La Parashá
Setenta y cuatro de las 613 Mitzvot de la Tora se encuentran en esta Parashá. Estos incluyen las leyes de una cautiva bella, los derechos de Herencia del Primogénito, el hijo rebelde y descarriado, entierro y dignidad de los muertos, la devolución de un objeto perdido, la responsabilidad de construir un cerco de seguridad en el techo de una casa propia y las varias formas de Kilaim ( híbridos prohibidos entre plantas o animales.)
También son recontados los procedimientos judiciales y las penas por adulterio, por violación o seducción de una mujer soltera, y por un esposo que acusa falsamente a su mujer de infidelidad. Los siguientes no pueden casarse con una persona de linaje judío, un bastardo, un varón de descendencia Moabita o Amonita, una primera y segunda generación de Edomita o Egipcio.
Esta parashá también incluye las leyes de pureza del campamento militar, la prohibición de entrega de un esclavo que se escapó, la obligación de pagar a un trabajador a tiempo y de permitir a cualquier animal o persona que trabajan para uno “ Comer mientras Trabaja”, la forma correcta de tratar a un deudor y la prohibición de cobrar intereses por un préstamo, las leyes de divorcio ( de donde son derivadas muchas de las leyes de matrimonio), la pena de 39 latigazos por la transgresión de una prohibición de la Torá; los procedimientos de Ibum ( matrimonio leviratico) de la mujer de un hermano fallecido que no tuvo hijos o Jalitza ( quitado del zapato) en el caso en que el cuñado no desee casarse con ella.
Ki Tetze concluye con la obligación de recordar “ Lo que Amalek te hizo en el camino, cuando salían de Egipto”
Shabat Shalom Umeboraj.
Marcelo Mann
Estudiando la Parashá
por el Rabino Jonathan Sacks Z´L´
Traductor: Carlos Betesh
Editor: Ben-Tzion Spitz
El capital social y el asno caído
Hace muchos años, Elaine y yo viajábamos hacia las montañas de Catskill, un lugar muy concurrido en verano por los judíos de Nueva York, y el chofer nos contó la siguiente historia. Un viernes a la tarde él estaba yendo a la montaña para reunirse con su familia para Shabat cuando vio a un hombre con kipá, al lado de su auto al costado del camino. Tenía lo goma en llanta y estaba por cambiarla.
Nuestro chofer detuvo la marcha, lo ayudó a resolver el problema y le dijo ‘Shabat Shalom.’ El hombre le agradeció, se sacó la kipá y se la puso en el bolsillo. Nuestro amigo lo debe haber mirado con extrañeza, porque el hombre se volvió y le explicó: “Yo no soy judío, pero sé que si me pongo una de éstas – señalando a la kipá – va a venir un judío a darme una mano.”
Menciono esta historia por la relevancia obvia que tiene el precepto en la parashá de esta semana: “No observes la caída del asno o del buey de tu allegado en la ruta sin hacer nada. Ayúdalo a levantarlo.” (Deut. 22: 4). Aparentemente este es un pequeño detalle en una parashá que está colmada de preceptos. Pero su real significado yace en entender lo que es la sociedad del pacto. Es un lugar donde las personas son buenos vecinos, y que están dispuestos a ayudar aun a un extranjero en dificultades. A sus integrantes les importa el bienestar del otro y cuando ven a alguien que necesita ayuda, no siguen de largo.
Los sabios debatieron acerca de la lógica precisa de este precepto. Algunos sugirieron que era debido a la preocupación por el animal en cuestión, el asno o el buey, y según el tsa’ar ba’alei hayyim, la prevención del sufrimiento de los animales se trataría de un precepto bíblico. (1) Otros, sobre todo el Rambam, sostuvieron que tenía que ver con el bienestar del dueño de los animales, que estaba tan afligido que se quedó para estar con sus animales, a riesgo de su propia seguridad (2) – aquí la frase clave es “en la ruta.” Esta era en los tiempos antiguos un lugar peligroso.
De la misma forma, los sabios discutieron acerca de la relación precisa entre este precepto y otro, similar pero distinto, en Éxodo (23: 5): “Si ves caído bajo su peso al asno de tu enemigo, no sigas de largo. Ayúdalo a cargarlo.”
Sostuvieron que en condiciones idénticas, es primordial ayudar al enemigo, ya que podría “superar la inclinación”, o sea, contribuir a que la animosidad se convierta en amistad. (3) Esta, la ética de “ayudar a tu enemigo” es un principio que funciona, a diferencia de la ética de “amar a tu enemigo” que nunca tuvo éxito y ha conducido a historias trágicas de odio.
En general, como lo señala Rambam, uno debería hacer por alguien que está en una situación estresante lo mismo que haría por sí mismo en situación similar. Más aún, debería dejar de lado toda consideración de honor e ir “más allá del límite de la ley.” Aún un príncipe, dice, debe ayudar al más humilde, aunque las circunstancias no se correspondan con la dignidad de su rango o de su status personal. (4)
Todo esto forma parte de lo que los sociólogos hoy llaman el capital social: la riqueza que nada tiene que ver con el dinero, y todo que ver con el nivel de confianza dentro de la sociedad – saber que uno está rodeado de personas que tienen muy presente su bienestar, que devolverán sus objetos perdidos (ver las líneas inmediatamente anteriores a lo del asno caído, Deut.22: 1-3), que activarán la alarma si un extraño entra en su auto o casa, que estará atento a la seguridad de sus hijos, y que en general contribuya a la “buena vecindad,” componente en sí de la buena sociedad.
La persona que ha hecho más que cualquier otra en analizar el cuadro del capital social es el sociólogo de Harvard, Robert Putnam. En un famoso artículo, ‘Bowling Alone’ (jugando al bowling en soledad), que continúa en su libro del mismo título, (5) llamó la atención sobre la importante caída del capital social en tiempos recientes. Lo simbolizó con el hecho de que más que nunca, la gente se dedica al bowling de diez pines, pero cada vez menos integra equipos: de ahí el título en cuestión, que parecería simbolizar el individualismo de la sociedad contemporánea y su corolario: la soledad.
Diez años más tarde, en un estudio igualmente fascinante, American Grace (6) argumentó que de hecho el capital social estaba presente y bien en los Estados Unidos, pero en localidades específicas, principalmente en las comunidades religiosas: sitios de reunión de rezos que aún convocan a la gente en un lugar compartido y de mutua responsabilidad.
Su extensa investigación llevada a cabo a través de todo Estados Unidos entre 2004 y 2006, mostró que los asistentes frecuentes a iglesias – o sinagogas – eran más proclives a aportar dinero para fines caritativos, ya sean religiosos o seculares. También lo eran para trabajo voluntario solidario, contribuir a personas sin hogar, dar propinas generosas a trabajadores, dar sangre, ayudar a vecinos en tareas del hogar, acudir a estar con personas deprimidas, dejar el paso al conductor de un auto, dar el asiento en un medio de transporte o ayudar a alguien a conseguir trabajo. Los norteamericanos religiosos son documentadamente más propensos que sus compatriotas seculares a donar tiempo y dinero a otros, no solo dentro de sus respectivas comunidades sino también más allá de ellas.
La asistencia asidua a lugares de culto resulta ser el mejor factor predictivo de altruismo y empatía: mejor que la educación, edad, ingreso, género o raza. La religión produce comunidad, la comunidad genera altruismo, y el altruismo nos aleja del yo y nos conduce al bien común. Putnam va aún más allá al especular que un ateo que frecuente regularmente una iglesia (quizás por su pareja) tendrá mayor probabilidad de ser voluntario en una olla popular que un religioso que reza en soledad. Hay algo acerca del tipo de relación que se establece en una comunidad religiosa que hace que sea un tutorial continuo de civilidad y buena vecindad. Al mismo tiempo, es importante tener la certeza de que la ‘religiosidad’ no se convierta en obstáculo. Uno de los experimentos más crueles de todas las ciencias sociales fue la del “Buen Samaritano” organizado a principios de 1970 por dos psicólogos sociales de Princeton, John Daley y Daniel Batson (7). La conocida parábola cuenta la historia de cómo un sacerdote y un Levita no se detuvieron para ayudar en la ruta a un viajero que había sido atacado y robado, mientras que un samaritano sí lo hizo. Los psicólogos quisieron llegar al fondo de la cuestión, y tomaron a estudiantes del Seminario Teológico de Princeton, diciéndoles que preparen una charla sobre el hecho de ser sacerdote. A la mitad del grupo no se les dio otra instrucción que esa. A la otra mitad se le pidió que prepare una charla sobre la parábola del Buen Samaritano.
Se les pidió que dieran su alocución en un edificio cercano en el cual esperaba el público. A algunos se les dijo que ya llegaban tarde; a otros que si partían en ese momento llegarían a tiempo, y a un tercer grupo, que no había ningún apuro. Sin que lo supieran los estudiantes, los investigadores habían puesto directamente en la ruta de los estudiantes a un actor que hizo el papel de víctima, tirado en un portal, tosiendo y quejándose – una réplica de la parábola del Buen Samaritano.
Probablemente habrán adivinado el resto: el haber preparado un trabajo sobre el Buen Samaritano no influyó en absoluto sobre si el estudiante se detuvo o no a ayudar a la víctima. Lo que marcó la diferencia fue si al estudiante se le había dicho que llegaría tarde, o que no había motivo de apuro. En varias ocasiones los estudiantes “en su apuro, literalmente pasaron por encima del cuerpo de la víctima.”
La cuestión no es que algunos no practican lo que predican. (8) Los investigadores mismos concluyeron simplemente que la parábola no debe tomarse en cuenta para concluir que los samaritanos son mejores seres humanos que los sacerdotes o los Levitas, sino más bien que todo depende de las circunstancias y de obligaciones en conflicto. Los seminaristas apurados bien pueden haber querido detenerse y ayudar, pero no deseaban dejar a toda la audiencia esperando. Podían pensar que su obligación hacia muchos era superior a la de uno solo.
El experimento de Princeton sin embargo, nos ayuda a entender el fraseo preciso del precepto de nuestra parashá: “No veas…y lo ignores.” Esencialmente nos está diciendo que detengas la marcha cuando ves a algún necesitado. Cualquiera que sea la presión del tiempo, no sigas de largo.
Piensa en el momento que necesitaste ayuda y se presentó un amigo o un desconocido. Recuerdas alguna ocasión? Naturalmente. Te queda grabada en la mente para siempre, y cada vez que lo recuerdas sientes un cálido fulgor, como diciendo que el mundo, después de todo, no es un lugar tan malo. Esa es la idea transformadora de vida: nunca estés tan apurado que no puedas detenerte para ayudar a alguien que lo necesita. Rara vez habrás invertido mejor tu tiempo. Puede llevar solo un momento, pero su efecto puede durar toda una vida. O como lo expresó William Wordsworth: “La mejor parte de la vida de un hombre bueno: sus pequeños, innominados, no recordados actos de bondad y de amor.” (9)
- Ver Baba Metzia 31a.
- Mishné Torá, Hiljot Rotze’aj 13: 2,14.
- Baba Metzia 32b ver también Tosafot, Pesajim 113b.
- Hiljot Rotzeaj 13:4.
- Robert Putnam, Bowling alone: The Collapse and Revival of American Community, New York, Simon & Schuster, 2000
- Robert Putnam, David E. Campbell y Shaylyn Romney Garrett, American Grace: How Religion Divides and Unites Us. New York, Simon & Schuster 2010.
- Darley,J.M. & Batson C.D. (1973) ‘From Jerusalem to Jericho: A study of situational and dispositional variables in helping behavior’ Journal of Personality and Social Psychology, 27(1) 100-108.
- Tosefta Yevamot 8: 7, Bavli, Yevamot 63b
- Wordsworth, ‘Lines written few miles above Tintern Abbey.’