Estados Unidos ya ha ganado la guerra de Ucrania

Ricardo Angoso

Resucitan a la OTAN, consiguen la cohesión del mundo occidental sin cuyo liderazgo no puede hacer frente a Rusia y logran la adhesión inquebrantable de Europa a su proyecto global; todo eso sin haber disparado un solo tiro. Increíble.

El nuevo año no traerá nada nuevo, al menos en lo que se refiere a la guerra de Rusia contra Ucrania, que seguirá su curso, aunque es de prever, tal como ya han anunciado numerosos analistas, que el presidente ruso, Vladimir Putin, lance una nueva ofensiva contra los ucranios. Pese a todo, el paseo militar anunciado por los rusos nunca ha llegado y la guerra se extiende cada vez más, minando a la economía rusa debido a las sanciones económicas, provocando numerosas bajas y heridos en sus fuerzas militares y, sobre todo, un gran desgaste en la escena internacional, tanto en términos del prestigio perdido y del hastío que el conflicto está causando no solo en el mundo, sino también sus principales socios, como la India y China.

En el extremo contrario, los Estados Unidos han cosechado notables éxitos a raíz de este conflicto. Sin haber puesto un solo hombre sobre el terreno, los Estados Unidos han logrado “resucitar” a la OTAN, que el ex presidente Donald Trump siempre desdeñó y despreció; han logrado una cohesión de todo Occidente, incluyendo a la Unión Europea (UE) y el Reino Unido, impensable hace apenas unos meses; han aislado a Rusia casi por completo de la escena internacional, a la que apoyan solamente regímenes indeseables y abyectos, tales como Irán, Cuba, Nicaragua, Siria, Venezuela y Bielorrusia; y, finalmente, ha conseguido infligir serios daños a los rusos en el campo de batalla con el envío de ingentes pertrechos militares a las fuerzas ucranias, que, por cierto, también reciben armas de otros países occidentales.

El presidente norteamericano Joe Biden, además, ha conseguido que dos países de Europa Occidental que hasta ahora permanecían neutrales, como Finlandia y Suecia, ahora estén en proceso de adhesión a la Alianza Atlántica, habiendo conseguido el efecto contrario que esperaba Putin, quien planteaba esta guerra como una “cruzada” para frenar la expansión atlántica hacia sus fronteras. Pero no solamente Finlandia y Suecia quieren integrarse en la OTAN, sino que otros países en la periferia rusa, como Georgia, Moldavia y la misma Ucrania, ya han anunciado que cuando termine el conflicto solicitarán su ingreso en la misma estructura político-militar.

Cuanto más tiempo pasa, más débil está Rusia y más mermada su capacidad operativa en los campos de batalla. No cabe duda que Putin todavía puede hacer daño, causar grandes estragos a la población civil, como está haciendo ahora, e incluso no se debe descartar que pueda usar el arma nuclear en una situación desesperada, pero tampoco cabe duda de que el mundo será muy distinto después de la guerra de Ucrania y que el prestigio internacional de Rusia como potencia líder quedará por los suelos por muchos años. Nadie confiará ya en ese criminal guerra llamado Putin, su ejército será visto como una cuadrilla de forajidos desalmados capaz de cometer los más viles crímenes y tropelías, y Rusia se anclará por años, sino décadas, en una decadencia y un ocaso de consecuencias impredecibles. El escenario de una democracia civilizada y respetuosa con los derechos humanos está muy lejano para ese país en las actuales circunstancias.

ESTADOS UNIDOS, A LA VANGUARDIA DEL MUNDO LIBRE

Por el contrario, los Estados Unidos se ponen a la vanguardia del mundo libre, democrático y civilizado y aportan a Occidente el necesario liderazgo para hacer frente a las nuevas amenazas, retos y desafíos. Aparte del prestigio ganado en Europa del Este, donde ahora todos quieren integrarse en la UE y la OTAN, lo que queda meridianamente claro es que Europa necesita a los Estados Unidos para reforzar su proyecto de seguridad y defensa en un momento en que los peligros que acechan son reales, tal como se ha visto con la crisis de Ucrania. La UE, por ejemplo, solamente cuenta ahora con un país con armas nucleares y miembro del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, Francia, y no posee ni un ejército propiamente europeo ni capacidades de defensa adecuadas para hacer frente a la amenaza real que representa Rusia.

Si no hubiera existido la OTAN, a la que algunos “visionarios” de izquierda querían enterrar tras la caída del Muro de Berlín, es más que seguro que Putin no se hubiera detenido en Ucrania y habría continuado con su proyecto expansionista hacia los países bálticos (Lituania, Letonia y Estonia) y hacia la odiada Polonia, siempre en el punto de mira del imperialismo ruso y a la que atacó en varias ocasiones a lo largo de su historia. Rusia ya agredió militarmente en el pasado a Moldavia, anexionándose Transnistria en 1991; arrasó Chechenia para colocar una administración dócil a sus deseos y de una naturaleza claramente criminal; provocó la guerra civil en Georgia para arrebatarle a esa ex república soviética los territorios de Abjasia y Georgia del Sur; alentó la guerra entre Armenia y Azerbaiyán, en el 2020, para después aparecer como el “pacificador” e instalar un contingente militar de interposición entre ambas partes, y, finalmente, en el 2014, se anexionó Crimea y provocó la guerra de Donbás, un contencioso civil contra Ucrania generado por unas milicias armadas, entrenadas y jaleadas por Moscú.

Quizá la principal amenaza que podría tener que enfrentar Europa y el vínculo transatlántico proviene, paradójicamente, de los Estados Unidos, donde el candidato Trump amenaza otra vez con presentarse a las próximas elecciones presidenciales, a pesar de haber salido escaldado de las legislativas y de estar envuelto en numerosos escándalos políticos y personales, incluidos varios procesos judiciales. Trump ha sido uno de los peores presidentes de la historia de los Estados Unidos y durante su mandato intentó erosionar la alianza entre Europa y su país, atacando a la UE y ninguneando a la OTAN. Por no hablar de su relación con Putin, al que toleró todos los desmanes y violaciones de derechos humanos, y su nula empatía con la Ucrania atacada e invadida, a la que ni siquiera se ha dignado a visitar, como otros líderes occidentales han hecho, para mostrar su solidaridad y apoyo en estos difíciles momentos. Su cercanía hacia Putin, calificando de “genialidad” el ataque ruso a Ucrania, ha sido la tónica dominante durante toda la guerra, compitiendo en simpatía política hacia el Kremlin con ese enfermo patológico que es el máximo líder húngaro, Viktor Orbán, la oveja negra de la Europa civilizada que lucha contra la barbarie de la guerra auspiciada por Rusia. 

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