En esta parasha leeremos la última parasha del libro Vaikra, para comenzar el próximo Shabat a leer el cuarto libro de la Tora Bamidbar.
En esta Parasha Hashem promete que si los Hijos de Israel observarán sus mandatos disfrutarán de prosperidad material y vivirán seguros en su tierra. Pero como comenté en la parasha anterior (Behar) Hashem dará una dura reprimenda advirtiendo su exilio, la persecución y otros sufrimientos que les ocurrirán si abandonan su pacto con D’s. Sin embargo aún entonces cuando están en la tierra de sus enemigos no los aborreceré ni los despreciaré como para destruirlos y anular el pacto con ellos,” Pues yo soy el Señor su D’s”.
Dicen los sabios que “Im si es una expresión de súplica. Hashem nos ruega porque quiere darnos todas las bendiciones del mundo y por eso nos ruega “ Im Bejukotai “ ojalá sigan mis leyes. Esta es la mejor Segula, el mejor concejo para que nos hagamos merecedores de todas las bendiciones. Primero en lo material y daré las lluvias en su momento, luego la transición entre lo material y lo espiritual y daré paz a la tierra.
Esther, la Nonna “ El cumplimento de las Mitzvot es lo más importante, después vendrá la Fe”
El Rabino Eduardo Waingortin nos relata “ Lo que nos trae la Nonna es una discusión importantísima de los sabios del Talmud que encierra una profunda filosofía acerca de que es lo más importante si la Fe que lleva luego a las buenas acciones o si el cumplimiento de las Mitzvot que finalmente llevan a creer en D’s.”
Natan Waingortin nos da su opinión:
“ Yo pienso que el cumplimiento de las Mitzvot es lo más importante, porque la Fe puede flaquear, puede nos ser constante y tener altos y bajos pero no por eso dejarlos de cumplir las Mitzvot, que es lo que realmente nos transforma en buenos judios”
Shabat Shalom Umeboraj
Marcelo Mann
Reflexiones de la Parashá por el Rabino Jonathan Sacks Z´L´
El nacimiento de la esperanza
Esta semana leemos la Tojajá, las aterradoras maldiciones que advierten lo que le pasaría a Israel si traicionaba la misión Divina. Leemos la profecía de una historia que pierde el rumbo. Si Israel lo pierde espiritualmente, dicen las maldiciones, perderá económica y, también, políticamente. La nación experimentará derrota y desastre. Perderá su libertad y su tierra. El pueblo sufrirá exilio y persecución. Habitualmente leemos este pasaje en la sinagoga sotto voce, en voz baja, por lo atemorizante que resulta. Es difícil imaginar cualquier nación que pueda sobrellevar tamaña catástrofe, sobrevivir y contarlo. Pero el pasaje no termina ahí. En un cambio abrupto de tono, escuchamos más adelante los grandes consuelos de la Biblia:
Pero a pesar de esto, cuando estén en la tierra de sus enemigos, no los descartaré…Por su bien recordaré el pacto de sus ancestros, a quienes saqué de Egipto ante la vista de los paganos, y que yo sería su Dios: Yo soy el Señor.
Levítico 26: 44-45
Este es un punto de inflexión en la historia del espíritu humano. Es el nacimiento de la esperanza: no la esperanza de un sueño, un deseo, un anhelo, sino la figura misma de la historia, “el arca del universo moral,” como lo señaló Martin Luther King. Dios es justo. Podrá castigar. Podrá esconder Su rostro. Pero no dejará de cumplir Su palabra. Cumplirá con su promesa. Redimirá a sus hijos. Los conducirá a su hogar.
La esperanza es la más grande de las contribuciones del judaísmo a la civilización occidental, tan así que he llamado al judaísmo “la voz de la esperanza en la conversación de la humanidad.”(1) En el mundo antiguo había culturas trágicas en las cuales la gente creía que los dioses eran, en el mejor de los casos, indiferentes a nuestra existencia, y en el peor, activamente malevolentes. Lo mejor que pueden hacer los humanos es evitar llamar su atención, o tratar de aplacar su ira. Sin embargo, al final todo es en vano. Estamos destinados a ver nuestros sueños destrozados en las rocas de la realidad. Los grandes personajes de la tragedia eran griegos. El judaísmo no produjo ningún Sófocles, Esquilo, Edipo o Antígona. La Biblia hebrea no contenía ninguna palabra que signifique “tragedia” en el sentido griego. El hebreo moderno lo tuvo que pedir prestado para denominarla, tragedia.
Así, hay culturas seculares, como la del Occidente contemporáneo en la cual la misma existencia del universo, de la vida humana y de la conciencia es vista como resultado de una serie de accidentes sin sentido, sin intención de nadie y sin un propósito redentor. Lo que ciertamente sabemos es que nacemos, vivimos y moriremos, y es como si nunca hubiéramos estado. La esperanza no es desconocida en esas culturas, pero es lo que Aristóteles describió como “un sueño despierto,” un deseo privado que las cosas sean distintas. Visto por los ojos de los griegos de la antigüedad o de la ciencia contemporánea, no existe nada en la textura de la realidad o en la dirección de la historia que justifique la creencia de que la condición humana pueda ser otra y mejor que la que es.
El judaísmo no es ajeno a la expresión de ese estado. Lo encontramos en los capítulos iniciales del libro de Eclesiastés. Para el autor, el tiempo es cíclico. Lo que ha sido, será. La historia es una serie eterna de recurrencias. En realidad, nada cambia.
Lo que ha sido, será
lo que se hizo, se hará nuevamente,
no hay nada nuevo bajo el sol.
Eclesiastés 1: 9
Pero Eclesiastés es una voz rara dentro del Tanaj. En su mayor parte, la Biblia hebrea expresa un punto de vista bastante diferente: que puede haber cambios en lo concerniente a la humanidad. Estamos siendo convocados a una larga travesía al final de la cual está la redención y la Era Mesiánica. El judaísmo es el rechazo por principio de la tragedia, en nombre de la esperanza.
El sociólogo Peter Berger llama a la esperanza “una señal de trascendencia,” un punto en el cual algo que está más allá penetra en la situación humana. No hay nada inevitable o incluso racional en la esperanza. No puede ser inferida por hechos del pasado o del presente. Aquellos que poseen un sentido trágico de la vida sostienen que la esperanza es un ilusión, una fantasía infantil, y que una respuesta madura a nuestro lugar en el universo es aceptar el sin sentido fundamental y cultivar la estoica virtud de la resignación. El judaísmo insiste en otra cosa: que la realidad que subyace al universo no es sorda a nuestras plegarias, ciega a nuestras aspiraciones, indiferente a nuestra existencia. No estamos errados al esforzarnos por perfeccionar el mundo, rechazando la inevitabilidad del sufrimiento y la injusticia.
Oímos esta nota en puntos clave de la Torá. Ocurre dos veces al final de Génesis cuando primero Yaakov y luego Iosef aseguran a los demás miembros de la familia del pacto que su estadía en Egipto no será para siempre. Dios honrará Su promesa y los llevará de vuelta a la Tierra Prometida. Lo escuchamos nuevamente, en forma magnífica, cuando Moshé le dice al pueblo que aún después del peor sufrimiento que puede padecer una nación, Israel no será rechazada ni perdida.
Entonces el Señor vuestro Dios restaurará vuestra fortuna y tendrá compasión de vosotros, y los recogerá de entre todas las naciones donde los dispersó. Aun cuando hayan sido desterrados a las tierras más distantes bajo los cielos, de allí el Señor vuestro Dios los recogerá y los traerá de vuelta.
Deuteronomio 30: 3-4
Pero el texto clave está aquí, al final de las maldiciones de Levítico. Es aquí donde Dios promete que aunque Israel peque, puede sufrir, pero nunca morirá, y nunca tendrá motivo para desesperarse realmente. Puede experimentar el exilio, pero eventualmente retornará. Israel puede traicionar el pacto, pero Dios nunca lo hará. Esta es una de las aseveraciones más trascendentales de toda la Biblia. Nos dice que ningún destino es tan desolador como para abandonar a la esperanza. Ninguna derrota es final, ningún exilio es eterno, ninguna tragedia es la última palabra del relato.
Posteriormente a Moshé, todos los profetas transmitieron este mensaje, cada uno a su manera. Oseas le dijo al pueblo que aunque actúe como una mujer infiel, Dios sigue siendo como un marido amoroso. Amos le aseguró que Dios reconstruiría hasta las ruinas más devastadas. Jeremías compró una tierra en Anatot para asegurar al pueblo que retornarían de Babilonia. Isaías se transformó en el poeta laureado de la esperanza por sus visiones de un mundo en paz, que nunca fueron superadas.
De todas las profecías de esperanza inspiradas por Levítico 26, ninguna es tan inquietante como la visión en la cual Ezequiel contempló al pueblo de Israel en un valle de huesos secos, pero escuchó a Dios prometer que nos traerá “de vuelta a la tierra de Israel” (Ezequiel 37: 11-14).
Ningún otro texto de toda la literatura es tan evocador del destino del pueblo judío después del Holocausto, antes del renacimiento del Estado de Israel en 1948. Casi proféticamente Naftali Herz Imber aludió a este texto en las palabras que eventualmente se transformarían en el himno nacional de Israel. Él escribió: od lo avda tikvatenu “nuestra esperanza aún no está perdida.” No es casual que el himno de Israel se llame HaTikva, “La Esperanza.”
¿De dónde proviene la esperanza? Berger lo ve como parte constitutiva de la humanidad:
La existencia humana siempre está orientada hacia el futuro. El hombre existe proyectando constantemente su ser hacia el futuro, tanto en su conciencia como en su actividad… Una dimensión esencial de esta “futuridad” del hombre es la esperanza. Es a través de la esperanza que el hombre puede sobreponerse a las dificultades dadas aquí y ahora. Y es a través de la esperanza que los hombres hallan sentido ante el sufrimiento extremo.
Berger, op. Cit., 68–69. (3)
Solo la esperanza nos empodera para asumir riesgos, entablar proyectos a largo plazo, casarse y tener hijos, y negarse a capitular frente a la desesperanza:
Parece haber una esperanza que rechaza la muerte en el núcleo de nuestra humanitas. Mientras que la razón empírica indica que esta esperanza es una ilusión, hay algo en nosotros que, aunque vergonzosamente en una época de racionalidad triunfante, sigue diciendo “¡no!” y aún dice “¡no!” a las explicaciones plausibles de la razón empírica. En un mundo en que el hombre está rodeado de muerte por todos lados, sigue siendo un ser que dice “¡no!” a la muerte – y aunque este “¡no!” lleve a tener fe en otro mundo, cuya realidad validaría su esperanza como algo más que una ilusión.
Berger, op. Cit., 68–69. (3)
Tengo menos certeza que Berger de que la esperanza sea universal. Emergió como parte del panorama espiritual de la civilización occidental a partir de un conjunto de creencias bastante específicas: que Dios existe, que a Él le importamos, que Él ha hecho un pacto con la humanidad y un pacto posterior con el pueblo que Él eligió para ser un ejemplo viviente de fe. Ese pacto transforma nuestra comprensión de la historia. Dios nos ha dado Su palabra, y Él nunca dejará de cumplirla por más que nosotros dejemos de cumplir nuestra parte de la promesa. Sin estas creencias, no tendríamos ningún motivo para tener esperanza.
La historia concebida por esta parashá no es utópica. La fe no nos enceguece ante la aparente arbitrariedad de las circunstancias, la crueldad de la fortuna o las supuestas injusticias del destino. Nadie que lea Levítico 26 puede ser optimista. Sin embargo nadie que sea sensible a su mensaje puede abandonar la esperanza. Sin esto, los judíos no habrían sobrevivido. Sin la creencia en el pacto y su insistencia, “a pesar de esto,” podría no haber un pueblo judío después de la destrucción de uno u otro de los Templos, incluso del Holocausto. No es mucho decir que los judíos mantuvieron viva la esperanza, y que la esperanza mantuvo vivo al pueblo judío.
Descarga aquí el ensayo en PDF.
Fuentes
- Jonathan Sacks, Future Tense: A Vision for Jews and Judaism in the Global Culture (London: Hodder & Stoughton, 2011), 231–252.
- Berger, op. Cit., 68–69.
- Ibid., 72.
Traductores
Carlos Betesh