Parashat Tetsavé: Las piedras preciosas

Rabino Yerahmiel Barylka

Esta parashá continúa directamente Trumá, por ello, no hace falta que aparezca el nombre de Moshé. Dado que Moshé no tuvo que donar para el Mishcán, en nuestra parashá es invitado a brindar al tabernáculo su espiritualidad.

Lo primero es conseguir el aceite que pueda iluminarnos con su luz y alegrarnos los corazones. Y de allí hasta siempre entendemos que el servicio divino debe hacerse con alegría como dice Mishlé 27:1 “El perfume y el incienso alegran el corazón”.

Parashat Tetzavé nos dice que en la segunda fila de las piedras preciosas en el pectoral usado por el Sumo Sacerdote había una llamado “Yahalom” (Shemot 28:18). Los comentaristas difieren en cuanto a la identificación de esta joya, pero en el transcurso del tiempo el nombre Yahalom ha sido irrevocablemente ligado con el diamante. Este tema nos permite reflexionar un poco sobre el destino de nuestro pueblo, que debió buscar en los largos años del exilio distintas profesiones, empujado más por las persecuciones que por su decisión autónoma. Nos perseguían, nos empujaban a encontrar trabajos para apenas subsistir y cuando lo lográbamos comenzaban campañas para despojarnos de los logros. La envidia y el antisemitismo larvado, tanto hace siglos como hoy surgen en Europa y las consecuencias las vemos hoy día.

En el siglo XVI los comerciantes de la comunidad de anusim en Portugal viajaban hacia el norte de Europa y algunos llegaron a Amberes, todavía bajo el dominio español, pero donde la opresión religiosa que sufrían era menor que la que caracteriza la Península Ibérica. Más refugiados llegaron a los Países Bajos (Holanda), que se había rebelado contra España en la década de 1570, logrando una mayor libertad. Cuando el gobierno español en Amberes se dio cuenta durante la segunda mitad del siglo XVI, que los marranos estaban observando en secreto los preceptos del judaísmo decidieron expulsarlos, pero se encontraron con la oposición de las autoridades municipales por que no deseaban perder los beneficios que obtenían de su trabajo. Los éxitos comerciales de los marranos en Holanda fueron muy importantes. El ritmo acelerado del comercio dio lugar a una demanda para el desarrollo de la industria local de procesamiento de los diamantes. Esta necesidad aumentó en el siglo XVII, cuando pulidores de diamantes cristianos emigraron desde Amberes a Ámsterdam y los judíos aprendieron la técnica de pulido de diamantes de los artesanos cristianos. Poco a poco, los judíos asquenazíes, que comenzaron a llegar a Ámsterdam durante el curso del siglo XVII, también entraron al comercio de diamantes, como pulidores, y como comerciantes. Cuando los judíos consiguieron progresar en ese ramo, nuevo para ellos, en 1784 los pulidores de diamantes cristianos intentaron crear un ” alianza de pulidores de diamantes” que podría impedir la participación judía forzando de este modo que los judíos quedaran fuera de la industria. Sin embargo las autoridades municipales de Ámsterdam rechazaron su petición.

En el año 1865 la industria del diamante en Ámsterdam empleaba alrededor de 1.400 trabajadores, la mayoría de ellos judíos. Durante ese tiempo se habían producido grandes fluctuaciones en la rentabilidad de la industria, con un desempleo generalizado particularmente durante la década de 1860. Sólo en ese momento las cosas mejoraron. Entre los años 1867 y 1870 fueron descubiertos las minas de diamantes en Sudáfrica y debido a las relaciones especiales existentes entre Holanda y Sudáfrica la industria del diamante holandés disfrutó de un crecimiento sin precedentes (“la era del Cabo”, llamada así por el cabo de Buena Esperanza). Inicialmente, los trabajadores ganaron sueldos de proporción legendaria, pero hacia 1875 surgieron nuevas crisis – y los niveles salariales se hundían bruscamente. Estos acontecimientos provocaron que los trabajadores de diamantes holandeses fueron los primeros en expresar un fuerte sentido de la conciencia social. Más tarde, el sindicato de trabajadores de diamante se convirtió en la piedra angular del Partido Socialista holandés y su líder, Henri Volk, fue una de las figuras más importantes en el movimiento socialdemócrata en Holanda (ingresó al parlamento y era un partidario del Sionismo). Los comerciantes que operaban a pequeña escala fueron empujados fuera del mercado en un tiempo muy corto, y los grandes capitalistas formaron un consorcio con sede en Londres (1890).

Antes del Holocausto todavía había 3000 trabajadores de diamantes judíos en la ciudad, así como una serie de grandes casas de pulido.

Después que Bélgica obtuviera su independencia en 1830 varios pulidores de diamantes de Ámsterdam se establecieron allí. La inmigración judía de Europa del Este después de los pogromos de la década de 1880, y una política de promoción industrial adoptada por el gobierno municipal de Amberes y la crisis en Holanda provocó un despertar en la industria belga del diamante. Durante la Primera Guerra Mundial, cuando muchos judíos belgas huyeron a Holanda después de la conquista alemana de su propio país una vez más, Amberes se convirtió en un importante centro del diamante en el que los judíos han jugado un papel significativo.

La ocupación nazi de Holanda y Bélgica, obviamente, daño seriamente a la industria del diamante en ambos países, aunque los nazis inicialmente dieron un margen de maniobra para la actividad continuada de la industria debido a su necesidad de diamantes (principalmente para la industria). Sin embargo, varios de los comerciantes de diamantes de Amberes lograron escapar y sacar de contrabando cantidades de mercancía justo a tiempo – a los Estados Unidos y otros países.

Durante 1930, judíos expertos en el pulido de diamantes llegaron a la tierra de Israel y comenzaron a desarrollar la industria local en una escala muy limitada. De este modo, sentaron las bases de la industria de pulido de diamantes en Israel que creció de forma espectacular después de la creación del Estado.

Leer la parashá detenidamente a veces nos lleva a asociar situaciones históricas, sociales y económicas a las que llegamos sin proponérnoslo.