Moshé sigue instruyendo al pueblo de Israel: Cuando entres a la Tierra que Hashem te está entregando como herencia eterna y la establezcas y la cultives, trae las primeras frutas (Bicurim) de tu huerta al Sagrado Templo, y declara “ Tu gratitud por todo lo que Hashem a hecho por Ti”. Esta sección también incluye las leyes de los Diezmos dados a los Levin y a los pobres, las instrucciones detalladas de cómo proclamar las bendiciones y las maldiciones en los montes Grizim y Eival, cómo fue discutido al comienzo de la parashá Ree. Moshé recuerda a la gente que son el pueblo elegido por Hashem y que ellos a su vez han elegido a Hashem. La última parte de Ki Tavo consiste en la Tojaja ( Reprimenda). Luego de listar las bendiciones con las cuales Hashem premiará a la gente cuando ellos sigan y cumplan con las leyes de la Torá. Moshé da una larga y dura lista de cosas malas, como enfermedad, hambruna, pobreza y exilio, que ocurrirán si ellos abandonan los preceptos de Adonai. Moshé concluye diciendo al pueblo que sólo hoy, cuarenta años después de su nacimiento como pueblo, alcanzaron “ Un Corazón para saber, ojos para ver y oídos para escuchar”.
Shabat Shalom Umeboraj.
Marcelo Mann
Estudiando la Parashá
En busca de la alegría (Ki Tavo
Por el Rabino Jonathan Sacks Z´L´
La felicidad, dice Aristóteles, es el principal bien al que aspiran todos los humanos[1]. Pero en el judaísmo no es necesariamente así. La felicidad tiene un alto valor. Ashré, la palabra hebrea más cercana al concepto de felicidad, es la primera palabra del libro de los Salmos. Recitamos la plegaria conocida como Ashré tres veces por día. Ciertamente podemos compartir la frase de la Declaración de Independencia Norteamericana, que entre los derechos inalienables de la humanidad están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
Pero Ashré no es el valor central de la Biblia Hebrea. La palabra simjá, alegría, aparece casi diez veces más que la anterior. Es uno de los temas fundamentales de Deuteronomio. La raíz s-m-j aparece solo una vez en cada uno de los libros de Génesis, Éxodo, Levítico y Números, pero no menos de doce veces en Deuteronomio. Está en el corazón de la visión Mosaica de la vida en la tierra de Israel. Es allí donde servimos a Dios con alegría.
La alegría juega un papel clave en dos contextos de la parashá de esta semana. Una tiene que ver con llevar los primeros frutos al Templo de Jerusalem. Después de describir la ceremonia llevada a cabo en el lugar, la Torá concluye lo siguiente:
“Entonces te regocijarás por todas las cosas buenas que el Señor nuestro Dios te ha dado a ti y a tu familia, junto con los Levitas y el extranjero que mora entre vosotros.” (Deuteronomio 26:11)
El otro contexto es bastante distinto y además, sorprendente. Ocurre con el tema de las maldiciones. Existen dos pasajes de maldiciones en la Torá, uno en Levítico 26 y el otro aquí en Deuteronomio 28. Las diferencias entre ambos son notables. Las maldiciones de Levítico terminan con una nota de esperanza. Las de Deuteronomio, en franca desesperación. Las de Levítico hablan de un abandono total del judaísmo por parte del pueblo. El pueblo camina beken con Dios, traducido como “con hostilidad”, “rebeldía” o “desdén.” Pero las maldiciones en Deuteronomio son provocadas simplemente “porque no sirvieron al Señor vuestro Dios con alegría y por la felicidad de corazón, debido a la abundancia de todas las cosas” (Deut. 28: 47) .
Digamos que la falta de alegría puede no ser la mejor manera de vivir, pero ciertamente no es pecado, ni que justifique una letanía de maldiciones. ¿Qué quiere significar la Torá cuando a la falta de alegría le atribuye un desastre nacional? ¿Por qué en el judaísmo la alegría parece significar más que la felicidad? Para contestar estas preguntas debemos comprender la diferencia entre alegría y felicidad. Esta es la forma en que los Salmos describen la vida feliz:
Feliz es el hombre que no ha transitado por el consejo de los malvados, ni se ha parado en el camino de los pecadores, ni se ha sentado donde se sientan los que desprecian. Sino que su deseo está en la Torá del Señor; en su Torá medita de día y de noche. Será como un árbol plantado a la vera del arroyo, dando su fruto en la estación, y que sus hojas no se marchitan; y en todo lo que hace, prosperará. (Salmos 1:1-3)
Esta es una vida serena y bendecida, otorgada al que vive de acuerdo con la Torá. Como un árbol, esa vida tiene raíces. No es arrojado para un lado o para el otro por cada viento o capricho que lo azota. Esas personas dan frutos, permanecen firmes, sobreviven y crecen. Debido a todo eso, la felicidad radica en el estado mental del individuo.
Simjá, alegría, en la Torá, nunca se refiere a individuos, sino a algo que compartimos. Un recién casado no es llamado al ejército por un año, dice la Torá, para que pueda estar en su casa y “llevar alegría a la mujer con la que se ha casado” (Deut. 24:5) . Llevarás todas tus ofrendas al santuario central, dice Moshé, para que allí, “ante la presencia del Señor vuestro Dios, ustedes y vuestras familias comerán y se regocijarán por todo lo que han puesto mano y porque el Señor vuestro Dios los ha bendecido” (Deuteronomio 12:7). Las festividades, según la descripción en Deuteronomio, son días de alegría, precisamente por ser ocasiones de celebración colectiva: “tú, tus hijos e hijas, sirvientes y sirvientas, los Levitas en vuestras ciudades, los extranjeros, los huérfanos de padre y las viudas que viven contigo” (Deuteronomio 16:11). Simjá es alegría compartida. No es algo que experimentamos en soledad.
La felicidad es una actitud frente a la vida, mientras que la alegría se da en el momento. Como dijo alguna vez J.D.Salinger, “La felicidad es sólida, la alegría, líquida”. La felicidad es algo que se busca, la alegría, no. Ella te descubre. Tiene que ver con una sensación de conexión con otras personas o con Dios. Viene de otro ámbito que el de la felicidad. Es una emoción social. Es la exaltación que sentimos cuando nos unimos a otros. Es la redención de la soledad.
Paradójicamente, el libro de la Biblia que más se enfoca en la alegría es precisamente el considerado frecuentemente menos feliz de todos, Kohelet, Ecclesiastés. Kohelet es, como se sabe, el hombre que tenía todo, pero describe todo como hevel, palabra que emplea casi cuarenta veces en el libro, y que fue traducido como “insignificante,” “sin objeto,” “fútil,” “vacío,” o como notoriamente lo consideró la Biblia de King James, “vanidad.” Sin embargo, el hecho es que Kohelet usa la palabra simjá diecisiete veces, más que todos los libros mosaicos juntos. Después de cada una de sus meditaciones sobre la insignificancia de la vida, Kohelet termina con una exhortación a la alegría.
Yo sé que no hay nada mejor para la gente que regocijarse y hacer el bien mientras vive. (Kohelet 3:12)
Yo vi que no hay nada mejor para una persona que regocijarse en su trabajo, ya que ese es su ámbito (Kohelet 3:22)
Por eso yo recomiendo alegrarse en vida, porque no hay nada mejor para una persona bajo el sol que comer, beber, y regocijarse. (Kohelet 8:15)
No importa cuántos años viva una persona, que se regocije en todos ellos. (Kohelet. 11:8)
Yo sostengo en el Majzor Koren de Sucot que Kohelet solo puede comprenderse si tomamos en cuenta que hevel no puede significar “sin sentido,” vacío,” o “fútil”. Significa “hálito superficial”. Kohelet es una meditación sobre la inmortalidad. Por más tiempo que vivamos, sabemos que algún día vamos a morir. Nuestras vidas duran apenas un microsegundo en la historia del universo. El cosmos existirá eternamente, mientras que nosotros los mortales somos una mera exhalación fugaz.
Kohelet está obsesionado por eso, porque amenaza con eliminar cualquier certeza de la vida. Nunca viviremos para ver el resultado a largo plazo de nuestras acciones. Moshé no guió al pueblo a la Tierra Prometida. Sus hijos no continuaron con su grandeza. Aun él, el más grande de los profetas, no pudo prever que sería recordado por todos los tiempos como el líder más grande que ha tenido el pueblo judío. Lehavdil, (salvando las diferencias) Van Gogh vendió solo una obra en toda su vida. No podría saber que posteriormente sería considerado como uno de los más grandes pintores de los tiempos modernos. No sabemos qué harán nuestros descendientes con lo que les dejaremos. No podemos saber cómo o si seremos recordados. ¿Cómo entonces podemos encontrar el sentido de la vida?
Kohelet finalmente encontró, no la felicidad, sino la alegría – porque la alegría no vive en los pensamientos del mañana sino en la aceptación agradecida y la celebración del presente. Estamos aquí, estamos vivos; estamos junto a otros que comparten nuestro júbilo. Estamos viviendo en la tierra de Dios, celebrando sus bendiciones, comiendo
los productos de la tierra regados por Su lluvia, transformados en frutos bajo Su sol, respirando el aire que insufló en nosotros, viviendo la vida que Él renueva en nosotros cada día. Y sí, no sabemos lo que nos deparará el mañana; y sí, estamos rodeados de enemigos; y sí, nunca ser judío fue la opción más fácil ni la más segura. Pero cuando nos concentramos en el momento, permitiéndonos bailar , cantar, y agradecer, cuando hacemos cosas por el otro sin pretender nada a cambio, cuando dejamos de lado nuestro ser propio y sumamos
nuestra voz al coro de la ciudad sagrada, entonces hay alegría.
Kirkegaard escribió una vez: “Se necesita coraje moral para penar; se requiere coraje religioso para regocijar”. [2] Uno de los factores más relevantes del judaísmo y del pueblo judío es el hecho de que nuestra historia ha estado plagada de tragedias, pero
los judíos nunca perdieron su capacidad de regocijo, de celebrar en medio de la oscuridad, de cantar la canción del Señor aun en tierras extrañas.
Existen creencias del Oriente que prometen la paz mental si podemos entrenarnos en los hábitos de la aceptación. Epicuro enseñó a sus discípulos a evitar riesgos como el matrimonio o una carrera de servidor público. Ninguna de estas propuestas debe ser negada, pero el judaísmo no es una religión de aceptación ni han tenido los judíos una tendencia a tener una vida libre de riesgos. Podemos sobrevivir a los fracasos y a las derrotas, si nunca perdemos nuestra capacidad de estar alegres. Cada Sucot dejamos la seguridad y el confort de nuestras casas y vivimos en una choza expuesta al viento, al frío y a la lluvia. Pero lo llamamos zeman simjatenu, nuestra fiesta de la alegría. Este es un aspecto no menor de lo que significa ser judío.
De ahí la insistencia de Moshé en afirmar que la capacidad de ser alegre es lo que le da al pueblo judío la fortaleza para resistir. Sin ella, nos tornamos vulnerables a los múltiples desastres expuestos en las maldiciones de nuestra parashá. Celebrar juntos nos liga como pueblo: eso, y la gratitud y humildad que provienen de ver que nuestros logros no son por mérito propio sino por las bendiciones de Dios. La búsqueda de felicidad nos puede llevar, posteriormente, a una auto contemplación y a un desinterés por los sufrimientos de los demás. Nos puede llevar a una conducta de no arriesgar y a la incapacidad de asumir una “gran audacia”. No así la alegría. La alegría nos conecta con otros y con Dios. La alegría es la capacidad de celebrar la vida como tal, sabiendo que cualquier cosa que nos depare el mañana, hoy estamos aquí bajo el Cielo de Dios, en el universo que Él creó y al cual nos ha invitado a ser Sus huéspedes. Hacia el final de sus días, siendo sordo durante veinte años, Beethoven compuso una de las partituras más grandes de la música, su Novena Sinfonía. Intuitivamente llegó a la conclusión de que la obra demandaba el sonido de las voces humanas. Se convirtió en la primera sinfonía coral de Occidente. Las palabras a las que puso música fueron las de la Oda a la Alegría de Schiller. Yo pienso el judaísmo como una oda a la alegría. Como Beethoven, los judíos han conocido el sufrimiento, el aislamiento, la penuria y el rechazo, y sin embargo, nunca carecieron del coraje religioso de regocijarse. Un pueblo que conoció la inseguridad y aun siente alegría es un pueblo que nunca podrá ser derrotado, pues su espíritu no puede ser quebrado ni su esperanza destrozada. Como individuos podemos aspirar al bien que conduce a la felicidad, pero como parte de la comunidad moral y espiritual, aun en tiempos difíciles, nos encontramos elevados sobre las alas de la alegría.
- ¿Estás de acuerdo con Kirkegaard de que “se requiere coraje religioso para regocijar”?
- ¿Cómo se relaciona la festividad de Sucot con la alegría?
- En su ensayo de Ekev, el Rabino Sacks observó que en Debarim la gratitud era un tema dominante. Aquí nos enseña que el otro tema clave es la alegría. ¿Qué conexión encuentras entre estos dos temas?
- Aristoteles, Etica Nicomaquea, Libro 1.
- Journals and Papers, vol. 2, Bloomington, Indiana University Press, 1967, p. 493.