Parashá Bo con comentarios del Rabino Jonathan Sacks

Bó

La necesidad de preguntar

No es por accidente que la parashá Bo, la sección que trata acerca de las plagas culminantes y del éxodo, desarrolle en tres lugares distintos el tema de los niños y el deber de los padres de educarlos.

Nosotros los judíos creemos que para defender a un país se necesita un ejército, pero para defender a una civilización, se requiere educación. La libertad se pierde cuando se toma como si fuera algo dado. Si los padres no transmiten sus memorias e ideales a la generación siguiente – la historia de cómo lograron la libertad y las batallas libradas a lo largo de ese camino – la larga travesía se desvía y perdemos el rumbo.

Lo que sin embargo resulta fascinante es cómo la Torá hace énfasis en que los niños deben hacer preguntas. Dos de los tres pasajes de la parashá dicen lo siguiente:

Y cuando tus hijos te pregunten, ‘Qué significa esta ceremonia para Uds.?’ Entonces les dirás: ‘Es el sacrificio pascual para el Señor, que pasó sobre las casas de los israelitas en Egipto y salvó nuestras casas cuando castigó a los egipcios’” (Ex. 12: 26-27).

En los días que vendrán, cuando tu hijo te pregunte, ‘Qué significa esto?’ le dirás: ‘Con brazo fuerte el Señor nos sacó de Egipto, fuera de la tierra de la esclavitud’ (Ex. 13:14).

Hay otro pasaje de la Torá que también trata de una pregunta hecha por un niño:

En el futuro, cuando tu hijo te pregunta, “Cuál es el significado de las reglas, decretos y leyes que el Señor nuestro Dios nos ha ordenado cumplir?” Le dirás: “Fuimos esclavos del Faraón de Egipto y el Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte (Deut. 6: 20-21).

El otro pasaje de la parashá de hoy, el único que no hace referencia a una pregunta dice:

En ese día le dirás a tu hijo:’ Hago esto por lo que el Señor hizo por mí cuando salí de Egipto’ (Ex. 13:8).

Estos cuatro pasajes se han vuelto famosos por su inclusión en la Hagadá de Pesaj. Son los cuatro hijos: uno sabio, el otro malvado o rebelde, el simple y “el que no sabe cómo preguntar”. Al leerlos juntos, los sabios llegaron a la conclusión de que

1. los niños deben hacer preguntas.

2. la narrativa de Pesaj debe construirse en respuesta a y comenzar con, las preguntas hechas por un niño, y

3. es el deber de los padres alentar a los niños a hacer preguntas, y al que no sabe aún cómo preguntar se le debe enseñar a hacerlo.

No hay nada natural en todo esto; por el contrario, va dramáticamente en contra de lo habitual de la historia. La mayoría de las culturas tradicionales consideran que la responsabilidad de los padres o de los maestros es la de instruir, guiar o mandar. La tarea del niño es obedecer. “Los niños están para ser vistos, y no escuchados,” dice el antiguo refrán inglés. “Niños, obedezcan a vuestros padres en todas las instancias, porque esto es agradable para el Señor”, según un famoso texto cristiano. Sócrates, que pasó toda su vida instando a la gente a hacer preguntas, fue condenado por los ciudadanos de Atenas por corromper a los jóvenes. En el judaísmo es lo opuesto. Es un deber religioso enseñar a los niños a hacer preguntas. Es así como crecen.

El judaísmo es el más raro de los fenómenos: una fe basada en hacer preguntas, a veces profundas y difíciles, que parecen sacudir los fundamentos de la fe misma. “Podrá el Juez de toda la tierra no hacer justicia?”, pregunta Abraham. “Por qué, Señor, has traído problemas a este pueblo?” pregunta Moshé. “Por qué prosperan los malvados? Por qué los infieles viven a sus anchas?” pregunta Jeremías. El libro de Job está construido mayormente por preguntas, y la respuesta de Dios consiste en cuatro capítulos con preguntas aún más profundas.”Dónde estabas tú cuando Yo senté las bases de la fundación de la tierra?…Puedes pescar a Leviatán con un anzuelo?… Hará un acuerdo contigo y te permitirá tomarlo como un esclavo de por vida?”

En la yeshivá el máximo mérito es hacer una buena pregunta: Du fregst a gutte kashe. Rab. Abraham Twersky, un psiquiatra profundamente religioso, comenta que cuando era joven su maestro gozaba con que los alumnos cuestionaran sus argumentaciones. En su inglés muy particular les decía: “Tienes razón! Tienes cien porciento razón! Ahora te muestro donde está malo.”

A Isadore Rabi, ganador del premio Nobel de física, le preguntaron en una oportunidad por qué quiso ser un hombre de ciencia. Contestó: “Mi madre me hizo científico sin saberlo. Los demás niños volvían de la escuela y se les preguntaba ‘Qué aprendiste hoy?’ Pero mi madre me preguntaba, ‘Izzy hiciste hoy alguna buena pregunta?’ Ahí está la diferencia. Hacer buenas preguntas es lo que me hizo científico.”

El judaísmo no es una religión de obediencia ciega. En efecto, increíblemente para una religión de 613 preceptos, en hebreo no existe la palabra “obedecer”. Cuando el hebreo fue reinstaurado como lengua coloquial en el siglo XIX y había necesidad de un verbo que signifique “obedecer”, tuvo que pedirlo prestado del arameo: le-sayet. En vez de una palabra que signifique “obedecer”, la Torá utiliza la palabra shemá, que no tiene traducción precisa porque puede significar: 1. escuchar; 2. oír; 3. comprender 4. internalizar y 5. responder.

Grabada en la estructura misma de la conciencia hebrea está el concepto de que nuestra tarea más elevada es la de buscar entender la voluntad de Dios, no sólo obedecer a ciegas. El verso de Tennyson, “De ellos no les corresponde el por qué; de ellos les corresponde el hacer o morir,” es lo más diametralmente alejado de la mentalidad judía. Por qué? Porque entendemos que la inteligencia es el mayor don otorgado por Dios a la humanidad. Rashi interpreta que la frase que dice que Dios hizo al hombre “a su imagen y semejanza” es la capacidad de “comprender y discernir.” Una de las acciones más sorprendentemente audaces de los rabinos fue la de instituir una bendición ante la presencia de un gran estudioso no judío. No sólo percibieron la sabiduría en culturas que no eran la propia, sino que agradecieron a Dios por ello. Cuán alejado está esto de la concepción estrecha con la que frecuentemente se ha tildado a las religiones, tanto pasadas como presentes.

El historiador Paul Johnson escribió en una oportunidad que el judaísmo rabínico era “una antigua y altamente eficiente máquina de producción de intelectuales.” Mucho de esto ha tenido que ver, y aun tiene, con la prioridad absoluta que los judíos han asignado a la educación, las escuelas, los beit midrash, el estudio religioso como acción aún superior a la plegaria, el aprendizaje como actividad de por vida, y la enseñanza como la más elevada vocación de la vida religiosa.

Pero mucho tiene que ver con cómo uno estudia y cómo enseña a sus hijos. La Torá lo establece en la coyuntura más significativa y determinante de la historia judía – el momento en que los israelitas están por dejar Egipto y comenzar su vida como pueblo libre bajo la soberanía de Dios. Dedica la memoria de este momento a tus hijos, dice Dios. Pero no de manera autoritaria. Aliéntalos a preguntar, cuestionar, hurgar, investigar, analizar, explorar. La libertad significa libertad de la mente, no sólo del cuerpo. Los que están seguros de su fe no deben temer ninguna pregunta. Sólo los que no tienen confianza, los que tienen dudas secretas y reprimidas sienten temor.

El factor esencial sin embargo, es saber, y enseñar a nuestros hijos, que no todas las preguntas tienen una respuesta que podamos comprender en lo inmediato. Hay temas que sólo podremos entender con mayor edad y experiencia, otras que requieren una gran preparación intelectual, y aun otras que pueden estar más allá de nuestra comprensión colectiva en esta etapa del saber humano. Darwin nunca supo lo que era un gen. Hasta el gran Newton, fundador de la ciencia moderna, entendió lo poco que él entendía y lo expuso bellamente: “No sé como apareceré ante el mundo, pero yo me veo como un niño que juega en la orilla, divirtiéndome al encontrar una piedra más lisa o un caracol más hermoso que lo común, mientras que la verdad del gran océano yace ante mí sin ser descubierto.”

Al enseñar a los niños a preguntar y seguir preguntando, el judaísmo honró lo que Maimónides llamó el “intelecto activo”, y vió en él un don de Dios. Ninguna fe ha honrado la inteligencia más que esta.

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