Parasha Itro por Seba Cabrera Koch con comentarios del Rabino Jonathan Sacks

Itro

La Sabiduría de la multitud.

Febrero de 2012, California. El auditorio de la convención anual de TED estaba repleto. Lior Zoref, un científico israelí, avanzó con seguridad al centro del escenario, y en menos de 18 minutos, cautivó a los presentes con una de las presentaciones más originales de la franquicia. [1]

Zoref sorprendió a la audiencia con un experimento en vivo: propuso poner a prueba “la sabiduría de la multitud”. Sin aclarar cuál era el objetivo final, dos personas trajeron un toro al escenario. Superado el instante de confusión inicial, Zoref explicó al público que todo lo que tenían que hacer era conjeturar cuánto podría pesar el animal, y enviar un mensaje de texto. Un software procesaría todas las respuestas y en tiempo real calcularía el promedio de los datos ingresados.

Lo más probable es que muy pocos de los presentes hubieran tenido alguna vez contacto con establos, ni mucho menos con toros y vacas u otros animales de hacienda. Sin embargo, el promedio entre los votantes fue de 813 kilos y medio. ¿El peso real del toro? Aunque parezca increíble: ¡815 kilos!

Con un margen de error cercano al 1%, quedo demostrado que “la agregación de muchas estimaciones independientes puede superar el juicio individual más preciso”.[2]

Este hallazgo centenario [3], conocido popularmente como la “sabiduría de las multitudes” [4], se ha aplicado a problemas que van desde el diagnóstico del cáncer hasta la previsión financiera. [5]

Eso no es todo. En 2015, un grupo de neurocientíficos emuló el experimento de Zoref, y ante una multitud de casi 10.000 asistentes a TEDxRiodelaPlata en Buenos Aires hallaron que los pequeños grupos son aún más sabios que las multitudes.

Esta vez, hicieron preguntas como: ¿Cuál es la altura de la Torre Eiffel? ¿Cuál es la longitud del río Nilo? ¿Cuántas películas produjo Hollywood en los últimos 20 años?

Argumentaron que “si una gran multitud está estructurada en pequeños grupos independientes, la deliberación y la influencia social dentro de los grupos mejoran la precisión colectiva de la multitud”.[6]

En la parasha de esta semana, Itró, el suegro de Moisés observa a Moshé llevando la difícil tarea de establecer un gobierno para su pueblo.

“Le dijo el suegro de Moshé a él: No es bueno lo que tú estás haciendo. No podrás hacerlo solo. Deberás ver de entre todo el pueblo, hombres de virtud, y los asignarás como jefes de millares, jefes de cientos, jefes de cincuentenas y jefes de decenas. Que juzguen ellos al pueblo en todo tiempo y que sea que todo asunto grande te lo traigan a ti y todo asunto menor, que juzguen ellos. Alivianarán tu carga, y facilitarán tu tarea. Y entonces podrán alcanzar la paz”.[7]

La justicia bien administrada es el factor básico para la paz social. En palabras de nuestros sabios: “Sobre tres cosas el mundo está afirmado, a saber: sobre la verdad, sobre la justicia y sobre la paz”.[8]

Pero Itró vio que Moshé trabaja solo. Debido a las circunstancias Moshé lleva adelante un sistema de justicia unipersonal, limitado y agotador. Es aquí cuando Itró le da a Moshé uno de los consejos con más impacto en la civilización tal como la conocemos: Para establecer un sistema judicial justo y equitativo, hay que aprender a delegar.

El texto nos indica que Moshé debía buscar personas capaces, personas dignas de confianza, insobornables. Y lo más interesante, debía distribuirlos disponiendo “jefes de mil, centenas, cincuentenas y decenas”. (Ex.18:21)

Acerca de este versículo, los sabios enseñaron que el número de “jefes de mil” era 600, siendo en total 600.000 hombres; el número de “jefes de cientos” fue 6,000; de “jefes de cincuenta”, 12.000, y de “jefes de diez”, 60.000. Por lo tanto, se encuentra que el número total de jueces del pueblo judío era de 78.600, y se encontraron personas idóneas para ocupar todos estos puestos. [9]

El modelo sugerido por Itró se basa en una jerarquía según la gravedad de los problemas. Los asuntos menores son tratados por el tribunal inferior, y los asuntos más serios son tratados por el mismo Moshé.

El éxito de este modelo, me permito inferir, es que los líderes del “tribunal inferior” formaban un jurado que debatía a su vez los casos menores del pueblo, repasando todo el corpus de principios, valores básicos y leyes establecidos por el sistema de justicia que Moshé les estaba legando. [10]

Por eso los jueces elegidos por Moshé por su idoneidad eran “un pequeño grupo aún más sabios que las multitudes”. Dicho de otra manera, encarnaban la sabiduría, al servicio de las multitudes.

Según la teoría de Sigman y colaboradores [6], cuando la gente conversa sobre un problema suele explicarse mutuamente cómo lo resolvieron, lo que les da una oportunidad de revisar esos procedimientos y así mejoran sustancialmente sus estimaciones.

Este encuentro con pares hace visibles los errores que nos llevan a tomar malas decisiones. [11] Aun sin haber pactado nada, sin conocerse y en poco tiempo, estos grupos suelen encontrar la forma de llegar a la mejor resolución posible. [12]

Buscan el bien común, y suelen lograrlo.

En la Justicia actual, el juicio por jurados se basa en la misma idea. Se considera que es más probable que varias personas lleguen a un veredicto más acorde con la verdad que si la determinación la toma un hombre solo: el juez.

Este es el esbozo de un sistema judicial de un Pueblo recién salido de su esclavitud.

Este sistema ayudó a darle forma al mundo tal como lo conocemos hoy, y se fundamenta en un principio básico que desde hace 3500 años nos permite funcionar como una sociedad moral: la búsqueda de una justicia justa, que ve en el otro a un ser humano que también cree en la justicia, y busca construir la paz juntos.

El todo es más que la suma de las partes.

Shabat Shalom umeboraj!

Seba Cabrera Koch

Referencias: Fuentes consultadas y notas

  1. Paenza A. “Puerta equivocada: una nueva entrada al parque de diversiones de la matemática”. 1ª ed. – Buenos Aires. Sudamericana, 2014. Pág. 29 – 33
  2. Navajas, J., Niella, T., Garbulsky, G. et al. “El conocimiento agregado de un pequeño número de debates supera la sabiduría de grandes multitudes”. Nat Hum Behav 2 , 126–132 (2018). https://doi.org/10.1038/s41562-017-0273-4
  3. Este concepto científico surge en 1907. Francis Galton, durante una feria de ganado, decidió organizar un concurso para ver si la gente era capaz de estimar con acierto el peso de un buey. Para la prueba, Galton recopiló las estimaciones de 800 personas, que anotaron su cálculo en un papelito, y después las sumo y obtuvo la media. Sorprendentemente el resultado entre el peso estimado por los concursantes y el peso real del animal dio una estimación con un error inferior al 1%.
  1. Dependiendo del autor y la fuente, también es conocida como sabiduría de grupos o inteligencia colectiva, entre otros términos similares.
  2. Galton, al descubrir que el promedio de las opiniones era más preciso que el criterio de los mejores expertos, hallo que la “sabiduría de las multitudes” funciona por un principio estadístico muy sencillo: todo el mundo comete errores, pero al promediar todas las opiniones esos errores se cancelan.
  3. Sigman M. “How can we improve democracy? One intriguing idea: Set up a jury system”. Articulo. https://ideas.ted.com/how-can-we-improve-democracy-one-intriguing-idea-set-up-a-jury-system/
  4. Condensado de Éxodo capítulo 18, versículos 13 al 27.
  5. Pirke Avot, Capítulo 1, Mishna 18.
  6. Talmud Babli: Sanedrin 18a https://www.sefaria.org/Sanhedrin.18a.3?lang=bi
  7. Ayalon, U. “A System of Justice and the Details of a Moral Life”. Articulo. https://www.myjewishlearning.com/article/a-system-of-justice-and-the-details-of-a-moral-life/
  8. Las decisiones de un grupo están sesgadas a menudo por el ‘efecto rebaño’. Si bien es cierto que en determinados ámbitos, la multitud puede tomar mejores decisiones que los individuos aislados y los aciertos se incrementan cuanto más amplio es el grupo. Pero en otros contextos, la inteligencia colectiva fracasa estrepitosamente y se convierte justo en lo contrario, cuando muchos se equivocan y terminan reafirmándose en su error.
  9. Sigman, M. “La línea fina entre la sabiduría y la locura de las multitudes”. Articulo. https://www.infobae.com/america/opinion/2023/02/01/la-linea-fina-entre-la-sabiduria-y-la-locura-de-las-multitudes/

Comentario del Rabino Sacks

En la Cámara de los Lores hay una sala especial que se usa, entre otras cosas, como el lugar donde los nuevos colegas son investidos antes de su introducción a la Cámara. Cuando mi predecesor Lord Jakobovits fue introducido, el oficial que lo invistió comentó que él era el primer rabino en ser honrado en la Cámara Alta. Lord Jakobovits respondió, “No, soy el segundo”, “¿Quién fue el primero?” preguntó con sorpresa el oficial. Lord Jakobovits apuntó a un gran mural que decora la sala que le da su nombre. Se conoce como la Sala Moisés por la pintura que domina la sala. Demuestra a Moisés trayendo los Diez Mandamientos bajando el Monte Sinaí. Entonces Moisés fue el primer rabino en adornar la Cámara de los Lores.

Los Diez Mandamientos que aparecen en la parsha de esta semana han tenido un lugar especial no sólo en el judaísmo sino también en las fronteras de la configuración de los valores que llamamos ética judeocristiana. En los Estados Unidos a menudo se encuentran adornando los juzgados americanos, aunque su presencia ha sido retada, en algunos estados con éxito, sobre las bases de que rompen la primera enmienda y la separación del estado y la iglesia. Siguen siendo la expresión suprema de la más alta ley a la que la ley humana está ligada.

Dentro del judaísmo también tienen un lugar especial. En los tiempos del Segundo Templo se recitaban en las oraciones diarias como parte del Shema, que entonces tenía cuatro párrafos en lugar de tres (1). Fue hasta que los sectarios empezaron a reclamar que solo estos y no los otros 603 mandamientos vinieron directamente de Dios que se terminó con la recitación de los diez mandamientos (2).

No obstante, el texto se retuvo en la mente judía. Incluso cuando se removió de las oraciones diarias comunales, fue preservado en el libro de oraciones como una meditación privada a ser dicha después de que el servicio formal ha sido concluido. En casi todas las congregaciones, la gente se para cuando se leen como parte de la lectura de la Torah, a pesar del hecho que Maimónides explícitamente hizo reglas en contra de esto (3).

Sin embargo su singularidad no es sencilla. Como principios morales, en su mayoría no eran nuevos. Casi todas las sociedades habían tenido leyes contra el asesinato, robos y falsos testimonios. Hay algo de originalidad en el hecho de que son apodícticos, esto es, simples declaraciones de “No harás”, opuesto a la casuística forma, “Si tal…..entonces….”. Pero son solo diez entre un cuerpo más grande de 613 mandamientos. No están incluidos en las descripciones de la Torah mismo como “diez mandamientos”. La Torah los llama el aseret ha-devarim, esto es, “diez enunciados”. Entonces la traducción griega, Decálogo, queriendo decir “diez palabras”.

Lo que los hace especiales es que son simples y sencillos de memorizar. Esto es porque en el judaísmo, la ley no está pensada sólo para los jueces. El pacto en el Sinaí, en consonancia con el profundo igualitarismo en el corazón de la Torah, se hizo no como otros pactos en el mundo antiguo, entre reyes. El pacto del Sinaí se hizo por Dios con el pueblo entero. Entonces la necesidad por una declaración simple de principios básicos que todos pueden recordar y recitar.

Más que esto, establecieron para todos los parámetros – la cultura corporativa, podríamos casi llamarlo – de la existencia judía. Para entender cómo, bien vale reflejar sobre su estructura básica. Hay un desacuerdo fundamental entre Maimónides y Nahmanides sobre el status de la primera oración: “Yo soy el señor tu Dios, quien te sacó de Egipto, fuera de la tierra de la esclavitud”. Maimónides, en línea con el Talmud, sostenía que esto en sí mismo mandaba: creer en Dios. Nahmanides sostenía que no era un mandamiento del todo. Era un prólogo o preámbulo a los mandamientos (4). Investigaciones modernas sobre las antiguas fórmulas del pacto del Cercano Oriente tiende a apoyar a Nahmanides.

La otra cuestión fundamental es cómo dividirlos. Casi todas las representaciones de los Diez Mandamientos los dividen en dos, por “las dos tablas de piedra” sobre las cuáles fueron grabados. Hablando toscamente, los primeros cinco son sobre la relación entre los humanos y Dios, los segundos cinco son sobre la relación entre humanos. Hay, sin embargo, otra forma de pensar las estructuras numéricas en la Torah.

Los siete días de la creación, por ejemplo, son estructuras como dos conjuntos de tres seguidos por un séptimo abarcando todo. Durante los primeros tres días Dios separó dominios: luz y oscuridad, las aguas de arriba y las aguas de abajo, y mar y tierra seca.  Durante los segundos tres días Él llenó cada uno con los objetos apropiados y formas de vida: sol y luna, pájaros y peces, animales y el hombre. El séptimo día se separó de los otros como santo.

De la misma forma las diez plagas consistieron en tres ciclos de tres seguido por un autónomo décimo. En cada ciclo de tres, los primeros dos fueron advertidos mientras que el tercero atacó sin advertencia. En el primero de cada serie, el faraón fue advertido en la mañana, en el segundo a Moisés le fue dicho “entra antes del faraón” al palacio, y así. La décima plaga, a diferencia del resto, fue anunciado desde el principio (Ex. 4:23). Fue menos una plaga que un castigo.

Similarmente me parece a mí que los mandamientos están estructurados en tres grupos de tres, con un décimo que está aparte del resto. Así entendido, podemos ver cómo forman la estructura básica, la gramática profunda, de Israel como una sociedad unida por un pacto con Dios como “un reino de sacerdotes y una nación santa”.

Los primeros tres – Ningún otro dios aparte de Mí, no grabar imágenes y no tomar el nombre de Dios en vano – definen al pueblo judío como “una nación bajo Dios”. Dios es nuestro sumo soberano. De ahí que toda otra regla terrenal está sujeta a los imperativos generales que unen a Israel con Dios. La soberanía divina trasciende todas las otras lealtades (ningún otro dios aparte de Mí). Dios es una fuerza viviente, no un poder abstracto (no grabar imágenes). Y la soberanía presupone reverencia (No tomes Mi nombre en vano).

Los primeros tres mandamientos, a través los cuales las personas declaran su obediencia y lealtad a Dios sobre todo lo demás, establecen el principio más importante y singular de una sociedad libre, a saber los límites morales del poder. Sin esto, el peligro incluso en democracia es la tiranía de una mayoría, contra la cual la mejor defensa es la soberanía de Dios.

Los segundos tres mandamientos – el Shabat, honrar a los padres y la prohibición del asesinato – son todos sobre el principio de la condición de vida creada. Establecen los límites de la idea de autonomía, a saber, que somos libres de hacer lo que queramos mientras tanto no lastime a otros. Shabat es el día dedicado a ver a Dios como creador y al universo como Su creación. Entonces, un día en siete, todas las jerarquías humanas son suspendidas y todos, amos, esclavos, empleador, empleado, incluso los animales domésticos, son libres.

Honrar a los padres reconoce nuestra condición humana de haber sido creados. Nos dice que no todo lo que importa es el resultado de nuestra elección, el principal de ellos es el hecho de que existimos en absoluto. Las decisiones de otras personas importan, no solo las nuestras. “No matarás” restablece el principio central del pacto noédico que el asesinato no es solo un crimen contra el hombre sino contra Dios en cuya imagen somos. Entonces los mandamientos del 4 al 6 forman la jurisprudencia básica de la vida judía. Nos dicen que recordemos de dónde venimos si debemos ser conscientes de cómo vivir.

Los terceros tres – contra el adulterio, robo y dar falso testimonio – establecen las instituciones básicas sobre las cuales depende la sociedad. El matrimonio es sagrado porque es el lazo humano más cercano al pacto entre nosotros y Dios. No sólo es el matrimonio la institución humana por excelencia que depende de la lealtad y la fidelidad. Es también la matriz de una sociedad libre. Alexis de Toqueville lo pone mejor: “Mientras el sentimiento de familia se mantenga vivo, el oponente de la opresión nunca está solo” (5).

La prohibición contra los robos establece la integridad de la propiedad. Mientras Jefferson definía como derechos inalienables aquellos de “vida, libertad y la búsqueda de la felicidad”, John Locke, más cercano al espíritu de la Biblia hebrea, los vio como “vida, libertad y propiedad”. Los tiranos abusan de los derechos de propiedad de las personas, y el asalto de la esclavitud contra la dignidad humana es que me priva de poseer la riqueza que yo creo.

La prohibición del falso testimonio es la precondición de justicia. Una sociedad justa necesita más que una estructura de leyes, cortes y agencias del orden. Como el Juez Learned Hand dijo, “La libertad está en los corazones de los hombres y mujeres; cuando se muere ahí, ninguna constitución, ni ley, ni corte lo pueden salvar; ninguna constitución, ni ley ni corte pueden incluso hacer mucho por ayudar”. No hay libertad sin justicia, pero no hay justicia sin que cada uno de nosotros acepte responsabilidad individual y colectiva de para “decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad”.

Finalmente viene la prohibición autónoma contra envidiar la casa de tu vecino, esposa, esclava, empleada, buey,  burro, o cualquier otra cosa que le pertenezca a él o a ella. Esto parece extraño si pensamos en las “diez palabras” como mandamientos, pero no si pensamos en ellas como los principios básicos de una sociedad libre. El más grande reto de cualquier sociedad es cómo contener el universal, inevitable fenómeno de la envidia: el deseo de tener lo que le pertenece a alguien más. La envidia está en el corazón de la violencia (6). Fue la envidia que llevó a Caín a matar a Abel, que hizo que Abraham e Isaac temieran por su vida porque se casaron con mujeres hermosas, lo que llevó a los hermanos de José a odiarlo y venderlo a la esclavitud. Es la envidia lo que lleva al adulterio, robo y falso testimonio, y fue la envidia por sus vecinos lo que llevó a los israelitas una y otra vez a abandonar a Dios a favor de las prácticas paganas del momento.

La envidia es el fracaso de entender el principio de la creación como está dispuesta en Génesis 1, que todo tiene su lugar en el esquema de cosas. Cada uno de nosotros tiene propias tareas y propias bendiciones, y somos amados y queridos por Dios. Vive bajo estas verdades y hay orden. Abandónalas y hay caos. Nada es más inútil y destructivo que dejar que la felicidad de alguien más disminuya la tuya, que es lo que hace la envidia. El antídoto a la envidia es, como famosamente lo dijo Ben Zoma, “el regocijo en lo que tenemos” y no preocuparnos por lo que no tenemos todavía. Las sociedades de consumo están construidas en la creación e intensificación de la envidia, que es por lo que lleva a las personas a tener más y a disfrutar menos.

Treinta y tres siglos después de que fueron dados por primera vez, los Diez Mandamientos siguen siendo la guía más simple y corta a la creación y mantenimiento de una buena sociedad. Muchas alternativas han sido intentadas, y la mayoría terminó en lágrimas. El sabio aforismo permanece verdadero: Cuando todo lo demás falla, lea las instrucciones.

(1) Mishnah Tamid 5:1, Berakhot 12a.

(2) No sabemos quienes fueron lo sectarios: pudieron haber incluido a los primeros cristianos. El argumento era que sólo estos fueron directamente escuchados de Dios por los israelitas. Los fueron escuchados solo a través de Moisés.

(3) Maimonides, Responsa, Blau Edition, Jerusalem, 1960, no. 263.

(4) Maimonides, Sefer ha-Mitzvot, mandamiento positivo 1; Nahmanides, Glosa ad loc.

(5) Alexis de Tocqueville, Democracia en América – Democracy in America, Vintage, 1954, vol. 1, 340.

(6) El mejor libro en la materia es, Helmut Shiecj, Envidia; una Teoría del Comportamiento Social  – Envy; a Theory of Social Behaviour. New York: Harcourt, Brace & World, 1969.

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