La descomunal falsificación de libras con la que los nazis buscaron quebrar la economía británica




La Operación Bernhard fue el nombre que se le dio a la falsificación de dinero extranjero más importante de la historia de la humanidad. Ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial y tenía un artífice y un objetivo: la Alemania nazi tenía la intención de hacer colapsar la economía británica mediante la elaboración y posterior incorporación en el mercado de millones de libras esterlinas falsas. El objetivo de esta emisión apócrifa era impulsar la inflación de la economía inglesa y provocar la desconfianza internacional respecto del valor de su moneda.

Lo singular es que para llevar adelante este plan, diseñado por la cabeza de la temible Gestapo, con la supervisión de la SS y aprobado por el mismísimo Adolfo Hitler, los alemanes del Tercer Reich recurrieron a los servicios de un grupo de prisioneros judíos que padecían los horrores del nazismo en diferentes campos de concentración. Así, se reclutaron internos con oficios relacionados con la confección de billetes y fueron trasladados para trabajar al campo de concentración de Sachsenhausen, próximo a Berlín, la capital alemana.

Estos falsificadores por obligación estaban convencidos de que al terminar su labor serían ultimados por sus carceleros nazis. Pero cuando los aliados ocuparon Alemania los hombres del Reich apenas tuvieron tiempo para huir y para ocultar la evidencia arrojando cajas con miles y miles de billetes falsos al fondo del lago Toplitz, ubicado en Austria. Años después, un periodista alemán encontraría el botín en lo profundo de las aguas. Las libras halladas serían la prueba tangible de uno de los timos mas monumentales y elaborados de la historia.

Arranca la Operación Bernhard

La idea de falsificar libras esterlinas surgió del líder de la Gestapo, la policía secreta del regimen nazi, Reinhard Heydrich. La sugerencia de minar la economía británica a través de una emisión paralela le encantó al jefe de las SS, Heinrich Himmler y recibió el visto bueno de Hitler. Diversas reconstrucciones de esta historia señalan que, en realidad, el plan surgió como represalia de una maniobra que habían realizado antes los ingleses, con bastante éxito, al arrojar sobre Alemania vales de nafta falsos.

Al comienzo, se instalaron las maquinarias para la emisión en Berlín, y el proyecto estuvo a cargo del oficial de las SS Alfred Naujocks. Pero como no había avances para mediados de 1942, este militar fue expulsado de su puesto. Además, el ideólogo de esta empresa, Heydrich, fue asesinado en Praga para esa misma época, por lo que el programa debía tomar sí o sí un segundo aire.

Fue entonces cuando Himmler designó para liderar la falsificación al Mayor de las SS, Bernhard Krüger, el oficial que tuvo la idea de montar un equipo de trabajo con prisioneros judíos. Los nazis buscaron en prontuarios policiales personas con antecedentes de falsificación de documentos o billetes, y fueron por diversos campos de concentración a reclutarlos, junto a trabajadores con oficios relativos al mundo de la imprenta, la fotografía, el grabado, la linotipia, la artesanía o el dibujo.

Se ponía en marcha, de este modo, la Operación Bernhard, nombre que hacía alusión, por supuesto, al oficial que lideraría la que fuera la mayor estafa monetaria conocida hasta el día de hoy.

Una reproducción meticulosa y exacta

Algunos de los reclutados habían trabajado en la falsificación de certificados de bautismo católico o de pasaportes para poder salvar a los judíos de la persecución implacable de los nazis. Todos venían de vivir un infierno personal en su etapa en los campos de exterminio y debían enfocar su arte en la ejecución del plan de sus carceleros. Era la única manera de mantenerse con vida.

Los 144 hombres llegaron al campo de concentración de Schasenhausen con la protectora etiqueta de ser “trabajadores esenciales”. Se alojaron en los barracones 18 y 19, donde estaban los elementos de impresión y también sus lugares de residencia. A diferencia del resto de los prisioneros, ellos tenían camas confortables, buena comida, se bañaban una vez por semana y hasta podían organizar encuentros con música y canciones cada 15 días.

Estábamos como de vacaciones, pero sabíamos que éramos hombres muertos”, dijo en un documental sobre la Operación Bernhard realizado por History Channel en el ano 2008. Adolf Burger, uno de los impresores que protagonizaron esta singular aventura. Fuera de estos barracones, nadie sabía lo que ocurría allí. Ni siquiera muchos nazis, que tenían instrucciones de disparar a cualquiera que intentara asomarse a ellos.

La labor de los falsificadores fue ardua pero fructífera. Por ejemplo, estuvieron casi dos años hasta encontrar la textura y el espesor perfecto del papel moneda. Tenía que ver con un lino singular que usaban los ingleses para producir sus billetes que, -los prisioneros lo descubrieron mucho tiempo después- provenía de trapos. Las placas habían llegado desde Berlín y por supuesto los reclusos contaban con libras verdaderas para desarrollar mejor sus reproducciones.

Habían encontrado también la progresión exacta de los números de serie para no ser delatados por ello aun realizando una copia perfecta. Además, una vez producidos los billetes tenían que aplastarse, arrugarse e incluso sutilmente mancharse para que pareciera que ya habían estado un tiempo en circulación. Y después, cada billete pasaba un control de calidad antes de ser aprobado.

El trabajo, meticuloso y artesanal, superó la gran prueba de fuego cuando un agente alemán llevó un fajo de billetes a depositar en un banco suizo. Tras una escrupulosa examinación de los banqueros -un alemán con libras esterlinas levantaba sospechas-, los billetes fueron considerados absolutamente auténticos. Ahora sí, estaba todo dado para inundar de papel moneda, falso pero perfecto, el sistema monetario británico.

De acuerdo con la calidad de la falsificación, había cinco categorías de billetes emitidos en Sachsenhausen. La primera era la mejor, y se trataba de libras que estaban listas para ser ingresadas al mercado, algo que se hizo a través de depósitos en bancos de lugares neutrales, como Suiza y Liechteinstein, y también a través de valijas diplomáticas de los agregados económicos en los países ocupados. Ese dinero circularía por Europa y llegaría en algún momento a Inglaterra. También se realizaron envíos de libras falsas a Asia, África y Sudamérica.

Las libras de segunda categoría iban para el pago a los espías alemanes en el mundo. De hecho, uno de los espías más importante del régimen, conocido como Cicero, recibió 300.000 libras en este tipo de billetes, pero cuando acabó la guerra y quiso utilizarlos, la historia de la falsificación ya era conocida y no pudo hacerlo. Entonces le hizo juicio al estado alemán, expediente que nunca prosperó.

Los billetes de categoría tres se usaron para pagar misiones en África, los de grado cuatro fueron insertados entre la población inglesa y los de la categoría cinco se desecharon.

Los hombres de Sachsenhausen hicieron un trabajo tan pormenorizado que hasta percibieron que los billetes originales tenían pequeñas perforaciones casi imperceptibles. Como los ingleses no utilizaban billeteras, solían mantener las libras unidas mediante alfileres. Hasta ese mínimo detalle reprodujeron, pinchando el papel moneda en el lugar particular donde se encontraba la imagen femenina de Britania, en el ángulo superior izquierdo del billete.

Desde fines de 1943, de acuerdo con lo que informa la Jewish Virtual Library, se imprimían en los barracones 18 y 19 un millón de billetes por mes. Según la información de este sitio, los ingleses descubrieron la falsedad de la moneda pocos meses después de las primeras emisiones, gracias a la repetición del número de serie de una de las libras falsificadas con respecto a una libra auténtica que había sido dada de baja en un banco de Tanger, en Marruecos, en el noroeste de Africa.

Desde Berlín, la moneda falsificaba se repartía a diversos lugares estratégicos del globo, luego de superar la primera prueba, realizada en un banco suizo. 

Entonces, expertos británicos en papel moneda declararon la falsificación como “la más peligrosa jamás vista”, pero las autoridades de Inglaterra decidieron que la verdad no saliera a la luz. Estaban seguros de que eso provocaría pánico en la población y la desconfianza de los mercados financieros internacionales, en un contexto en que, además, los ingleses tenían una inmensa deuda con los Estados Unidos. De este modo, las libras falsas habían superado una nueva prueba.

Para fines de 1944, la Operación Bernhard buscó el comienzo de una segunda etapa (sin abandonar la elaboración de libras): la falsificación de dólares. Se trajo todo el equipamiento necesario para duplicar la moneda estadounidense y se destinó a este objetivo a los mejores hombres. Pero los prisioneros encargados de esta tarea realizaron sutiles sabotajes a la producción para demorar lo más posible la obtención de las réplicas.

Los hombres estiraron la hechura de los billetes más que nada para prolongar sus propias vidas. Finalmente, y bajo amenaza de un impaciente Krüger, para el 22 de febrero ya habían fabricado las primeras copias fieles de billetes de 100 dolares. Pero los aliados ya estaban asediando Berlín, y poco tiempo después la Oficina de Seguridad del Reich ordenó detener las operaciones, desmantelar las prensas, y evacuar el campo de concentración de Sachsenhausen.

Huida y salvación

Los 144 hombres y las maquinarias fueron instaladas nuevamente en SchlierRedi-Zipf, en los Alpes austriacos. Se suponía que allí seguirían imprimiendo, pero el final de la guerra para los alemanes estaba próximo. A comienzos de mayo, los prisioneros fueron trasladados en camiones al campo de concentración de Ebensee. Y al llegar allí, los soldados alemanes estaban evacuando la zona porque los norteamericanos ya se acercaban al lugar.

Una vez en la puerta de Ebensee, a los falsificadores les costó que los prisioneros les creyeran que ellos también eran víctimas de los nazis. Como no tenían el deterioro físico de otros reclusos ni estaban rapados, no los querían dejar entrar al campo de concentración que, paradójicamente, en ese momento era el lugar más seguro ante la llegada de los aliados. Para lograr el acceso, procedieron a arremangarse para mostrar los números que les habían tatuado en Auschwitz y en los demás campos de exterminio en los que habían estado antes de Sachsenhausen. Solo entonces los dejaron ingresar. De ese modo, todos ellos pudieron salvar sus vidas.

Lo último que hicieron los nazis bajo el mando de Krüger -que huyó, fue atrapado en 1945 y liberado en 1948- fue embalar las libras esterlinas falsificadas que habían quedado, ponerlas en cajas, y arrojarlas en un lago de la región, el Toplitz. Con los años, la leyenda de que en las profundidades de ese lago había tesoros nazis fue tomando fuerza, hasta que en 1959 una expedición organizada por el periodista de la revista alemana Stern, Wolfgang Löhde, sacó del fondo de las aguas varias cajas con los billetes falsificados.

La búsqueda de tesoros en el fondo del Toplitz llegó a su fin en 1963, cuando, tras una serie de accidentes que culminaron con la muerte de un buzo norteamericano, el gobierno de Austria decidió prohibir las expediciones de buceo en esa zona. Allí quedaban, en su sepulcro submarino, las pruebas de un operativo temerario y novedoso que podría haber hecho colapsar a la economía británica si los alemanes continuaban en la guerra un año más. Eso aseguran varios especialistas en el citado documental de History Channel, en el que consignan que la cantidad de dinero falsificado hasta el fin de la Operación Bernhard era cuatro veces las reservas del Banco de Inglaterra.

Adolf Burger, uno de los prisioneros encargados de imprimir los billetes falsos en Sachsenhausen, muestra un billete de 20 libras 



En 1983, el impresor y sobreviviente de esta peculiar operación de falsificación internacional, Adolf Burger, escribió un libro en el que narra su experiencia en la Operación Bernhard. The Devil’s Workshop (El taller del diablo) fue el nombre de este volumen, que tuvo su versión cinematográfica con el filme Los Falsificadores, ganadora del Oscar a la mejor película extranjera en el año 2008, un galardón bien merecido para esta increíble historia de guerra, estafas y supervivencia.

German Wille  / La Nacion

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