La Parashá
(relato los hechos antes del estudio posterior)
Por el Rab. Ilan Rubinstein
Encendiendo la Luz al Prójimo:
“ Dile a Aarón: Cuando enciendas las luminarias del candelabro, hazlo de modo que alumbren hacia adelante.”
( Bamidbar 8:2 )
Cuando Hashem dio la orden de encender la Menorah, cuenta el Midrash, que el pueblo, sorprendido dijo: “ Acaso hay oscuridad delante de Hashem, que necesita luz en su Templo? “ A lo que Él respondió:
“ No es para Mi beneficio que les pido encender la Menorah, es para vuestro mérito.”
El Midrash lo ilustra diciendo que quien construye una casa hace las ventanas angostas por fuera y anchas por dentro para que la luz entre y se disemine por toda la casa. Pero cuando el Rey Shlomo construyó el Beit Ha Mikdash hizo ventanas angostas por dentro y anchas por fuera para que la luz se diseminara hacia afuera.
El mérito de cumplir el precepto agregaba luz a nuestras vidas. La Menorah contagiaba una luz de espiritualidad y santidad al pueblo de Israel y a todo el mundo.
Cual era este simbolismo?
En Rusia, en el siglo XlX, no había todavía luz eléctrica, las luces de las calles principales de Moscú eran iluminadas con lámparas de kerosen. Todas las noches un empleado municipal llevaba una antorcha en su mano e iba encendiendo una a una hasta iluminar bellamente todas las calles.
Tomando este ejemplo, dijo el Rab. Shalom Dov Ber de Lubabich, la función de cada judío es ser como este empleado municipal. No es suficiente sentirse iluminado espiritualmente por la luz de nuestra alma, nuestra función es hacer el esfuerzo de encender la luz del alma de nuestro prójimo, trayéndole la belleza de las enseñanzas de la Tora a su vida.
Y si pensamos que esto implica un sacrificio o una pérdida, el Midrash nos grafica esto por medio de la delegación de poderes. Nos cuenta la Torá que Moshé sintió el peso abrumador del liderazgo y le pidió a Hashém que lo ayudara. Entonces Hashém le dijo que reuniera a setenta sabios y Él les traspasaría del espíritu de Moshé a ellos.
El Midrash grafica esta situación con la siguiente expresión: “ Es como un hombre que enciende una vela de otra, la nueva vela brilla y la anterior no pierde nada, como alguien que huele un Etrog, el disfruta y el Etrog no pierde nada.
En nuestro caso, la luz de la Menorá nos sigue recordando que transmitir judaísmo genera un gran beneficio al mundo y no nos produce ninguna pérdida.
Donde podamos encender un alma más estaremos trayendo más luz al mundo, la cual nos iluminará también a nosotros
Shabat Shalom Umeboraj
Marcelo Mann
Estudiando la Parashá
Rabino Jonathan Sacks Z´L´
Hubo un período de mi vida en que un pasaje de la parashá de esta semana resultó ser para mí casi como una salvación. Ninguna posición de liderazgo resulta fácil, y liderar judíos es todavía más complicado. Además, el liderazgo espiritual es el más difícil de todos. Los líderes tienen generalmente frente al público un aspecto calmo, relajado, optimista y alegre. Pero detrás de esa fachada, todos experimentamos alguna vez tormentas de emoción al darnos cuenta de la profundidad de las divisiones entre la gente. Cuán insolubles son algunos de los problemas, y qué fina es la capa de hielo sobre la que estamos parados. Quizás todos vivamos estas sensaciones en algún momento de nuestras vidas, cuando sabemos dónde estamos y adónde queremos llegar, pero sencillamente no encontramos el camino. Esa es la antesala de la desesperación.
Las veces que lo sentí, recreé el momento culminante de nuestra parashá, en la que Moshé llega a su punto más bajo. El factor precipitante parecía nimio. El pueblo se había dedicado a su pasatiempo favorito: quejarse por la comida. Con nostalgia y autoengaño recordaron el pescado que comían en Egipto, los pepinos, melones, puerros, cebollas y ajo. La esclavitud se había esfumado, todo lo que quedaba eran los manjares. Podía comprenderse que Dios, con esto, estuviera muy enojado (Num. 11:10). Pero Moshé estaba más enojado aún. Sufrió una debacle emocional total. Le dijo esto a Dios:
“¿Por qué perjudicaste a Tu siervo y por qué no he hallado gracia en Tus ojos, que has puesto toda la carga de este pueblo sobre mí? ¿Acaso he engendrado a todo el pueblo, este ? ¿Acaso lo he dado a luz, como para que me digas ‘Cárgalos en tu regazo, como carga una nodriza a un bebé de pecho’, hasta la Tierra que juraste a sus Patriarcas?”. ¿De dónde sacaré carne para alimentar a todo el pueblo este, pues me sollozan diciendo “Danos carne para alimentarnos‟ ? No puedo yo solo cargar con todo el pueblo este, pues me pesa demasiado. Más si Tú así harás conmigo, mátame si es que hallo gracia en Tus ojos, para que no contemple mi desdicha.” (Núm. 11:11-15)
Para mí este es el modelo de la desesperación. Cuando me siento incapaz de seguir adelante, leo este pasaje y pienso: “Si no he llegado todavía a ese punto, estoy bien”. De alguna forma saber que el líder más grande del pueblo judío experimentó este nivel de oscurecimiento, me fortaleció. Me transmitió que la sensación de fracaso no significa necesariamente que he fracasado, solo indica que no he tenido éxito. Y significa menos aún que tú eres un fracaso. Por el contrario, fracasan los que arriesgan; y la voluntad de arriesgar es absolutamente indispensable si buscas, aunque sea en pequeña escala, cambiar el mundo para mejor.
Lo impactante del Tanaj es la forma en que documenta estas oscuras noches del alma de algunos de los más grandes héroes del espíritu. Moshé no fue el único que rogó que quería morir. Tres otros profetas también lo hicieron: Eliahu (Reyes I 19:4), Jeremías (Jer. 20:7- 18) y Jonás (Jon. 4:3).(1)
Los Salmos, especialmente los atribuidos al Rey David, están repletos de instancias de desesperación:
“Mi Dios, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Sal 22: 2).
“De las profundidades Te clamo a Ti” (Sal. 130:1)
“Sálvame, Dios, pues las aguas me han llegado hasta el cuello” (Sal. 69:2)
“Soy un hombre indefenso abandonado entre los muertos… Tú me has dejado en el pozo más profundo, en la oscuridad, en el abismo” (Sal. 88:5-7).
Lo que nos dice el Tanaj con estas historias es profundamente liberador. La fe judía no es una receta para la beatitud o la debilidad. No es garantía para evitar dolor o desasosiego. No es lo que los estoicos llamaron apatheia, una vida no perturbada por la pasión. Tampoco es el camino al nirvana, el apaciguamiento de los sentidos por extinción del yo. Todas estas cosas tienen su propia belleza, y su contrapartida puede encontrarse en las vetas místicas del judaísmo. Pero están en otro mundo que el de los héroes y heroínas del Tanaj.
¿Por qué? Porque el judaísmo es la fe para aquellos que buscan cambiar el mundo. Ése es uno de los fenómenos más inusuales de la historia de la humanidad. La mayoría de las religiones tienden a aceptar al mundo tal cual es. El judaísmo es una protesta contra el mundo que es, en nombre del mundo que debiera ser. Ser judío es buscar hacer una diferencia, cambiar las vidas para mejor, cicatrizar alguna de las heridas de nuestro mundo fracturado. Pero a la gente no le gusta el cambio. Por eso a Moshé, David, Eliahu y Jeremías les resultó tan difícil.
Podemos afirmar con exactitud qué fue lo que llevó a Moshé a la desesperación. Había enfrentado desafíos parecidos con anterioridad. Allá en el libro de Éxodo el pueblo había protestado de una manera similar:
“Si sólo hubiéramos muerto por la mano del Señor en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos frente a las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos, pues nos has traído a este desierto para matar a toda la congregación de hambre” (Ex. 16:3).
Moshé, en esa ocasión, no experimentó ninguna crisis. La gente tenía hambre y necesitaba comida. El reclamo era legítimo.
Sin embargo, desde entonces, el pueblo experimentó dos momentos álgidos: la revelación del Monte Sinaí y la construcción del Tabernáculo. Habían llegado a estar más cerca de Dios que cualquier otra nación. Tampoco estaban hambrientos. La queja no era porque no tenían comida, ya que tenían el maná. La queja era por aburrimiento: “Ahora hemos perdido nuestro apetito (literalmente. “nuestra alma se ha secado”); ¡no vemos otra cosa que este maná!” (Ex. 11:6). Habían llegado a las alturas espirituales, pero seguían siendo los mismos recalcitrantes, desagradecidos y de mentalidad pequeña, como antes. (2)
Eso fue lo que le hizo sentir a Moshé que toda su misión había fracasado y que continuaría siendo así. Su misión fue la de ayudar a los israelitas a crear una sociedad opuesta a la de Egipto, que liberara en lugar de oprimir, que dignificara, que no esclavizara. Es por eso que el pueblo respondió con recuerdos absurdos de Egipto – los pescados, pepinos y el resto. Moshé descubrió que era fácil sacar a los israelitas de Egipto, pero difícil sacar a Egipto de dentro de ellos. Si el pueblo aún no había cambiado, era razonable concluir que nunca lo haría. Moshé estaba viendo su propia derrota. No tenía sentido continuar.
Entonces Dios lo reconfortó. Primeramente Le dijo que reuniera setenta ancianos para compartir con él la carga del liderazgo, y después Le dijo que no se preocupara por la comida. Tendrían dentro de poco tiempo abundancia de carne, que apareció por medio de una enorme avalancha de codornices.
Lo más impactante de esta historia es que después de esto Moshé parece otra persona. Cuando Yehoshúa le comentó que podían disputarle el liderazgo, le contestó: “¿Estás celoso de mí ? Que todas las personas del Señor fueran profetas, y que el Señor ponga Su espíritu en ellos” (Num. 11:29). En el capítulo siguiente, cuando es criticado por su propio hermano y hermana, reacciona con toda calma. Cuando Dios castiga a Miriam, Moshé ruega por ella. Es específicamente en este punto, en el extenso relato de la vida de Moshé, que la Torá expresa: “Moshé el hombre era muy humilde, más que cualquier otro hombre en la tierra.” (Num. 12:3)
La Torá nos proporciona un detalle notable de la psicodinámica de la crisis emocional. Lo primero que nos dice es que es importante en medio de la desesperación no estar solo. El rol de Dios es actuar como reconfortante. Es Él el que saca a Moshé del pozo de la angustia. Le habla en forma directa a su preocupación. Le dice que en el futuro no tendrá que liderar él solo, tendrá la ayuda de otros. Después Le dice que no se ponga ansioso por los reclamos de la gente, tendrán tanta abundancia de carne que los saciará, y no se quejarán más por la comida.
El principio esencial de todo esto es lo que quisieron significar los sabios cuando dijeron: “Un prisionero no puede liberarse solo de la prisión.” Se necesita a alguien que te saque de la depresión. Es por eso que el judaísmo insiste tanto en no dejar solas a las personas que están en un momento de máxima vulnerabilidad. De ahí los principios que rigen para las visitas a enfermos, reconfortar a los deudos e incluso a los que están solos (“el extranjero, el huérfano, la viuda”) en celebraciones festivas, ofreciendo hospitalidad – un acto que se dice que es “más grande que recibir a la Shejiná.” Precisamente porque la depresión aísla a uno de los demás, permanecer en soledad intensifica la desesperación. Lo que hicieron los setenta ancianos para ayudar a Moshé no está claro, pero el simple hecho de estar con él fue parte de su cura.
Lo otro que nos dice es que sobrevivir a la desesperación es una experiencia transformadora. Es cuando la autoestima está por el suelo que súbitamente puedes darte cuenta de que la vida no trata solo de ti. Trata de otros, de los ideales, y de un sentido de misión o vocación. Lo que importa es la causa, no la persona. De eso trata la verdadera humildad. Como sabiamente dijo C. S. Lewis: La humildad no consiste en pensar menos en ti. Consiste en pensar menos acerca de ti.
Cuando has llegado a este punto, aunque haya sido a través de experiencias de lo más hirientes, lo has hecho por ser más fuerte de lo que creías posible. Has aprendido a no privilegiar tu imagen. Has aprendido a no pensar en absoluto en términos de imagen. Eso es lo que quiso decir el Rabi Yojanan cuando afirmó: “La grandeza es humildad.” Grandeza es una vida tornada hacia afuera, para que sientas el sufrimiento de los demás más que el propio. La marca de la grandeza es la combinación de fortaleza y delicadeza que es una de las fuerzas más curativas de la vida humana.
Moshé creyó que era un fracaso. Es bueno recordarlo cada vez que pensamos en nuestros propios fracasos. Su trayectoria desde la desesperación hasta la fortaleza de la auto disminución es uno de las grandes narrativas psicológicas de la Torá, y un tutorial eterno de esperanza.
Fuentes
- Así lo hizo, naturalmente, Job. Pero Job no era profeta, ni tampoco, de acuerdo a muchos estudiosos, era judío. El libro de Job trata de otro tema distinto: ¿Por qué le pasan cosas malas a gente buena? Esa es una pregunta sobre Dios, no sobre la humanidad.
- Observar que el texto atribuye la queja a los asafuf, la chusma, que algunos comentaristas atribuyen a la “multitud mixta” que se unió a los israelitas en el éxodo.
Traductores
Carlos Betesh
Editores
Abraham Maravankin
De la desesperación a la esperanza
Editor: Marcello Farias
David Brooks, en su Nuevo best-seller, El Camino al Carácter (The Road to Character) (1) dibuja una aguda distinción entre lo que él llama el résumé de virtudes – los logros y habilidades que traen el éxito – y el elogio a las virtudes, aquellas de las que se habla durante los funerales: las virtudes y fortalezas que te hacen ser el tipo de persona que eres cuando tú no llevas puestas máscaras o juegas roles, la persona interna que los amigos y la familia reconocen como el tú real.
Brooks relaciona esta distinción a la realizada por el Rabbi Joseph Soloveitchik en su famoso ensayo El Solitario Hombre de Fe (The Lonely Man of Faith) (2). Ahí él habla de Adán
I – la persona humana como creador, constructor, maestro de la naturaleza imponiendo su voluntad sobre el mundo
– y Adán II, la personalidad del pacto, viviendo en obediencia a una verdad trascendente, guiada por un sentido del deber y del bien y la voluntad de servir.
Adán I busca éxito. Adán II lucha por caridad, amor y redención. Adán I vive por la lógica de la economía: la búsqueda de los propios intereses y la máxima utilidad. Adán II vive por la muy diferente lógica de moralidad donde dar importa más que recibir, y conquistar el deseo es más importante que satisfacerlo.
En la moral del universo, el éxito, cuando lleva al orgullo, se convierte en fracaso. El fracaso, cuando lleva a la humildad, puede ser exitoso.
En ese ensayo primeramente publicado en 1965, Rabbi Soloveitchik se preguntó si había un lugar para Adán II en la América de sus días, por lo que la intención era que sobre la celebración de los poderes humanos sobre el avance económico.
Hace cincuenta años, Brooks hace eco de esa duda. “Vivimos”, dice, “en una sociedad que nos alienta a pensar sobre cómo tener una gran carrera, pero deja a muchos de nosotros desarticulados sobre cómo cultivar la vida interior.”
Esto es un tema central en Behaloteja. Hasta ahora nosotros hemos visto al Moisés exterior, obrador de milagros, portavoz de la palabra Divina, sin miedo de confrontar al Faraón de un lado, su propio pueblo en el otro, el hombre que destrozó las tablas grabadas por Dios mismo y quien Lo retó a perdonar a Su pueblo, “y si no, bórrame del libro Tú has escrito” (Ex. 32:32).
Este es el Moisés público, una figura de heroica fortaleza. En la terminología de Soloveitchik, es Moisés I.
En Behaloteja vemos a Moisés II, el solitario hombre de fe. Es una fotografía muy diferente. En la primera escena lo vemos quebrarse. El pueblo se está quejando otra vez sobre la comida. Ellos llevan maná, pero no carne. Ellos se engranan con una falsa nostalgia: “¡Cómo recordamos el pescado que solíamos comer gratis en Egipto! ¡Y los pepinos, melones, puerros, cebollas, y ajos!” (Num. 11:5). Este es un acto de ingratitud que fue demasiado para Moisés, quien da voz a la desesperación profunda. “¿Por qué Tú traes todo este problema a tu siervo? ¿Por qué no he encontrado favor en tus ojos, que Tú estás poniendo la carga de este pueblo entero sobre mí! ¡Acaso yo concebí este pueblo, o les di nacimiento, que Tú me dices que los lleve en mi regazo en la manera que una nodriza carga un bebé…
No puedo llevar a esta nación completa! ¡La carga es demasiado pesada para mí! ¡Si así es como me vas a tratar, por favor mátame ahora, si tengo favor en tus ojos, porque no puedo soportar ver toda esta miseria! (Num. 11:11-15).
Entonces viene la gran transformación. Dios le dice que tome 70 ancianos quienes compartirán la carga con él. Dios toma el espíritu que está sobre Moisés y lo extiende a los ancianos.
Dos de ellos, Eldad y Medad, entre los seis elegidos de cada tribu, pero quedan fuera de la votación final, empezaron a profetizar dentro del campamento. Ellos también habían tomado el espíritu de Moisés.
Josué teme que esto pueda llevar a retar el liderazgo de Moisés y urge a Moisés a frenarlos. Moisés responde con sorprendente generosidad, “Estás celoso en mi nombre. Haría que todo el pueblo de Dios fueran profetas y que Él descansara su espíritu en cada uno de ellos.” (Num. 11:29). El mero hecho que Moisés ahora sepa que él no está solo, ver setenta ancianos compartir su espíritu, lo cura de la depresión, y ahora el exuda una gentil, generosa confianza que es conmovedora e inesperada.
En el tercer acto, vemos finalmente hacia dónde este drama se ha estado tendiendo. Ahora los propios hermanos de Moisés, Aarón y Miriam, empiezan a despreciarlo. La causa de su queja (la “mujer etíope” que ha tomado por esposa) no es clara y hay muchas interpretaciones. El punto es que, para Moisés, es el momento “Et tu Brute?”. Él ha sido traicionado, o al menos calumniado, por aquellos que son más cercanos a él. Aun así, Moisés no está afectado. Aquí es dónde la Torah hace su gran declaración: “Ahora el hombre Moisés era muy humilde, más que cualquier otro hombre sobre la faz de la tierra” (Num. 12:3)
Esto es un novum en la historia. La idea que el valor más alto del líder es la humildad debe haber parecido absurdo, al menos contradictorio en sí mismo, en el antiguo mundo. Los líderes eran orgullosos, magnificentes, distinguidos por sus ropas, apariencia y regia manera. Se construían templos en su honor. Tenían inscripciones triunfalistas engravadas para la posteridad. Su rol no era servir sino ser servidos. De todos los demás se esperaba humildad, no de ellos.
Humildad y majestuosidad no podían coexistir.
En el judaísmo, esta configuración entera fue volcada. Los líderes debían servir, no ser servidos.
El espaldarazo más alto de Moisés fue ser llamado eved Hashem, el siervo de Dios. Sólo otra persona, Josué, su sucesor, gana este título en el Tanakh.
El simbolismo arquitectónico de los dos grandes imperios del mundo antiguo, el zigurat mesopotámico (la torre de Babel) y las pirámides de Egipto, visualmente representan una jerarquía social, amplia en la base, angosta en lo alto. La simbología judía, la menorah, era lo opuesto, ancha en lo alto, angosta en la base, como si dijera que en el judaísmo el líder sirve al pueblo, y no viceversa.
La primera respuesta de Moisés al llamado de Dios en la zarza ardiente fue una de humildad: “¿Quién soy yo para liderar?” (Ex. 3:11). Esa fue precisamente su humildad la que calificaba para liderar.
En Behaloteja, seguimos la pista del proceso psicológico que Moisés adquiere en aun un nivel más profundo de humildad. Bajo el estrés de la continua obstinación de Israel, Moisés se vuelve hacia adentro. Escuchen otra vez lo que él dice: “¿Por qué Tú traes todo este problema a tu siervo? …. ¿Acaso yo concebí este pueblo? ¿Les di nacimiento? ….. ¿Dónde puedo conseguir carne para toda esta gente? ….. ¡No puedo llevar a esta nación completa! ¡La carga es demasiado pesada para mí!”.
Las palabras clave aquí son: “Yo”, “mi” y “mí mismo”. Moisés ha pasado hacia la primera persona del singular. Él ve el comportamiento de los israelitas como un reto para sí mismo, no Dios.
Dios le ha recordado “¿Acaso es el brazo de Dios demasiado corto?” No es sobre Moisés, es sobre lo que y quién representa Moisés.
Moisés había estado, por demasiado tiempo, solo. No era que el no necesitara la ayuda de otros para proveer al pueblo con comida. Eso era algo que Dios haría sin la necesidad de cualquier intervención humana.
Era que él necesitaba la compañía de otros para terminar con su casi insoportable aislación.
Como lo he notado en otros lugares, la Torah contiene sólo dos veces la frase, lo tov, “no bueno”, una al inicio de la historia humana cuando Dios dice que “No es bueno para un hombre estar solo” (Gen. 2:18), una segunda vez cuando Yitro ve a Moisés liderando solo y dice, “Lo que estás haciendo no es bueno” (Ex. 18:17).
Nosotros no podemos vivir solos. No podemos liderar solos.
Tan pronto como Moisés vio a los setenta ancianos compartir su espíritu, su depresión desapareció. Pudo decir a Josué, “¿Estás celoso en mi nombre?” Y él está sin molestias por la queja de su propio hermano y su propia hermana, rezando a Dios en nombre de Miriam cuando ella es castigada con lepra. Él ha recobrado su humildad.
Entendemos ahora lo que es la humildad. No es autodegradación. C.S Lewis lo puso mejor: la humildad, dice, no es pensar menos de ti. Es pensar en ti menos. La verdadera humildad significa silenciar el “yo”.
Para las personas genuinamente humildes, es Dios, y otras personas y principios lo que importa, no yo. Como lo dijo alguna vez un líder religioso, “Él era un hombre que tomó a Dios tan seriamente que él no tuvo que tomarse a sí mismo seriamente en absoluto”.
“Rabbi Yojanan dijo, Donde sea que tú encuentres la grandeza del Santo, bendito sea Él, ahí encontrarás Su humildad” (3). Grandeza es humildad, para Dios y para aquellos quienes buscan caminar en Sus caminos.
También la grandeza es la única fuente de fortaleza ya que, si no pensamos en el “yo”, nosotros no podemos ser injuriados por aquellos que nos critican o nos degradan. Ellos están disparando a un blanco que no existe más.
Lo que Behaloteja nos está diciendo es que a través de estas tres escenas en la vida de Moisés es que nosotros algunas veces alcanzamos la humildad sólo después de una gran crisis psicológica.
Es sólo después de que Moisés ha sufrido un quiebre y oró por morir que escuchamos las palabras, “El hombre Moisés era muy humilde, más que cualquiera sobre la tierra”. Sufriendo quiebres a través del caparazón del yo, haciéndonos darnos cuenta que lo que importa no es la propia consideración sino la parte que jugamos en un esquema mucho más grande de lo que somos nosotros.
Lehavdil, Brooks nos recuerda que Abraham Lincoln, quien sufría de depresión, emergió de la crisis de la guerra civil con el sentimiento que “la Providencia ha tomado control sobre su vida, que él es un pequeño instrumento en una tarea trascendente” (4)
La respuesta correcta al dolor existencial, él dice, no es el placer sino la santidad, por la que él quiere decir, “ver el dolor como parte de una moral narrativa e intentar redimir algo malo por convertirse en algo sagrado, un acto de servicio sacrificial que puede poner a uno mismo en fraternidad con la comunidad ampliada y con las demandas morales eternas”.
Esto para mí, fue epitomizado por los padres de los tres adolescentes israelíes que fueron asesinados, quienes respondieron a su pérdida creando una serie de premios para aquellos que han hecho lo más por realzar la unidad del pueblo judío – convirtiendo su dolor exterior, y usándolo para ayudar a sanar otras heridas de la nación.
Crisis, fracaso, pérdida o dolor nos pueden mover de Adán I a Adán II, de sí mismo a direccionalidad hacia otros, de la maestría al servicio, y de la vulnerabilidad del “yo” a la humildad que “te recuerda que tú no eres el centro del universo”, sino más bien que “tú sirves a una orden mayor” (5).
Aquellos que tienen humildad son abiertos a cosas más grandes que ellos mismos mientras que aquellos que la carecen no lo son. Eso es por lo que aquellos que carecen de humildad te hacen sentir pequeño mientras que aquellos que la tienen te hacen sentir engrandecido. Su humildad inspira grandeza en otros.
(1) David Brooks, The Road to Character, Allen Lane, 2015.
(2) Rabbi Joseph Soloveitchik, The Lonely Man of Faith, Doubleday, 1992.
(3) Megillah 31a.
(4) Ibid., 95.
(5) Brooks, ibid., 263.