Un grupo de trabajadores médicos de primera línea, probablemente agotados, aparecen acurrucados juntos en una videoconferencia mientras el hombre más poderoso de China levanta la mano a modo de saludo. Es el 10 de febrero en Beijing y el presidente Xi Jinping, quien durante semanas ha estado ausente de la vista del público, se pronuncia ante el personal del hospital en la ciudad de Wuhan mientras luchan por contener la propagación de un nuevo coronavirus aún sin nombre oficial.
Desde una habitación segura a unos 1.200 kilómetros del epicentro, Xi expresó sus condolencias a quienes murieron en el brote.