“Hashem habló a Moshé… háblale a los hijos de Israel, y les dirás: un adam‘persona’ de ustedes, cuando traiga un korbán ‘ofrenda’ a Hashem…” (1:1-2).
La palabra adam es menos común que la palabra ish (hombre). Rashi explica que esto viene a enseñarnos que al llevar un korbán, la persona debe asemejarse a Adam HaRishón (el primer hombre) en que así como todo sacrificio que Adam ofrendó no tenía ninguna sospecha de ser robado (porque todo le pertenecía), así también no debe haber ningún rastro de robo cuando alguien lleva un korbán.
Claramente, esto enseña que la Torá no aprueba la idea de que “el fin justifica los medios”. Si una persona usa dinero no kasher, el korbán que lleva se considera defectuoso. Esto se asemeja a la idea general de mitzvá habá beaverá, en donde ‘se hace un buen acto a través de un mal acto’. En ese caso, la mitzvá se invalida, y la persona se queda con la trasgresión que cometió, sin el mérito de haber hecho una mitzvá.
La siguiente historia (1) ilustra esta idea a la perfección:
Una joven novia visitó al Rav Iaakov Kamenetsky con un dilema. Cuando era pequeña, la había atropellado un auto. Si bien ella cruzó la calle por donde no debía, sus padres y el abogado le instruyeron mentir en la corte. Como resultado recibió una gran indemnización. El dinero se puso en un fideicomiso a su nombre y ahora estaba a punto de ser liberado. Sin embargo, ella no quería comenzar su matrimonio con dinero sucio.
Rav Iaakov estuvo de acuerdo en que era inapropiado que ella conservara el dinero. Asimismo, cuando ella sugirió dar el dinero para tzedaká (los detalles del caso imposibilitaban su devolución), Rav Iaakov no aceptó y le dijo que debía dar el dinero a una caridad general. ¿La razón? Que ella no sintiera en su corazón que el fraude de alguna manera había sido justificado al hacer que el dinero se entregara a una tzedaká apropiada.
Vemos en esta anécdota la fuerza con la que Rav Iaakov sostuvo que debemos alejarnos incluso con el pensamiento de mitzvot que resultan de transgresiones. El fin no necesariamente justifica los medios, y a veces los fines incluso pueden quedar invalidados a causa de los medios.
Esta lección es particularmente relevante para quienes se encuentran en el mundo de los negocios y la filantropía. En temas de negocios, se debe tener sumo cuidado para evitar todo trato dudoso. También es importante tener en mente que cuanto más exitoso es el empresario, mayor es el riesgo que corre de ser seducido por su iétzer hará para justificar tratos dudosos con el pensamiento tranquilizador de que “va a servir para dar mucha tzedaká”. Por lo tanto es necesario esforzarse constantemente para evitar estas trampas.
Otro punto interesante es que para enseñar esta idea la Torá se refiere a Adam HaRishón, en lugar de expresarla directamente. ¿Por qué?
Quizás la Torá nos indica que cada uno debe esforzarse para sentirse como se sentía Adam HaRishón. Adam no sentía ninguna clase de competencia, porque no había con quien competir. Adam lo tenía todo, literalmente.
En cambio Iaakov Avinu no poseía todo lo que había en el mundo y de todas maneras dijo: “Tengo todo”. Iaakov Avinu había desarrollado y refinado tanto su personalidad que no sentía que competía con nadie, ni siquiera con quien debía compartir su herencia. Él sintió que tenía todo lo que podía necesitar o desear. Su tranquilidad emocional respecto a su situación financiera era la misma que tenía Adam HaRishón: «Lo tengo todo, ¡no hay competencia!»
Al ver que otras personas llevan un korbán mejor o que tienen un etrog más bonito, es natural sentir celos. Pero si uno no se esfuerza por superar ese sentimiento natural, puede llegar a comportarse equivocadamente para mantenerse al nivel de un cohen.
Por eso la Torá nos dice: ¡Cualquier korbán que puedas traer está bien! No sientas que compites con nadie. Cada persona es un mundo entero, en el que uno puede y debe sentir «tengo todo, porque esto es lo que Hashem, con Su infinita sabiduría, decidió darme». Deberíamos repetirnos este refrán constantemente en nuestra mente. Al hacerlo, podemos alcanzar una tranquilidad similar a la de Adam HaRishón, que nos ayudará a mantener el elevado estándar moral que nos exige la Torá.
En busca del sentido
Rabino Jonathan Sacks Z´L
La Declaración de Independencia de los Estados Unidos habla de los derechos inalienables a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Recientemente, siguiendo el trabajo pionero de Martin Seligman, el fundador de la Psicología Positiva, se han publicado centenares de libros acerca de la felicidad. Pero hay algo que es aún más fundamental para la consideración de una vida bien vivida, el sentido. Los dos parecen similares. Es fácil suponer que las personas que encuentran el sentido son felices, y que aquellos que son felices, los son porque han hallado sentido. Pero felicidad y sentido no son iguales, y no siempre coinciden.
En gran medida, la felicidad es un tema de satisfacción de los deseos y las necesidades. El sentido, por el contrario, trata del propósito de la vida, especialmente a través de hacer contribuciones positivas para la vida de los demás. La felicidad consiste en gran medida en cómo se siente uno en el presente. El sentido, es cómo juzgas tu vida en su totalidad: pasado, presente y futuro
La felicidad se asocia con tomar, el sentido, con dar. Los individuos que sufren estrés, preocupación o ansiedad no son felices, pero pueden vivir una vida plena de sentido. Los infortunios del pasado reducen la felicidad del presente, pero las personas frecuentemente conectan esos momentos con el descubrimiento del sentido. Además, la felicidad no es privativa de los seres humanos. Los animales manifiestan su contento cuando sus deseos y necesidades son satisfechos. Pero el sentido es un fenómeno esencialmente humano. No tiene que ver con la naturaleza sino con la cultura. No se trata de lo que nos ocurre a nosotros, sino cómo lo interpretamos . Puede haber felicidad sin sentido y puede haber sentido en ausencia de felicidad, aún en el medio de la oscuridad y el dolor. (1)
En un fascinante artículo de The Atlantic, titulado “Existe algo más en la vida que ser feliz”, (2) Emily Smith plantea que la búsqueda de la felicidad puede resultar en una vida relativamente superficial, auto absorbente, incluso egoísta. Lo que hace que la búsqueda de sentido sea diferente es que se trata de algo más grande que el ser.
Nadie hizo más que el fallecido Viktor Frankl para poner la cuestión del sentido en el discurso de la modernidad. En los tres años que pasó en Auschwitz, Frankl sobrevivió y ayudó a otros a hacerlo, inspirándolos a buscar una finalidad de sus vidas, aun en ese infierno sobre la tierra. Fue ahí que formuló las ideas que luego transformó en un nuevo tipo de psicoterapia basado en lo que llamó “el hombre en busca del sentido”. Su libro, con el mismo título, fue escrito en nueve días en 1946, vendió más de diez millones de ejemplares en todo el mundo, y se posiciona como uno de los libros de mayor influencia del siglo XX.
Frankl sabía que en los campos, los que perdían la voluntad de vivir, morían. Cuenta cómo ayudó a dos prisioneros a encontrar una razón para vivir. La primera, una mujer, tenía un hijo que la esperaba en otro país. Otro había escrito el primer volumen de una serie de libros de viajes y tenía más volúmenes que debía concluir. Por lo tanto, ambos tenían un motivo para vivir.
Frankl solía decir que la forma de encontrar un sentido para la vida no es preguntarnos qué es lo que queremos de ella. En vez, debemos preguntarnos qué es lo que la vida demanda de nosotros. Cada uno de nosotros es único, en cuanto a nuestros dones, nuestras habilidades, destrezas y talentos, y en las circunstancias de nuestra vida. Para cada uno, entonces, hay una tarea que solo nosotros podemos realizar. Esto no significa que seamos mejores que otros. Pero si creemos que estamos aquí por un motivo, entonces hay un tikún, una reparación, que solo nosotros podemos hacer, un fragmento de luz que solo nosotros podemos redimir, un acto de bondad, o de coraje, generosidad u hospitalidad que podemos hacer, hasta una palabra de aliento o una sonrisa que solo nosotros podemos dar, porque estamos aquí, en este lugar, en este tiempo, enfrentado a esta persona en este momento de su vida.
“La vida es una tarea” solía decir, y agregó: “El hombre religioso se diferencia del que aparentemente no lo es, sólo por experimentar su existencia como una misión y no simplemente como una tarea” La persona es consciente de ser llamada, convocada por una Fuente. “Por miles de años esa fuente ha sido llamada Dios.” (3)
Ese es el significado de la palabra que da el nombre a nuestra parashá, y al tercer libro de la Torá, Vaikrá: “Y Él llamó.” El sentido preciso del versículo de apertura es difícil de comprender. Traducido literalmente sería: “Y Él llamó a Moshé y Dios le habló desde la Tienda de Reunión, diciendo…” La primera frase parecería redundante. Si nos dice que Dios le habló a Moshé, ¿por qué agregar “Y Él llamó?” Rashi lo explica de la siguiente forma
Y Él llamó a Moshé: Cada vez que Dios se comunicó con Moshé, ya sea por la expresión “Y Él habló” o “y Él ordenó” siempre estaba precedido por Dios llamando a Moshé por su nombre (4) “Llamar” es una expresión de cariño. Es la que utilizan los ángeles cuando dicen “Y uno llamó al otro… (Isaías 6: 3)
Rashi, comentario a Vaikrá 1:1
Vaikrá, nos está diciendo Rashi, significa ser llamado a una tarea por amor. Esta es la fuente de una de las ideas clave del pensamiento de Occidente, sobre todo, el concepto de la vocación o el llamado, o sea, la elección de una carrera o forma de vida no solo por la simple voluntad de hacerlo porque ofrece ciertos beneficios sino porque te sientes convocado a ello. Sientes que este es tu propósito y tu misión en la vida. Este es el motivo por el cual has sido puesto sobre la tierra.
Hay muchos de estos llamados en el Tanaj. Está el que recibió Abraham, para abandonar su tierra y su familia. El de Moshé ante la zarza ardiente (Éxodo 3: 4). Y el que experimentó Isaías cuando vio una imagen mística de Dios en Su trono rodeado de ángeles:
Entonces escuché la voz del Señor diciendo: “¿A quién debo enviar? ¿Y quién irá por nosotros?” Y yo dije: “¡Aquí estoy, envíame a mí!”
Isaías 6:8
Una de las historias más movilizadoras es la del joven Shmuel, que fue consignado por su madre Jana a servir en el santuario de Shiloh donde sirvió como asistente de Eli el sacerdote. De noche en su cama, escuchó una voz que lo llamaba. Supuso que era Eli. Corrió a ver que necesitaba pero éste le dijo que no lo había llamado. Lo mismo ocurrió una segunda y tercera vez, y entonces Eli percibió que era Dios el que llamaba al niño. Le instruyó a Shmuel que si volviera a ocurrir contestara “Habla Señor, tu servidor Te está escuchando.” El niño no imaginó que podría ser Dios el que lo estaba convocando a una misión, pero así fue. Así comenzó su carrera como profeta, juez y responsable de la consagración de los dos primeros reyes de Israel, Shaul y David (1 Shmuel 3).
Cuando observamos lo malo a ser reparado, la enfermedad a ser curada, la necesidad a ser resuelta, y sentimos que nos habla a nosotros, es ahí que nos acercamos al máximo, en una era post profética, a escuchar Vaikrá, el llamado de Dios. ¿Y cuál es el motivo por el cual aparece aquí, al comienzo del libro central, el tercero de la Torá? Porque el libro de Vaikrá trata sobre los sacrificios, y la vocación trata sobre sacrificios. Tenemos la voluntad de hacer sacrificios cuando sentimos que son parte de la tarea que hemos sido llamados a realizar.
Desde la perspectiva de la eternidad, a veces podemos sentirnos abrumados al tomar conciencia de nuestra propia insignificancia. No somos más que una ola en el océano, un grano de arena en la costa, una partícula de polvo en la superficie de la infinidad. Pero estamos aquí porque Dios así lo quiso, porque hay una tarea qué Él quiere que realicemos. La búsqueda del sentido es ir en busca de esta tarea.
Cada uno de nosotros es único. Aún gemelos genéticamente idénticos son distintos. Hay cosas que sólo nosotros podemos hacer, nosotros, que somos lo que somos, en este tiempo, en este lugar y en estas circunstancias. Para cada uno de nosotros Dios tiene una tarea: una labor a realizar, una muestra de bondad a efectuar, un obsequio a dar, un amor a compartir, una soledad a paliar, un dolor a mitigar, una vida truncada a ayudar a reparar. Discernir cuál es la tarea, escuchar Vaikrá, el llamado de Dios, es uno de los grandes desafíos para cada uno de nosotros.
¿Cómo sabremos lo que es? Hace unos años, en To Heal a Fractured World (en español: Para sanar un mundo fracturado) ofrecí esto como guía, y aún ahora creo que tiene sentido: Cuando lo que nosotros queremos hacer coincide con lo que es necesario que se haga, es ahí donde Dios quiere que estemos.
Fuentes
- Roy F. Baumeister, Kathleen D. Vohs, Jennifer Aaker, and Emily N.Garbinsky, ‘Algunas diferencias clave entre una vida feliz y una vida con sentido’, Journal of Positive Psychology 2013, Volumen 8, Número 6, Páginas 505-516.
- Emily Smith, “Existe algo más en la vida que ser feliz”, The Atlantic, 9 de Enero de 2013.
- Viktor Frankl, “El doctor y el alma: de la psicoterapia a la logoterapia”, New York: A.A. Knopf, 1965, 13.
- Comentario de Rashi a Vaikrá 1:1.