La historia interminable de la Resistencia francesa contra los nazis





Un oficial de la resistencia francesa enseña a su compañeros cómo usar un subfusil en marzo de 1944.

Cuando solo queda un miembro de la Resistencia francesa vivo, Hubert Germain, de 100 años, la lucha o la colaboración contra los nazis se mantiene todavía como uno de los asuntos más controvertidos de la Segunda Guerra Mundial: el papel que tuvieron, o no tuvieron, los franceses en su liberación sigue siendo objeto de debate y polémica. El reciente fallecimiento del penúltimo Compañero de la Liberación, Daniel Cordier, y la publicación de un nuevo ensayo sobre el periodo, Français, on ne vous a rien caché (Franceses, no os han escondido nada, Gallimard), de François Azouvi, han vuelto a poner de actualidad una polémica interminable y una historia que ha ido cambiando con los años.


Al terminar la guerra, el general Charles de Gaulle, líder de la Francia Libre, que regiría los destinos de Francia en la posguerra hasta 1969 (falleció en 1970), impuso la idea de que los franceses tuvieron un papel decisivo en la liberación del nazismo y que solo unos pocos ciudadanos se convirtieron en colaboracionistas a las órdenes del Gobierno traidor del mariscal Pétain. Las deportaciones de judíos fueron asunto de los boches, término despectivo con el que se identifica a los alemanes. Sin embargo, una película documental que tuvo problemas para estrenarse en 1969 ofrecía una imagen completamente diferente: La pena y la piedad (Le chagrin et la pitié), de Marcel Ophüls, causó un impacto enorme porque describía una situación mucho más parecida a una guerra civil entre franceses y mostraba una significativa colaboración con el invasor. El filme acabó convertido en un clásico; de hecho, Woody Allen le rinde un homenaje al final de Annie Hall.

Otra película, estrenada en 1974, terminó por abrir los ojos sobre la cruda realidad de la ocupación, durante la que los resistentes fueron una minoría, perseguidos tanto por los nazis como por la milicia de Vichy. Se trata de Lacombe Lucien, dirigida en 1974 por Louis Malle y escrita por el premio Nobel de Literatura Patrick Modiano. Aunque tuvo menos impacto que las anteriores, un filme autobiográfico de Claude Berri, El viejo y el niño, ya había abierto la veda en 1967. La película relata la historia de un niño judío escondido en el campo con una familia que no conoce su origen. El campesino que le cuida, profundamente antisemita y petainista, le trata como un nieto adoptivo, ignorando que es un judío al que, en teoría, odia. Sobre este filme expresó François Truffaut: “Durante 20 años, estuve esperando la auténtica película sobre la Francia auténtica durante la auténtica Ocupación, la película sobre la mayoría de los franceses, los que no estuvieron envueltos ni en la colaboración, ni en la Resistencia, los que no hicieron nada, ni bueno ni malo, los que sobrevivieron como los personajes de una obra de teatro de Beckett”.

Más allá del cine, el investigador estadounidense Robert Paxton publicó en 1972 un libro crucial, La Francia de Vichy (1940-1944), en el que revelaba, entre otros muchos otros detalles sobre los que se había corrido un tupido velo, la participación de las fuerzas de seguridad francesas, no de las SS o del Ejército alemán, en el arresto de cientos de miles de judíos, que fueron deportados a los campos de exterminio nazis. Hasta los años noventa, no se reconocería oficialmente este hecho en las placas que ahora se encuentran en muchas sinagogas y colegios de Francia, donde se deja claro que fueron franceses los que cometieron ese crimen contra la humanidad.

“Francia fue derrotada y ocupada por Alemania. Cuando fue liberada y unificada de nuevo, se crea una historia única que mantiene que todo el país alcanzó la libertad unido bajo el liderazgo de De Gaulle y ese relato fue propagado a través de medallas, ceremonias, títulos”, explicó en una entrevista Robert Gildea, profesor de Historia Moderna de la Universidad de Oxford y autor de Combatientes en la sombra (Taurus), un libro que desmonta muchas falsas ideas sobre la resistencia. Su teoría es que se minimizó a los republicanos españoles que huyeron del franquismo, a los judíos de Polonia o Rumanía, a los comunistas, así como a las mujeres, cuya labor como resistentes también ha sido infravalorada.

Sin embargo, el reciente libro de François Azouvi desafía ese relato. Su tesis es que los franceses tuvieron a mano toda la información necesaria sobre lo que ocurrió desde los primeros momentos de la liberación. “Desmitificar la Resistencia y la Francia Libre se impuso a mi generación –la nacida después de la guerra– como un programa epistemológico y terapéutico cuya justificación parecía tan fuerte que la mayoría de las veces estaba desprovista de explicación”, escribe Azouvi, filósofo e historiador. “Contrariamente a la creencia popular, todo se puso sobre la mesa de inmediato, los franceses pudieron saber todo lo que querían aprender y ninguna censura impidió que nadie mirara atrás en los años oscuros. Y los franceses de la posguerra no se privaron de ello”, prosigue.

Sin embargo, es un hecho que la Francia oficial tardó décadas en reconocer, con actos, placas y nombres de lugares públicos, la diversidad y complejidad de la Resistencia. Hasta 2015, cuando fue inaugurado un parque dedicado a los combatientes de la Nueve junto al Ayuntamiento de París, no se homenajeó oficialmente a los republicanos españoles que participaron en la liberación de la capital. Anarquistas curtidos en mil batallas contra el fascismo que formaban La Nueve, uno de los batallones de la segunda división del general Leclerc, fueron los primeros en entrar en París el 24 de agosto de 1944 en blindados que llevaban nombres de batallas de la Guerra Civil. Primero una investigación de la historiadora Evelyn Mesquida —La Nueve, los españoles que liberaron París (Ediciones B)— y luego un tebeo de Paco Roca que alcanzó una gran repercusión —Los surcos del azar (Astiberri)— recordaron una hazaña injustamente olvidada. “La historia ha sido durante años y años la de la Resistencia francesa y eso es mentira”, afirmó Mesquida (Alicante, 1945) en una entrevista con este diario cuando publicó su segundo libro sobre el tema, Y ahora, volved a vuestras casas.

Los republicanos españoles no solo estuvieron en primera línea en la liberación de París, sino que tuvieron un papel crucial en la toma de Toulouse, cosa que no le hizo ninguna gracia a De Gaulle. Guidea cuenta que el general visitó Toulouse muy rápidamente, porque no quería perder el control sobre los territorios liberados. Los republicanos participaron en el desfile con cascos de los soldados alemanes pintados de azul. Cuando De Gaulle lo vio, exclamó: “¿Qué hacen todos esos españoles desfilando con las Fuerzas Francesas Libres?”.

El resistente a cargo de las fuerzas que combatieron a los nazis en la región de Toulouse y que dirigió la liberación de la ciudad fue un hombre discreto y sabio, uno de los héroes morales de la Francia de la posguerra: Jean Pierre Vernant (1914-2007). Militante comunista, aunque muy crítico con la URSS, hombre libre, pensador fecundo y comprometido con muchas causas, Vernant fue uno de los mayores helenistas europeos, autor de libros fundamentales para conocer la Grecia clásica, como Los orígenes del pensamiento griego, Mito y pensamiento en la Grecia Antigua o Mito y religión en la Grecia Antigua.

Vernant nunca se jactó de su pasado como héroe de la Resistencia y habló muy poco de ello. En sus memorias, que publicó ya jubilado, hizo una breve referencia en el primer tomo, Entre mythe y politique (1996), y se extendió un poco más en el segundo, La traversée des frontières (2004). Algunos colegas contaban que descubrieron su importancia en la Resistencia cuando, en los actos oficiales, le reservaban un lugar de honor porque era uno de los Compañeros de la Liberación, la orden que creó De Gaulle para homenajear a los que lucharon contra los nazis desde el Maquis y que también fue criticada por sus numerosos olvidos.

Habló no para contar hazañas bélicas, rompió el silencio sobre su pasado para homenajear a dos personas que nunca supo quiénes eran, pero que le salvaron la vida porque le advirtieron anónimamente de que podía ser detenido. También quiso reivindicar el honor de Lucie Aubrac, y de su marido Raymond, acusados falsamente de haber delatado a Jean Moulin, una información envenenada que salió desde la defensa del Klaus Barbie, el carnicero de Lyon, asesino de Moulin, juzgado en Francia en 1987 y condenado a cadena perpetua por crímenes contra la humanidad.

Su objetivo fue también lanzar un humilde mensaje a la sociedad francesa. Su nieto, Julien Blanc, historiador de la Resistencia, lo recoge en un ensayo que escribió sobre una de las primeras células que se organizaron, en el Museo del Hombre de París, Au commencement de la Résistance: “En la Resistencia, las identidades solo estaban marcadas con respecto al enemigo. Estaba formada por personas muy diversas. La Resistencia fue, en el fondo, una especie de crisol en el que se elaboró una cierta concepción de Francia y del progreso social”. “Lo esencial está ahí”, acota su nieto, Julien Blanc. “Las opciones políticas no están grabadas en mármol. La Resistencia fue un periodo extraordinario de aceleración temporal y maduración política”. Vernant rompió su silencio para no olvidar esa verdad esencial de la lucha contra el totalitarismo, enterrada bajo décadas de polémicas y discusiones: que la Europa posterior al nazismo tenía una obligación moral con la libertad.

Guillermo Altares / El País

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