El best seller más sorprendente del año 2014 fue El Capital en el Siglo Veinte [1] del economista francés Thomas Piketty, un denso tomo de 700 páginas de teoría económica, fundamentado por una masiva investigación estadística, no el habitual resumen banal de éxito literario.
Gran parte de su atractivo se encuentra en la manera en la que documentó el fenómeno de la reestructuración de las sociedades a través del mundo: en la economía actual globalizada las desigualdades crecen sostenidamente. Entre los años 1979 y 2013, en los Estados Unidos, el uno por ciento de los mayores ingresos vio incrementar sus utilidades en un 240 por ciento, mientras que el quinto escalón inferior lo hizo en un diez por ciento. [2] Más impactante aún es la diferencia de ingresos por capitalización de inversiones, como inmuebles, acciones y bonos, donde el uno por ciento superior tuvo un crecimiento del 300 por ciento mientras que el quinto inferior sufrió una caída del 60 por ciento. En términos globales, el patrimonio de los 85 individuos más ricos era igual al total de los 3.500 millones más pobres: la mitad de la población mundial. [3]
La contribución principal de Piketty fue mostrar por qué ocurrió esto. La economía de mercado, argumenta, tiende a hacernos más y menos iguales al mismo tiempo: más iguales porque difunde la educación, el conocimiento y las capacidades de una manera más global que en el pasado; pero menos iguales porque con el correr del tiempo, especialmente en las economías maduras, el retorno al capital tiende a superar al crecimiento del ingreso y la producción. Los que poseen bienes de capital crecen más y más velozmente que los que se basan únicamente en sus ingresos laborales. El crecimiento de la desigualdad, dice, es “potencialmente una amenaza a las sociedades democráticas y a los valores de la justicia social sobre las cuales están basadas”.
Este es el último capítulo de una historia ciertamente muy antigua. Isaiah Berlin señaló que no todos los valores pueden coexistir, en este caso, libertad e igualdad. [4] Se puede tener uno u otro, pero no los dos: cuanta más libertad económica, menos igualdad; cuanta más igualdad, menos libertad. Ese fue el conflicto central durante la época de la Guerra Fría entre el capitalismo y el comunismo. El comunismo perdió la batalla. En la década del 80 bajo la tutela de Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret Thacher en el Reino Unido, los mercados se liberalizaron, y hacia el fin de la década la Unión Soviética se derrumbó. Pero la libertad económica sin control produce sus propios desarreglos, y el libro de Piketty da una de las señales de alarma.
Todo esto hace que la legislación social de la parashá Behar sea un texto para nuestro tiempo, porque la Torá está profundamente preocupada, no solo por la economía sino también por los temas morales y humanos más fundamentales. ¿Qué tipo de sociedad queremos? ¿Qué clase de orden social hace justicia a la dignidad humana y a los delicados lazos que nos unen unos a otros y a Dios?
Lo que diferencia al judaísmo es su compromiso tanto con la libertad como con la igualdad, reconociendo a la vez la tensión entre ambas. Los capítulos iniciales del libro de Génesis describen las consecuencias del don de Dios de dotar a los humanos de libertad individual. Pero como somos animales sociales, necesitamos asimismo la libertad colectiva. De ahí la importancia de los capítulos iniciales de Shemot, con su caracterización de Egipto como ejemplo de la sociedad que priva a su pueblo de la libertad, al esclavizar poblaciones y al hacer que muchos obedezcan el deseo de unos pocos. Repetidas veces la Torá explica sus leyes y las formas de preservar la libertad, recordando cómo era en Egipto vivir sin ella.
La Torá también está comprometida con la igualdad de la dignidad humana, al ser creados a la imagen y bajo la soberanía de Dios. La lucha por la igualdad no fue lograda en la época bíblica. Había jerarquías en esa era en Israel. No todos podían llegar a ser rey; no todos podían ser sacerdotes. Pero el judaísmo no tenía un sistema de clases. No había una equivalencia con la sociedad platónica de dividir a los hombres en seres de oro, plata y bronce; o en la creencia de Aristóteles de que algunos han nacido para gobernar y otros para ser gobernados. En la comunidad del pacto prevista por la Torá somos todos hijos de Dios, todos preciosos ante Su vista, cada uno con su contribución al bien común.
La visión fundamental de la parashá Behar es precisamente la formulada por Piketty, que la inequidad económica tiene tendencia a incrementarse a lo largo del tiempo, y el resultado puede constituir también una pérdida de libertad. Las personas pueden resultar esclavizadas por el peso de una deuda. En los tiempos bíblicos podía resultar en ser vendidos literalmente en esclavitud como la única forma de garantizarse el sustento y la vivienda. Las familias podían verse obligadas a vender sus tierras, la herencia ancestral desde los días de Moshé. El resultado sería una sociedad en la cual con el correr del tiempo, unos pocos serían terratenientes y muchos los empobrecidos y sin tierra.
La solución de la Torá, citada en Behar, es una restauración periódica de las libertades fundamentales de las personas. Cada séptimo año las deudas eran canceladas y los esclavos israelitas liberados. Después de siete ciclos sabáticos el año del jubileo era el tiempo en el que, con algunas excepciones, la tierra era devuelta a sus dueños originarios. La Campana de la Libertad de Filadelfia tiene grabadas las famosas palabras del jubileo, en palabras de la traducción bíblica de King James:
“Proclamad la libertad en toda la tierra y a todos sus habitantes” (Levítico 25:10).
Tan relevante sigue siendo esta visión que en el movimiento internacional de cancelación de deuda de los países en desarrollo en el año 2000, fue llamada Jubileo 2000, una referencia explícita a los principios expuestos en nuestra parashá.
Hay tres aspectos que vale la pena notar sobre el programa social y económico de la Torá. Primero, hace referencia más la libertad humana que a la igualdad económica. Perder la tierra o estar agobiado por una deuda es una limitación a la libertad. [5] Para comprender la dimensión económica del judaísmo es fundamental la idea de independencia, “cada persona bajo su propio viñedo e higuera” como propuso el profeta Micá (Micá 4: 4). Rezamos antes de la comida “No nos hagas dependientes de los obsequios o préstamos de otras personas… para que no suframos vergüenza ni humillación”. Hay algo profundamente degradante en perder la independencia y verse forzado a depender de la buena voluntad de otros. De ahí que los conceptos de Behar están dirigidos, no a la igualdad, sino a la necesidad de restablecer la capacidad de la persona de ganar su propio sustento y ser agente libre e independiente.
Por consiguiente, este sistema retira todo de las manos de legisladores humanos. Yace sobre dos ideas fundamentales del capital y el trabajo. Primero: la tierra le pertenece a Dios:
“Ya que la tierra es Mía, ninguna parcela debe ser vendida permanentemente. Por lo que a Mí me concierne, ustedes son extranjeros, residentes temporarios” (Levítico 25:23).
Segundo, lo mismo se aplica a las personas:
“Dado que los israelitas son Mis servidores, a los que saqué de Egipto, no deben ser vendidos como esclavos” (Levítico 25:42).
Esto significa que la libertad económica y personal no es negociable políticamente. Son derechos inalienables, otorgados por Dios. Esto es lo que estuvo implícito en la alocución de John F Kennedy en su discurso inaugural de 1961 acerca de “las creencias revolucionarias por las cuales luchó nuestro pueblo ,” básicamente, “la convicción de que los derechos del hombre no provienen de la generosidad del Estado sino de la mano de Dios”.
Tercero, nos dice que la economía es, y debe seguir siendo, una disciplina basada en fundamentos morales. Lo que concierne a la Torá no son meros índices técnicos, como el nivel de crecimiento o los valores absolutos de riqueza, sino la calidad y la textura de las relaciones: la independencia de la persona y su sentido de la dignidad, las formas en las que el sistema permite que la gente se recupere de sus infortunios, y el grado en el que permite a los miembros de la sociedad vivir con la verdad de que “cuando comes del fruto de la labor de tus manos serás feliz, y todo lo tuyo irá bien” (Salmo 128: 2).
En ninguna otra área, los judíos han sido tan dominantes. Han obtenido el 41 por ciento de los premios Nobel de economía. [6] Han desarrollado algunas de las ideas más importantes en ese campo. La teoría de David Ricardo de la ventaja comparativa; la teoría del juego de John von Neumann(desarrollo que le valió el premio Nobel al profesor Robert Aumann); la teoría monetaria de Milton Friedman; la extensión de la teoría económica a la dinámica familiar de Gary Becker; la teoría del comportamiento en la economía de Daniel Kahneman y Amós Tversky y muchos otros. No siempre, pero en muchos casos, la dimensión moral ha sido evidente en sus trabajos.
Es algo impresionante, hasta espiritual, el hecho de que los judíos han buscado crear (aquí mismo en la tierra, no en el cielo ni el más allá) sistemas que buscan maximizar la libertad humana y la creatividad. Y los fundamentos están en nuestra parashá, cuyas antiguas palabras aún hoy nos inspiran.