Parashat Vayakel con comentario del Rabino Jonathan Sacks

imagen de vaiakel

Éxodo 35:1–38:20

Moisés reúne al pueblo de Israel y les reitera el mandamiento de observar el Shabat . Luego transmite las instrucciones de Di s con respecto a la realización del Mishkán (Tabernáculo). El pueblo dona en abundancia los materiales requeridos, trayendo oro, plata y cobre; lana teñida de azul, púrpura y rojo; pelo de cabra, lino hilado, pieles de animales, madera, aceite de oliva, hierbas y piedras preciosas. Moisés tiene que decirles que dejen de dar.

Un equipo de artesanos de corazón sabio hace el Mishkan y su mobiliario (como se detalla en las lecturas anteriores de la Torá de Terumah , Tetzaveh y Ki Tisa ): tres capas de cubiertas de techo; 48 paneles de pared chapados en oro y 100 zócalos de cimentación de plata; el parochet (velo) que separa las dos cámaras del Santuario, y el masaj (pantalla) que lo afronta; el arca y su cubierta con los querubines; la mesa y su pan de la proposición ; la menorá de siete brazos con su aceite especialmente preparado; el altar de oro y el incienso quemado en él; el aceite de la unción; el altar exterior para los holocaustos y todos sus utensilios; los tapices, postes y zócalos de cimentación del patio; y la pila y su pedestal, hechos de espejos de cobre

Espíritu de comunidad

Comentario del Rabino Jonathan Sacks

Traductor: Carlos Betesh Editor: Abraham Maravankin

¿Qué haces cuando tu pueblo recién ha creado el Becerro de Oro, entra en un  estado caótico, y pierde todo sentido de la ética y de la orientación espiritual? ¿Cómo haces para restaurar el orden moral – no solo entonces, en los días de Moshé, sino aún ahora? La respuesta está en la primera palabra de la parashá de hoy, Vayajel. Pero para entender esto debemos ir atrás a dos travesías que fueron de las más trascendentales del mundo moderno.
La historia comienza en el año 1831 cuando dos jóvenes veinteañeros – uno procedente de Inglaterra, el otro de Francia – emprendieron viajes de exploración que derivarían en un aporte para la comprensión colectiva del mundo. El inglés era Charles Darwin, el francés Alexis de Tocqueville. El viaje de Darwin a bordo del Beagle lo llevó a las islas Galápagos donde comenzó a reflexionar sobre el origen y la evolución de las especies. El viaje de Tocqueville fue para investigar el fenómeno que dio el título a su libro: Democracy in America.
Aunque los dos hombres estaban estudiando temas completamente distintos, uno biología y zoología, el otro política y sociología, llegaron a conclusiones que, como veremos, fueron llamativamente semejantes – la misma que Dios enseñó a Moshé después del episodio del Becerro de Oro.
Darwin, como sabemos, hizo una serie de descubrimientos que lo llevaron a crear la teoría conocida como la de la selección natural. Las especies compiten por recursos escasos y solo los mejor adaptados sobreviven. Lo mismo, creía, era válido para los seres humanos. Pero esto lo dejó con un problema serio: si la evolución es una lucha por la supervivencia, si los fuertes ganan y los débiles sucumben, entonces prevalecerá la crueldad. Pero esto no es el caso. Las sociedades valoran el altruismo. La gente estima a los que hacen sacrificios por el bien de los demás. Esto, en términos darwinianos, no parece tener sentido alguno, y él lo sabía.
En su Descent of Man (Descendencia del hombre) escribió que los más valientes, los más sacrificados, “en términos generales perecerían en mayor número que los demás seres.” Un hombre noble “usualmente no dejaría descendientes para heredar su naturaleza noble.” Parece escasamente posible, escribió, que la virtud “pueda incrementarse por selección natural, o sea, por la supervivencia del más apto.” [1]
Fue la grandeza de Darwin lo que le permitió ver la respuesta, aunque contradijera su tesis principal. La selección natural opera a nivel del individuo. Es a través de un hombre y una mujer individual que transmitimos nuestros genes a la generación siguiente. Pero la civilización opera a nivel grupal. Él lo expresó así:
“Una tribu que incluya a muchos miembros que posean un alto nivel de espíritu patriótico, fidelidad, obediencia, coraje y simpatía, que esté siempre dispuesta a dar asistencia a los demás y a sacrificarse por el bien común, resultaría victoriosa sobre las otras tribus, y esto sería la selección natural.”Cómo hacer para ir de lo individual a lo grupal era, dijo, “actualmente demasiado difícil para ser resuelto.” [2]
La conclusión fue clara aunque al día de hoy los biólogos aún discuten acerca de los mecanismos involucrados. [3] Sobrevivimos como grupo. Una persona enfrentada a un león: gana este último. Diez personas contra el león, éste puede perder. El Homo sapiens, en términos de fuerza y velocidad, es un contendiente pobre comparado con ejemplares del reino animal. Pero los seres humanos tienen  habilidades particulares cuando se trata de crear y sostener grupos. Tenemos el lenguaje: podemos comunicarnos. Tenemos cultura: podemos transmitir nuestros descubrimientos a generaciones futuras. Los humanos forman grupos más grandes y más flexibles que cualquiera otra especie, dejando al mismo tiempo espacio para la individualidad. No somos hormigas en una colonia o abejas en un panal. El ser humano es un animal que crea comunidad.
Mientras tanto, en Norteamérica, Alexis de Tocqueville, al igual que Darwin, se encontró con un problema intelectual mayúsculo que sintió que debía resolver. El problema, como para todo francés, era tratar de entender el rol de la religión en la Norteamérica democrática. Sabía que Estados Unidos había votado a favor de la separación de poderes por vía de la Primera Enmienda, o sea, la separación de la Iglesia del Estado. Por lo tanto la Iglesia no tenía ningún poder. Supuso que tampoco tenía influencia. Lo que descubrió fue precisamente lo contrario.
“No existe ningún país en el mundo en el que la religión cristiana tenga mayor influencia sobre el alma del hombre que en Estados Unidos.” [4]
Para él esto no tenía ningún sentido, por lo cual le preguntó a varios norteamericanos que se lo explicaran. Todos le dieron esencialmente la misma respuesta. La religión en Estados Unidos (recordemos que estamos hablando de los principios de 1830) no se inmiscuye en política. Les preguntó a los prelados por qué no. Nuevamente fueron unánimes en la respuesta. La política divide. Por lo tanto, si nos involucramos en ella, también sería un factor de división. Fue por eso que la religión se mantuvo separada de los temas políticos.
Tocqueville prestó especial atención a lo que la religión realmente hizo en Norteamérica, y llegó a algunas conclusiones fascinantes. Fortalecía el matrimonio, y él consideraba que los matrimonios sólidos eran esenciales para las sociedades libres. Escribió:
“Mientras el sentimiento de familia se mantenga vivo, los que  se oponen a la opresión nunca estarán solos.” [5]
También orientó a las personas a formar comunidades cercanas a los lugares de culto. Alentó a los integrantes de esas comunidades a actuar en forma conjunta en aras del bien común. El gran peligro para la democracia, decía Tocqueville, es el individualismo. Son las personas que se preocupan por su propio bienestar, no por el de los demás. En cuanto a los otros, el peligro es que dejen su bienestar en manos del gobierno, proceso que termina con la pérdida de la libertad al asumir el Estado cada vez más la responsabilidad total de la sociedad.
Lo que protege a los norteamericanos de esos dos peligros, dijo, es el hecho de que, alentados por sus convicciones religiosas, forman asociaciones, entidades de bien común, grupos de voluntarios, lo que en el judaísmo llamamos jevrot. Al comienzo pasmado, y luego encantado, Tocqueville notó con qué rapidez formaban grupos locales para tratar los problemas de sus vidas. Llamó a esto “el arte de la asociación,” y sobre él dijo que era “el aprendizaje de la libertad.”Todo esto era lo opuesto de lo que conoció en Francia, donde la religión representada por la Iglesia católica tenía mucho poder pero poca influencia. En Francia, dijo, “Casi siempre he visto el espíritu de la religión y el de la libertad marchar en sentido opuesto. Pero en Norteamérica noté que están íntimamente unidos y reinan en forma conjunta sobre el mismo país.” [6]
De esa forma la religión cuidaba “los hábitos del corazón” esenciales para mantener la libertad democrática. Santificó el matrimonio y el hogar. Resguardó la moral pública. Condujo a las personas a trabajar en forma conjunta para resolver ellos mismos sus problemas en lugar de dejarlos en manos del gobierno. Si Darwin descubrió que el hombre es el animal creador de comunidades, Tocqueville descubrió que en Norteamérica la religión es la institución que las crea.
Y lo sigue siendo. El sociólogo de Harvard Robert Putnam se hizo famoso en la década de 1990 por el descubrimiento de que los norteamericanos van cada vez más a las canchas de bowling, pero cada vez menos se integran a los clubes y a las ligas.  Tomó este hecho como metáfora para una sociedad que se ha vuelto más individualista que centrada en la comunidad.  Lo llamó Bowling Alone (Jugando sólo al bowling) [7] Es una frase que resume la pérdida del “capital social,” o sea, las redes sociales a través de las cuales las personas se ayudan unas a otras.
Años más tarde, después de una extensa investigación, Putnam revisó sus tesis. Un fuerte volumen de capital social aún existe y puede encontrarse en los lugares de culto. Los datos del estudio demostraron que los asistentes asiduos a las iglesias y sinagogas son más propensos a donar dinero para caridad, sin tener en cuenta si el destino de los fondos es religioso o secular. También están más dispuestos al voluntariado para obras de caridad, dar dinero a los sin techo, acompañar a una persona que está en estado de depresión, darle el asiento a un desconocido o ayudar a alguien a conseguir trabajo. En casi todos los parámetros, son demostrablemente más altruistas que los no creyentes.
El altruismo va más allá. Los participantes asiduos a los lugares de culto son también ciudadanos más activos. Es más probable que formen parte de organizaciones comunitarias, grupos vecinales y cívicos además de asociaciones profesionales. Se involucran, se presentan y lideran. El margen de diferencia entre ellos y los seculares es amplio.
 Analizando las actitudes, la religiosidad medida por la asistencia a la iglesia o sinagoga es el mejor indicador del altruismo y la empatía: mejor que la educación, edad, ingresos, género o raza. Quizás lo más interesante de los hallazgos de Putnam es que estos atributos están relacionados, no con sus creencias religiosas, sino con la frecuencia con la que asistían a los lugares de culto. [8]
La religión crea comunidad, la comunidad crea altruismo, y el altruismo nos aleja del yo y nos acerca al bien común. Putnam va aún más allá al especular que un ateo que asiste regularmente a una sinagoga (quizás debido a su pareja) es más probable que done para caridad que un creyente que reza en soledad. Existe algo en el tenor de las relaciones intercomunitarias que constituye el mejor tutorial para la buena vecindad y ciudadanía.
Lo que hizo Moshé después del Becerro de Oro fue Vayajel – transformar a los israelitas en una kehilá, una comunidad. Esto lo hizo en el obvio sentido de restaurar el orden. Cuando Moshé bajó de la montaña y vio el Becerro, la Torá dice que el pueblo era pru’ah, “salvaje,” “desordenado,” “caótico,” “rebelde,” “tumultuoso.” “Vio que el pueblo corría salvajemente y que Aarón había permitido el descontrol transformándose en el hazmerreir de sus enemigos.” (Éxodo 32:25) No eran una comunidad sino una muchedumbre. Lo hizo en un sentido más fundamental, como vemos en el resto de la parashá. Comenzó recordándoles las leyes de Shabat. Después les instruyó cómo hacer para construir el Mishkán, el Santuario, lugar simbólico para alojar a Dios.
¿Por qué estas dos órdenes y no otras? Porque el Shabat y el Mishkan son las dos maneras más poderosas para construir una sociedad. La mejor manera de transformar a un grupo desconectado en equipo es hacer que construyan algo juntos. [9] Por eso el Mishkán. La mejor manera de fortalecer las relaciones es asignar un tiempo a la búsqueda, no de lo individual e interés propio sino de algo que se comparte, rezando juntos, estudiando Torá juntos, y celebrando juntos – en otras palabras, el Shabat. Shabat y Mishkán fueron las dos grandes experiencias de construcción comunitaria de los israelitas en el desierto. Aún más: en el judaísmo, la comunidad es esencial para la vida espiritual. Nuestros rezos más sagrados requieren un minián. Cuando estamos de fiesta o de duelo lo hacemos como comunidad. Asimismo cuando nos confesamos, lo hacemos juntos. Maimónides dictamina:
El que se aparta de la comunidad, aun cuando no cometa una trasgresión sino que se mantiene alejado de la congregación de Israel; que no cumple los mandamientos junto a su pueblo; que permanece indiferente ante su angustia y no observa sus días de ayuno sino que sigue su vida como las naciones que no pertenecen al pueblo judío – esa persona no merece tener un lugar en el mundo venidero. [10]
Esta no es la forma en que siempre ha sido considerada la religión. Plotino llamó al móvil religioso “la huída del que está solo Al que está Solo.” [11] Dean Inge dijo que la religión  es lo que hace el individuo con su soledad. Jean Paul Sartre dijo notoriamente: el infierno son los otros. En el judaísmo, es como comunidad que estamos ante Dios. Para nosotros la relación clave no es Yo-Tú sino Nosotros-Tú.
Por lo tanto Vayajel no es un episodio cualquiera en la historia de Israel. Marca la toma de conciencia esencial para salir de la crisis del Becerro de Oro. Hallamos a Dios en comunidad. Desarrollamos virtud, fuerza de carácter y asumimos el compromiso por el bien común de la comunidad. La comunidad es local. Es la sociedad con cara humana. No es gobierno. No son las personas a las que pagamos para que cuiden a los nuestros. Es el trabajo que hacemos nosotros, juntos.  
La comunidad es el antídoto contra el individualismo por un lado y contra la dependencia excesiva del estado, por el otro. Darwin entendió su importancia para el  florecimiento humano. Tocqueville vio su rol en la protección de la libertad democrática. Robert Putnam documentó su valor en el sostenimiento del capital social y del bien común. Y comenzó con nuestra parashá, cuando Moshé transformó una multitud caótica en una kehilá, una comunidad.

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