Sin Trump, Occidente es mucho más débil




Ahora que Trump parece haber perdido, algo debe decirse claramente. Trump fue elegido para poner fin a las llamadas intervenciones “humanitarias” y lo hizo.

Eliminó al Califa Bagdad y al General Soleimani sin ser arrastrado a un nuevo Vietnam.

Canceló el “acuerdo” de Obama que daría a Irán armas nucleares, un nuevo Munich.

Salió del ridículo acuerdo climático de París.

Reforzó la posición de Israel en el Medio Oriente y forzó – o convenció – a los Emiratos Árabes Unidos, Sudán y Bahrein a hacer la paz con los judíos.

Se opuso a la ONU.

Le dijo a los europeos que tenían que contribuir más a su propia seguridad, además de su propio parque de diversiones social.

Eligió importantes jueces para la Corte Suprema, némesis de la cultura progresista que la América progresista quisiera hacer similar a la de Suecia (pienso en Amy Barrett y su maravillosa familia).

Ha cambiado la forma en que los americanos piensan sobre China. Nunca antes China ha sentido una amenaza a su dumping económico mundial. Un país industrial avanzado incapaz de producir mascarillas quirúrgicas y aspirinas durante una pandemia significa que la globalización ha ido demasiado lejos.

Durante los tres primeros años de su presidencia, una gran parte de la riqueza fue a parar a los trabajadores estadounidenses más pobres. Por eso los votantes de las zonas olvidadas del país, los “hombres olvidados” que describí hace unos días votaron por el en 2016 y aún más en 2020. Es por eso que un sorprendente número de afroamericanos se dirigieron a él este año. Con la “justicia social”, las minorías no ponen comida en la mesa.

Trump podría volver a su club de golf en Florida. Lo que América pierde es una cierta idea de la realidad. Es lo que llevó a muchos inmigrantes trabajadores, gente de color, judíos ortodoxos e incluso a los Amish a votar por Trump y a casi todos los blancos ricos a votar por Biden. Las viejas y prácticas relaciones humanas perdieron, el silicio de los medios sociales ganó.

La nación perdió y la “aldea global” ganó. La idea de que la propia cultura de América cuenta perdió y el multiculturalismo ganó.

Si tengo que elegir entre el mundo de Oprah, de los que derriban estatuas y académicos que trabajan para una sociedad de individuos indefinidos, y el mundo de un trabajador americano con dientes de tabaco y un mexicano respetuoso de las reglas, no tengo dudas de dónde está “Occidente” hoy en día.

Giulio Meotti es, un periodista italiano de Il Foglio, escribe una columna dos veces por semana para Arutz Sheva. Es autor, en inglés, del libro “A New Shoah”, que investiga las historias personales de las víctimas del terrorismo en Israel, publicado por Encounter y de “J’Accuse: el Vaticano contra Israel” publicado por Mantua Books, además de libros en italiano. Sus escritos han aparecido en publicaciones como el Wall Street Journal, Gatestone, Frontpage y Commentary.

Tom Brenner / The New York Times / Redux


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