Parashá Bereshit – En el principio: con comentarios del Rabino Jonathan Sacks

Bereshit

Resumen de la Parashá

Comienza la lectura de la Torá con el relato del Todopoderoso sobre el principio de la Creación, creando el cielo y la tierra, de la nada. Pero el mundo era vacío, y dentro del universo, no tenía forma ni orden y durante los primeros seis días, Hashem creó y ordenó cada cosa para que funcionaran correctamente. Creó el universo en su totalidad, incluyendo el concepto de tiempo, de la nada.

Así el primer día creó la luz y la oscuridad; el segundo día separó las aguas del cielo y la tierra; el tercer día juntó las aguas en un lugar; el cuarto día creó el sol y la luna ubicándolos en el Cielo; el quinto día creó a los seres del mar y a las aves; el sexto día creó reptiles, animales y por último al hombre, Adam. El Séptimo Día, Hashem “descansó de toda Su obra” y lo santificó como “Shabat”, que lo experimentamos cada semana, con su universo espiritual.

Luego, el Eterno consideró que no era bueno que el hombre estuviera solo. Así fue que durmió al hombre y de una costilla suya dio forma a una mujer, Javá, la cual llevó frente a Adam. El Todopoderoso ubicó a ambos en le Jardín del Edén, lugar donde podían comer todo tipo de fruto, pero no así del «Árbol de la Sabiduría del Bien y el Mal».

 

Sin embargo, Javá se dejó convencer por la astuta serpiente para que comiera del fruto prohibido y diera de comer del mismo a Adam. Por este hecho Hashem los castigó expulsándolos del Jardín del Edén y a partir de entonces debieron sustentarse con su propio trabajo y a la mujer con los sufrimientos de la parición. La serpiente también fue castigada debiendo movilizarse en el futuro, arrastrándose sobre la tierra y comiendo polvo. Una lucha interna para corregir la equivocación que cometieron Adam y Javá . Esta lucha ser á el tema central de la Historia Universal.

Adam y Javá tuvieron dos hijos, Caín y Hével. El primero fue agricultor y el segundo, pastor. Los dos llevaron ofrendas de su producción ante el Eterno y Hével llevó lo mejor de sus productos mientras que Caín lo m á s inferior de sus cosechas. Fue que Hashem aceptó la ofrenda de Hével, no así la de Caín, hecho que lo enojó grandemente y que provocó su decisión de matar a su hermano Hével. Posteriormente el Todopoderoso inquirió a Caín sobre dónde se encontraba su hermano, habiéndole respondido que “él no era el guardián de su hermano”. Hashem lo castigó y fue forzado a deambular por el mundo.

Adam y Javá tuvieron más hijos, y cada generación fue aumentando más y más. En la décima generación apareció Noaj. Después de la muerte de Shet la humanidad se sumerge en maldad, violencia, inmoralidad. Peca y desciende a un nivel tal de bajeza que Hashem decide acabar con el Mundo y el Hombre en un diluvio. Así, Hashem empezó a reconsiderar Su deseos de poblar la Tierra con seres humanos, lamentando haber creado al hombre. Sin embargo, un hombre, Nóaj, encuentra gracia en los ojos de Di-s, y son los únicos que se salvan.

La fe de Dios

Rabino Sacks Z´L´

Con elegante prosa, la Torá en su capítulo inicial describe el despliegue del Universo, la creación sin esfuerzo por parte de una única Fuerza creadora. Leemos repetidas veces “Y Dios dijo, que haya…y ocurrió…y Dios vio que era bueno” – hasta llegar a la creación de la humanidad. Súbitamente todo el tono narrativo cambia:

“Y Dios dijo, “Hagamos al hombre a nuestra imagen, de acuerdo a nuestra semejanza, y que reine sobre los peces del mar, las aves del cielo, sobre el ganado, sobre toda la tierra, y sobre toda cosa que se mueve sobre la tierra.”

Y Dios creó al hombre a Su imagen,

A la imagen de Dios Él lo creó

Hombre y mujer, Él los creó.. (Gen. 1: 26-27)

Los problemas son obvios. Primero, por qué en el prefacio dice “Hagamos…”? En ningún otro caso Dios reflexiona verbalmente lo que Él está por crear antes de hacerlo. Segundo, quién sería “nosotros”? En ese momento no había “nosotros”. Estaba solamente Dios.

Hay muchas respuestas, pero me quiero enfocar solamente en la dada por el Talmud, que no deja de ser extraordinaria: El “nosotros” se refiere a los ángeles consultados por Dios. Lo hizo porque Se enfrentaba con un problema fatídico. Al crear al Homo Sapiens estaba generando otro ser aparte de Él mismo, capaz de destruir la vida en la tierra. Leyendo los libros de Jared Diamond, Armas, Gérmenes y Acero o Derrumbe descubrirán cuán destructivo ha sido el ser humano en cualquier lugar que haya estado, produciendo daño ambiental y devastación humana en escala mayúscula. Aún lo estamos haciendo. El Talmud describe lo que ocurría antes de que Dios creara al hombre:

Cuando el Santo, Bendito sea, se propuso crear al hombre, creó un grupo de ángeles ministeriales y les preguntó: “Ustedes están de acuerdo con que hagamos al hombre a nuestra imagen?” Ellos replicaron: “Señor del Universo, cuáles serían sus acciones?”  Dios les mostró la historia de la humanidad. Ellos le contestaron: “Qué es el hombre que merece Su atención?” (En otras palabras, que el hombre no sea creado).

Dios destruyó a los ángeles.

Creó un segundo grupo, les hizo la misma pregunta y obtuvo la misma respuesta. Dios los destruyó.

Entonces creó un tercer grupo de ángeles, y ellos contestaron: “Soberano del Universo, el primero y el segundo grupo de ángeles dijeron que no debías crear al hombre, y no les hiciste caso. No escuchaste. Entonces sólo podemos decirte esto: El Universo es Tuyo. Haz con él lo que desees.”

Entonces Dios creó al hombre.

Cuando vino la generación del Diluvio y después la de los constructores de Babel, los ángeles le dijeron a Dios: “No tuvieron razón los primeros ángeles? Mira cuán grande es la corrupción de la humanidad.”

Entonces Dios contestó (Isaías 46: 4) “Aún a mayor edad, no cambiaré, y aún con cabello cano, Yo tendré paciencia.” (Sanhedrin 38b).

Esto conduce al epicentro del dilema del cual ni Dios pudo escapar. Si Él no hubiera creado a la humanidad, no habría persona en el universo capaz de entender que él o ella fueron creados y que Dios existe. Sólo con el advenimiento de la humanidad pudo el universo ser consciente de sí mismo. Sin nosotros, es como si Dios hubiera creado billones de robots que cumplen la tarea para la que fueron programados durante toda la eternidad. Por lo cual, aunque al crear a la humanidad Dios estaba poniendo en riesgo todo el futuro de la creación, Dios siguió adelante y creó al hombre.

Esta es, por cierto, una teología radical. El Talmud nos dice que la existencia del hombre sólo puede explicarse por el hecho de que Dios tenía fe en el hombre. Como explica el Sifré en la frase de la canción de Moshé “el Dios de la fe” – esto significa “el Dios que tenía fe en el universo y lo creó.” (1) El verdadero misterio religioso, según el judaísmo, no trata de nuestra fe en Dios, sino de la fe de Dios en nosotros.

Esta es la extraordinaria idea que brilla a través de todo el Tanaj. Dios invierte toda la esperanza del universo en este extraño, refractario, arisco, desagradecido y a veces degenerado personaje llamado Homo Sapiens, parte polvo de la tierra, parte hálito de Dios, cuyo comportamiento desilusiona y a veces aterra. Pero Él nunca se da por vencido.

Prueba con Adán, Noaj, Abraham, Itzjak, Yaakov, Moshé, Joshua y una serie de jueces y reyes. Prueba también con mujeres, y aquí tiene más éxito. Son más fieles, menos violentas, menos obsesionadas por el poder. Pero Él se niega a darse por vencido con respecto a los hombres. La relación más apasionada la tiene con los profetas. Ellos lo comprenden y se vuelven portadores de Su nombre. Pero la mayoría de los profetas terminan tan decepcionados por el hombre como Dios.

El verdadero tema de la Torá no es nuestra fe en Dios, que frecuentemente flaquea, sino Su indefectible fe en nosotros. La Torá no es un libro del hombre sobre Dios. Es el libro de Dios sobre el hombre. Emplea apenas 34 versículos para describir Su propia creación, la del universo, pero más de quinientos en relatar la creación de una pequeña y temporaria estructura portátil llamada Mishkán, el Santuario. Dios nunca cesa de creer en nosotros, de querernos, de desear lo mejor para nosotros. Hay  momentos en que casi desespera. Nos lo dice la parashá.

El Señor vio cómo aconteció la gran maldad de la raza humana sobre la tierra, y que cada inclinación de los pensamientos del corazón humano fue en todo momento hacia el mal. El Señor se arrepintió de haber creado a los seres humanos sobre la tierra, y estaba profundamente apenado.

Pero es Noaj, el bueno, el inocente, el recto, el que Lo consuela. Por causa de un hombre bueno, Dios está dispuesto a comenzar nuevamente.

Naturalmente, todo esto es cuestión de fe – como lo es toda creencia en los pensamientos y sentimientos de otras personas distintas a uno mismo. Realmente puedo saber si mis seres más próximos – mi pareja, mis hijos, mis compañeros, mis amigos – me quieren o tienen fe en mí, o es sólo una expresión de deseo? Los ateos a veces piensan que creer en Dios es irracional, mientras que creer en otra gente es racional. Eso, sencillamente, no es así. La prueba de ello es el fracaso del hombre que, al comienzo de la era del Iluminismo, intentó colocar a la filosofía en un plano racional: René Descartes, quien acuñó la famosa frase Cogito ergo sum. “Pienso, luego existo.” De lo único que estaba seguro era de su propia existencia. Para todo lo demás – la existencia de objetos físicos, ni hablemos de otras mentes – incluso él debía invocar a Dios.

Yo por mi parte no tengo la fe suficiente para ser ateo.(2) Para ser ateo hay que tener fe, ya sea en la humanidad en su totalidad, o en uno mismo. Cómo puede alguien tener fe en la humanidad después del Holocausto, va más allá de toda razón. El crimen singular más calculado y sostenido contra la humanidad no ocurrió en algún país ignoto del tercer mundo sino en el corazón de Europa, cuna de Kant y Hegel, Bach y Beethoven, Goethe y Schiller. La civilización fracasó en civilizar. El humanismo no transformó a los hombres en humanos.

Cuando por primera vez estuve en Auschwitz-Birkenau la pregunta que me atormentaba no era “Dónde estaba Dios”. Dios estaba en el mandamiento “No asesinarás.” Dios estaba en las palabras “no oprimirás al extranjero.” Dios le estaba diciendo a la humanidad “La sangre de tu hermano Me está clamando desde la tierra.” Dios no evitó que los primeros seres humanos comieran del fruto prohibido. No impidió a Caín cometer asesinato. No evitó que los egipcios esclavizaran a los israelitas. Dios no nos salva de nosotros mismos. De acuerdo al Talmud, es por eso que la creación del hombre fuera tan riesgosa como para que los ángeles opinaran en contra. La pregunta que me atormenta después del Holocausto, como ocurre al día de hoy en esta nueva era de caos, es “Dónde está el hombre.”

En cuanto a creer solo en uno mismo, eso es ser arrogante. Todo pensador serio desde los albores de la historia ha sabido que eso termina mal.

Hay solamente dos posibilidades serias a ser consideradas por mentes serias. Ya sea la propuesta de la Torá, de que estamos aquí porque una Fuerza mayor que el universo así lo quiso, o la alternativa: que el universo existe debido a fluctuaciones aleatorias del campo cuántico, y que estamos aquí debido a una secuencia de mutaciones sin propósito filtradas por selección natural. Existe o no existe un sentido de la condición humana. La primera nos lleva a Isaías, la segunda a Sófocles, Esquilo y la tragedia griega. La Grecia de la antigüedad murió. El Israel de Abraham y Moshé aún vive.

Yo respeto a los que eligen la tragedia griega por sobre la esperanza judía. Pero los que eligen al judaísmo han abierto un lugar en sus mentes para la idea más transformadora de vida de todas las ideas: aunque no tengamos fe en Dios, Dios tiene fe en nosotros.

Puede haber momentos en nuestras vidas – ciertamente los he tenido en la mía – en que desaparece el sol y entramos en una nube negra de desesperación. El Rey David conoció esos sentimientos muy bien. Es el tema central de varios de sus Salmos. El hombre puede ser brutal con su prójimo. Incluso algunos, habiendo sufrido penurias ellos mismos, encuentran desahogo en provocarlas a otros. Se puede perder la fe en la humanidad, en uno mismo o en ambos a la vez. En esos casos, saber que Dios tiene fe en nosotros es transformador, conduce a la redención. Como dice David en el Salmo 27:

Aunque mi padre o mi madre me abandonaran,

El Señor igualmente me recibirá (Sal.27: 10)

Podemos deprimirnos; Dios nunca lo hará. Podemos desesperar; Dios nos dará esperanza. Dios cree en nosotros, aunque nosotros no creamos en nosotros mismos. Podemos pecar y decepcionar y fallar una y otra vez, pero Dios nunca cesa de perdonarnos cuando fallamos, de levantarnos cuando caemos.

Tener fe en la fe de Dios nos permitirá encontrar el camino de la oscuridad hacia la luz.

  1. Sifre, Ha’azinu, 307
  2. Naturalmente, el ateo podría decir – Sigmund Freud estuvo cerca de hacerlo – que la fe es simplemente una ilusión reconfortante. Eso realmente no es así. Es mucho más demandante creer que Dios nos llama a asumir responsabilidades, que nos pide que luchemos por la justicia, la igualdad o la dignidad humana y que Él nos responsabiliza por lo que hacemos, que creer que la existencia humana no tiene sentido más que uno inventado por nosotros, sin verdad última, sin una norma moral absoluta, y sin nadie a quien rendir cuentas acerca de nuestra vida. Cincuenta años de reflexión sobre este tema me han llevado a concluir que el ateísmo es, moral y existencialmente, la opción fácil, y esto lo digo después de haber conocido y estudiado junto a algunos de los grandes ateos de nuestro tiempo. Esto no significa que sea crítico de los ateos. Por el contrario, en una era secular, es la opción por defecto. Es por eso que ahora, más que en cualquier tiempo de los últimos dos mil años, hay que tener coraje para vivir una vida religiosa.

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