con nosotros, dándonos fortaleza si decidimos alinear nuestra voluntad con la Suya.
La fe no es una certeza, es el coraje de vivir con incertidumbre.