Monigotes

SI NO CREO EN EL MAL DE OJO, NO EXISTE


Mi bisabuela la “babe-broje”, llegó de Jershon Ucrania, con su numerosa familia integrada por mi bisabuelo Abraham Gabay y sus 6 hijos. traídos por la Jewish en el año 1906. Ellos formaban parte del grupo con algunos conocimientos de agricultura, para el cual cual fueron seleccionados por la Jewish.

Los colonizaron en Monigotes, en el norte de la provincia de Santa Fe. La zona asignada era de clima sub tropical, con un régimen de lluvias de unos 800 milímetros anuales;  las tierras eran aceptables para algunos cultivos. En estas condiciones, la agricultura no era el fuerte de la zona. No obstante a esas circunstancias y aconsejados por la JCA, lograron hacer cultivos satisfactorios de alfalfa, que en esa época, era el combustible necesario para la tracción a sangre, por ser el alimento de los caballos. También sembraron, lino, trigo, maíz y sorgo, cuyos rendimientos no eran los óptimos.

Motivados por las necesidades de subsistencia, ellos hicieron una surtida huerta, criaron de pollos, pavos y patos, amen de pastar ovejas y ordeñar alguna vaca, para proveerse de leche y quesos. La leña se la regalaban en los desmontes.

No obstante estos grandes esfuerzos, y ante los escasos recursos para afrontar la adquisición de semillas, maquinas, alambrados etc., y a la vez abonar los pagos convenidos con la Jewish, tuvieron que buscar otros ingresos complementarios, haciendo trabajos fuera del campo. Mi abuelo se especializó e hizo experto en cargar los fardos de alfalfa para terceros, en los vagones del ferrocarril; esta actividad requería una técnica para colocar los paquetes en forma estable y no se desarmen, luego se tapaban con lonas que había que saber como colocarlas.

Cuando tenía 10 años, en una ocasión en la cual mis padres supusieron que estaba ojeado, me llevaron para “opshprejn” (curar de palabra), a la casa de mi bisabuela, debido a que esa era su especialidad, SANAR EL MAL DE OJO. Vivíamos  distante unos kilómetros de élla, y a su casa nos fuimos. Aunque desde 1940 pasaron muchos años, recuerdo nítidamente el momento en que me sentó en un banco, tomó un jarro con agua hervida, en cual puso un pedazo de cera, lo revolvió con una cuchara mientras pronunciaba algunas palabras inentendibles. Cuando todo se enfrió, mostró a mis padres la figura formada por la cera, que generalmente se asemejaba a un animal, a un objeto o a nada. Lo aparecido sugería algo que seguramente asusto al enfermo, provocando la afección. Cuando no aparecía nada, que fue mi caso, esto indicaba que tenía “MAL DE OJO”. Luego envolvió en un papel los restos analizados, se los entregó a mi mamá, que era su nieta, y le recomendó que al regreso, cuando lleguemos al eucalyptus grande del camino, lo ponga en mis manos, para que lo tire hacia atrás con los ojos cerrados, sin ver donde caía. CON ESTO SE IRA EL MAL, Y ASÍ FUE.

Mi “Babe-Broje” priorizaba la ayuda al prójimo, a pesar de su difícil situación económica, todos sus servicios eran a la gorra, no implicaban un compromiso de pago; los hacía porque tenía satisfacción de realizarlos y porque estaba convencida de su eficiencia.

A pesar de que no sabía de la existencia del inconsciente, tal como se lo conoce en la actualidad, sus enfoques sobre el “mal de ojo” coinciden con mi punto de vista sobre el tema, formado durante muchos años de psicoanálisis. Para que exista, debe haber un emisor y un receptor; este último debe involucrarse suponiendo de que fue ojeado; esta credibilidad es fundamental para que el maleficio tenga efecto, EL QUE NO CREE EN EL MAL DE OJO, es inmune absolutamente al mismo. Por lo menos así pienso yo, y me da muy buen resultado.

Mi bisabuela decía que su sistema de curar las consecuencias de ese mal, eran efectivas unicamente en las personas que creían en la ojeada y la eficiencia de su método para erradicarlo. Por esta razón, contaba mi madre, que a unas primas suyas no quería atenderlas , porque ellas no eran creyentes de su sistema, al que descalificaban.

Aun recuerdo el famoso árbol del camino, en el cual había que tirar el envoltorio, allí tiré el mal de ojo que me afecto, y el que nunca volví a padecer, porque no creo en el.

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