La parashá
¿Puede haber Compasión sin Justicia?
por el Rabino Jonathan Saks Z´L´
A la altura del drama del Becerro de Oro una vívida y enigmática escena tiene lugar. Moisés ha asegurado el perdón para el pueblo. Pero ahora, en el Monte Sinaí otra vez, él hace más. Le pide a Dios estar con el pueblo. Le pide “enséñame Tus maneras”, y “enséñame Tu gloria” (Ex. 33:13,18). Dios responde: “Haré que toda Mi bondad pase delante de ti, y anunciaré mi nombre, el Señor, en tu presencia …Tendré misericordia de quien yo tenga misericordia, y tendré compasión de quien yo tenga compasión”. Pero, dijo Dios, “tú no podrás ver Mi cara, pues nadie me puede ver y vivir” (Ex. 33:20).
Dios entonces pone a Moisés sobre una hendidura en la roca, diciéndole que él podrá “ver Mi espalda” pero no Su cara, y Moisés escucha a Dios diciendo estas palabras:
“El Señor, el Señor, compasivo y lleno de gracia Dios, lento para enojarse, abundante en amor y fidelidad, manteniendo el amor a miles, y perdonando la malicia, la rebelión y el pecado. Sin embargo no deja a los culpables inmunes… (Ex. 34: 6-7?)
Este pasaje se conoció como “los trece atributos de la compasión de Dios”.
Los sabios entendieron este episodio como el momento en el que Dios le enseña a Moisés, y a través de él a las futuras generaciones, cómo orar cuando se expían los pecados (1). Moisés mismo usó estas palabras con leves variaciones durante la siguiente crisis, aquella de los espías. Eventualmente se convirtieron en la base de las oraciones especiales conocidas como selijot, oraciones de penitencia. Era como si Dios estuviera atándose a Si mismo para perdonar a los penitentes en cada generación por esta propia definición (2). Dios es compasivo y vive en amor y perdón. Este es un elemento esencial de la fe judía.
Pero hay una advertencia. Dios añade: “Sin embargo no deja a los culpables inmunes”. Hay una cláusula más adelante sobre visitar los pecados de los padres sobre los hijos que demanda separar la atención y no es nuestro sujeto aquí. La advertencia nos dice que hay perdón pero también castigo. Hay compasión pero también justicia.
¿Por qué? ¿Por qué debe haber justicia así como compasión, castigo así como perdón? Los sabios dicen que “Cuando Dios creó el universo, lo hizo bajo el atributo de justicia, pero entonces vio que no podría sobrevivir. ¿Qué hizo Dios? Añadió la compasión a la justicia y creó el mundo” (3). Esta declaración adelanta la misma pregunta. ¿Por qué Dios no abandonó la justicia del todo? ¿Por qué el perdón solo no es suficiente?
Algunas fascinantes investigaciones recientes en diversos campos desde la filosofía moral hasta la psicología de la evolución, y de la teoría de juegos hasta la ética ambiental, nos proveen con una extraordinaria e inesperada respuesta.
El mejor punto de entrada es el ensayo de Garret Harding, escrito en 1968 sobre “la tragedia de los comunes” (4). Él nos pide que imaginemos un activo sin un dueño específico: tierras de pasturas que le pertenecen a todos (los comunes), por ejemplo, o el mar y los peces que contiene. El activo provee un sustento a muchas personas, los granjeros locales o los pescadores. Pero eventualmente atrae a demasiadas personas. Hay sobre-pastura o sobre-pesca, y el recurso es agotado. La pastura está en riesgo de convertirse en terreno baldío. Los peces están en peligro de extinción (5).
¿Qué pasa entonces? El bien común demanda que todos de aquí en adelante deben restringir la práctica. Deben limitar el número de animales que pastan o la cantidad de peces que pescan. La ganancia para ellos es grande y la pérdida para otros es pequeña, ya que está dividida por muchos. El interés propio tiene prioridad sobre el bien común, y si suficiente gente lo hace, el resultado es un desastre.
Esta es la tragedia de los comunes, y explica como las catástrofes ambientales y otros desastres ocurren. El problema es el jinete libre, la persona que busca su propio interés sin tomar en cuenta su parte del costo del bien común. Por la importancia de este tipo de situación para muchos problemas contemporáneos han sido intensamente estudiados por biológos matemáticos como Daniel Kahneman y Amos Tversky (6).
Una de las cosas que han hecho es crear situaciones experimentales que simulan este tipo de problemas. Aquí un ejemplo. A cuatro jugadores se les da $8 a cada uno. Se les dice que pueden elegir invertir tanto o tan poco como quieran en un fondo común. El experimentador recoge las contribuciones, las suma, y añade 50% (la ganancia que el granjero o el pescador habrían hecho usando los comunes), y distribuye la suma igualmente a los cuatro jugadores. Entonces si cada uno contribuye con los $8 completos al fondo, cada uno recibe $12 al final. Pero si un jugador no contribuye nada, el fondo tendrá $24 como total, que con el 50% añadido se convierte en $36. Distribuido igualmente significa que cada uno recibirá $9. Entonces, tres habrán ganado $1, mientras que el cuarto, el jinete libre, habrá ganado $9.
Esta, entonces, no es una situación estable. Mientras el juego se juega repetidamente, los participantes se empiezan a dar cuenta que hay un jinete libre entre ellos e incluso si el experimento está estructurado para que ellos no sepan quién es. Una de dos cosas tiende a pasar. Ya sea que todos dejan de contribuir al fondo (i.e. el bien común) o acuerdan, si se les da la opción, de castigar al jinete libre. A menudo las personas se inclinan al castigo, incluso si esto significa que ellos también pierdan, un fenómeno a veces llamado “castigo altruista”.
Algunos han conectado a los participantes a máquinas de resonancia magnética para ver qué partes del cerebro se activan por tales juegos. Curiosamente, el castigo altruista está relacionado con los centros de placer del cerebro. Como Kahneman lo pone. “Parece que mantener el orden social y las reglas de la equidad de esta manera es su propia recompensa. El castigo altruista podría ser el pegamento que une a las sociedades” (7). Esto es apenas una situación feliz. El castigo es mala noticia para todos. El ofensor sufre, pero también los castigadores, quienes han gastado tiempo o dinero que de otra forma pudieron usar para mejorar el resultado colectivo. Y en los estudios interculturales, resultan ser personas de países donde hay un libre albedrío generalizado quienes castigan más severamente. La gente es más punitiva en las sociedades donde hay más corrupción y menos espíritu público. El castigo, en otras palabras, es la solución de último recurso.
Esto nos trae a la religión. Una serie completa de experimentos ha dado luz sobre el rol de la práctica religiosa en tales circunstancias. Las pruebas que se han realizado en las que los participantes tienen la oportunidad de hacer trampa y ganar al hacerlo. Si, sin que se haga alguna conexión con el experimento en cuestión, los participantes han primado a pensar pensamientos religiosos – al haberles mostrado palabras relacionadas con Dios, por ejemplo, o al ser recordados sobre los Diez Mandamientos – hacen significativamente menos trampa (8). Lo que es particularmente fascinante sobre tales pruebas es que los resultados demuestran que no hay relación a las creencias subyacentes de los participantes. Lo que hace la diferencia no es la creencia en Dios, sino en ser recordado sobre Dios antes de la prueba. Esto bien puede ser el por qué de la oración diaria y otros rituales regulares son tan importantes. Lo que nos afecta en momentos de tentación no es tanto la creencia de fondo sino el acto de traer esa creencia a la conciencia.
De mucho más grande significado han sido los experimentos diseñados a probar el impacto de las diferentes formas de pensar sobre Dios. ¿Pensamos primeramente en términos de perdón Divino, o de Divina justicia y castigo? Algunos hilos dentro de las grandes religiones hacen hincapié en uno, otros en el otro. Hay predicadores del fuego del infierno y aquellos que hablan en voz suave y tranquila del amor. ¿Cuál es más efectivo?
No hay necesidad de decir que cuando los sujetos del experimento son ateos o agnósticos, no hay diferencia. No son afectados de ninguna manera. Entre los creyentes, la diferencia es significante. Aquellos que creen en un Dios punitivo hacen menos trampa y roban menos que aquellos que creen en un Dios que perdona. Los experimentos son a menudo llevados a cabo para ver cómo los creyentes se relacionan a los jinetes libres en las situaciones de bien común como las descritos párrafos arriba. Estaban dispuestos a perdonar, o a castigar a los jinetes, incluso a un costo para ellos mismos. Aquí los resultados son reveladores. Las personas que creen en un Dios que castiga, castigan a las personas menos que aquellas que creen en un Dios que perdona (9). Aquellas que creen que, como dice la Torah, Dios “no deja a los culpables inmunes” están más dispuestas a dejar el castigo a Dios. Aquellos que se enfocan en el perdón Divino son más proclives a practicar la humana retribución o venganza.
Lo mismo aplica a sociedades como un todo. Aquí los experimentos usaron términos no completamente relacionados con el judaísmo: compararon países en términos de porcentajes de la población que creía en el cielo y en el infierno. “Las naciones con los más altos niveles de creencia en el infierno y los más bajos niveles de creencia en el cielo tienen la menor tasa de criminalidad. Estos patrones persistieron en casi todas las grandes religiones y creencias religiosas, incluyendo varias religiones cristianas, hindúes y sincréticas que son una mezcla de varios sistemas de creencias” (10).
Este descubrimiento fue tan sorprendente que las personas se preguntaron: en ese caso, ¿por qué hay religiones que des-enfatizan el castigo Divino? Azim Shariff ofreció la siguiente explicación: “Porque aunque el Infierno pueda ser mejor en hacer que las personas hagan el bien, el Cielo es mucho mejor en hacerlos sentir bien”.
Entonces, si una religión tiene la intención en hacer conversiones, “es mucho más sencillo vender una religión que promete un paraíso divino que una que amenaza a los creyentes con fuego y azufre” (11).
Es claro ahora por qué, en el preciso momento en el que Él está declarando su compasión, gracia y perdón, Dios insiste en que Él no deja a los culpables sin castigo. Un mundo sin justicia divina sería uno donde hay más resentimiento, castigo y crimen, y menos espíritu público y perdón, incluso entre los creyentes religiosos, Entre más creemos que Dios castiga a los culpables, más proclives al perdón nos volvemos. Entre menos creamos que Dios castiga a los culpables, más resentidos y punitivos nos convertimos. Esto es una verdad totalmente contraintuitiva, sin embargo es una que finalmente nos permite ver la profundidad de la Torah en ayudarnos a crear una sociedad humana y compasiva.
(1) Rosh Hashanah 17b.
(2) El Talmund en Rosh Hashanah 17b dice que Dios hizo un pacto sobre la base de estas palabras, atándose a sí mismo a perdonar aquellos quienes, en penitencia, han apelado a estos atributos. De su centralidad en las oraciones que llevan a Rosh Hashanah y a Iom Kippur, y sobre Iom Kippur mismo.
(3) Ver Rashi a Genesis 1:1.
(4) Garrett Harding, – La Tragedia de los Comunes -”The tragedy of the commons”, Science 13 December 1968: Vol. 162 no. 3859 pp. 1243-1248.
(5) Mucho antes de Garret Harding había una vieja historia jasídica sobre la villa donde la gente decidió cada uno en donar una cantidad de vino para llenar una vasija para presentarla al Rey en su próxima visita a la villa. Secretamente en la noche en las siguientes semanas cada uno de los pobladores de la villa tomó vino, argumentando a sí mismos que tal pequeña cantidad no se notaría. Cada uno añadía una cantidad igual de agua a la vasija para que se quedara llena. El rey llegó, los habitantes de la villa le presentaron la vasija, el bebió de ésta y dijo, “Es sólo agua”. Creo que muchas tradiciones tienen historias similares. Esa es, en esencia, la tragedia de los comunes.
(6) Ver Robert Axelrod, La Evolución de la Cooperación – The Evolution of Cooperation. New York: Basic, 1984. Matt Ridley, Los Orígenes de la Virtud – The Origins of Virtue, Penguin, 1996. Daniel Kahneman, Pensando, Rápido y Lento – Thinking, Fast and Slow, Allen Lane, 2011. Martin Nowak and Roger Highfield, Super Cooperantes – Evolución, Altruismo y Comportamiento Humano o Por qué Necesitamos Uno del Otro para tener Éxito – Super Cooperators: Evolution, Altruism and Human Behaviour or Why We Need Each Other to Succeed, Edinburgh: Canongate, 2011.
(7) Kahneman, Pensando, Rápido y Lento – Thinking, Fast and Slow, 308.
(8) Ara Norenzayan, Grandes Dioses – Cómo la Religión Transformó la Cooperación y el Conflicto – Big Gods: How Religion Transformed Cooperation and Conflict,Princeton University Press, 2013, 34-35.
(9) Ibid., 44-47.
(10) Ibid., 46.
(11) Ibid.