Un califa sin territorio: no es lo mismo

Por Yoram Schweitzer

La muerte de Abu al Hassan al Hashemi al Quraishi, tercer califa del Estado Islámico, ocurrió a mediados de octubre de 2022 durante una batalla con el objetivo de capturar a altos operativos de la organización en la localidad de Jasim, en la gobernación de Daraa, sin que los atacantes supieran que allí se escondía el máximo cabecilla.

Tras varios días de combate, el califa y sus asociados se inmolaron, y solo entonces se supo que estaba entre los muertos.

Al igual que sus dos predecesores, se inmoló para no caer prisionero.

Su muerte fue confirmada oficialmente el 30 de noviembre por un portavoz del Estado Islámico, quien al mismo tiempo anunció el nombramiento de Abu al Hussein al Husseini al Quraishi como cuarto califa.

El rápido anuncio de un nuevo califa atestigua el esfuerzo de la organización para mantener la solidaridad organizacional y la continuidad del mando, y para mantener sus lazos con sus afiliados en todo el mundo.

De hecho, varias organizaciones en una veintena de países ya han prometido su lealtad al nuevo califa.

Al mismo tiempo, la muerte del tercer califa no provocó olas y recibió una cobertura mediática relativamente menor, lo que sugiere la disminuida estatura del “califa” en el Estado Islámico, que alguna vez fue una posición de primer orden.

Este fue especialmente el caso en los primeros años del Estado Islámico, cuando Abu Bakr al Baghdadi se autonombró primer califa de la organización, que estaba en el apogeo de su poder y controlaba amplias franjas de territorio en Siria e Irak.

Además, parece que la estatura de la propia organización ha disminuido entre sus afiliados y en su red de alianzas en todo el mundo.

Al mismo tiempo, Occidente considera que la organización es una amenaza menor.

De hecho, los Estados Islámicos y sus afiliados, particularmente en África y el sur y sureste de Asia, cometen decenas de ataques en todo el mundo que atraen poca atención entre los países occidentales, que no perciben actualmente una amenaza aguda a su seguridad.

Sin embargo, incluso si están aparentemente en un punto bajo, las organizaciones salafistas yihadistas siguen firmemente comprometidas con su ideología y su interpretación extremista del Islam.

Continúan teniendo combatientes entrenados y experimentados en Siria e Irak, así como reservas de jóvenes que crecen en los campos de desplazados en Siria y en otros lugares que bien pueden abrazar el terrorismo activo, en nombre del Islam y el sendero de Dios.

Fuente: INSS The Institute for National Security Studies

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