Parashat Ajarei Mot con comentarios del rabino Jonathan Sacks

 

Luego de haber festejado la fiesta de la libertad Pesaj retomamos la lectura habitual del libro de Vaikra que en este próximo Shabat leeremos la Parashah Ajarei Mot.

Luego de la muerte de sus dos hijos de Aarón, Nadav y Avihu Hashem advierte sobre la entrada al lugar más santo el Kodesh Hakodashim sin autorización.

Solo el Sumo Sacerdote el Cohen Gadol puede una vez al año en Iom Kipur entrar al cuarto interno del santuario para ofrendar el santo incienso Ketoret a D’s.

Otra de las características del día de Expiación es el azar echado sobre dos carneros para determinar cuál debe ser ofrendado a Hashem y cuál debe ser despachado para cargar con las culpas y pecados de Israel hacia el desierto.

La Parashah Ajarei Mot también nos advierte sobre ofrendar Korbanot (ofrendas animales y vegetales) en cualquier otro lugar excepto el Santo Templo, prohíbe el consumo de sangre y detalla las leyes de relaciones prohibidas, prohibiendo el incesto y cualquier relación sexual inapropiada.

Durante el período que se extiende de Pesaj a Shavuot (costumbre sefaradi) o hasta Rosh Hasana (costumbre ashkenasi) se lee en cada Shabat antes del rezo de la Mishna: Pirkei Avot ética de los Padres, uno de los tratados contenidos en el tomo de Nezikim, uno a su vez de los seis que componen la Mishna.

Contiene una serie de reglas, pensamientos, principios de conducta y aforismos atribuidos a sesenta sabios que vivieron hace aproximadamente 2.000 años ( desde 330 AEC hasta 200 EC) los preceptos de vida contenidos en Pirkei Avot se leen en esta época del año después del invierno, para canalizar las pasiones que renacen en primavera, a fin que la persona no tenga la impresión de que todo dependa de ella y está bajo su poder. También se considera como parte de la preparación espiritual a la cual nos tenemos que dedicar en este período de Sefirat Haomer ( conteo del omer) que culmina en el recibimiento de la Tora en Shavuot.

Shabat Shalom Umeboraj

Marcelo Mann

El coraje de reconocer errores

por el rabino Jonathan Sacks Z´L´

Hace algunos años vino a visitarme el embajador de los Estados Unidos  ante la Corte de St. James, Philip Lader. Me comentó acerca de un  proyecto fascinante que iniciaron él y su esposa en 1981. Habían llegado a  la conclusión de que muchos de sus contemporáneos llegarían a  posiciones de influencia y de poder en un futuro no muy lejano. Pensaron  que sería útil y creativo reunirse cada tanto en un retiro de estudio para  intercambiar ideas, escuchar a expertos y fomentar amistades,  analizando en forma conjunta los desafíos que enfrentarían en años  subsiguientes. Entonces crearon los Fines de Semana de Renacimiento,  que siguen funcionando en la actualidad. 

Lo más interesante que me contaron fue que descubrieron que los  participantes, toda gente muy capaz, se encontraron con una dificultad  específica: admitir que cometían errores. Los Lader entendieron que era un tema importante que debían profundizar. Los líderes sobre todo,  debían ser capaces de admitir cuándo y cómo se equivocaron, y en qué  forma subsanarlo. Se les ocurrió una idea brillante: destinar una sesión de  cada evento para una charla dada por uno de los consagrados en su tema  sobre “mi peor blooper”. Siendo inglés y no norteamericano, les pedí que  me lo tradujeran. Un blooper es un error vergonzoso, una gaffe, un faux  pas, una metida de pata, una embarrada, un fashla, un balagán. Algo que  nunca debieras haber hecho y te da vergüenza admitir. 

Esto es, en esencia, lo que es Iom Kipur en el judaísmo. En los  tiempos del Tabernáculo y el Templo, era el día en que el hombre más  sagrado de Israel, el Sumo Sacerdote, hacía expiación, primero por sus  propios pecados, luego por los de su “casa”, y por último, por los de todo Israel. Desde el día de la destrucción del Templo ya no tenemos un Sumo  Sacerdote ni los ritos que practicaba, pero aún al día de hoy tenemos la  capacidad de confesar y rezar para pedir perdón. Es más fácil admitir  pecados, falencias y errores cuando otras personas hacen lo propio. Si el  Sumo Sacerdote u otros miembros de la congregación pueden reconocer  sus pecados, también podemos hacerlo nosotros. 

He planteado en otro texto (en la introducción al Majzor Koren de Iom Kipur) que el  pasaje del primer Iom Kipur al segundo fue una de las más grandes  transiciones de la espiritualidad judía. El primero fue la culminación de  los esfuerzos de Moshé en lograr el perdón de los israelitas después del  pecado del Becerro de Oro (Éxodo 32-34). Este proceso, que comenzó el 17 de  Tamuz, finalizó el 10 de Tishrei – el día que luego sería Iom Kipur. Ese fue  el día en que descendió Moshé de la montaña portando el segundo juego  de tablas, una señal visible de que Dios había reafirmado su pacto con el  pueblo. El segundo Iom Kipur, un año más tarde, inició la serie de rituales  desarrollados en la parashá de esta semana (Levítico 16), conducidos por  Aarón en el Mishkán, en su rol de Sumo Sacerdote. 

Las diferencias entre ambos son inmensas. Moshé actuó como  profeta, Aarón como sacerdote. Moshé seguía a su corazón y a su mente,  improvisando su respuesta a las palabras de Dios. Aarón seguía con  precisión un ritual coreográfico donde cada uno de los detalles estaba  preestablecido de antemano. El encuentro de Moshé fue ad hoc, único, un  drama inigualable entre el cielo y la tierra. El de Aarón fue lo opuesto. Las  reglas que seguía no cambiaron nunca a  través de las generaciones, mientras se mantuvo el Templo. 

Las plegarias de Moshé por su pueblo fueron muy audaces, lo que  los sabios llamaron jutzpá kelapei shemayá “audacia hacia el cielo”, para  llegar a las sorprendentes palabras: “Ahora por favor perdona su pecado – y si no, bórrame del Libro que Has escrito.” (Éxodo 32:33). Como contraste,  el comportamiento de Aarón estaba signado por la obediencia, humildad  y confesión. Había muchos ritos de purificación, ofrendas y expiación por  pecados propios y de su “casa”, así como los del pueblo.  

La transición de Iom Kipur I a Iom Kipur 2 es una instancia clásica  de lo que Max Weber llamó la “rutinización del carisma”, o sea, tomar un  momento particular y traducirlo en ritual, transformando una  “experiencia pico” en un acto habitual de la vida. Pocos pasajes de la Torá  pueden rivalizar con la intensidad evidenciada en el diálogo entre Moshé  y Dios después del Becerro de Oro. Pero la pregunta ulterior era: ¿cómo  lograr el perdón – para nosotros, que ya no tenemos un Moshé, profetas  ni acceso directo a Dios? Grandes momentos cambian la historia. Pero lo  que nos cambia a nosotros es el hábito nada espectacular de realizar ciertos actos repetidas veces hasta que reconfiguran el cerebro y cambian  los hábitos del corazón. Estamos modelados por los rituales que  ejecutamos con repetición. 

La intervención de Moshé ante Dios no se tradujo en una sensación  de culpa en la gente. En realidad, realizó una serie de actos dramáticos  para demostrarle al pueblo su culpabilidad, pero no hay evidencia de que  lo hayan internalizado. Con Aarón fue diferente. Hubo una confesión,  expiación y la búsqueda de una purificación espiritual. Incluyó un  reconocimiento sincero de los pecados y fracasos del pueblo que  comenzaron con el Sumo Sacerdote mismo. 

El efecto de Iom Kipur – extensivo a los rezos del resto del año en  forma de tajanún (rezos de súplica) vidui (confesión) y selijot (rezos de  perdón) – fue crear una cultura en la que la gente no esté turbada ni  avergonzada de decir “Me equivoqué, pequé, cometí errores.” Eso es lo  que hacemos con la letanía de errores que enumeramos en Iom Kipur  mediante las dos listas que en orden alfabético comienza con Ashamnu,  bagadnu, y la que comienza con Al jet shejatanu. 

Como descubrió Philip Lader, la capacidad de reconocer errores no  está precisamente muy difundida. Racionalizamos. Justificamos.  Culpamos a otros. Han aparecido varios libros importantes sobre el tema  en los últimos años, entre otros el de Matthew Syed, Black Box Thinking:  why most people never learn from their mistakes, but some do (Pensar  en caja negra, por qué la gente nunca aprende de sus errores, pero  algunos sí); Kathryn Schultz, Being Wrong: Adventures in the  Margins of Error, (Equivocarse: las aventuras en los márgenes del error) y Carol Travis y Elliot Aronson, Mistakes were made, but not by me. (Se cometieron errores, pero no por mí).

A los políticos les resulta difícil reconocer sus errores. También los  médicos: en los Estados Unidos más de 400,000 muertes por año se  deben a errores evitables. Asimismo banqueros y economistas: la crisis  financiera del 2008 fue anunciada por Warren Buffet en el 2002. Y  ocurrió pese a las advertencias de varios expertos de que el nivel de las  deudas con garantía hipotecaria era insostenible. Tavris y Aronson  cuentan una historia parecida sobre la policía. Una vez identificado un  individuo sospechoso, les resulta difícil aceptar la evidencia de que es  inocente. Y así sucesivamente. 

Las estrategias de negar la realidad son casi infinitas. La gente dice  “No fue un error” o “dadas las circunstancias era lo mejor que se pudo  haber hecho.” O, “fue apenas un error.” O, “era inevitable teniendo en  cuenta lo que se sabía en ese momento.” O, “el culpable era otro”. “Nos dieron datos erróneos”. “Nos aconsejaron mal.” De esa forma la gente se  engaña, se dedica a negar la realidad, o se ven como víctima. 

Tenemos una capacidad casi infinita de interpretar los hechos para  reivindicarnos. Como dijeran los sabios en el contexto de las leyes de  pureza, “Nadie puede ver sus propias manchas, sus propias impurezas.” (Bejorot 38b) Somos nuestros propios defensores en la corte de la autoestima. Es  rara la persona que tenga el coraje de decir, como lo hizo el Sumo  Sacerdote o como hizo el rey David cuando el profeta Natán lo culpó por  su relación con Batsheva y Uriá diciendo jatati “He pecado”.(2 Samuel 12:13) 

El judaísmo nos ayuda a admitir nuestros errores de tres maneras:  primero, saber que Dios perdona. No nos pide que no pequemos nunca.  Sabe de antemano que el regalo de la libertad que Él nos dio podría  alguna vez ser mal utilizado. Lo único que nos pide es que reconozcamos  nuestros errores, aprender de ellos, confesarlos y tomar la decisión de no  repetirlos. 

En segundo lugar está la clara diferenciación en el judaísmo entre  pecado y pecador. Podemos condenar un acto sin perder la fe en el que lo  realizó. 

La tercera, es el manto con el que Iom Kipur cubre al resto del año.  Permite crear una cultura de honestidad por la cual no nos avergonzamos  de los errores cometidos. Y pese al hecho de que, técnicamente, Iom Kipur  concierne a los pecados cometidos por nosotros frente a Dios, una simple  lectura de las confesiones en Ashamnu Al jet nos demuestra que en  realidad los pecados que confesamos tienen que ver con el prójimo.  

Lo que descubrió Philip Lader sobre sus contemporáneos famosos  fue internalizado por el judaísmo desde hace mucho tiempo. Ver que los  más encumbrados reconocen que ellos también se equivocan es una  profunda señal para todos nosotros. El primer judío que admitió su error  fue Iehudá, que acusó equivocadamente a Tamar de una conducta sexual  equívoca, y que después reconoció su error afirmando: “Ella es más justa  que yo” (Génesis 38:26) 

Seguramente resulta más que una mera coincidencia que el nombre  de Judá viene de la misma raíz que vidui, “confesión”. En otras palabras,  el simple hecho de que somos llamados judíos – yehudim – significa que  somos el pueblo que tiene el coraje de admitir sus errores. 

La autocrítica sincera es una de las señales inequívocas de grandeza  espiritual. 


Fuentes


Traductores

Carlos Betesh

Editores

Abraham Maravankin

 

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