Cuando Alejandro Magno llegó a Yerushalayim en el año 332 aec (=antes de la era común), milagrosamente, lo hizo en paz.
El monarca griego quedó fascinado con el Cohén Gadol, la Torá y los valores del pueblo judío. Alejandro, que era muy inteligente y había sido educado por Aristóteles, quedó tan admirado de la religión de los judíos que les ofreció complacer sus deseos. Los Yehudim no pidieron nada material, ni venganza de sus muchos enemigos, etc. Dijeron: «Sólo te pedimos que nos permitas cumplir con nuestra Torá en paz.»
Alejandro, muy complacido, accedió.