Luego de haber festejado la fiesta de la libertad Pesaj retomamos la lectura habitual del libro de Vaikra que en este próximo Shabat leeremos la Parashah Ajarei Mot.
Luego de la muerte de sus dos hijos de Aarón, Nadav y Avihu Hashem advierte sobre la entrada al lugar más santo el Kodesh Hakodashim sin autorización.
Solo el Sumo Sacerdote el Cohen Gadol puede una vez al año en Iom Kipur entrar al cuarto interno del santuario para ofrendar el santo incienso Ketoret a D’s.
Otra de las características del día de Expiación es el azar echado sobre dos carneros para determinar cuál debe ser ofrendado a Hashem y cuál debe ser despachado para cargar con las culpas y pecados de Israel hacia el desierto.
La Parashah Ajarei Mot también nos advierte sobre ofrendar Korbanot (ofrendas animales y vegetales) en cualquier otro lugar excepto el Santo Templo, prohíbe el consumo de sangre y detalla las leyes de relaciones prohibidas, prohibiendo el incesto y cualquier relación sexual inapropiada.
Durante el período que se extiende de Pesaj a Shavuot (costumbre sefaradi) o hasta Rosh Hasana (costumbre ashkenasi) se lee en cada Shabat antes del rezo de la Mishna: Pirkei Avot ética de los Padres, uno de los tratados contenidos en el tomo de Nezikim, uno a su vez de los seis que componen la Mishna.
Contiene una serie de reglas, pensamientos, principios de conducta y aforismos atribuidos a sesenta sabios que vivieron hace aproximadamente 2.000 años ( desde 330 AEC hasta 200 EC) los preceptos de vida contenidos en Pirkei Avot se leen en esta época del año después del invierno, para canalizar las pasiones que renacen en primavera, a fin que la persona no tenga la impresión de que todo dependa de ella y está bajo su poder. También se considera como parte de la preparación espiritual a la cual nos tenemos que dedicar en este período de Sefirat Haomer ( conteo del omer) que culmina en el recibimiento de la Tora en Shavuot.
Shabat Shalom Umeboraj
Marcelo Mann
El coraje de reconocer errores
por el rabino Jonathan Sacks Z´L´
Hace algunos años vino a visitarme el embajador de los Estados Unidos ante la Corte de St. James, Philip Lader. Me comentó acerca de un proyecto fascinante que iniciaron él y su esposa en 1981. Habían llegado a la conclusión de que muchos de sus contemporáneos llegarían a posiciones de influencia y de poder en un futuro no muy lejano. Pensaron que sería útil y creativo reunirse cada tanto en un retiro de estudio para intercambiar ideas, escuchar a expertos y fomentar amistades, analizando en forma conjunta los desafíos que enfrentarían en años subsiguientes. Entonces crearon los Fines de Semana de Renacimiento, que siguen funcionando en la actualidad.
Lo más interesante que me contaron fue que descubrieron que los participantes, toda gente muy capaz, se encontraron con una dificultad específica: admitir que cometían errores. Los Lader entendieron que era un tema importante que debían profundizar. Los líderes sobre todo, debían ser capaces de admitir cuándo y cómo se equivocaron, y en qué forma subsanarlo. Se les ocurrió una idea brillante: destinar una sesión de cada evento para una charla dada por uno de los consagrados en su tema sobre “mi peor blooper”. Siendo inglés y no norteamericano, les pedí que me lo tradujeran. Un blooper es un error vergonzoso, una gaffe, un faux pas, una metida de pata, una embarrada, un fashla, un balagán. Algo que nunca debieras haber hecho y te da vergüenza admitir.
Esto es, en esencia, lo que es Iom Kipur en el judaísmo. En los tiempos del Tabernáculo y el Templo, era el día en que el hombre más sagrado de Israel, el Sumo Sacerdote, hacía expiación, primero por sus propios pecados, luego por los de su “casa”, y por último, por los de todo Israel. Desde el día de la destrucción del Templo ya no tenemos un Sumo Sacerdote ni los ritos que practicaba, pero aún al día de hoy tenemos la capacidad de confesar y rezar para pedir perdón. Es más fácil admitir pecados, falencias y errores cuando otras personas hacen lo propio. Si el Sumo Sacerdote u otros miembros de la congregación pueden reconocer sus pecados, también podemos hacerlo nosotros.
He planteado en otro texto (en la introducción al Majzor Koren de Iom Kipur) que el pasaje del primer Iom Kipur al segundo fue una de las más grandes transiciones de la espiritualidad judía. El primero fue la culminación de los esfuerzos de Moshé en lograr el perdón de los israelitas después del pecado del Becerro de Oro (Éxodo 32-34). Este proceso, que comenzó el 17 de Tamuz, finalizó el 10 de Tishrei – el día que luego sería Iom Kipur. Ese fue el día en que descendió Moshé de la montaña portando el segundo juego de tablas, una señal visible de que Dios había reafirmado su pacto con el pueblo. El segundo Iom Kipur, un año más tarde, inició la serie de rituales desarrollados en la parashá de esta semana (Levítico 16), conducidos por Aarón en el Mishkán, en su rol de Sumo Sacerdote.
Las diferencias entre ambos son inmensas. Moshé actuó como profeta, Aarón como sacerdote. Moshé seguía a su corazón y a su mente, improvisando su respuesta a las palabras de Dios. Aarón seguía con precisión un ritual coreográfico donde cada uno de los detalles estaba preestablecido de antemano. El encuentro de Moshé fue ad hoc, único, un drama inigualable entre el cielo y la tierra. El de Aarón fue lo opuesto. Las reglas que seguía no cambiaron nunca a través de las generaciones, mientras se mantuvo el Templo.
Las plegarias de Moshé por su pueblo fueron muy audaces, lo que los sabios llamaron jutzpá kelapei shemayá “audacia hacia el cielo”, para llegar a las sorprendentes palabras: “Ahora por favor perdona su pecado – y si no, bórrame del Libro que Has escrito.” (Éxodo 32:33). Como contraste, el comportamiento de Aarón estaba signado por la obediencia, humildad y confesión. Había muchos ritos de purificación, ofrendas y expiación por pecados propios y de su “casa”, así como los del pueblo.
La transición de Iom Kipur I a Iom Kipur 2 es una instancia clásica de lo que Max Weber llamó la “rutinización del carisma”, o sea, tomar un momento particular y traducirlo en ritual, transformando una “experiencia pico” en un acto habitual de la vida. Pocos pasajes de la Torá pueden rivalizar con la intensidad evidenciada en el diálogo entre Moshé y Dios después del Becerro de Oro. Pero la pregunta ulterior era: ¿cómo lograr el perdón – para nosotros, que ya no tenemos un Moshé, profetas ni acceso directo a Dios? Grandes momentos cambian la historia. Pero lo que nos cambia a nosotros es el hábito nada espectacular de realizar ciertos actos repetidas veces hasta que reconfiguran el cerebro y cambian los hábitos del corazón. Estamos modelados por los rituales que ejecutamos con repetición.
La intervención de Moshé ante Dios no se tradujo en una sensación de culpa en la gente. En realidad, realizó una serie de actos dramáticos para demostrarle al pueblo su culpabilidad, pero no hay evidencia de que lo hayan internalizado. Con Aarón fue diferente. Hubo una confesión, expiación y la búsqueda de una purificación espiritual. Incluyó un reconocimiento sincero de los pecados y fracasos del pueblo que comenzaron con el Sumo Sacerdote mismo.
El efecto de Iom Kipur – extensivo a los rezos del resto del año en forma de tajanún (rezos de súplica) vidui (confesión) y selijot (rezos de perdón) – fue crear una cultura en la que la gente no esté turbada ni avergonzada de decir “Me equivoqué, pequé, cometí errores.” Eso es lo que hacemos con la letanía de errores que enumeramos en Iom Kipur mediante las dos listas que en orden alfabético comienza con Ashamnu, bagadnu, y la que comienza con Al jet shejatanu.
Como descubrió Philip Lader, la capacidad de reconocer errores no está precisamente muy difundida. Racionalizamos. Justificamos. Culpamos a otros. Han aparecido varios libros importantes sobre el tema en los últimos años, entre otros el de Matthew Syed, Black Box Thinking: why most people never learn from their mistakes, but some do (Pensar en caja negra, por qué la gente nunca aprende de sus errores, pero algunos sí); Kathryn Schultz, Being Wrong: Adventures in the Margins of Error, (Equivocarse: las aventuras en los márgenes del error) y Carol Travis y Elliot Aronson, Mistakes were made, but not by me. (Se cometieron errores, pero no por mí).
A los políticos les resulta difícil reconocer sus errores. También los médicos: en los Estados Unidos más de 400,000 muertes por año se deben a errores evitables. Asimismo banqueros y economistas: la crisis financiera del 2008 fue anunciada por Warren Buffet en el 2002. Y ocurrió pese a las advertencias de varios expertos de que el nivel de las deudas con garantía hipotecaria era insostenible. Tavris y Aronson cuentan una historia parecida sobre la policía. Una vez identificado un individuo sospechoso, les resulta difícil aceptar la evidencia de que es inocente. Y así sucesivamente.
Las estrategias de negar la realidad son casi infinitas. La gente dice “No fue un error” o “dadas las circunstancias era lo mejor que se pudo haber hecho.” O, “fue apenas un error.” O, “era inevitable teniendo en cuenta lo que se sabía en ese momento.” O, “el culpable era otro”. “Nos dieron datos erróneos”. “Nos aconsejaron mal.” De esa forma la gente se engaña, se dedica a negar la realidad, o se ven como víctima.
Tenemos una capacidad casi infinita de interpretar los hechos para reivindicarnos. Como dijeran los sabios en el contexto de las leyes de pureza, “Nadie puede ver sus propias manchas, sus propias impurezas.” (Bejorot 38b) Somos nuestros propios defensores en la corte de la autoestima. Es rara la persona que tenga el coraje de decir, como lo hizo el Sumo Sacerdote o como hizo el rey David cuando el profeta Natán lo culpó por su relación con Batsheva y Uriá diciendo jatati “He pecado”.(2 Samuel 12:13)
El judaísmo nos ayuda a admitir nuestros errores de tres maneras: primero, saber que Dios perdona. No nos pide que no pequemos nunca. Sabe de antemano que el regalo de la libertad que Él nos dio podría alguna vez ser mal utilizado. Lo único que nos pide es que reconozcamos nuestros errores, aprender de ellos, confesarlos y tomar la decisión de no repetirlos.
En segundo lugar está la clara diferenciación en el judaísmo entre pecado y pecador. Podemos condenar un acto sin perder la fe en el que lo realizó.
La tercera, es el manto con el que Iom Kipur cubre al resto del año. Permite crear una cultura de honestidad por la cual no nos avergonzamos de los errores cometidos. Y pese al hecho de que, técnicamente, Iom Kipur concierne a los pecados cometidos por nosotros frente a Dios, una simple lectura de las confesiones en Ashamnu y Al jet nos demuestra que en realidad los pecados que confesamos tienen que ver con el prójimo.
Lo que descubrió Philip Lader sobre sus contemporáneos famosos fue internalizado por el judaísmo desde hace mucho tiempo. Ver que los más encumbrados reconocen que ellos también se equivocan es una profunda señal para todos nosotros. El primer judío que admitió su error fue Iehudá, que acusó equivocadamente a Tamar de una conducta sexual equívoca, y que después reconoció su error afirmando: “Ella es más justa que yo” (Génesis 38:26)
Seguramente resulta más que una mera coincidencia que el nombre de Judá viene de la misma raíz que vidui, “confesión”. En otras palabras, el simple hecho de que somos llamados judíos – yehudim – significa que somos el pueblo que tiene el coraje de admitir sus errores.
La autocrítica sincera es una de las señales inequívocas de grandeza espiritual.
Fuentes
Traductores
Carlos Betesh
Editores
Abraham Maravankin